El cuento del domingo




Las elecciones
María Luisa Bardelli G

La voz del orador resonaba en la plaza, en esta plaza pequeñita de un pueblo perdido de la sierra como tantos otros, y Jacinto Tumañana se preguntaba ¿Cuándo terminaba con todo este palabreo de igualdad y justicia para todos? ¡igualdad y justicia! palabras que él conocía tan bien, ¿acaso había igualdad entre un campesino de estas tierras olvidadas de Dios, y los señores que desde la capital manejan el país y que ganan en un mes más dinero que el que veía en toda su vida? Y justicia, cómo se puede hablar de justicia, cuando los terrucos se roban tus carneritos y las pocas papas que puedes cultivar en ésta tierra árida y seca, y nadie hace nada por remediarlo.

"La democracia es el poder del pueblo", gritaba el orador, como si la democracia te diera de comer o curara a tu hijo enfermo. Todavía los candidatos no se daban cuenta que la presencia o ausencia de democracia no significaba diferencia alguna en sus vidas.

Ésta gente sólo se acuerda de nosotros cuando hay elecciones, le comentó en voz baja a Telésforo Carhuaz, su compadre y amigo de toda la vida. Elección tras elección veían desfilar a los candidatos por esta plaza, que siempre, fuera el orador del partido que fuera, se encontraba siempre Ilena, porque los mítines formaban parte de las pocas diversiones que la gente de este pueblo se daba el lujo de tener. ¡Ya vienen las elecciones! comentaba alguien, y todo el mundo corría a buscar sus mejores ropas para estar en la plaza, para oír al que viene de Lima. ¿Ves Jacinto cómo se acuerdan de nosotros?. iSe acuerdan de nosotros!, no sean cojudos; para ellos no existimos sino en vísperas de elecciones, sólo les importa saber cuántos somos, para saber cuántos votos van a tener. Pero este año los vamos a joder, los escuchamos con la cabeza baja como siempre, ¡sí taitito!, tienes razón papacito, por ti vamos a votar. Así a todos vamos a decir lo mismo, a todos vamos a engañar y el día de las elecciones no votamos por nadie. Pero ni un voto van a sacar estos condenados; será nuestra muda protesta por el abandono en que vivimos, por los años y años de marginación que hemos pasado.

¿Crees acaso que lo van a apoyar? le decía Telésforo, ¿no ves que son como carneros que obedecen mansamente y votan por el que habla mejor, dice cosas bonitas y ofrece de todo aunque al final no cumpla?. Yo pienso que pierdes el tiempo, pero allá tú, a ver si los convences.

Y Jacinto fue, de chacra en chacra, de choza en choza, hasta la más alejada allá en la puna, hablando y hablando, tratando de convencerlos con sus argumentos: sí taitito, haremos como tú dices papacito, ¡tienes razón carajo!, le decían sus paisanos.

Jacinto se sentía cada vez más contento, engañar a los candidatos se había convertido en una obsesión para él; a solas se reía en la noche mientras comía su cancha y terminaba atorándose de tanto reír, pensando en la cara que pondrían todos al ver que ningún voto habían conseguido, iya van a ver! pensaba, ¡ya ven a ver! , y la esperanza entibiaba sus frías noches.

El día de las elecciones llegó; temprano la campana de la iglesia despertó a todo el mundo. Ha venido la policía de Huancayo para cuidar las elecciones compadre - le comentó Telésforo - , pero los muy jijunas quieren que les demos comida y un lugar para dormir; apenas tenemos para comer nosotros y darles a nuestros hijos y quieren que les demos a ellos también; seguro que después querrán que les prestemos a nuestras mujeres. Recién comienzan las elecciones y nosotros como de costumbre, ya estamos perdiendo.

Que pase el siguiente - gritaba el maestro que hacía las veces de presidente de mesa-, diga su nombre completo, su documento de identidad, ¿sabes leer y escribir ?, no papacito contestaban en voz baja avergonzados, como si no saber leer y escribir fuera un delito. No importa cholo - decía el maestro-, aquí hay unos dibujitos, marca el que más te guste; y se reía fuerte, haciendo sentirse más avergonzado al campesino. iCholo!, como si él no fuera también cholo, pensaba Jacinto; ¿acaso creía que por saber leer y escribir la piel se le blanqueaba?, como si sus rasgos marcados como un huaco no delataran su procedencia ; vergüenza debería tener él por la forma en que nos trata, olvidando que viene de gente como nosotros, olvidando que podemos ser sus padres.

Así fue pasando el día; la gente votaba y se quedaba en la plaza para conversar; tenían tan pocos motivos de distracción en su vida, tan pocos momentos de descanso y de estar reunidos con los amigos, que no podían desaprovechar la oportunidad que las elecciones les brindaban.

A las cuatro de la tarde terminó la votación; habían desfilado por la escuelita convertida en centro electoral ciento sesentaiseis personas, incluido el cura de la parroquia que era hijo del lugar.

Jacinto y su compadre se pusieron a dar vueltas y vueltas por la plaza esperando el resultado ¡cuánto se demoran compadre! decía Jacinto, ya llevan más de dos horas y no sale nadies-. No seas apurado , le contestó Telésforo, deben estar contando despacio para no equivocarse, además el único que sabe escribir es el maestro, y el solo tiene que hacer todo el trabajo.

Al poco rato salió el maestro y pegó un cartel en la pared con los resultados; ya está compadre, vamos a ver, -le dijo a Telésforo-, pero notó a su compadre nervioso retorciendo su chullo; - me tengo que ir dijo Telésforo-; pero compadre ¿no te interesan los resultados? gritó Jacinto; tengo que hacer repitió Telésforo, y se fue corriendo. Creo que mi compadre está medio loco, pensó Jacinto, y se acercó lentamente a la escuelita.

A ver cholos - se oyó la fuerte voz del maestro - , para los que no saben leer les voy a decir los resultados: Partido blanco 60 votos, Partido rojo 22 votos, Partido rosado 83 votos, votos en blanco 1, ¡ha ganado el partido rosado! gritó el maestro. Jacinto se quedó extrañado, no podía creer lo que estaba oyendo, el único que había votado en blanco era él, ni siquiera su compadre lo había apoyado, por eso el muy desgraciado se fue corriendo a su casa, pensó. La bilis se le subió a la garganta, tenía ganas de vomitar de la pura rabia, de gritarle a todo el mundo que eran unos cobardes miserables, en especial a su compadre que lo había engañado; pero pasado el momento de furia e indignación le entró la conformidad y se dijo: "somos un pueblo de tontos, seguimos siendo los carneros que manejan a su antojo, por eso estamos como estamos, nos merecemos lo que tenemos" , y se marchó tranquilamente a su casa, pensando en las próximas elecciones.

El cuento del domingo

Bohumil Hrabal
La dama de las camelias
En un bloque de pisos bastante alto de la periferia se entra directamente a los pisos desde unas galerías interiores, detrás de cada puerta hay un pequeño recibidor que parece una caja de madera, da la impresión de que los inquilinos entran y salen de unos armarios, hasta tal punto se parecen los pasillos a los armarios. Y la escalera de caracol sube hacia las galerías y de vez en cuando la blanquean con cal, para ahorrar la luz en el crepúsculo. En la hornacina de la escalera hay una imagen de Cristo que en vez de una corona de espinas lleva una corona de rosas de plástico que una vez, en una feria, un inquilino ganó en el tenderete de tiro al blanco, y bajo este Cristo estaba arrodillada la portera, con un cubo al lado, y fregaba el suelo con unos movimientos enérgicos.
-Buenas noches, mamá - saludó la decoradora Rosetka.
-Buenas - dijo la madre recogiendo la suciedad con la bayeta.
-Mamá, ¡cuántas veces le tengo dicho que se ponga una estera debajo de las rodillas. O un saco doblado!
-¡Ay, sí! - dijo la madre dejando su mano dentro del cubo.
-Lo ve, lo ve, después tiene reuma y se pasa las noches quejándose - dijo Rosetka y con la punta del zapatito, con asco, retiró el cubo mojado y se puso un escalón por encima de su madre. Por un hilo dorado aguantaba con los dedos una caja blanca que se movía como un péndulo.
-¡Ay, Dios mío! - se lamentaba la madre y mojó el cepillo en el agua sucia -. ¿Traes dinero?
-El mes próximo - dijo la hija.
-Es decir que deberé alimentarte hasta que te mueras - se quejó la madre y movía el cepillo como si ventilase su desgracia.
-Mamá, basta. Si no le gusta, pues recogeré mis trastitos y me iré. ¿Es que sólo sirvo para oír sus quejas? - dijo Rosetka.
-¿Y qué hay en esa caja? - preguntó la madre.
-Si usted lo sabe perfectamente - dijo Rosetka y levantó el dedo y el paquete atado con un hilo dorado se balanceaba y la chica bajó la cabeza y añadió -: ¡Ojalá alguna vez me tocase ir a trabajar fuera!
Y subió a la galería.
En el pasamanos había dos viejecitas apoyadas.
-Yo - dijo una de ellas -, si estuviese en el lugar de la señora Simpson, pues yo diría al príncipe de Gales, como amante sí, pero como esposa, nunca. Porque con ello el imperio británico se iría al garete...
-Buenas noches - dijo Rosetka.
-Buenas, buenas - dijo dulcemente la otra viejecita y añadió -: Parece que va a llover, las cloacas apestan.
Rosetka entró en el recibidor y enseguida estuvo en la cocina. Dejó la caja blanca sobre la cama llena de edredones y después entró en la habitación oscura. A través de las ventanas se podía ver, al otro lado de la calle, el interior de la taberna iluminada.
-¿Estás aquí? - preguntó.
-Sí que estoy, Rosetka, ¿mi gatito no estaba en la galería?
-No lo he visto, pero, buenas noches, papá - dijo y después apoyó los codos en el respaldo de la butaca donde estaba sentado su padre que miraba el interior de la taberna, alrededor de cuyo billar verde andaban los jugadores con los tacos, y los marcos de las ventanas les cortaban las cabezas y las piernas.
-¿Por qué Lad'a no hace una jugada por la espalda? - se extrañó el padre.
Rosetka se desabrochó el sujetador.
-¿Qué decía yo? - dijo el padre contento -. ¡Y además ahora Kamil hará una carambola!
-¿Sí? - dijo Rosetka bajándose las braguitas, se le engancharon con el empeine y ella dio saltitos hasta caerse de lado sobre el sofá.
Pero el padre empezó a toser y a ahogarse.
Rosetka acercó el cubo a su padre, después abrió un armario, sacó de él un vestido blanco, se lo puso acariciando el frío satén y mirando lo bien que le sentaba.
-¡Ojalá vomitase de una vez por todas esta maldita vida! - dijo el padre.
Después se acurrucó en forma de ovillo y escuchaba los golpes suaves de las bolas de billar.
-¡Si al menos mi gatito estuviese aquí! - se quejó.
-Ya volverá. Seguro que ha encontrado una gata o algo por el estilo - dijo la hija y se abrochó el sujetador.
Después entró en la cocina.
La madre estaba delante del espejo y entre sus dedos llevaba una rama con una camelia preciosa. Sobre los edredones de la cama estaban el hilo dorado y la caja blanca abierta.
-¡Mamá, sáquese enseguida ese saco! - dijo Rosetka y añadió en voz baja -: Ha vuelto a encontrarse mal.
La madre dejó con cuidado la camelia sobre la cama, después se desató el saco que llevaba en vez de delantal cuando fregaba la escalera, y señaló la ramita diciendo:
-¡Yo siempre llevaba una camelia como ésa en el baile de Parques y Jardines! - Y susurró -: Quería la ternera rellena, y parece que ya no digiere...
-Mamá, ¡ayúdeme! - dijo Rosetka. Y añadió en voz baja -: Siempre pregunta por su gatito.
La madre sacó del armario los zapatos plateados con los tacones de cristal, miró a su hija inclinada sobre una palangana y dijo:
-¡Con unos zapatos así yo me torcería el tobillo! - y añadió en voz baja -: Se tropezaba con el animal, y el médico dijo que teníamos que deshacernos del gato.
Rosetka se limpiaba los oídos con la punta de la toalla y la madre llevó desde la habitación el vestido de satén, lo levantó delante del espejo y miraba lo bien que le sentaba.
-¡Mamá, lávese las manos, me lo ensuciará! - dijo Rosetka y en voz baja -: ¿Dónde lo llevó?
-Rosetka, todo el mundo va a envidiarte - dijo la madre y añadió en voz baja -: Llevé aquel monstruo al barranco del diablo.
-¡Mamá, páseme ahora el vestido por la cabeza! - dijo Rosetka
Y después:
-Mañana lo iré a buscar, pues sí que la ha hecho buena...
-¡Ay!, qué vestido más elegante - dijo la madre y en voz baja -: Ayer papá lloró por primera vez en su vida. Ya no vino ninguno de sus amigos, nadie le mandó un mensaje, un saludo...
Rosetka se pintaba los labios haciéndoselos más provocadores, después fijó la camelia en el vestido.
La madre se secó una lágrima y suspiró.
Después abrió la puerta de la habitación, encendió la luz y con ambas manos señalaba a la hija que entraba.
-¡Fíjate, papá! ¡La dama de las camelias!
De detrás de la butaca dio un vistazo una cara chupada.
-Estás muy guapa, hijita, muy guapa - dijo el padre que levantó hacia su cara un espejo de bolsillo redondo, se miró en él, y después señaló con el dedo la fotografía entre las ventanas, una fotografía de un hombre fuerte, al lado del billar, con la camisa desabrochada, poniendo yeso al taco. Señaló la fotografía y dijo:
-¡Qué principio y qué final! - Y miraba el espejito y se pasó el dedo por las arrugas de alrededor de la boca.
-Papá - dijo Rosetka dando una vuelta como las modelos para que pudiera verla de todas partes.
-Estás muy guapa, hijita - decía el padre en voz baja -. Que te diviertas tanto como a mí me gustaba divertirme, y te aconsejo que siempre quieras ser alguien mejor, tal como yo hacía... Yo que hoy ya sé por qué los amigos del billar ya no vienen ni vendrán. Yo mismo tampoco vendría a verme - dijo el padre sonriente y volvía a mirar el espejo redondo. Y añadió -: ¡Ojalá estuviese aquí mi gatito, mí gato, que siempre me ve como si fuese joven y guapo y agradable y etc.! ¿Sabes?
Debajo de las ventanas sonó un claxon.
-El taxi ya está aquí - gritó Rosetka -. ¡Papá, buenas noches! - Y le mandó un beso.
-Vete, hijita y diviértete tanto como yo solía divertirme en mis tiempos - susurró el padre apoyándose en el marco de la ventana y vio cómo los jugadores de billar corrían hacia las ventanas de la taberna y miraban quién se iba y quién llegaba.
En la cocina la madre echó el abrigo de falso visón sobre los hombros de Rosetka.
-Mamá, déme un billete de cincuenta, deprisa - dijo Rosetka.
La madre abrió un aparador desconchado y suspiró:
-¡Ay, Dios mío!
Después el vestido de satén salió a la galería.
La madre apoyaba un brazo en el pasamanos, y el otro en la cadera dolorida. Y miraba cómo bajaba por la escalera de caracol hacia el patio el abrigo blanco de falso visón y los tacones de vidrio eran como arpegios de un mundo mejor.
Rosetka salió hacia el patio, se paró sobre la cloaca, saludó a su madre con la mano y le sonrió cariñosamente. La madre asintió con la cabeza y cerró los ojos.
Una de las viejecillas dijo con malicia:
-Va a llover, las cloacas apestan.
Bohumil Hrabal (Brno, (Moravia) 28 de marzo de 1914 - Praga, 3 de febrero de 1997). Novelista checo, entre cuyas obras destacan Trenes rigurosamente vigilados (1964), Yo, que he servido al rey de Inglaterra (1971) y Una soledad demasiado ruidosa (1977, en edición samizdat).
Hrabal fue un escritor de obra tardía. Estudió Derecho en la Universidad Carolina de Praga y no fue hasta 1963 (a punto de cumplir su medio siglo de vida) cuando publicará su primer libro Skřivánci na niti (Alondras en el alambre), que sería dos años más tarde llevada al cine por el director Jiří Menzel, quien populizaría muchas de sus novelas (Tijeretazos, Fiestas de campanillas blancas, Alondras en el alambre, y Trenes rigurosamente vigilados, filme rodado en los afamados Estudios Barandov, protagonizado por Vaclav Neckar, y estrenado en 1966 que obtendría el oscar a la mejor película de habla no inglesa).
En 1964 publica dos de sus más importantes obras. Trenes rigurosamente vigilados es un relato acerca de un guardagujas y su aprendiz cuyo telón de fondo es la angustia por la ocupación nazi de Checoslovaquia, pero que también presta atención a los pequeños detalles y a la iniciación sexual del joven protagonista. Del mismo año es Clases de baile para adultos y alumnos aventajados, de construcción experimental, pues la constituye una infinita frase inacabada.

Sus novelas fueron traducidas a veinticuatro lenguas, obteniendo renombre internacional. Durante los años setenta, en la denominada «época de normalización» en la Checoslovaquia comunista, el autor fue represaliado por su adhesión a la «Anticarta» en la Primavera de Praga, siendo expulsado de la Asociación de Escritores Checos y retirándose su obra de librerías y bibliotecas, para más tarde permitir a Hrabal publicar sus textos de forma ocasional en tiradas reducidas, en lo que se conoció como ediciones samizdat, cuando sus novelas anteriores siempre habían agotado sus tiradas poco después de ponerse a la venta. Escrita en 1977 por el sistema samizdat, aunque no publicada en una tirada normal hasta 1980 en Colonia (Alemania), Příliš hlučná samota (Una soledad demasiado ruidosa) está considerada como una de sus obras maestras.
Pese a su fama, el escritor checo se mantuvo alejado de la vida social, y gustaba de entretener su ocio en su habitual cervecería praguense. Bohumil Hrabal murió a los 83 años de edad tras caerse de un quinto piso, y todavía se mantiene el debate de si fue accidental o se trató de un suicidio. En el año 2006 el director Jirí Menzel estrenó Yo que he servido al rey de Inglaterra, nuevamente basada en una de las novelas más relevantes de Hrabal.
En la obra de Bohumil Hrabal destaca la perspicacia en la observación costumbrista y un talento narrativo novedoso y lírico. Sus personajes actúan de modo atrevido, están caracterizados por el interés por los detalles cotidianos y mínimos y poseen una gran dosis de imaginación creativa, como dijo el propio autor:
Allí donde fallo yo como hombre, fallan también mis personajes literarios. Por otro lado, ellos sienten orgullo por las mismas cosas que yo, es decir, por los pormenores cotidianos de la vida
Bohumil Hrabal cursó en Praga estudios de derecho, que hubo de interrumpir a causa de la ocupación nazi. Trabajó como empleado ferroviario durante la guerra y en diversos oficios a su término: tramoyista, cartero, metalúrgico. A partir de 1962 se dedicó por entero a la literatura. Después de la invasión soviética de 1968 no pudo continuar publicando legalmente sus novelas, parte de las cuales aparecieron en samizdat (publicaciones al margen de la ley) o en el extranjero.
Ya a finales de la década de 1940 había comenzado a escribir poesía, así como relatos cortos, aunque éstos no verían la luz, transformados, hasta decenios más tarde. Sus primeras obras en verso muestran todavía las influencias del "poetismo", pero será la tradición surrealista (checa y francesa) la que marcará con mayor claridad su producción narrativa posterior, con el gusto por la yuxtaposición de elementos discordantes, la pasión por el "collage" y la construcción de las metáforas.
En 1956 publicó Conversaciones con la gente, pero fue Una perla en el fondo la que alcanzó un gran éxito, seguida de Los palabristas (1964) y el extenso "monólogo-collage" Curso de danza para adultos y alumnos adelantados (1964). Tales obras son una confusa reunión de pequeñas historias y anécdotas de irrefrenable comicidad, sostenidas por un lenguaje rico y compacto que alcanza el nivel de joya de la lengua hablada. Desde el principio destacó por la originalidad de sus textos, situados entre la literatura oral y la vanguardista, con manifiestos antecedentes en la tradición picaresca de J. Hasek, un gran despliegue de humor y asociaciones surrealistas; el resultado fue una producción radicalmente subversiva.
De estructura más clásica es Trenes rigurosamente vigilados (1965), acerca de cómo el intento de superar sus problemas sexuales conduce al joven Milos al heroísmo en la resistencia antinazi; llevada al cine por Jiøí Menzel, el filme obtuvo un Oscar en 1966. Con esta obra se enfrentó a la forma cerrada y más amplia de la novela, mientras que en Anuncio una casa donde ya no quiero vivir (1965), Hrabal toma una vez más del "collage" el principio de la contraposición de planos narrativos diversos y regresa al período oscuro del estalinismo, iluminándolo con relámpagos de metáforas surrealistas, con gran melancolía política pero al mismo tiempo con enorme confianza en el hombre, auténtico protagonista de toda su obra.
Tras la invasión soviética de 1968, que le supuso más de siete años de silencio editorial forzado, dos libros retirados de la venta y una publicación incompleta y cronológicamente desfasada de sus obras, Hrabal elaboró formas narrativas de inspiración más amplia, como la trilogía ambientada en Nymburk que tiene como protagonistas a los padres del escritor (sobre todo a la madre) y al propio Hrabal, y que integran las novelas La tonsura (1976), La pequeña ciudad donde el tiempo se detuvo (1978) y Los millones de Arlequín (1981). El tema que pasa a ocupar el primer plano es la actitud del hombre frente a la muerte y a la historia.
Le siguieron las tres novelas que representan la cumbre de su producción. Nezný barbar (Bárbara ternura, 1973), publicado sólo en el extranjero, relata las aventuras picarescas e inverosímiles del dibujante V. Boudník y sus amigos E. Bondy y Bohumil Hrabal en la Praga de los años cincuenta y sesenta. En Yo que he servido al rey de Inglaterra (1982), describe la ascensión y caída de un joven aprendiz de camarero en contacto con la historia. Y Una soledad demasiado ruidosa (1976), publicada también sólo fuera de Checoslovaquia, es el amargo monólogo de un trabajador de un almacén de reciclaje de papel frente a un mundo que cambia de manera inexplicable, violenta y poética; esta "renuntiatio mundi" de un no-intelectual "instruido en contra de su voluntad" ante la progresiva desaparición de su propio mundo cultural es sin duda una de las obras maestras del autor.
La producción de Bohumil Hrabal, dispersa y fragmentada, aunque traducida a numerosas lenguas del mundo, es enorme en extensión, de modo que aún prosigue el trabajo de edición de sus obras completas. De entre sus restantes títulos sobresale la trilogía de recuerdos Bodas en casa (1986-1987), que consta de una primera parte de título homónimo y una segunda y tercera tituladas Vita nuova y Solares. La obra recoge la trayectoria personal e intelectual del autor, narrada por su esposa Eliska y por otras personas que tuvieron algún papel en su vida, así como por el propio Hrabal. En la primera parte la narradora, joven aún, llega sola y sin recursos a la Praga de la inmediata posguerra. Ha perdido a su familia, deportada. Allí conoce a Bohumil Hrabal, que acabará convirtiéndose en su marido; es un abogado que jamás ejerció como tal y que se dedica a escribir unos textos impublicables en aquella época. Hrabal aún tiene tiempo de mostrar a Eliska la Praga viva y tradicional que está a punto de desaparecer, arrollada por el terror, la burocracia y el aburrido uniformismo estalinista.
Tras esta introducción, lírica y nostálgica, Vita nuova recoge una serie de episodios inconexos, reunidos en una especie de collage narrativo. El tiempo avanza y retrocede: recuerdos de infancia, deshielo tras la muerte de Stalin, tertulias y conversaciones con los amigos y descripciones detalladas de ambientes y personas, incluido el propio autor. Pese a la relativa apertura política, Hrabal no ha conseguido ser aceptado como escritor; ha desempeñado diversos empleos y Eliska trabaja como camarera. Por fin, consigue publicar un libro, pero en cuanto aparece es objeto de prohibición y su autor incluido en la lista negra.
La última parte de la trilogía, Solares, también está estructurada en collages, y centra la narración en la década de 1960. Con casi cincuenta años, Hrabal consigue publicar un volumen de cuentos que tiene gran éxito. Comienzan los reconocimientos, los premios, las salidas al extranjero. Pero no faltan las amarguras: enfermedades, temor a la muerte, separación de amigos, la invasión de Checoslovaquia en 1968 y la nueva inclusión del autor en la lista negra de la disidencia, disipadas ya las efímeras esperanzas de la primavera de Praga. Pese a las coacciones, sigue escribiendo, y una prueba de su irreductible voluntad de perseverar es precisamente este libro, redactado en los últimos pero no menos duros años del régimen comunista, que el autor vivió en condiciones especialmente penosas. Quizá por eso, a modo de mecanismo compensador, confiere relieve en la obra a sus recuerdos más alegres.
Considerado uno de los más grandes autores del siglo XX en su lengua por su facilidad narrativa y el uso alternativo del humor y la tragedia en un mismo plano, adquirió popularidad con sus novelas Curso de danza para adultos y alumnos adelantados (1964), Trenes rigurosamente vigilados (1965) y Yo que serví al rey de Inglaterra (1971). Su adhesión al Manifiesto de las dos mil palabras (1968) provocó la prohibición temporal de sus publicaciones en el país. La novela autobiográfica Bodas en casa (1990) confirmó el lugar de privilegio que ocupa entre los escritores centroeuropeos.
Semblanza biográfica:Wikipedia,biografiasyvidas.com.Texto: El cuento del día. Foto:Internet.

El cuento del domingo


Ray Bradbury
El peatón
 
Entrar en aquel silencio que era la ciudad a las ocho de una brumosa noche de noviembre, pisar la acera de cemento y las grietas alquitranadas, y caminar, con las manos en los bolsillos, a través de los silencios, nada le gustaba más al señor Leonard Mead. Se detenía en una bocacalle, y miraba a lo largo de las avenidas iluminadas por la Luna, en las cuatro direcciones, decidiendo qué camino tomar. Pero realmente no importaba, pues estaba solo en aquel mundo del año 2052, o era como si estuviese solo. Y una vez que se decidía, caminaba otra vez, lanzando ante él formas de aire frío, como humo de cigarro.

A veces caminaba durante horas y kilómetros y volvía a su casa a medianoche. Y pasaba ante casas de ventanas oscuras y parecía como si pasease por un cementerio; sólo unos débiles resplandores de luz de luciérnaga brillaban a veces tras las ventanas. Unos repentinos fantasmas grises parecían manifestarse en las paredes interiores de un cuarto, donde aún no habían cerrado las cortinas a la noche. O se oían unos murmullos y susurros en un edificio sepulcral donde aún no habían cerrado una ventana.

El señor Leonard Mead se detenía, estiraba la cabeza, escuchaba, miraba, y seguía caminando, sin que sus pisadas resonaran en la acera. Durante un tiempo había pensado ponerse unos botines para pasear de noche, pues entonces los perros, en intermitentes jaurías, acompañarían su paseo con ladridos al oír el ruido de los tacos, y se encenderían luces y aparecerían caras, y toda una calle se sobresaltaría ante el paso de la solitaria figura, él mismo, en las primeras horas de una noche de noviembre. 


En esta noche particular, el señor Mead inició su paseo caminando hacia el oeste, hacia el mar oculto. Había una agradable escarcha cristalina en el aire, que le lastimaba la nariz, y sus pulmones eran como un árbol de Navidad. Podía sentir la luz fría que entraba y salía, y todas las ramas cubiertas de nieve invisible. El señor Mead escuchaba satisfecho el débil susurro de sus zapatos blandos en las hojas otoñales, y silbaba quedamente una fría canción entre dientes, recogiendo ocasionalmente una hoja al pasar, examinando el esqueleto de su estructura en los raros faroles, oliendo su herrumbrado olor.

-Hola, los de adentro -les murmuraba a todas las casas, de todas las aceras-. ¿Qué hay esta noche en el canal cuatro, el canal siete, el canal nueve? ¿Por dónde corren los cowboys? ¿No viene ya la caballería de los Estados Unidos por aquella loma?

La calle era silenciosa y larga y desierta, y sólo su sombra se movía, como la sombra de un halcón en el campo. Si cerraba los ojos y se quedaba muy quieto, inmóvil, podía imaginarse en el centro de una llanura, un desierto de Arizona, invernal y sin vientos, sin ninguna casa en mil kilómetros a la redonda, sin otra compañía que los cauces secos de los ríos, las calles.

-¿Qué pasa ahora? -les preguntó a las casas, mirando su reloj de pulsera-. Las ocho y media. ¿Hora de una docena de variados crímenes? ¿Un programa de adivinanzas? ¿Una revista política? ¿Un comediante que se cae del escenario?

¿Era un murmullo de risas el que venía desde aquella casa a la luz de la luna? El señor Mead titubeó, y siguió su camino. No se oía nada más. Trastabilló en un saliente de la acera. El cemento desaparecía ya bajo las hierbas y las flores. Luego de diez años de caminatas, de noche y de día, en miles de kilómetros, nunca había encontrado a otra persona que se paseara como él.

Llegó a una parte cubierta de tréboles donde dos carreteras cruzaban la ciudad. Durante el día se sucedían allí tronadoras oleadas de autos, con un gran susurro de insectos. Los coches escarabajos corrían hacia lejanas metas tratando de pasarse unos a otros, exhalando un incienso débil. Pero ahora estas carreteras eran como arroyos en una seca estación, sólo piedras y luz de luna.

Leonard Mead dobló por una calle lateral hacia su casa. Estaba a una manzana de su destino cuando un coche solitario apareció de pronto en una esquina y lanzó sobre él un brillante cono de luz blanca. Leonard Mead se quedó paralizado, casi como una polilla nocturna, atontado por la luz.

Una voz metálica llamó:

-Quieto. ¡Quédese ahí! ¡No se mueva!

Mead se detuvo.

-¡Arriba las manos!

-Pero... -dijo Mead.

-¡Arriba las manos, o dispararemos!

La policía, por supuesto, pero qué cosa rara e increíble; en una ciudad de tres millones de habitantes sólo había un coche de policía. ¿No era así? Un año antes, en 2052, el año de la elección, las fuerzas policiales habían sido reducidas de tres coches a uno. El crimen disminuía cada vez más; no había necesidad de policía, salvo este coche solitario que iba y venía por las calles desiertas.

-¿Su nombre? -dijo el coche de policía con un susurro metálico.

Mead, con la luz del reflector en sus ojos, no podía ver a los hombres.

-Leonard Mead -dijo.

-¡Más alto!

-¡Leonard Mead!

-¿Ocupación o profesión?

-Imagino que ustedes me llamarían un escritor.

-Sin profesión -dijo el coche de policía como si se hablara a sí mismo.

La luz inmovilizaba al señor Mead, como una pieza de museo atravesada por una aguja.

-Sí, puede ser así -dijo.

No escribía desde hacía años. Ya no vendían libros ni revistas. Todo ocurría ahora en casa como tumbas, pensó, continuando sus fantasías. Las tumbas, mal iluminadas por la luz de la televisión, donde la gente estaba como muerta, con una luz multicolor que les rozaba la cara, pero que nunca los tocaba realmente.

-Sin profesión -dijo la voz de fonógrafo, siseando-. ¿Qué estaba haciendo afuera?

-Caminando -dijo Leonard Mead.

-¡Caminando!

-Sólo caminando -dijo Mead simplemente, pero sintiendo un frío en la cara.

-¿Caminando, sólo caminando, caminando?

-Sí, señor.

-¿Caminando hacia dónde? ¿Para qué?

-Caminando para tomar aire. Caminando para ver.

-¡Su dirección!

-Calle Saint James, once, sur.

-¿Hay aire en su casa, tiene usted acondicionador de aire, señor Mead?

-Sí.

-¿Y tiene usted televisor?

-No.

-¿No?

Se oyó un suave crujido que era en sí mismo una acusación.

-¿Es usted casado, señor Mead?

-No.

-No es casado -dijo la voz de la policía detrás del rayo brillante.

La luna estaba alta y brillaba entre las estrellas, y las casas eran grises y silenciosas.

-Nadie me quiere -dijo Leonard Mead con una sonrisa.

-¡No hable si no le preguntan!

Leonard Mead esperó en la noche fría.

-¿Sólo caminando, señor Mead?

-Sí.

-Pero no ha dicho para qué.

-Lo he dicho; para tomar aire, y ver, y caminar simplemente.

-¿Ha hecho esto a menudo?

-Todas las noches durante años.

El coche de policía estaba en el centro de la calle, con su garganta de radio que zumbaba débilmente.

-Bueno, señor Mead -dijo el coche.

-¿Eso es todo? -preguntó Mead cortésmente.

-Sí -dijo la voz-. Acérquese. -Se oyó un suspiro, un chasquido. La portezuela trasera del coche se abrió de par en par-. Entre.

-Un minuto. ¡No he hecho nada!

-Entre.

-¡Protesto!

-Señor Mead...

Mead entró como un hombre que de pronto se sintiera borracho. Cuando pasó junto a la ventanilla delantera del coche, miró adentro. Tal como esperaba, no había nadie en el asiento delantero, nadie en el coche.

-Entre.

Mead se apoyó en la portezuela y miró el asiento trasero, que era un pequeño calabozo, una cárcel en miniatura con barrotes. Olía a antiséptico; olía a demasiado limpio y duro y metálico. No había allí nada blando.

-Si tuviera una esposa que le sirviera de coartada... -dijo la voz de hierro-. Pero...

-¿Hacia dónde me llevan?

El coche titubeó, dejó oir un débil y chirriante zumbido, como si en alguna parte algo estuviese informando, dejando caer tarjetas perforadas bajo ojos eléctricos.

-Al Centro Psiquiátrico de Investigación de Tendencias Regresivas.

Mead entró. La puerta se cerró con un golpe blando. El coche policía rodó por las avenidas nocturnas, lanzando adelante sus débiles luces.

Pasaron ante una casa en una calle un momento después. Una casa más en una ciudad de casas oscuras. Pero en todas las ventanas de esta casa había una resplandeciente claridad amarilla, rectangular y cálida en la fría oscuridad.

-Mi casa -dijo Leonard Mead.

Nadie le respondió.

El coche corrió por los cauces secos de las calles, alejándose, dejando atrás las calles desiertas con las aceras desiertas, sin escucharse ningún otro sonido, ni hubo ningún otro movimiento en todo el resto de la helada noche de noviembre. 


Ray Douglas Bradbury; Waukenaun, Illinois, 1920 2012. Novelista y cuentista estadounidense conocido principalmente por sus libros de ciencia ficción. Alcanzó la fama con la recopilación de sus mejores relatos en el volumen Crónicas marcianas (1950), que obtuvieron un gran éxito y le abrieron las puertas de prestigiosas revistas. Se trata de narraciones que podrían calificarse de poéticas más que de científicas, en las que lleva a cabo una crítica de la sociedad y la cultura actual, amenazadas por un futuro tecnocratizado. En 1953 publicó su primera novela, Fahrenheit 451, que obtuvo también un éxito importante y fue llevada al cine por François Truffaut. En ella puso de manifiesto el poder de los medios de comunicación y el excesivo conformismo que domina la sociedad.

Ray Bradbury
Ray Bradbury se graduó en la escuela secundaria en 1938, y se ganó la vida como vendedor de periódicos hasta 1942. Comenzó a escribir desde niño, pero publicó su primera historia en 1938, en una revista de aficionados. Adquirió la certeza de lo que sería su estilo cuando compuso The Lake. En 1943 dejó el trabajo de vendedor de periódicos y se dedicó a escribir a tiempo completo, publicando en diversos medios numerosos relatos breves, hasta que en 1950, con la aparición de Crónicas marcianas, comenzó su ascendente fama literaria. En sus páginas, que relatan los intentos de los terrestres por colonizar el planeta Marte, se reflejan las angustias y ansiedades que existían en la sociedad norteamericana de la década de los cincuenta, ante el peligro de una guerra nuclear.
Considerados un clásico de la ciencia ficción, este conjunto de relatos interdependientes recoge no sólo las vicisitudes de la colonización del planeta Marte sino también la caída de su civilización, abarcando un período comprendido entre 1999 y 2026. Los marcianos poseen notables poderes telepáticos, lo que causa graves contratiempos a las tres primeras expediciones. La cuarta aporta al planeta la varicela, que contagia a los indígenas y acaba con su resistencia.
A continuación, se desarrolla la obra colonizadora, que aporta al planeta los aspectos más negativos de la cultura occidental. Sólo un mexicano, que conserva las esencias de su cultura indígena, consigue establecer una auténtica comunicación con un marciano que, a su vez, es depositario de las tradiciones desplazadas por la hegemonía de los colonizadores. Éstos han degradado a tal punto la civilización autóctona, que en uno de los relatos un marciano utiliza sus poderes telepáticos para divertir a los nuevos amos adoptando las personalidades que le solicitan. También los negros estadounidenses establecen asentamientos para huir de la discriminación. Finalmente, el planeta casi se despuebla porque una amenaza bélica en la Tierra induce a los colonos a regresar. Los pocos que permanecen en Marte se convierten en los "nuevos" marcianos.
En 1951 publicó uno de sus libros mayores, El hombre ilustrado, compuesto por varios relatos de naturaleza fantástica, y dos años más tarde otro de los más representativos, Fahrenheit 451Fahrenheit 451 narra la historia de una ciudad del futuro dominada por los medios audiovisuales, en la que se acosa el individualismo, están prohibidos los libros, y los bomberos, brazos ejecutores de un Estado totalitario, son los encargados de quemarlos. Al margen de la sociedad, un grupo de hombres recluidos en los bosques decide memorizar textos enteros de filosofía y literatura para preservar la cultura. (título que alude a la temperatura en que libros empiezan a arder).

Fotogramas de Fahrenheit 451, de François Truffaut
Esta fábula moralizante ha sido considerada como una gran obra antiutópica y acaso premonitoria, y fue llevada al cine por François Truffaut. En el relato de Bradbury se exponen de forma minuciosa las razones de la prohibición de los libros en boca del jefe de bomberos, Guy Montag. Frente a sus argumentos se expone el punto de vista de un profesor que aconseja a Montag y que pone de relieve las características positivas de la lectura. De este modo, se desarrolla una reflexión que se enriquece con referencias a los clásicos.
Bradbury advierte de los peligros y las amenazas que incumben a una sociedad enteramente automatizada, olvidada de los valores tradicionales de la cultura, y próxima al exterminio atómico. Consigue climas sardónicamente alucinantes en cuentos como There will come soft rains (1950), donde una casa robotizada prosigue realizando los movimientos programados, en un mundo carente ya de vida, hasta su postrer quema liberadora, o en The Veldt (1950), donde otra casa automatizada, casi dotada de vida propia, masacra, con la complicidad de los niños, a los padres de éstos.
Pero Bradbury no sólo cultivó la ciencia ficción y la literatura de corte fantástico, sino que escribió también libros realistas e incluso incursionó en el relato policial. Su prosa se caracteriza por la universalidad, como si no le importara tanto perfeccionar un género como escribir acerca de la condición humana y su temática, a través de un estilo poético.

En su niñez Ray se trasladó, por cuestiones laborales de su padre, a vivir en varias ocasiones a Tucson, en Arizona. Finalmente, en 1934, la familia Bradbury se trasladó a California, residiendo en la ciudad de Los Ángeles.

Después de terminar el instituto en 1938, en donde solía realizar actuaciones teatrales, Bradbury abandonó los estudios para convertirse en autodidacta y dedicar su tiempo a la lectura y a escribir, publicando sus primeros relatos cortos, como `Hollerbocher`s Dilemma`, texto publicado en la revista `Imagination`. Al mismo tiempo que comenzaba su carrera como escritor vendía periódicos en la ciudad angelina.

Algunas de las publicaciones en las que vio publicados sus relatos fueron `Futuria Fantasia` (su propia revista), `Spaceways`, `Super Sciencie Stories`, en donde por primera vez le pagaron por un relato llamado `Pendulum`, aparecido en 1941, `Weird Tales`, o `Best American Short Stories`, en donde en 1945 apareció `The Big Black and White Game`.

En esta época solía emplear variados seudónimos, como Ron Reynolds, Guy Amory, Anthony Corvais, Omega, Briand Eldred, Edward Banks, e incluso empleando el nombre de su padre, Leonard Spaulding. Más tarde también emplearía Douglas Spaulding.

En 1946 Bradbury conoció a Maggie McClure, quien trabajaba en una librería. Un año después Ray y Maggie contrajeron matrimonio, el cual duraría hasta el 2003, año en el cual falleció Maggie.

La colección de relatos `Carnaval negro` (1947) sacó a Bradbury del anonimato literario. Posteriormente triunfaría con `Crónicas marcianas` (1950), fabulación sobre la colonización del planeta rojo, `El hombre ilustrado` (1951), `Las doradas manzanas del sol` (1953) o `Fahrenheit 451` (1953), el título más popular de su bibliografía, ambientado en una sociedad que prohíbe los libros.

Con estos títulos Ray Bradbury logró ser reconocido por sus novelas de ciencia-ficción y fantasía, estableciendo miradas bastante sombrías y críticas sobre el devenir de la sociedad humana, a las que no le faltan trazos líricos en una exposición que suele fustigar la desproporción tecnológica, las desigualdades y el totalitarismo.

Por sus trabajos recibió diferentes premios como el O. Henry Memorial o el galardón Benjamin Franklin.

Su prolífica producción literaria, generalmente libros de relatos, incluye otros títulos como `El país de octubre` (1955), `El vino del estío` (1957), `El día que llovió para siempre` (1959), `Twice 22` (1959), `Una medicina para la melancolía` (1959), `R is for Rocket` (1960), `La feria de las tinieblas` (1962), `Las maquinarias de la alegría` (1964), `The Vintage Bradbury` (1965), `S is for Space` (1966) `Dos veces veintidós` (1966), `Leviatán 99` (1966), `Canto al cuerpo eléctrico` (1969), `Fantasmas de lo nuevo` (1959), `Sueño de fiebre y otras fantasías` (1970), `El árbol de las brujas` (1972), `EL maravilloso traje de color vainilla` (1972), `Columna de fuego y otras obras` (1973), `Mucho después de medianoche` (1976), `El último Circus y la electrocución` (1980), `Memoria de un crimen` (1984), `La muerte es un asunto solitario` (1985), `Cementerio para lunáticos` (1990), `Más rápido que el ojo` (1992), `Ahmed y las máquinas del olvido: Una fábula` (1998), `De la ceniza volverás` (2001), `Matemos a Constance` (2002), `Algo más en el equipaje` (2002), libro por el cual ganó el Premio Bram Stoker o `The Cat`s Pajamas: New Stories` (2004).

También ha escrito obras teatrales, ensayos, volúmenes de poesía y guiones cinematográficos, entre ellos la adaptación del `Moby Dick (1956) de Herman Melville realizada por John Huston.
 
Semblanza biográfica: donadordealmas.com,biografiasyvidas.com.Texto:El cuento del día.Foto:archivo.

El cuento del domingo


Arthur C. Clarke
Crímen en Marte
 - En Marte hay poca delincuencia - observó el inspector Rawlings con tristeza -. En realidad, éste es el motivo principal de que regrese al Yard. De quedarme aquí más tiempo, perdería toda mi práctica.
Estábamos sentados en el salón del observatorio principal del espaciopuerto de Phobos, mirando las grietas resecas por el sol de la diminuta luna de Marte. El cohete transbordador que nos había traído desde Marte se había marchado diez minutos antes y ahora iniciaba la larga caída hacia el globo color ocre que colgaba entre las estrellas. Media hora más tarde, subiríamos a la nave espacial en dirección a la Tierra..., planeta en el que la mayoría de pasajeros nunca habían puesto los pies, si bien aún lo llamaban «su patria»
- Al mismo tiempo - continuó el inspector -, de vez en cuando se presenta un caso que presta interés a la vida. Usted, señor Maccar, es tratante en arte, y estoy seguro que habrá oído hablar de lo ocurrido en la Ciudad del Meridiano hace un par de meses.
- No creo - dijo el individuo regordete y de tez olivácea al que había tomado por otro turista de regreso.
Por lo visto, el inspector ya había examinado la lista de pasajeros; me pregunté qué sabría de mí y traté de tranquilizar mi conciencia, diciéndome que estaba razonablemente limpia. Al fin y al cabo, todo el mundo pasaba algo de contrabando por la aduana de Marte...
- La cosa se acalló - prosiguió el inspector -, pero hay asuntos que no pueden mantenerse en secreto largo tiempo. Bien, un ladrón de joyas de la Tierra intentó robar del Museo de Meridiano el mayor de los tesoros... la Diosa Sirena.
- ¡Eso es absurdo! - objeté -. Naturalmente, no tiene precio... pero no es más que un pedazo de roca arenisca. Lo mismo podrían querer robar La Mona Lisa.
- Eso ya ha ocurrido también - sonrió sin alegría el inspector -. Y tal vez el motivo fuese el mismo. Hay coleccionistas que pagarían una fortuna por tal objeto, aunque sólo fuese para contemplarlo en secreto. ¿No está de acuerdo, señor Maccar?
- Muy cierto - aseguró el experto en arte -. En mi profesión, hallamos a toda clase de chiflados.
- Bien, ese individuo, que se llama Danny Weaver, debía recibir una buena suma por el objeto. Y a no ser por una fantástica mala suerte, habría llevado a cabo el robo.
El sistema de altavoces del espaciopuerto dio toda clase de excusas por un leve retraso debido a la última comprobación del combustible, y pidió a varios pasajeros que se presentasen en información. Mientras esperábamos que callase la voz, recordé lo poco que sabía de la Diosa Sirena. Aunque no había visto el original, llevaba una copia, como la mayoría de turistas, en mi equipaje. El objeto llevaba el certificado del Departamento de Antigüedades de Marte garantizando que «se trata de una reproducción a tamaño natural de la llamada Diosa Sirena, descubierta en el mar Sirenium por la Tercera Expedición, en 2012 después de Cristo (23 D.M.)»
Era raro que un objeto tan pequeño causara tantas discusiones. Medía Poco más de veinte centímetros de altura, y nadie miraría el objeto dos veces de hallarse en un museo de la Tierra. Se trataba de la cabeza de una joven, de rasgos levemente orientales, con el cabello rizado en abundancia cerca del cráneo, los labios entreabiertos en una expresión de placer o sorpresa... y nada más.
Pero se trataba de un enigma tan misterioso que había inspirado un centenar de sectas religiosas, haciendo enloquecer a varios arqueólogos. Ya que una cabeza tan perfectamente humana no podía ser hallada en Marte, cuyos únicos seres inteligentes eran crustáceos... «langostas educadas», como los llamaban los periódicos. Los aborígenes marcianos nunca habían inventado el vuelo espacial, y su civilización desapareció antes de que el hombre apareciera sobre la Tierra.
Sin duda, la Diosa es ahora el misterio Número Uno del sistema solar. Supongo que la respuesta no la obtendrán durante mi existencia..., si llegan a obtenerla.
- El plan de Danny era sumamente simple - prosiguió el inspector -. Ya saben ustedes lo muertas que quedan las ciudades marcianas en domingo, cuando se cierra todo y los colonos se quedan en casa para ver la televisión de la Tierra. Danny confiaba en esto cuando se inscribió en el hotel de Meridiano Oeste, la tarde del viernes. Tenía el sábado para recorrer el museo, un domingo solitario para robar, y el lunes por la mañana sería otro de los turistas que saldrían de la ciudad...
»A primera hora del domingo cruzó el parque, pasando al Meridiano Este, donde se alza el museo. Por si no lo saben, la ciudad se llama del Meridiano porque está exactamente en el grado 180 de longitud; en el parque hay una gran losa con el Primer Meridiano grabado en ella, para que los visitantes puedan ser fotografiados de pie en los dos hemisferios a la vez. Es asombroso cómo estas niñerías divierten a la gente.
»Danny pasó el día recorriendo el museo como cualquier turista decidido a aprovecharse del valor de la entrada. Pero a la hora de cierre no se marchó, sino que se escondió en una de las galerías no abiertas al público, donde estaban disponiendo una reconstrucción del período del último canal, que por falta de dinero no habían terminado. Danny se quedó allí hasta medianoche, por si todavía había en el edificio algún investigador entusiasta. Luego abandonó el escondite y puso manos a la obra.
- Un momento - le interrumpí -. ¿Y el vigilante nocturno?
- ¡Mi querido amigo! En Marte no existen esos lujos. Ni siquiera hay señal de alarma en el museo porque, ¿quién quiere robar trozos de piedra? Cierto, la Diosa estaba encerrada en una vitrina de metal y cristal, por si algún cazador de recuerdos se entusiasmaba con ella. Pero aun en el caso de ser robada, el ladrón no podría ocultarla en ninguna parte, y, claro está, todo el tráfico de entrada y salida de Marte será registrado.
Esto era exacto. Yo había pensado en términos de la Tierra, olvidando que cada ciudad de Marte es un pequeño mundo cerrado por debajo del campo de fuerzas que la protege del casi vacío congelador. Más allá de las protecciones electrónicas existe sólo el vacío altamente hostil del exterior marciano, donde un hombre sin protección moriría en pocos segundos. Y esto facilita las leyes de seguridad.
- Danny poseía una serie de herramientas excelentes, tan especializadas como las de un relojero. La principal era una microsierra no mayor que un soldador, con una hoja sumamente delgada, impulsada a un millón de ciclos por segundo, gracias a un motor ultrasónico. Cortaba el cristal o el metal como mantequilla... y sólo dejaba el corte del espesor de un cabello. Lo importante para Danny era no dejar rastro de su labor.
»Ya habrán adivinado cómo pensaba operar. Cortaría la base de la vitrina y sustituiría el original por una de las copias de la Diosa. Tal vez transcurriesen un par de años antes de que un experto descubriera la verdad, y entonces el original ya estaría en la Tierra, disimulado como una copia, con un certificado de autenticidad. Listo, ¿eh?
»Debió ser algo espantoso trabajar en aquella galería a oscuras, con todos aquellos pedruscos de millones de años de antigüedad, todos aquellos inexplicables artefactos a su alrededor. En la Tierra, un museo ya es bastante siniestro de noche, pero... es humano. Y la Galería Tres, donde está la Diosa, resulta especialmente inquietante. Está llena de bajorrelieves con animales increíbles luchando entre sí; parecen avispas gigantes, y la mayoría de paleontólogos niegan que hayan existido alguna vez. Pero, imaginarios o no, pertenecieron a este mundo, y no trastornaron tanto a Danny como la Diosa, que le miraba a través de las edades, desafiándole a que explicara la presencia de ella allí. Y esto le daba escalofríos. ¿Cómo lo sé? El me lo confesó.
»Danny empezó a trabajar con la vitrina con el mismo cuidado con que un diamantista se dispone a cortar una gema. Tardó casi toda la noche en rajar la trampilla, y amanecía cuando descansó, guardándose la microsierra. Aún faltaba mucho que hacer, pero la parte más penosa había terminado. Colocar la copia en la vitrina, comprobar su aspecto con las fotos que llevaba consigo y ocultar todas las huellas le ocuparía gran parte del domingo, pero esto no lo inquietaba en absoluto. Le quedaban otras veinticuatro horas y recibiría con agrado la llegada de los primeros visitantes del lunes, momento en que podría mezclarse con ellos y salir de allí.
»Fue un tremendo golpe para su sistema nervioso, por tanto, cuando a las ocho y media abrieron las enormes puertas y el personal del museo, ocho en total, se dispusieron a iniciar el día de trabajo. Danny corrió hacia la salida de emergencia, abandonándolo todo: herramientas, la Diosa... todo.
»Y se llevó otra enorme sorpresa al verse en la calle; a aquella hora debía estar completamente desierta, con todo el mundo en casa leyendo los periódicos dominicales. Pero he aquí que los habitantes de Meridiano Este se encaminaban hacia las fábricas y oficinas, como en cualquier día normal de trabajo.
»Cuando el pobre Danny llegó al hotel ya le aguardábamos. No hacía falta ser un lince para comprender que sólo un visitante de la Tierra, y uno muy reciente había pasado por alto el hecho que constituye la fama de la Ciudad del Meridiano. Y supongo que ustedes ya lo habrán adivinado.
- Sinceramente, no - objeté -. No es posible visitar todo Marte en seis semanas, y nunca pasé del Syrtis Mayor.
- Pues es sumamente sencillo, aunque no podemos censurar excesivamente a Danny, puesto que incluso los habitantes del planeta caen ocasionalmente en la misma trampa. Es una cosa que no nos preocupa en la Tierra, donde hemos solucionado el problema con el océano Pacífico. Pero Marte, claro está, carece de mares; y esto significa que alguien se ve obligado a vivir en la Línea de Fecha Internacional...
»Danny planeó el robo desde Meridiano Oeste... Y allí era domingo, claro... y seguía siendo domingo cuando lo atrapamos en el hotel. Pero en el Meridiano Este, a menos de un kilómetro de distancia, sólo era sábado. ¡El pequeño cruce del parque era toda la diferencia! Repito que fue mala suerte.
Hubo un largo momento de silencio.
- ¿Cuánto le largaron? - inquirí al fin.
- Tres años - repuso el inspector.
- No es mucho.
- Años de Marte..., casi seis de los nuestros. Y una multa que, por exacta coincidencia, es exactamente el precio del billete de regreso a la Tierra. Naturalmente, no está en la cárcel... pues en Marte no pueden permitirse tales gastos. Danny tiene que trabajar para vivir, bajo una vigilancia discreta. Les dije que el museo no podía pagar a un vigilante nocturno, ¿verdad? Bien, ahora tiene uno. ¿Adivinan quién?
- ¡Todos los pasajeros dispónganse a subir a bordo dentro de diez minutos! ¡Por favor, recojan sus maletas! - ordenó el altavoz.
Cuando empezamos a avanzar hacia la puerta, me vi impulsado a formular otra pregunta:
- ¿Y la persona que contrató a Danny? Debía respaldarle mucho dinero. ¿Le atraparon?
- Aún no; la persona, o personas, han borrado las huellas completamente, y creo que Danny dijo la verdad al declarar que no podía darnos ninguna pista. Bien, ya no es mi caso. Como dije, regreso al Yard. Pero un policía siempre tiene los ojos bien abiertos... como un experto en arte, ¿eh, señor Maccar? Oh, parece haberse puesto un poco verde en torno a las branquias. Tómese una de sus tabletas contra el mareo espacial.
- No, gracias - repuso el señor Maccar -, estoy muy bien.
Su tono era desabrido; la temperatura social parecía haber descendido por debajo de cero en los últimos minutos. Miré al señor Maccar y al inspector. Y de pronto comprendí que la travesía sería muy interesante.

Sir Arthur Charles Clarke, CBE (16 de diciembre de 1917, Minehead, Inglaterra - 19 de marzo de 2008, Colombo, Sri Lanka) más conocido como Arthur C. Clarke, fue un escritor y científico británico. Autor de obras de divulgación científica y de ciencia ficción, como la novela 2001: Una odisea del espacio, El centinela o Cita con Rama y co-guionista de la película 2001: Una odisea del espacio.Nació en Minehead, Somerset. Ya de pequeño mostró su fascinación por la astronomía, con un telescopio casero dibujó un mapa de la Luna. Terminados sus estudios secundarios en 1936, se trasladó a Londres. Durante la Segunda Guerra Mundial, sirvió en la Royal Air Force (Real Fuerza Aérea) como especialista en radares, involucrándose en el desarrollo de un sistema de defensa por radar, y ejerciendo como instructor de la naciente especialidad. Concluida la guerra, publica su artículo técnico Extra-terrestrial Relays, en el cual sienta las bases de los satélites artificiales en órbita geoestacionaria (llamada, en su honor, órbita Clarke), una de sus grandes contribuciones a la ciencia del siglo XX. Este trabajo le valdrá numerosos premios, becas y reconocimientos.
En ese período estudia matemáticas y física en el prestigioso King's College de Londres, estudios que finalizó con honores. También ejerció varios años como presidente de la Sociedad Interplanetaria Británica (BIS), hecho que demuestra su gran afición por la astronáutica. En 1957 como parte del comité británico acude a Barcelona para el VIII Congreso Internacional de Astronáutica, momento que coincide con el lanzamiento del Sputnik I por parte de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Su fama mundial se consolidó con sus intervenciones en la televisión: en la década de los '60, como comentarista de la CBS de las misiones Apolo; y en la década de los '80, merced a un par de series de televisión que realizó.
También son conocidas sus famosas leyes de Clarke, publicadas en su libro de divulgación científica Perfiles del Futuro (1962). La más popular (y citada) de ellas es la llamada «Tercera Ley de Clarke»: Toda tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.
En 1953 Clarke conoció y se casó con Marilyn Mayfield, una divorciada de 22 años con un niño pequeño. Se separaron a los seis meses, aunque el divorcio no se formalizó hasta 1964.1 Clarke nunca volvió a casarse pero fue un amigo muy íntimo de Leslie Ekanayake, quien falleció en 1977. ).2 3
Desde 1956 y hasta su fallecimiento vivió en la isla de Sri Lanka, (antigua Ceilán), en parte por su interés por la fotografía y la exploración submarina, en parte debido a su fascinación por la cultura india.
En 1998 el Sunday Mirror, un tabloide londinense sugirió en primera página que el legendario escritor decidió vivir en Sri Lanka por algo más que el sol, las playas, las palmeras y la pesca subacuática. Se acusaba a Sir Arthur de «pagar por tener relaciones sexuales con niños (pederastia) varones». Él negó tales acusaciones y amenazó con emprender acciones judiciales. La polémica coincidió con la visita oficial del Príncipe de Gales a Sri Lanka para conmemorar el quincuagésimo aniversario de la independencia de la isla. El príncipe Carlos tenía intención de ordenarlo caballero pero, ante la divulgación masiva del escándalo, Clarke optó por posponer la ceremonia hasta que las investigaciones policiales concluyeran.
Las acusaciones del Sunday Mirror fueron finalmente desechadas al no aportar el tabloide ninguna prueba que las respaldara; tras publicar el medio la correspondiente disculpa, Clarke fue nombrado caballero. Se le otorgó el título de caballero de la Orden del Imperio Británico en 1998. Las autoridades de Sri Lanka, después de haber iniciado una investigación, reivindicaron también su buena fama. También en su honor se puso su nombre a un asteroide, 4923 y a una especie de dinosaurio ceratopsiano, el Serendipaceratops arthurcclarkei descubierto en Inverloch (Australia).
Clarke falleció la madrugada del miércoles 19 de marzo de 2008 a las 01:30 hora local (21.00 GMT del martes) en Colombo (capital de Sri Lanka), debido a un paro cardiorrespiratorio.4
Comenzó a escribir ciencia ficción al finalizar la guerra. Su primer cuento publicado fue Partida de Rescate, que apareció en el número de mayo de 1946 de Astounding y que le sirvió como punto de partida de una fructífera carrera. Entre sus primeros relatos destaca El centinela (The Sentinel), que sirvió de base para su novela 2001: Una odisea espacial (1968) y para la película del mismo nombre del director Stanley Kubrick.
Se pueden diferenciar claramente tres etapas en su producción:
 Muchos de sus relatos iniciales giran alrededor de una trama científica, a la que gustaba de adornar con un final sorprendente. Resuelve la mayoría de sus obras con un tono generalmente aséptico, sin florituras ni artificios, dejando que sean las ideas encerradas las que mantengan la atención del lector. Este estilo sólo se rompe para permitir cierto grado de fino humor elaborado.
En cuanto a sus temas, giran en torno a dos ideas fundamentales: optimismo por los beneficios del progreso científico (por lo que destacó en una época de cierto desaliento tras el lanzamiento de las bombas atómicas), y el encuentro con especies y culturas superiores (siempre en un tono muy paternalista). En el cuarteto de las Odiseas llama a la cultura superior «los primogénitos», labradores en el campo de las estrellas, que dejaron su huella en nuestro sistema solar en forma de monolitos, como el que se observa en la cinta de Stanley Kubrick. Como divulgador científico, ha sido siempre comparado por su claridad y amenidad con otro coetáneo: Isaac Asimov.
A la vez que empezó a ser reconocido como autor de ciencia ficción, desarrolló un considerable interés por la exploración submarina en Ceilán (la actual Sri Lanka), y relató sus experiencias en este campo en una serie de libros de los que el primero fue La costa de coral (The Coast of Coral, 1956). En 1980 ganó el premio Hugo de novela por Fuentes del paraíso. Poco después, una enfermedad degenerativa del sistema nervioso lo incapacitó para la escritura. Sin embargo, en 1989 publicó Días increíbles: una autobiografía de ciencia-ficción.
Clarke representa, como Ray Bradbury, una corriente trascendentalista de la ciencia-ficción, en la que se expresa una visible nostalgia de la presencia divina en el cosmos. Otras obras del autor son Odisea tres, Cánticos de la lejana Tierra, 300: odisea final, Cuentos del planeta Tierra, El león de comarre a la caída de la noche y Cita con Rama.
Semblanza biográfica:Wikipedia. biografiasyvidas.com. Texto: El cuento del día. Foto: internet