El cuento del domingo


Jorge Luis Borges

La casa de Asterión

Y la reina dio a luz un hijo que se llamó Asterión.
Apolodoro: Biblioteca, III,I

Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito)1 están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la Tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el Sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo; aunque mi modestia lo quiera.

El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro porque las noches y los días son largos.

Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos). Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya veras cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.

No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce (son infinitos) los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce (son infinitos) los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado Sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el Sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.

Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que, alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?

El Sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.

-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.

1. El original dice catorce, pero sobran motivos para inferir que en boca de Asterión, ese adjetivo numeral vale por infinitos.

Jorge Luis Borges, el 24 de agosto de 1899, a los ocho meses de gestación, nace en Buenos Aires en casa de Isidoro Acevedo, su abuelo paterno. Es bilingüe desde su infancia y aprenderá a leer en inglés antes que en castellano por influencia de su abuela materna de origen inglés.
Georgie, como es llamado en casa, tenía apenas seis años cuando dijo a su padre que quería ser escritor. A los siete años escribe en inglés un resumen de la mitología griega; a los ocho, La visera fatal, inspirado en un episodio del Quijote; a los nueve traduce del inglés "El príncipe feliz" de Oscar Wilde.
En 1914, y debido a su ceguera casi total, el padre se jubila y decide pasar una temporada con la familia en Europa. Debido a la guerra, se instalan en Ginebra donde Georgie escribirá algunos poemas en francés mientras estudia el bachillerato (1914-1918). Su primera publicación registrada es una reseña de tres libros españoles escrita en francés para ser publicada en un periódico ginebrino. Pronto empezará a publicar poemas y manifiestos en la prensa literaria de España, donde reside desde 1919 hasta 1921, año en que los Borges regresan a Buenos Aires. El joven poeta redescubre su ciudad natal, sobre todo los suburbios del Sur, poblados de compadritos. Empieza a escribir poemas sobre este descubrimiento(1), publicando su primer libro de poemas, Fervor de Buenos Aires (1923). Instalado definitivamente en su ciudad natal a partir de 1924, publicará algunas revistas literarias y con dos libros más, Luna de enfrente e Inquisiciones, establecerá ya en 1925 su reputación de jefe de la más joven vanguardia.
En los treinta años siguientes, Georgie se transforma en Borges; es decir: en uno de los más brillantes y más polémicos escritores de nuestra América. Cansado del ultraísmo (escuela experimental de poesía que se desarrolló a partir del cubismo y futurismo) que él mismo había traído de España, intenta fundar un nuevo tipo de regionalismo, enraizado en una perspectiva metafísica de la realidad. Escribe cuentos y poemas sobre el suburbio porteño, sobre el tango, sobre fatales peleas de cuchillo ("Hombre de la esquina rosada" (2),"El Puñal"(3)). Pronto se cansará también de este ismo y empezará a especular por escrito sobre la narrativa fantástica o mágica, hasta punto de producir durante dos décadas, 1930-1950, algunas de las más extraordinarias ficciones de este siglo (4) (Historia universal de la infamia,1935; Ficciones, 1935-1944; El Aleph, 1949; entre otros).
En 1961 comparte con Samuel Beckett el Premio Formentor otorgado por el Congreso Internacional de Editores, y que será el comienzo de su reputación en todo el mundo occidental. Recibirá luego el título de Commendatore por el gobierno italiano, el de Comandante de la Orden de las Letras y Artes por el gobierno francés, la Insignia de Caballero de la Orden del Imperio Británico y el Premio Cervantes, entre otros numerosísimos premios y títulos.
Una encuesta mundial publicada en 1970 por el Corriere della Sera revela que Borges obtiene allí más votos como candidato al Premio Nobel que Solzhenitsyn, a quien la Academia Sueca distinguirá ese año.
El 27 de Marzo de 1983 publica en el diario La Nación de Buenos Aires el relato "Agosto 25, 1983", en que profetiza su suicidio para esa fecha exacta. Preguntado tiempo más tarde sobre por qué no se había suicidado en la fecha anunciada, contesta lisamente: "Por cobardía". Ese mismo año la Academia sueca otorga el Premio Nobel a William Golding; uno de los académicos denuncia la mediocridad de la elección. Todos siguen preguntándose por qué Borges es sistemáticamente soslayado. El premio a Golding parece dar la razón a los que dudan de que los académicos suecos sepan realmente leer.
Jorge Luis Borges murió en Ginebra el 14 de junio de 1986.

(adaptado del libro Ficcionario de Emir Rodríguez Monegal)

POESIA

Fervor de Buenos Aires (1923)
Luna de enfrente (1925)
Cuaderno San Martín (1929)
Poemas (1923-1943)
El hacedor (1960)
Para las seis cuerdas (1967)
El otro, el mismo (1969)
Elogio de la sombra (1969)

No clasificados

Historia universal de la infamia (1935)
El libro de los seres imaginarios (1968)
Atlas (1985)

EN COLABORACION CON
ADOLFO BIOY CASARES

Seis problemas para don Isidro Parodi (1942)
Un modelo para la muerte (1946)
Dos fantasías memorables (1946)
Los orilleros (1955). Guión cinematográfico.
El paraíso de los creyentes (1955). Guión cinematográfico.
Nuevos cuentos de Bustos Domecq (1977).

CON OTROS AUTORES

Antiguas literaturas germánicas (México, 1951)
El "Martín Fierro"(1953)
Leopoldo Lugones (1955)
La hermana Eloísa (1955)
Manual de zoología fantástica (México, 1957)
Antología de la literatura fantástica (1940)
Obras escogidas (1948)
Obras completas (1953)
Nueva antología personal (1968)
Obras completas (1972)
Prólogos (1975)
Obras completas en colaboración (1979)
Textos cautivos (1986), textos publicados en la revista El hogar
Borges en revista multicolor (1995): notas, traducciones y reseñas bibliográficas en el diario Crítica.

El oro de los tigres (1972)
La rosa profunda (1975)
Obra poética (1923-1976)
La moneda de hierro (1976)
Historia de la noche (1976)
La cifra (1981)
Los conjurados (1985)

ENSAYOS

Inquisiciones (1925)
El tamaño de mi esperanza (1926)
El idioma de los argentinos (1928)
Evaristo Carriego (1930)
Discusión (1932)
Historia de la eternidad (1936)
Aspectos de la poesía gauchesca (1950)
Otras inquisiciones (1952)
El congreso (1971)
Libro de sueños (1976)

CUENTOS

El jardín de senderos que se bifurcan (1941)
Ficciones (1944)
El Aleph (1949)
La muerte y la brújula (1951)
El informe Brodie (1970)
El libro de arena (1975)

foto:archivo.semblanzabiográfica:www.literatura.org/Borges/Borges.html.Wikipedia.texto:ciudadseva.com

El cuento del domingo


Cesare Pavese

Años

De lo que era yo entonces no queda nada: apenas hombre, era aún un crío. Lo sabía hacía tiempo, pero todo ocurrió a finales del invierno, una tarde y una mañana. Vivíamos juntos, casi escondidos, en una habitación que daba a una avenida. Silvia me dijo esa noche que tenía que irme, o irse ella: ya no teníamos nada que hacer juntos. Le supliqué que dejara que probásemos de nuevo; estaba acostado a su lado y la abrazaba. Ella me dijo:

-¿Con qué finalidad? -Hablábamos en voz baja, a oscuras.

Luego Silvia se durmió y yo tuve hasta la mañana una rodilla pegada a la suya. Apareció la mañana como había aparecido siempre, y hacía mucho frío; Silvia tenía el pelo sobre los ojos y no se movía. En la penumbra yo miraba pasar el tiempo, sabía que pasaba y corría, y que afuera había niebla. Todo el tiempo que había vivido con Silvia en aquella habitación era como un solo día y una noche, que ahora terminaba por la mañana. Entonces comprendí que nunca volvería a salir conmigo entre la niebla fresca.

Era mejor que me vistiera y me marchase sin despertarla. Pero ahora tenía en la cabeza una cosa que preguntarle. Esperé, intentando adormilarme.

Cuando estuvo despierta, Silvia me sonrió. Seguimos hablando. Ella dijo:

-Es bonito ser sinceros, como nosotros.

-¡Oh, Silvia! -susurré-, ¿qué haré al salir de aquí? ¿Adónde iré?

Era eso lo que tenía que preguntarle. Sin apartar la nuca del almohadón, ella sonrió de nuevo, beatífica.

-Bobo -dijo-, irás a donde quieras. ¿No es hermoso ser libre? Conocerás a muchas chicas, harás todas las cosas que quieras. Te envidio, palabra.

Ahora la mañana llenaba el cuarto y sólo había un poco de calor en la cama. Silvia esperaba paciente.

-Tú eres como una prostituta -le dije- y siempre lo has sido.

Silvia no abrió los ojos.

-¿Estás mejor ahora que lo has dicho? -me dijo.

Entonces me quedé como si ella no estuviera, y miraba al techo y lloraba sin ruido. Las lágrimas me llenaban los ojos y corrían sobre la almohada. No valía la pena que se diera cuenta. Mucho tiempo ha pasado, y ahora sé que aquellas lágrimas mudas fueron la única cosa de hombre que hice con Silvia; sé que lloraba no por ella sino porque había entrevisto mi destino. De lo que era yo entonces no queda nada. Queda sólo que había comprendido quién sería en el futuro.

Luego Silvia me dijo:

-Ya basta. Tengo que levantarme.

Nos levantamos juntos, los dos. No la vi vestirse. Estuve pronto en pie, a la ventana; y miraba vislumbrarse las plantas. Detrás de la niebla estaba el sol, el sol que tantas veces había entibiado el cuarto. También Silvia se vistió pronto, y me preguntó si no me llevaba mis cosas. Le dije que primero quería calentar el café, y encendí el hornillo.

Silvia, sentada al borde de la cama, se puso a arreglarse las uñas. En el pasado se las había arreglado siempre en la mesa. Parecía abstraída y el pelo le caía continuamente sobre los ojos. Entonces daba sacudidas con la cabeza y se liberaba. Yo deambulé por el cuarto y recogí mis cosas. Hice un montón sobre una silla y de repente Silvia saltó en pie y corrió a apagar el café que se derramaba.

Luego saqué la maleta y metí las cosas. Mientras tanto, por dentro me esforzaba por recoger todos los recuerdos desagradables que tenía de Silvia: sus futilidades, sus malos humores, sus frases irritantes, sus arrugas. Eso me llevaba de su cuarto. Lo que dejaba era una niebla.

Cuando hube acabado, el café estaba listo. Lo tomamos de pie, junto al hornillo. Silvia dijo algo, que ese día iría a ver a un tipo, a hablar de un asunto. Poco después dejé la taza y me marché con la maleta. Afuera la niebla y el sol cegaban.

Cesare Pavese, nacido en Santo Stefano Belbo (Cuneo) el 9 de septiembre de 1908 y fallecido en Turín el 26 de agosto de 1950), fue un escritor italiano, uno de los más importantes del Siglo XX.

Este gran poeta y novelista italiano estudió filología inglesa en la universidad de Turín y, tras su licenciatura, se dedicó por completo a traducir a numerosos escritores norteamericanos, como Sherwood Anderson, Gertrude Stein, John Steinbeck y Ernest Hemingway, entre otros, así como a escribir crítica literaria que hoy se considera clásica. Al unirse con Giulio Einaudi y su amigo Leone Ginzburg, cofundadores de la editorial Einaudi en 1933, fue uno de los cimientos de esta famosa empresa cultural italiana desde 1937, en la que permaneció como editor decisivo hasta su muerte y en la que trabajó con un rigor reconocido hoy por todos (pues Leone murió torturado por los alemanes en 1944).

Sus escritos antifascistas, publicados en la revista La Cultura, lo condujeron a la cárcel en 1935, donde inicia sus primeras obras. Durante la II Guerra Mundial formó parte de la Resistencia antifascista como estudioso y pensador independiente aunque cercano a la izquierda italiana. Tras la guerra se incorporó al grupo editor su amiga escritora Natalia Ginzburg, mujer de su compañero de curso Leone. Durante toda su vida, Pavese tratará de vencer la soledad interior, que veía como una condena y una vocación. Se suicidó a los cuarenta y dos años de edad. Su gran amigo el escritor Davide Lajolo describió, en su libro El vicio absurdo, el malestar existencial que envolvió siempre su vida.

La narrativa de Pavese trata, por lo general, de conflictos de la vida contemporánea, entre ellos la búsqueda de la propia identidad, como en La luna y las fogatas (1950). Pavese (que vivía con una hermana) se suicidó en una habitación de hotel en Turín, después de haber recibido un premio literario por su libro El bello verano (1949). Su diario se publicó póstumamente, en 1952, bajo el título El oficio de vivir, y concluye con la frase anunciadora de su decisión personal.

En el año 1957, se creó un premio literario con su nombre para honrar su memoria.

Fue importante su obra como escritor, traductor y crítico, que además de la Antología americana que coordinó Elio Vittorini incluyó también la traducción de clásicos de la literatura, desde el Moby Dick de Melville en 1932 a obras de Dos Passos, Faulkner, Defoe, Joyce y Dickens.

Su actividad de crítico, en particular, contribuyó a crear un cierto mito de América, que repercutió en la narrativa italiana de posguerra. Mientras trabajaba en el sector editorial (para la editorial Einaudi), Pavese propuso a la cultura italiana escritos sobre temas diferentes, y anteriormente raramente abordados, como el idealismo y el marxismo, así como temas religiosos, etnológicos y psicológicos nuevos.

Pavese nació en Santo Stefano Belbo, donde su padre, procurador de tribunal en Turín, tenía una delegación. Estos son los lugares y las experiencias infantiles que mitificará el Pavese escritor.

En 1914 muere su padre, lo que le causa un primer trauma. Su madre, de hecho, compensará la ausencia del marido educando de modo bastante rígido a su hijo. Pavese cursa estudios secundarios en Turín con Augusto Monti, colaborador de Gobetti, narrador y pedagogo. Es su primer contacto con el mundo de los intelectuales y con personalidades como Leone Ginzburg, éste muy cercano siempre, Tullio Pinelli, Vittorio Foa (estudioso de los problemas políticos y sociales) y Norberto Bobbio.

Pero es en su época universitaria cuando Pavese se interesa por la literatura norteamericana; en esos años, alterna su trabajo de traductor con la enseñanza del inglés. Se licencia con una tesis sobre el poeta norteamericano Walt Whitman.

En 1935 es confinado por sus actividades antifascistas (de hecho, sólo había conservado unas cartas comprometedoras de una activista comunista de la que se había enamorado); tras este exilio publica un importante libro de versos que había empezado en 1928: Los poemas de Trabajar cansa (1936) fueron muy innovadores y, junto a sus obras narrativas, atraen todavía a un público muy amplio.

En ese mismo período, empieza la composición de El oficio de vivir, diario literario y existencial que seguirá escribiendo hasta el final de su vida. De vuelta de su confinamiento, Pavese descubre que la mujer a la que amaba se ha casado (lo que le ocasiona un segundo trauma); a partir de ese momento, Pavese se angustia, temeroso de que lo ya sucedido se pueda repetir. La angustiosa sensación del fracaso, lo acompañará hasta la muerte.

En 1938, su relación con la editorial Einaudi se estabiliza. En 1940 termina El bello verano (con el que obtendrá en 1950 el Premio Strega) e inicia Feria de agosto; en 1941, publica De tu tierra.

Llamado a filas, se le dispensa por el asma que padece. Desde el 8 de septiembre de 1943 hasta la liberación de Italia se refugia en primer lugar en casa de su hermana, y luego en un colegio de Somascos en Casale Monferrato, sin contacto con los acontecimientos que sacuden Italia, mientras muchos de sus amigos entran en la Resistencia. Narra estas experiencias en La casa en la colina (que escribe entre 1947 y 1948). En esta obra se pone de manifiesto el conflicto entre su elección y la de sus amigos, muchos de los cuales murieron. Al terminar la guerra, sin embargo, quizá para compensar su anterior elección, Pavese entra en el Partido Comunista Italiano por sugerencia de una amiga.

El desengaño amoroso que sufre tras la ruptura de su relación sentimental con la actriz norteamericana Constance Dowling - a la que dedica sus últimos versos Vendrá la muerte y tendrá tus ojos - y su malestar existencial lo llevan al suicidio el 26 de agosto de 1950, en Turín.

Pavese surge como poeta en 1936, con Trabajar cansa (Lavorare stanca). La recopilación se reedita en 1943, añadiendo treinta y un poemas y suprimiendo seis. En pleno periodo hermético Pavese toma el camino de la poesía narrativa (ritmos narrativos, tono coloquial, ciudad...). La experiencia narrativa produce un verso alargado y de amplia cadencia (decasílabo alargado a trece sílabas).

En su ensayo El oficio de poeta Pavese sostiene la necesidad de que las palabras se adhieran a las cosas y rehuye la musicalidad por sí misma. Estos primeros cánones poéticos serán posteriormente modificados para evitar que la poesía narrativa se convierta en un boceto naturalista. Pavese teoriza sobre una poesía que se resuelve en imágenes. Poesía narrativa y poesía - imagen coexisten en Trabajar cansa, obra en la que ya encontramos las constantes de Pavese: soledad como condena existencial, incapacidad de diálogo, añoranza de la mujer, el campo como mito desde el que se originan las primeras impresiones y la identidad del individuo, la figura del exiliado que vuelve al lugar de origen, buscando su propia infancia, persiguiendo la propia identidad.

Pavese une a su capacidad de fabulación una precisa conciencia crítica. La cárcel constituye su primera obra narrativa válida (cárcel de la soledad). El protagonista vive la experiencia del confinamiento pero se trata fundamentalmente de una autobiografía espiritual: la vivencia del intelectual que trata de romper la soledad, pero vuelve a ser absorbido por ésta. Más allá de sus implicaciones políticas la novela se caracteriza por el análisis existencial.

En 1941, publica Tus pueblos (I paesi tuoi) y llama la atención de la crítica, que lo interpreta como una manifestación de realismo. En realidad la descripción de un medio rural primitivo y los temas de la pasión, de la sangre, sin olvidar un lenguaje que se acerca al dialetto y al lenguaje hablado y la aparente objetividad naturalista confieren una dimensión mítica y ritual a la narración, una lectura de la realidad en clave simbólica, con matices de los estudios antropológicos y de lo sagrado.

Su consagración del mito deriva de la idea según la cual en la infancia se crean mitos y símbolos que forman una especie de memoria atávica. Pavese se aleja de cualquier representación realista en el sentido que tiene, como principio de poética, la necesidad de focalizar el fondo mítico e irracional propio de cada individuo y que determina su personalidad y su destino.

[El último decenio

En el último decenio, entre 1940 y 1950, Pavese produce obras heterogéneas en cuanto a temática y estilo. La reflexión sobre el mito orienta a Pavese en dos direcciones, aparentemente lejanas, pero que tienen el mismo objetivo.

Por una parte recupera el fondo mítico de su propia personalidad, distanciándose de la realidad y refugiándose en el intelectualismo (Diálogos con Leucò) por otro lado hacia el neorrealismo, a la observación del ambiente y de los hombres (El compañero, 1946).

La misma coexistencia de intereses diversos la podemos encontrar en 1949 en La luna y la fogata y en Entre mujeres solas. Los dos motivos se integran, en el sentido de que ponen a fuego al hombre, alienado en el contexto urbano, buscando sus propias raíces míticas. La narrativa de Pavese no se distingue por la complejidad de la trama, sino que se identifica en breves capítulos potencialmente evocadores.

Los dos textos que nos lo muestran son La casa en la colina y La luna y la fogata. La casa en la colina se publicó a la vez que La cárcel. El título del volumen era Antes de que el gallo cante (haciendo mención al episodio evangélico en el que Cristo anuncia a Pedro que antes de que el gallo cante él lo negará tres veces) lo que aclara la proximidad de ambas novelas: el protagonista de La cárcel es esclavo de la soledad hasta el punto de que la ama.

Corrado, protagonista de La casa en la colina, mientras sus amigos participan en la lucha partisana, se refugia en su propia soledad hasta que llega a la certeza de que su aislamiento ha sido una traición. Pavese profundiza además del tema mítico, el social y de clase. La soledad se convierte en estado de ánimo, condición existencial y social.

También La luna y la fogata es una novela-balance, atemporal, en la que Pavese introduce sus propios temas y principios teóricos. El retorno a la infancia y el recorrido obligado para conocerse y tener conciencia del propio destino. La novedad de la novela está en el hecho de que la peregrinación a los lugares míticos de la infancia concluyen constatando dolorosamente que todo se ha perdido: han desaparecido las personas y los lugares han cambiado; la muerte es connatural al hombre.

Correspondencia, documento fundamental para conocer su actividad y sus relaciones humanas. Se ha escrito sobre él que Pavese logra plasmar un mundo creativo a través del cual alcanza una realización personal que le había sido negada en los otros planos de la existencia.

Poesía.Lavorare stanca, 1936, Trabajar cansa; edición corregida, 1943.La terra e la morte, poesía.Vendrá la muerte y tendrá tus ojos 1951. Narrativa.Il carcere, 1938-39.Notte di fiesta, 1936-38, cuentos.Paesi tuoi, 1941, De tu tierra.La spiagia, 1942, La playa. Feria d'agosto, 1944.Fuoco grande, 1946.Il compagno, 'El camarada 1947. La casa in collina 1948, La casa en la colina.Tra donne sole, 1949, Entre mujeres solas. El bello verano, 1949. La luna e i falò, 1950, La luna y las fogatas. Diálogos con Leucò, 1947. El diablo sobre las colinas.Ensayos y otros textos.La letteratura americana e altri saggi (Einaudi, 1951, con un prólogo de Italo Calvino), La literatura americana y otros ensayos. Il mestiere di vivere 1935-1950, El oficio de vivir, diarios publicados en 1952.

foto:actuallynotes.com/Biografia-Cesare-Pavese.htm.semblanza biográfica:Wikipedia.texto:ciudadseva.com

El cuento del domingo


Marina Colasanti

La tejedora


Se despertaba cuando todavía estaba oscuro, como si pudiera oír al sol llegando por detrás de los márgenes de la noche. Luego, se sentaba al telar.

Comenzaba el día con una hebra clara. Era un trazo delicado del color de la luz que iba pasando entre los hilos extendidos, mientras afuera la claridad de la mañana dibujaba el horizonte.

Después, lanas más vivaces, lanas calientes iban tejiendo hora tras hora un largo tapiz que no acababa nunca.

Si el sol era demasiado fuerte y los pétalos se desvanecían en el jardín, la joven mujer ponía en la lanzadera gruesos hilos grisáceos del algodón más peludo. De la penumbra que trían las nubes, elegía rápidamente un hilo de plata que bordaba sobre el tejido con gruesos puntos. Entonces, la lluvia suave llegaba hasta la ventana a saludarla.

Pero si durante muchos días el viento y el frío peleaban con las hojas y espantaban los pájaros, bastaba con que la joven tejiera con sus bellos hilos dorados para que el sol volviera a apaciguar a la naturaleza.

De esa manera, la muchacha pasaba sus días cruzando la lanzadera de un lado para el otro y llevando los grandes peines del telar para adelante y para atrás.

No le faltaba nada. Cuando tenía hambre, tejía un lindo pescado, poniendo especial cuidado en las escamas. Y rápidamente el pescado estaba en la mesa, esperando que lo comiese. Si tenía sed, entremezclaba en el tapiz una lana suave del color de la leche. Por la noche, dormía tranquila después de pasar su hilo de oscuridad.

Tejer era todo lo que hacía. Tejer era todo lo que quería hacer.

Pero tejiendo y tejiendo, ella misma trajo el tiempo en que se sintió sola, y por primera vez pensó que sería bueno tener al lado un marido.

No esperó al día siguiente. Con el antojo de quien intenta hacer algo nuevo, comenzó a entremezclar en el tapiz las lanas y los colores que le darían compañía. Poco a poco, su deseo fue apareciendo. Sombrero con plumas, rostro barbado, cuerpo armonioso, zapatos lustrados. Estaba justamente a punto de tramar el último hilo de la punta de los zapatos cuando llamaron a la puerta.

Ni siquiera fue preciso que abriera. El joven puso la mano en el picaporte, se quitó el sombrero y fue entrando en su vida.

Aquella noche, recostada sobre su hombro, pensó en los lindos hijos que tendría para que su felicidad fuera aún mayor.

Y fue feliz por algún tiempo. Pero si el hombre había pensado en hijos, pronto lo olvidó. Un vez que descubrió el poder del telar, sólo pensó en todas las cosas que éste podía darle.

—Necesitamos una casa mejor— le dijo a su mujer. Y a ella le pareció justo, porque ahora eran dos. Le exigió que escogiera las más bellas lanas color ladrillo, hilos verdes para las puertas y las ventanas, y prisa para que la casa estuviera lista lo antes posible.

Pero una vez que la casa estuvo terminada, no le pareció suficiente.

—¿Por qué tener una casa si podemos tener un palacio?— preguntó. Sin esperar respuesta, ordenó inmediatamente que fuera de piedra con terminaciones de plata.

Días y días, semanas y meses trabajó la joven tejiendo techos y puerta, patios y escaleras y salones y pozos. Afuera caía la nieve, pero ella no tenía tiempo para llamar al sol. Cuando llegaba la noche, ella no tenía tiempo para rematar el día. Tejía y entristecía, mientras los peines batían sin parar al ritmo de la lanzadera.

Finalmente el palacio quedó listo. Y entre tantos ambientes, el marido escogió para ella y su telar el cuarto más alto, en la torre más alta.

—Es para que nadie sepa lo del tapiz —dijo. Y antes de poner llave ala puerta le advirtió: —Faltan los establos. ¡Y no olvides los caballos!

La mujer tejía sin descanso los caprichos de su marido, llenando el palacio de lujos, lo cofres de monedas, las salas de criados. Tejer era todo lo que hacía. Tejer era todo lo que quería hacer.

Y tejiendo y tejiendo, ella misma trajo el tiempo en que su tristeza le pareció más grande que el palacio, con riquezas y todo. Y por primera vez pensó que sería bueno estar sola nuevamente.

Sólo esperó a que llegara el anochecer. Se levantó mientras su marido dormía soñando con nuevas exigencias. Descalza, para no hacer ruido, subió la larga escalera de la torre y se sentó al telar.

Esta vez no necesitó elegir ningún hilo. Tomó la lanzadera del revés y, pasando velozmente de un lado para otro, comenzó a destejer su tela. Destejió los caballos, los carruajes, los establos, los jardines. Luego destejió a los criados y al palacio con todas las maravillas que contenía. Y nuevamente se vio en su pequeña casa y sonrió mirando el jardín a través de la ventana.

La noche estaba terminando, cuando el marido se despertó extrañado por la dureza de la cama. Espantado, miró a su alrededor. No tuvo tiempo de levantarse. Ella ya había comenzado a deshacer el oscuro dibujo de sus zapatos y él vio desaparecer sus pies, esfumarse sus piernas. Rápidamente la nada subió por el cuerpo, tomó el pecho armonioso, el sombrero con plumas.

Entonces, como si hubiese percibido la llegada del sol, la muchacha eligió una hebra clara. Y fue pasándola lentamente entre los hilos, como un delicado trozo de luz que la mañana repitió en la línea del horizonte.

Marina Colasanti nació en Asmara, Eritrea (1), el 26 de septiembre de 1937. Hija de padres italianos vivió su primera infancia en África, luego se mudó a Italia y en 1948, a la edad de once años, llegó a Brasil donde reside actualmente.

En su artículo "Leyendo en la casa de la guerra" Marina Colasanti recuerda sus años de infancia en Italia durante la Segunda Guerra Mundial:

"Cuando pienso en esos años, los veo atiborrados de libros. Son mis años-biblioteca. Y mis lecturas más emocionantes, esas que vivo hasta hoy como mi epifanía de lectora, me fueron dadas justamente en los dos últimos años de la guerra, los años más duros. (…) No teníamos amigos ni compañeros con quienes jugar. Estábamos solos, él y yo, él un año mayor, y en ese tiempo ni siquiera salíamos a la calle, a no ser para ir a la escuela. Las tardes se alargaban en la sala de muebles oscuros; la noche llegaba temprano, trayendo consigo la neblina del lago. Pero mi hermano y yo estábamos inmersos en las selvas de Malasia, con sus animales salvajes, galopábamos por las praderas del Oeste, construíamos casa en el tronco de las secuoyas, o navegábamos veinte mil leguas bajo el mar. Éramos piratas, cazadores, viajeros, pielrojas… Aún guardo en el corazón, con ternura y orgullo, mi nombre de squaw: Sole Ridente." (2)

En 1952 ingresó en la Escuela Nacional de Bellas Artes y se especializó en grabado en metal. Entre 1962 y 1973 trabajó en el Jornal do Brasil como columnista, redactora e ilustradora.

Desde 1973 hasta 1993, fue presentadora de los programas de televisión Olho por Olho, Primeira Mão, Os Mágicos, Sábado Forte e Imagens da Itália.

Sus primeras obras estuvieron dirigidas al público adulto. Eu sozinha fue su primer libro, publicado en 1968. Desde entonces ha escrito más de cuarenta libros en distintos géneros: poesía, cuento, crónica y novela, tanto para el público adulto como para el infantil y juvenil. Entre sus libros para niños destacan aquellos pertenecientes al género maravilloso. En una entrevista para la revista Cuatrogatos (3) Marina Colasanti recuerda cómo se inició en la escritura de este género. La autora trabajaba en el Jornal do Brasil y debió sustituir a la editora de un suplemento semanal para niños que había sido encarcelada por la dictadura militar. Al no tener qué publicar decidió reescribir un cuento clásico y de este modo escribió un nuevo cuento de hadas. "Y fue así como, sin querer, me vi dentro de un universo encantado, de riqueza inconmensurable, del cual nunca más quise salir".

En su artículo "La culpa es de los sofistas" (4) la autora reflexiona acerca del vínculo entre la literatura para niños y la ética: "La función de la literatura no está en el refuerzo de las instituciones, ni en la reproducción de los patrones morales vigentes. La literatura se vivifica y encuentra su función justamente en la crítica, en la deconstrucción simbólica, en la constante búsqueda del perfeccionamiento y crecimiento social.Literatura y didáctica moral son incompatibles. Pensemos, sólo por un momento, en cuál sería la reacción de un Calvino, de un Gore Vidal, si se les sugiriera una 'transversalización' moralizante en sus textos.

¿Por qué, entonces, aquello que cualquiera juzgaría inconcebible en el área adulta de la literatura es tan fácilmente aceptado cuando se trata de niños lectores?"

Para Marina Colasanti la imagen de un escritor que vigila con lupa la calidad ética de su texto, con el objetivo de no cometer deslices políticamente incorrectos es sencillamente lamentable. (5)"No hace mucho, una amiga alemana me decía que hoy, en Alemania, tratan de evitar este tipo de narraciones, y que los padres no dan a leer a sus hijos libros o relatos que incluyan guerras, violencia o muerte. El momento es pacifista.

Y yo me pregunté, no sin inquietud, qué clase de lecturas están dando a sus niños los padres alemanes. Todos recordamos aquel momento, luego aceptado como un gran error, en que los cuentos de hadas fueron enviados a la lavandería, para retirarles toda mancha de sangre. El resultado fue que, al limpiar la sangre visible, se drenó también la invisible, esa que corre por las venas de las historias, y las anima y les da vida. Y los bellos cuentos de hadas se tornaron pálidos, débiles, inexpresivos.

La verdad es que no existe una literatura 'limpia'. Existen libros 'limpios', sobre todo para niños. Pero esos libros pueden no ser, y con frecuencia no lo son, literatura. Literatura es arte. Y el arte es tensión, conflicto, pathos." (6)

En 1979 publicó su primer libro para niños: Uma Idéia toda azul, editada en castellano como Una idea maravillosa por Plus Ultra en 1991. Le siguieron, entre muchos otros, Doze reis e a moça no labirinto do vento (1982), O lobo e o carneiro no sonho da menina (1985), Um amigo para sempre (1988), Intimidade pública (1990) y Entre a espada e a rosa (1992). Tradujo al portugués a Jerzy Kosinski, Giovanni Papini, Iasuni Kauabata, Konrad Lorentz y Roland Barthes. Ha ilustrado la mayoría de sus libros infantiles y juveniles.

Marina Colasanti ganó el primer premio del Concurso Latinoamericano de Cuentos para Niños convocado por UNICEF y Funcec con su relato: "La muerte y el rey" en 1994; en tres ocasiones (1993, 1994 y 1997), el Jabuti que otorga la Cámara Brasileña del Libro. Con Lejos como mi querer ganó el premio Norma Fundalectura en el año 1996.

foto y semblanza biográfica:http://www.imaginaria.com.ar/2008/07/marina-colasanti/.texto:http://www.telesecundaria.dgme.sep.gob.mx/interactivos/2_segundo/2_Espanol/2e_b02_a02_p11_a_texto/.

Marina Colasanti, "La tejedora", en Cuentos breves latinoamericanos. Antología para jóvenes. México: SEP/ Cidcli, Libros del Rincón, 2002, p. 36.