El cuento del domingo

Roberto Bolaño
El Gusano
Parecía un gusano blanco, con su sombrero de paja y un Bali colgándole del labio inferior. Todas las mañanas lo veía sentado en un banco de la Alameda mientras yo me metía en la Librería de Cristal a hojear libros. Cuando levantaba la cabeza, a través de las paredes de la librería que en efecto eran de cristal, ahí estaba él, quieto, entre los árboles, mirando el vacío.
Supongo que terminamos acostumbrándonos el uno al otro. Yo llegaba a las ocho y media de la mañana y él ya estaba allí, sentado en un banco, sin hacer nada más que fumar y tener los ojos abiertos. Nunca lo vi con un periódico, con una torta, con una cerveza, con un libro. Nunca lo vi hablar con nadie. En una ocasión, mientras lo miraba desde los estantes de literatura francesa, pensé que dormía en la Alameda, sobre un banco o en los portales de alguna de las calles próximas, pero luego conjeturé que iba demasiado limpio para dormir en la calle y que seguramente se alojaba en alguna pensión cercana. Era, constaté, un animal de costumbres, igual que yo. Mi rutina consistía en ser levantado temprano, desayunar con mi madre, mi padre y mi hermana, fingir que iba al colegio y tomar un camión que me dejaba en el centro, donde dedicaba la primera parte de la mañana a los libros y a pasear y la segunda al cine y de una manera menos explícita al sexo.
Los libros los solía comprar en la Librería de Cristal y en la Librería del Sótano. Si tenía poco dinero en la primera, donde siempre había una mesa con saldos, si tenía suficiente en la última, que era la que tenía las novedades. Si no tenía dinero, como sucedía a menudo, los solía robar indistintamente en una u otra. Se diera el caso que se diera, no obstante, mi paso por la Librería de Cristal y por la del Sótano (enfrente de la Alameda y ubicada, como su nombre lo indica, en un sótano) era obligado. A veces llegaba antes que los comercios abrieran y entonces lo que hacía era buscar a un vendedor ambulante, comprarme una torta de jamón y un jugo de mango y esperar. A veces me sentaba en un banco de la Alameda, uno oculto entre la hojarasca, y escribía. Todo esto duraba aproximadamente hasta las diez de la mañana, hora en que comenzaban en algunos cines del centro las primeras funciones matinales. Buscaba películas europeas, aunque algunas mañanas de inspiración no discriminaba el nuevo cine erótico mexicano o el nuevo cine de terror mexicano, que para el caso era lo mismo.
La que más veces vi creo que era francesa. Trataba de dos chicas que viven solas en una casa de las afueras. Una era rubia y la otra pelirroja. A la rubia la ha dejado el novio y al mismo tiempo (al mismo tiempo del dolor, quiero decir) tiene problemas de personalidad: cree que se está enamorando de su compañera. La pelirroja es más joven, es más inocente, es más irresponsable; es decir, es más feliz (aunque yo por entonces era joven, inocente e irresponsable y me creía profundamente desdichado). Un día, un fugitivo de la justicia entra subrepticiamente en su casa y las secuestra. Lo curioso es que el allanamiento tiene lugar precisamente la noche en que la rubia, tras hacer el amor con la pelirroja, ha decidido suicidarse. El fugitivo se introduce por una ventana, navaja en mano recorre con sigilo la casa, llega a la habitación de la pelirroja, la reduce, la ata, la interroga, pregunta cuántas personas más viven allí, la pelirroja dice que sólo ella y la rubia, la amordaza. Pero la rubia no está en su habitación y el fugitivo comienza a recorrer la casa, cada minuto que pasa más nervioso, hasta que finalmente encuentra a la rubia tirada en el sótano, desvanecida, con síntomas inequívocos de haberse tragado todo el botiquín. El fugitivo no es un asesino, en todo caso no es un asesino de mujeres, y salva a la rubia: la hace vomitar, le prepara un litro de café, la obliga a beber leche, etc.
Pasan los días y las mujeres y el fugitivo comienzan a intimar. El fugitivo les cuenta su historia: es un ex ladrón de bancos, un ex presidiario, sus ex compañeros han asesinado a su esposa. Las mujeres son artistas de cabaret y una tarde o una noche, no se sabe, viven con las cortinas cerradas, le hacen una representación: la rubia se enfunda en una magnífica piel de oso y la pelirroja finge que es la domadora. Al principio el oso obedece, pero luego se rebela y con sus garras va despojando poco a poco a la pelirroja de sus vestidos. Finalmente, ya desnuda, ésta cae derrotada y el oso se le echa encima. No, no la mata, le hace el amor. Y aquí viene lo más curioso: el fugitivo, después de contemplar el número, no se enamora de la pelirroja sino de la rubia, es decir del oso.
El final es predecible pero no carece de cierta poesía: una noche de lluvia, después de matar a sus dos ex compañeros, el fugitivo y la rubia huyen con destino incierto y la pelirroja se queda sentada en un sillón, leyendo, dándoles tiempo antes de llamar a la policía. El libro que lee la pelirroja, me di cuenta la tercera vez que vi la película, es La caída, de Camus. También vi algunas mexicanas más o menos del mismo estilo: mujeres que eran secuestradas por tipos patibularios pero en el fondo buenas personas, fugitivos que secuestraban a señoras ricas y jóvenes y que al final de una noche de pasión eran cosidos a balazos, hermosas empleadas del hogar que empezaban desde cero y que tras pasar por todos los estadios del crimen accedían a las más altas cotas de riqueza y poder. Por entonces casi todas las películas que salían de los Estudios Churubusco eran thrillers eróticos, aunque tampoco escaseaban las películas de terror erótico y las de humor erótico. Las de terror seguían la línea clásica del terror mexicano establecida en los cincuenta y que estaba tan enraizada en el país como la escuela muralista. Sus iconos oscilaban entre el Santo, el Científico Loco, los Charros Vampiros y la Inocente, aderezada con modernos desnudos interpretados preferiblemente por desconocidas actrices norteamericanas, europeas, alguna argentina, escenas de sexo más o menos solapado y una crueldad en los límites de lo risible y de lo irremediable. Las de humor erótico no me gustaban.
Una mañana, mientras buscaba un libro en la Librería del Sótano, vi que estaban filmando una película en el interior de la Alameda y me acerqué a curiosear. Reconocí de inmediato a Jaqueline Andere. Estaba sola y miraba la cortina de árboles que se alzaba a su izquierda casi sin moverse, como si esperara una señal. A su alrededor se levantaban varios focos de iluminación. No sé por qué se me pasó por la cabeza la idea de pedirle un autógrafo, nunca me han interesado. Esperé a que acabara de filmar. Un tipo se acercó a ella y hablaron (¿Ignacio López Tarso?), el tipo gesticuló con enojo y luego se alejó por uno de los caminos de la Alameda y tras dudar unos segundos Jaqueline Andere se alejó por otro. Venía directamente hacia mí. Yo también me puse a andar y nos encontramos a medio camino. Fue una de las cosas más sencillas que me han ocurrido: nadie me detuvo, nadie me dijo nada, nadie se interpuso entre Jaqueline y yo, nadie me preguntó qué estaba haciendo allí. Antes de cruzarnos Jaqueline se detuvo y volvió la cabeza hacia el equipo de filmación, como si escuchara algo, aunque ninguno de los técnicos le dijo nada. Después siguió caminando con el mismo aire de despreocupación en dirección al Palacio de Bellas Artes y lo único que tuve que hacer fue detenerme, saludarla, pedirle un autógrafo, ocultar mi sorpresa al constatar su baja estatura que ni siquiera los zapatos con tacón de aguja lograban disimular. Por un momento, tan solos estábamos, pensé que hubiera podido secuestrarla. La mera probabilidad me erizó los pelos de la nuca. Ella me miró de abajo hacia arriba, el pelo rubio con una tonalidad ceniza que yo desconocía (puede que se lo hubiera teñido), los ojos marrones almendrados muy grandes y muy dulces, pero no, dulces no es la palabra, tranquilos, de una tranquilidad pasmosa, como si estuviera drogada o tuviera el encefalograma plano o fuera una extraterrestre, y me dijo algo que no entendí.
La pluma, dijo, la pluma para firmar. Busqué en el bolsillo de mi chamarra un bolígrafo e hice que me firmara la primera página de La caída. Me arrebató el libro y lo estuvo mirando durante unos segundos. Sus manos eran pequeñas y muy delgadas. ¿Cómo firmo, dijo, como Albert Camus o como Jaqueline Andere? Como tú quieras, dije. Aunque no levantó la cara del libro noté que sonreía. ¿Eres estudiante?, dijo. Contesté afirmativamente. ¿Y qué haces aquí en vez de estar en clases? Creo que nunca más volveré a la escuela, dije. ¿Qué edad tienes?, dijo ella. Dieciséis, dije. ¿Y tus papás saben que no vas a clases? No, claro que no, dije. No me has contestado una pregunta, dijo ella levantando la mirada y posándola sobre mis ojos. ¿Qué pregunta?, dije yo. ¿Qué haces aquí? Cuando yo era joven, añadió, los novillos se hacían en los billares o en las boleras. Leo libros y voy al cine, dije. Además, yo no hago novillos. Ya, tú desertas, dijo. Esta vez fui yo el que sonreí. ¿Y qué películas se ven a esta hora?, dijo ella. De todas, dije yo, algunas tuyas. Eso pareció no gustarle. Volvió a mirar el libro, se mordió el labio inferior, me miró y parpadeó como si le dolieran los ojos. Después me preguntó mi nombre. Bueno, pues firmemos, dijo. Era zurda. Su letra era grande y poco clara. Me tengo que ir, dijo alargándome el libro y el bolígrafo. Me dio la mano, nos la estrechamos y se alejó por la Alameda de vuelta hacia donde estaba el equipo de rodaje. Me quedé quieto, mirándola, dos mujeres se le acercaron unos cincuenta metros más allá, iban vestidas como monjas misioneras, dos monjas mexicanas misioneras que se llevaron a Jaqueline hasta quedar debajo de un ahuehuete. Después se les acercó un hombre, hablaron, después los cuatro se alejaron por una de las sendas de salida de la Alameda.
En la primera página de La caída, Jaqueline escribió: «Para Arturo Belano, un estudiante liberado, con un beso de Jaqueline Andere.»
De golpe me encontré sin ganas de librerías, sin ganas de paseos, sin ganas de lecturas, sin ganas de cines matinales (sobre todo sin ganas de cines matinales). La proa de una nube enorme apareció sobre el centro del D.F., mientras por el norte de la ciudad resonaban los primeros truenos. Comprendí que la película de Jaqueline se había interrumpido por la proximidad inminente de la lluvia y me sentí solo. Durante unos segundos no supe qué hacer, hacia dónde ir. Entonces el Gusano me saludó. Supongo que después de tantos días él también se había fijado en mí. Me volví y allí estaba, sentado en el mismo banco de siempre, nítido, absolutamente real con su sombrero de paja y su camisa blanca. Al marcharse los técnicos cinematográficos, comprobé asustado, el escenario había experimentado un cambio sutil pero determinante: era como si el mar se hubiera abierto y pudiera ahora ver el fondo marino. La Alameda vacía era el fondo marino y el Gusano su joya más preciada. Lo saludé, seguramente hice alguna observación banal, se puso a diluviar, abandonamos juntos la Alameda en dirección a la avenida Hidalgo y luego caminamos por Lázaro Cárdenas hasta Perú.
Lo que sucedió después es borroso, como visto a través de la lluvia que barría las calles, y al mismo tiempo de una naturalidad extrema. El bar se llamaba Las Camelias y estaba lleno de mariachis y vicetiples. Yo pedí enchiladas y una TKT, el Gusano una Coca-Cola y más tarde (pero no debió de ser mucho más tarde) le compró a un vendedor ambulante tres huevos de caguama. Quería hablar de Jaqueline Andere. No tardé en comprender, maravillado, que el Gusano no sabía que aquella mujer era una actriz de cine. Le hice notar que precisamente estaba filmando una película, pero el Gusano simplemente no recordaba a los técnicos ni los aparejos desplegados para la filmación. La presencia de Jaqueline en el sendero en donde se hallaba su banco había borrado todo lo demás. Cuando dejó de llover el Gusano sacó un fajo de billetes del bolsillo trasero, pagó y se fue. Al día siguiente nos volvimos a ver. Por la expresión que puso al verme pensé que no me reconocía o que no quería saludarme. De todos modos me acerqué. Parecía dormido aunque tenía los ojos abiertos. Era flaco, pero sus carnes, excepto los brazos y las piernas, se adivinaban blandas, incluso fofas, como las de los deportistas que ya no hacen ejercicios. Su flaccidez, pese a todo, era más de orden moral que físico. Sus huesos eran pequeños y fuertes. Pronto supe que era del norte o que había vivido mucho tiempo en el norte, que para el caso es lo mismo. Soy de Sonora, dijo. Me pareció curioso, pues mi abuelo también era de allí. Eso interesó al Gusano y quiso saber de qué parte de Sonora. De Santa Teresa, dije. Yo de Villaviciosa, dijo el Gusano. Una noche le pregunté a mi padre si conocía Villaviciosa. Claro que la conozco, dijo mi padre, está a pocos kilómetros de Santa Teresa. Le pedí que me la describiera. Es un pueblo muy pequeño, dijo mi padre, no debe tener más de mil habitantes (después supe que no llegaban a quinientos), bastante pobre, con pocos medios de subsistencia, sin una sola industria. Está destinado a desaparecer, dijo mi padre. ¿Desaparecer cómo?, le pregunté. Por la emigración, dijo mi padre, la gente se va a ciudades como Santa Teresa o Hermosillo o a Estados Unidos. Cuando se lo dije al Gusano éste no estuvo de acuerdo, aunque en realidad la frase «estar de acuerdo» o «estar en desacuerdo» para él no tenían ningún significado. El Gusano no discutía nunca, tampoco expresaba opiniones, no era un dechado de respeto por los demás, simplemente escuchaba y almacenaba, o tal vez sólo escuchaba y después olvidaba, atrapado en una órbita distinta a la de la otra gente. Su voz era suave y monocorde aunque a veces subía el tono y entonces parecía un loco que imitara a un loco y yo nunca supe si lo hacía a propósito, como parte de un juego que sólo él comprendía, o si no lo podía evitar y aquellas salidas de tono eran parte del infierno. Cifraba su seguridad en la pervivencia de Villaviciosa en la antigüedad del pueblo; también, pero eso lo comprendí más tarde, en la precariedad que lo rodeaba y lo carcomía, aquello que según mi padre amenazaba su misma existencia.
No era un tipo curioso aunque pocas cosas se le pasaban por alto. Una vez miró los libros que yo llevaba, uno por uno, como si le costara leer o como si no supiera. Después nunca más volvió a interesarse por mis libros aunque cada mañana yo aparecía con uno nuevo. A veces, tal vez porque de alguna manera me consideraba un paisano, hablábamos de Sonora, que yo apenas conocía: sólo había ido una vez, para el funeral de mi abuelo. Nombraba pueblos como Nacozari, Bacoache, Fronteras, Villa Hidalgo, Bacerac, Bavispe, Agua Prieta, Naco, que para mí tenían las mismas cualidades del oro. Nombraba aldeas perdidas en los departamentos de Nacori Chico y Bacadéhuachi, cerca de la frontera con el estado de Chihuahua, y entonces, no sé por qué, se tapaba la boca como si fuera a estornudar o a bostezar. Parecía haber caminado y dormido en todas las sierras: la de Las Palomas y La Cieneguita, la sierra Guijas y la sierra La Madera, la sierra San Antonio y la sierra Cibuta, la sierra Tumacacori y la sierra Sierrita bien entrado en el territorio de Arizona, la sierra Cuevas y la sierra Ochitahueca en el noreste junto a Chihuahua, la sierra La Pola y la sierra Las Tablas en el sur, camino de Sinaloa, la sierra La Gloría y la sierra El Pinacate en dirección noroeste, como quien va a Baja California. Conocía toda Sonora, desde Huatabampo y Empalme, en la costa del Golfo de California, hasta los villorrios perdidos en el desierto. Sabía hablar la lengua yaqui y la pápago (que circulaba libremente entre los lindes de Sonora y Arizona) y podía entender la seri, la pima, la mayo y la inglesa. Su español era seco, en ocasiones con un ligero aire impostado que sus ojos contradecían. He dado vueltas por las tierras de tu abuelo, que en paz descanse, como una sombra sin asidero, me dijo una vez.
Cada mañana nos encontrábamos. A veces intentaba hacerme el distraído, tal vez reanudar mis paseos solitarios, mis sesiones de cine matinales, pero él siempre estaba allí, sentado en el mismo banco de la Alameda, muy quieto, con el Bali colgándole de los labios y el sombrero de paja tapándole la mitad de la frente (su frente de gusano blanco) y era inevitable que yo, sumergido entre las estanterías de la Librería de Cristal, lo viera, me quedara un rato contemplándolo y al final acudiera a sentarme a su lado.
No tardé en descubrir que iba siempre armado. Al principio pensé que tal vez fuera policía o que lo perseguía alguien, pero resultaba evidente que no era policía (o que al menos ya no lo era) y pocas veces he visto a nadie con una actitud más despreocupada con respecto a la gente: nunca miraba hacia atrás, nunca miraba hacia los lados, raras veces miraba el suelo. Cuando le pregunté por qué iba armado el Gusano me contestó que por costumbre y yo le creí de inmediato. Llevaba el arma en la espalda, entre el espinazo y el pantalón. ¿La has usado muchas veces?, le pregunté. Sí, muchas veces, dijo como en sueños. Durante algunos días el arma del Gusano me obsesionó. A veces la sacaba, le quitaba el cargador y me la pasaba para que la examinara. Parecía vieja y pesada. Generalmente yo se la devolvía al cabo de pocos segundos, rogándole que la guardara. A veces me daba reparo estar sentado en un banco de la Alameda conversando (o monologando) con un hombre armado, no por lo que él pudiera hacerme pues desde el primer instante supe que el Gusano y yo siempre seríamos amigos, sino por temor a que nos viera la policía del D.F., por miedo a que nos cachearan y descubrieran el arma del Gusano y termináramos los dos en algún oscuro calabozo.
Una mañana se enfermó y me habló de Villaviciosa. Lo vi desde la Librería de Cristal y me pareció igual que siempre, pero al acercarme a él observé que la camisa estaba arrugada, como si hubiera dormido con ella puesta. Al sentarme a su lado noté que temblaba. Poco después los temblores fueron en aumento. Tienes fiebre, dije, tienes que meterte en la cama. Lo acompañé, pese a sus protestas, hasta la pensión donde vivía. Acuéstate, le dije. El Gusano se sacó la camisa, puso la pistola debajo de la almohada y pareció quedarse dormido en el acto, aunque con los ojos abiertos fijos en el cielorraso. En la habitación había una cama estrecha, una mesilla de noche, un ropero desvencijado. En el interior del ropero vi tres camisas blancas como la que se acababa de quitar perfectamente dobladas y dos pantalones del mismo color colgados de sendas perchas. Debajo de la cama distinguí una maleta de cuero de excelente calidad, de aquellas que tenían una cerradura como de caja fuerte. No vi ni un solo periódico, ni una sola revista. La habitación olía a desinfectante, igual que las escaleras de la pensión. Dame dinero para ir a una farmacia a comprarte algo, dije. Me dio un fajo de billetes que sacó del bolsillo de su pantalón y volvió a quedarse inmóvil. De vez en cuando un escalofrío lo recorría de la cabeza a los pies como si se fuera a morir. Pero sólo de vez en cuando. Por un momento pensé que tal vez lo mejor sería llamar a un médico, pero comprendí que eso al Gusano no le iba a gustar. Cuando volví, cargado de medicinas y botellas de Coca-Cola, se había dormido. Le di una dosis de caballo de antibióticos y unas pastillas para bajarle la fiebre. Luego hice que se bebiera medio litro de Coca-Cola. También había comprado un pancake, que dejé en el velador por si más tarde tenía hambre. Cuando ya me disponía a irme, él abrió los ojos y se puso a hablar de Villaviciosa.
A su manera, fue pródigo en detalles. Dijo que el pueblo no tenía más de sesenta casas, dos cantinas, una tienda de comestibles. Dijo que las casas eran de adobe y que algunos patios estaban encementados. Dijo que de los patios escapaba un mal olor que a veces resultaba insoportable. Dijo que resultaba insoportable para el alma, incluso para la carencia de alma, incluso para la carencia de sentidos. Dijo que por eso algunos patios estaban encementados. Dijo que el pueblo tenía entre dos mil y tres mil años y que sus naturales trabajaban de asesinos y de vigilantes. Dijo que un asesino no perseguía a un asesino, que cómo iba a perseguirlo, que eso era como si una serpiente se mordiera la cola. Dijo que existían serpientes que se mordían la cola. Dijo que incluso había serpientes que se tragaban enteras y que si uno veía a una serpiente en el acto de autotragarse más valía salir corriendo pues al final siempre ocurría algo malo, como una explosión de la realidad. Dijo que cerca del pueblo pasaba un río llamado Río Negro por el color de sus aguas y que éstas al bordear el cementerio formaban un delta que la tierra seca acababa por chuparse. Dijo que la gente a veces se quedaba largo rato contemplando el horizonte, el sol que desaparecía detrás del cerro El Lagarto, y que el horizonte era de color carne, como la espalda de un moribundo. ¿Y qué esperan que aparezca por allí?, le pregunté. Mi propia voz me espantó. No lo sé, dijo. Luego dijo: una verga. Y luego: el viento y el polvo, tal vez. Después pareció tranquilizarse y al cabo de un rato creí que estaba dormido. Volveré mañana, murmuré, tómate las medicinas y no te levantes.
Me marché en silencio.
A la mañana siguiente, antes de ir a la pensión del Gusano, pasé un rato, como siempre, por la Librería de Cristal. Cuando me disponía a salir, a través de las paredes transparentes, lo vi. Estaba sentado en el mismo banco de siempre, con una camisa blanca holgada y limpia y unos pantalones blancos inmaculados. La mitad de la cara se la tapaba el sombrero de paja y un Bali le colgaba del labio inferior. Miraba al frente, como en él era usual, y parecía sano. Ese mediodía, al separarnos, me alargó con un gesto hosco varios billetes y dijo algo acerca de las molestias que yo había tenido el día anterior. Era mucho dinero. Le dije que no me debía nada, que hubiera hecho lo mismo por cualquier amigo. El Gusano insistió en que cogiera el dinero. Así podrás comprar algunos libros, dijo. Tengo muchos, contesté. Así dejarás de robar libros por algún tiempo, dijo. Al final le quité el dinero de las manos. Ha pasado mucho tiempo, ya no recuerdo la cifra exacta, el peso mexicano se ha devaluado muchas veces, sólo sé que me sirvió para comprarme veinte libros y dos discos de los Doors y que para mí esa cantidad era una fortuna. Al Gusano no le faltaba el dinero.
Nunca más me volvió a hablar de Villaviciosa. Durante un mes y medio, tal vez dos meses, nos vimos cada mañana y nos despedimos cada mediodía, cuando llegaba la hora de comer y yo volvía en el camión de la Villa o en un pesero rumbo a mi casa. Alguna vez lo invité al cine, pero el Gusano nunca quiso ir. Le gustaba hablar conmigo sentados en su banco de la Alameda o paseando por las calles de los alrededores y de vez en cuando condescendía a entrar en un bar en donde siempre buscaba al vendedor ambulante de huevos de caguama. Nunca lo vi probar alcohol. Pocos días antes de que desapareciera para siempre le dio por hacerme hablar de Jaqueline Andere. Comprendí que era su manera de recordarla. Yo hablaba de su pelo rubio ceniza y lo comparaba favorable o desfavorablemente con el pelo rubio amielado que lucía en sus películas y el Gusano asentía levemente, la vista clavada al frente, como si tuviera a Jaqueline Andere en la retina o como si la viera por primera vez. Una vez le pregunté qué clase de mujeres le gustaban. Era una pregunta estúpida, hecha por un adolescente que sólo quería matar el tiempo. Pero el Gusano se la tomó al pie de la letra y durante mucho rato estuvo cavilando la respuesta. Al final dijo: tranquilas. Y después añadió: pero sólo los muertos están tranquilos. Y al cabo de un rato: ni los muertos, bien pensado.
Una mañana me regaló una navaja. En el mango de hueso se podía leer la palabra «Caborca» escrita en finas letras de alpaca. Recuerdo que le di las gracias efusivamente y que aquella mañana, mientras platicábamos en la Alameda o mientras paseábamos por las concurridas calles del centro, estuve abriendo y cerrando la hoja, admirando la empuñadura, tentando su peso en la palma de mi mano, maravillado de sus proporciones tan justas. Por lo demás, aquel día fue idéntico a todos los otros. A la mañana siguiente el Gusano ya no estaba.
Dos días después lo fui a buscar a su pensión y me dijeron que se había marchado al norte. Nunca más lo volví a ver.
Roberto Bolaño Ávalos (Santiago, 28 de abril de 1953Barcelona, 15 de julio de 20031 ).Escritor y poeta chileno, cuya novela Los detectives salvajes ganó los premios Herralde 1998 y Rómulo Gallegos 1999. Después de su muerte Bolaño se ha convertido en uno de los escritores más influyentes en lengua española, como lo demuestran las numerosas publicaciones consagradas a su obra y el hecho de que tres novelas —además de la ya citada, 2666 y la breve Estrella distante— figuren en los 15 primeros lugares de la lista confeccionada en 2007 por 81 escritores y críticos latinoamericanos y españoles con los mejores 100 libros en lengua castellana de los últimos 25 años.2
Hijo de León Bolaño y Victoria Ávalos, Roberto pasó su infancia en las ciudades de Los Ángeles, Valparaíso, Quilpué, Viña del Mar y Cauquenes. Fue un escolar con problemas de dislexia.3 A los 15 años, en 1968, se trasladó con su familia a México, donde continuó sus estudios secundarios que abandonó definitivamente a los 17. Durante su adolescencia fue un asiduo visitante de la biblioteca pública de la Ciudad de México.
En 1973 regresó a Chile con el propósito de apoyar el proceso de reformas socialistas de Salvador Allende. Tras un largo viaje en autobús y barco (atravesando prácticamente toda América Latina) llegó a Chile pocos días antes del golpe de estado del 11 de septiembre; al poco tiempo fue detenido cerca de Concepción y liberado ocho días después gracias a la ayuda de un antiguo compañero de estudios en Cauquenes que se encontraba entre los policías que debían custodiarlo. Se piensa que esta experiencia podría haber originado su cuento Detectives, publicado en Llamadas telefónicas.4
Sobre su posición política, él mismo comentó que no le gustaba "la unanimidad sacerdotal, clerical, de los comunistas. Siempre he sido de izquierda y no me iba a hacer de derechas porque no me gustaban los clérigos comunistas, entonces me hice trotskista. Lo que pasa que luego, cuando estuve entre los trotskistas, tampoco me gustaba la unanimidad clerical de los trotskistas, y terminé siendo anarquista [...]. Ya en España encontré muchos anarquistas y empecé a dejar de ser anarquista. La unanimidad me jode muchísimo".5

El infrarrealismo

Después de pasar una breve estadía en El Salvador con Roque Daltón y la guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional,6 regresa a México, donde junto al poeta Mario Santiago Papasquiaro (quien serviría de modelo para Ulises Lima en Los detectives salvajes) fundó el movimiento infrarrealista, que, surgido a partir de reuniones y tertulias en el Café La Habana de la calle Bucareli, se opuso radicalmente a los poderes dominantes en la poesía mexicana y al establishment literario de ese país, que tenía a Octavio Paz como su figura preponderante.
El movimiento infrarrealista tuvo como guía romper con lo oficial y establecerse como vanguardia. Si bien se agruparon bajo el apelativo de infrarrealistas alrededor de quince poetas (entre ellos Roberto Matta, Óscar Altamirano Carmona, José Rosas Ribeyro y Rubén Medina), Roberto Bolaño y Mario Santiago Papasquiaro fueron los exponentes estilísticamente más sólidos, destacando ambos por una poesía cotidiana, disonante y con varios elementos dadaístas. Santiago cultivó este género hasta el final de su vida pero Bolaño lo fue abandonando poco a poco por la prosa, aunque él mismo nunca dejó de considerarse poeta.
Respecto a su relación con este movimiento, comentó el escritor Juan Villoro: "Se podría sostener que el infrarrealismo lo determinó como escritor de la misma forma que el alejamiento de la corriente le permitió iniciar su carrera como novelista. México para él fue central, porque lo determinó como escritor (...) el México nocturno, el México de las calles, del habla cotidiana, de un destino quebrado y a veces trágico y el humor lo cautivaron. No es casualidad que sus dos novelas más grandes las haya centrado en México, Los detectives salvajes y 2666."7

Europa

Emigró a España, concretamente a Cataluña, donde ya vivía su madre. Allí desempeñó diversos oficios, como vendimiador en verano, vigilante nocturno de un camping en Castelldefels o vendedor en un almacén de barrio, para más tarde dedicarse por completo a la literatura. Finalmente se instala en Blanes.
Em 1982 se casa con Carolina López, catalana que trabaja en los servicios sociales, con quien tiene un hijo y una hija: Lautaro y Alexandra.
En 1998 Bolaño ganó el Premio Herralde de Novela gracias su obra Los detectives salvajes, por la que también obtuvo el Premio Rómulo Gallegos8 en 1999. Sobre esta novela, Enrique Vila-Matas escribió: "Los detectives salvajes —vista así— sería una grieta que abre brechas por las que habrán de circular nuevas corrientes literarias del próximo milenio. Los detectives salvajes es, por otra parte, mi propia brecha; es una novela que me ha obligado a replantearme aspectos de mi propia narrativa. Y es también una novela que me ha infundido ánimos para continuar escribiendo, incluso para rescatar lo mejor que había en mí cuando empecé a escribir."9
En 2004, un año después de su muerte, Bolaño obtuvo el Premio Salambó a la mejor novela escrita en español, por 2666. El jurado destacó el nivel y diversidad de los cinco finalistas, todos ellos "libros nobles, respetables y muy notables", considerando sin embargo a éste "el resumen de una obra de mucho peso, donde se decanta lo mejor de la narrativa de Roberto Bolaño (...) que supone un gran riesgo y lleva al extremo el lenguaje literario de su autor".10
Bolaño falleció el martes 15 de julio de 2003 en el hospital Valle de Hebrón de Barcelona tras pasar diez días en coma como consecuencia de una insuficiencia hepática. Dejó inconclusa la novela 2666, en la que llevó al extremo su capacidad fabuladora, esta vez en torno a un personaje, Benno von Archimboldi, mediante el que retoma la figura del escritor desaparecido.
Tras su muerte, la obra de Bolaño ha conocido una mayor difusión en el mundo de habla hispana pero también en Francia y Estados Unidos, donde estuvo en la lista de los 10 mejores libros del año de algunos de los más prestigiosos medios, como el The New Yorker, Slate y Bookforum.11
Semblanza biográfica:Wikipedia.Texto: cuentosinfin.com. Foto:Archivo

El cuento del domingo


Ernest Hemingway
Los asesinos
La puerta del restaurante de Henry se abrió y entraron dos hombres que se sentaron al mostrador.
—¿Qué van a pedir? —les preguntó George.
—No sé —dijo uno de ellos—. ¿Vos qué tenés ganas de comer, Al?
—Qué sé yo —respondió Al—, no sé.
Afuera estaba oscureciendo. Las luces de la calle entraban por la ventana. Los dos hombres leían el menú. Desde el otro extremo del mostrador, Nick Adams, quien había estado conversando con George cuando ellos entraron, los observaba.
—Yo voy a pedir costillitas de cerdo con salsa de manzanas y puré de papas —dijo el primero.
—Todavía no está listo.
—¿Entonces por qué carajo lo ponés en la carta?
—Esa es la cena —le explicó George—. Puede pedirse a partir de las seis.
George miró el reloj en la pared de atrás del mostrador.
—Son las cinco.
—El reloj marca las cinco y veinte —dijo el segundo hombre.
—Adelanta veinte minutos.
—Bah, a la mierda con el reloj —exclamó el primero—. ¿Qué tenés para comer?
—Puedo ofrecerles cualquier variedad de sánguches —dijo George—, jamón con huevos, tocino con huevos, hígado y tocino, o un bife.
—A mí dame suprema de pollo con arvejas y salsa blanca y puré de papas.
—Esa es la cena.
—¿Será posible que todo lo que pidamos sea la cena?
—Puedo ofrecerles jamón con huevos, tocino con huevos, hígado…
—Jamón con huevos —dijo el que se llamaba Al. Vestía un sombrero hongo y un sobretodo negro abrochado. Su cara era blanca y pequeña, sus labios angostos. Llevaba una bufanda de seda y guantes.
—Dame tocino con huevos —dijo el otro. Era más o menos de la misma talla que Al. Aunque de cara no se parecían, vestían como gemelos. Ambos llevaban sobretodos demasiado ajustados para ellos. Estaban sentados, inclinados hacia adelante, con los codos sobre el mostrador.
—¿Hay algo para tomar? —preguntó Al.
—Gaseosa de jengibre, cerveza sin alcohol, y otras bebidas gaseosas —enumeró George.
—Dije si tenés algo para tomar.
—Sólo lo que nombré.
—Es un pueblo caluroso este, ¿no? —dijo el otro— ¿Cómo se llama?
—Summit.
—¿Alguna vez lo oíste nombrar? —preguntó Al a su amigo.
—No —le contestó éste.
—¿Qué hacen acá a la noche? —preguntó Al.
—Cenan —dijo su amigo—. Vienen acá y cenan de lo lindo.
—Así es —dijo George.
—¿Así que creés que así es? —Al le preguntó a George.
—Seguro.
—Así que sos un chico vivo, ¿no?
—Seguro —respondió George.
—Pues no lo sos —dijo el otro hombrecito—. ¿No cierto, Al?
—Se quedó mudo —dijo Al. Giró hacia Nick y le preguntó: —¿Cómo te llamás?
—Adams.
—Otro chico vivo —dijo Al—. ¿No, Max, que es vivo?
—El pueblo está lleno de chicos vivos —respondió Max.
George puso las dos bandejas, una de jamón con huevos y la otra de tocino con huevos, sobre el mostrador. También trajo dos platos de papas fritas y cerró la portezuela de la cocina.
—¿Cuál es el suyo? —le preguntó a Al.
—¿No te acordás?
—Jamón con huevos.
—Todo un chico vivo —dijo Max. Se acercó y tomó el jamón con huevos. Ambos comían con los guantes puestos. George los observaba.
—¿Qué mirás? —dijo Max mirando a George.
—Nada.
—Cómo que nada. Me estabas mirando a mí.
—En una de esas lo hacía en broma, Max —intervino Al.
George se rió.
—Vos no te rías —lo cortó Max—. No tenés nada de qué reírte, ¿entendés?
—Está bien —dijo George.
—Así que pensás que está bien —Max miró a Al—. Piensa que está bien. Esa sí que está buena.
—Ah, piensa —dijo Al. Siguieron comiendo.
—¿Cómo se llama el chico vivo ése que está en la punta del mostrador? —le preguntó Al a Max.
—Ey, chico vivo —llamó Max a Nick—, andá con tu amigo del otro lado del mostrador.
—¿Por? —preguntó Nick.
—Porque sí.
—Mejor pasá del otro lado, chico vivo —dijo Al. Nick pasó para el otro lado del mostrador.
—¿Qué se proponen? —preguntó George.
—Nada que te importe —respondió Al—. ¿Quién está en la cocina?
—El negro.
—¿El negro? ¿Cómo el negro?
—El negro que cocina.
—Decile que venga.
—¿Qué se proponen?
—Decile que venga.
—¿Dónde se creen que están?
—Sabemos muy bien donde estamos —dijo el que se llamaba Max—. ¿Parecemos tontos acaso?
—Por lo que decís, parecería que sí —le dijo Al—. ¿Qué tenés que ponerte a discutir con este chico? —y luego a George— Escuchá, decile al negro que venga acá.
—¿Qué le van a hacer?
—Nada. Pensá un poco, chico vivo. ¿Qué le haríamos a un negro?
George abrió la portezuela de la cocina y llamó: —Sam, vení un minutito.
El negro abrió la puerta de la cocina y salió.
—¿Qué pasa? —preguntó. Los dos hombres lo miraron desde el mostrador.
—Muy bien, negro —dijo Al—. Quedate ahí.
El negro Sam, con el delantal puesto, miró a los hombres sentados al mostrador:
—Sí, señor —dijo. Al bajó de su taburete.
—Voy a la cocina con el negro y el chico vivo —dijo—. Volvé a la cocina, negro. Vos también, chico vivo.
El hombrecito entró a la cocina después de Nick y Sam, el cocinero. La puerta se cerró detrás de ellos. El que se llamaba Max se sentó al mostrador frente a George. No lo miraba a George sino al espejo que había tras el mostrador. Antes de ser un restaurante, lo de Henry había sido una taberna.
—Bueno, chico vivo —dijo Max con la vista en el espejo—. ¿Por qué no decís algo?
—¿De qué se trata todo esto?
—Ey, Al —gritó Max—. Acá este chico vivo quiere saber de qué se trata todo esto.
—¿Por qué no le contás? —se oyó la voz de Al desde la cocina.
—¿De qué creés que se trata?
—No sé.
—¿Qué pensás?
Mientras hablaba, Max miraba todo el tiempo al espejo.
—No lo diría.
—Ey, Al, acá el chico vivo dice que no diría lo que piensa.
—Está bien, puedo oírte —dijo Al desde la cocina, que con una botella de ketchup mantenía abierta la ventanilla por la que se pasaban los platos—. Escuchame, chico vivo —le dijo a George desde la cocina—, alejate de la barra. Vos, Max, correte un poquito a la izquierda —parecía un fotógrafo dando indicaciones para una toma grupal.
—Decime, chico vivo —dijo Max—. ¿Qué pensás que va a pasar?
George no respondió.
—Yo te voy a contar —siguió Max—. Vamos a matar a un sueco. ¿Conocés a un sueco grandote que se llama Ole Andreson?
—Sí.
—Viene a comer todas las noches, ¿no?
—A veces.
—A las seis en punto, ¿no?
—Si viene.
—Ya sabemos, chico vivo —dijo Max—. Hablemos de otra cosa. ¿Vas al cine?
—De vez en cuando.
—Tendrías que ir más seguido. Para alguien tan vivo como vos, está bueno ir al cine.
—¿Por qué van a matar a Ole Andreson? ¿Qué les hizo?
—Nunca tuvo la oportunidad de hacernos algo. Jamás nos vio.
—Y nos va a ver una sola vez —dijo Al desde la cocina.
—¿Entonces por qué lo van a matar? —preguntó George.
—Lo hacemos para un amigo. Es un favor, chico vivo.
—Callate —dijo Al desde la cocina—. Hablás demasiado.
—Bueno, tengo que divertir al chico vivo, ¿no, chico vivo?
—Hablás demasiado —dijo Al—. El negro y mi chico vivo se divierten solos. Los tengo atados como una pareja de amigas en el convento.
—¿Tengo que suponer que estuviste en un convento?
—Uno nunca sabe.
—En un convento judío. Ahí estuviste vos.
George miró el reloj.
—Si viene alguien, decile que el cocinero salió, si después de eso se queda, le decís que cocinás vos. ¿Entendés, chico vivo?
—Sí —dijo George—. ¿Qué nos harán después?
—Depende —respondió Max—. Esa es una de las cosas que uno nunca sabe en el momento.
George miró el reloj. Eran las seis y cuarto. La puerta de calle se abrió y entró un conductor de tranvías.
—Hola, George —saludó—. ¿Me servís la cena?
—Sam salió —dijo George—. Volverá alrededor de una hora y media.
—Mejor voy a la otra cuadra —dijo el chofer.
George miró el reloj. Eran las seis y veinte.
—Estuviste bien, chico vivo —le dijo Max—. Sos un verdadero caballero.
—Sabía que le volaría la cabeza —dijo Al desde la cocina.
—No —dijo Max—, no es eso. Lo que pasa es que es simpático. Me gusta el chico vivo.
A las siete menos cinco George habló:
—Ya no viene.
Otras dos personas habían entrado al restaurante. En una oportunidad George fue a la cocina y preparó un sánguche de jamón con huevos “para llevar”, como había pedido el cliente. En la cocina vio a Al, con su sombrero hongo hacia atrás, sentado en un taburete junto a la portezuela con el cañón de un arma recortada apoyado en un saliente. Nick y el cocinero estaban amarrados espalda con espalda con sendas toallas en sus bocas. George preparó el pedido, lo envolvió en papel manteca, lo puso en una bolsa y lo entregó, el cliente pagó y salió.
—El chico vivo puede hacer de todo —dijo Max—. Cocina y hace de todo. Harías de alguna chica una linda esposa, chico vivo.
—¿Sí? —dijo George— Su amigo, Ole Andreson, no va a venir.
—Le vamos a dar otros diez minutos —repuso Max.
Max miró el espejo y el reloj. Las agujas marcaban las siete en punto, y luego siete y cinco.
—Vamos, Al —dijo Max—. Mejor nos vamos de acá. Ya no viene.
—Mejor esperamos otros cinco minutos —dijo Al desde la cocina.
En ese lapso entró un hombre, y George le explicó que el cocinero estaba enfermo.
—¿Por qué carajo no conseguís otro cocinero? —lo increpó el hombre—. ¿Acaso no es un restaurante esto? —luego se marchó.
—Vamos, Al —insistió Max.
—¿Qué hacemos con los dos chicos vivos y el negro?
—No va a haber problemas con ellos.
—¿Estás seguro?
—Sí, ya no tenemos nada que hacer acá.
—No me gusta nada —dijo Al—. Es imprudente, vos hablás demasiado.
—Uh, qué te pasa —replicó Max—. Tenemos que entretenernos de alguna manera, ¿no?
—Igual hablás demasiado —insistió Al. Este salió de la cocina, la recortada le formaba un ligero bulto en la cintura, bajo el sobretodo demasiado ajustado que se arregló con sus manos enguantadas.
—Adios, chico vivo —le dijo a George—. La verdad que tuviste suerte.
—Es cierto —agregó Max—, deberías apostar en las carreras, chico vivo.
Los dos hombres se retiraron. George, a través de la ventana, los vio pasar bajo el farol de la esquina y cruzar la calle. Con sus sobretodos ajustados y esos sombreros hongos parecían dos artistas de variedades. George volvió a la cocina y desató a Nick y al cocinero.
—No quiero que esto vuelva a pasarme —dijo Sam—. Ya no quiero que vuelva a pasarme.
Nick se incorporó. Nunca antes había tenido una toalla en su boca.
—¿Qué carajo…? —dijo pretendiendo seguridad.
—Querían matar a Ole Andreson —les contó George—. Lo iban a matar de un tiro ni bien entrara a comer.
—¿A Ole Andreson?
—Sí, a él.
El cocinero se palpó los ángulos de la boca con los pulgares.
—¿Ya se fueron? —preguntó.
—Sí —respondió George—, ya se fueron.
—No me gusta —dijo el cocinero—. No me gusta para nada.
—Escuchá —George se dirigió a Nick—. Tendrías que ir a ver a Ole Andreson.
—Está bien.
—Mejor que no tengas nada que ver con esto —le sugirió Sam, el cocinero—. No te conviene meterte.
—Si no querés no vayas —dijo George.
—No vas a ganar nada involucrándote en esto —siguió el cocinero—. Mantenete al margen.
—Voy a ir a verlo —dijo Nick—. ¿Dónde vive?
El cocinero se alejó.
—Los jóvenes siempre saben que es lo que quieren hacer —dijo.
—Vive en la pensión Hirsch —George le informó a Nick.
—Voy para allá.
Afuera, las luces de la calle brillaban por entre las ramas de un árbol desnudo de follaje. Nick caminó por el costado de la calzada y a la altura del siguiente poste de luz tomó por una calle lateral. La pensión Hirsch se hallaba a tres casas. Nick subió los escalones y tocó el timbre. Una mujer apareció en la entrada.
—¿Está Ole Andreson?
—¿Querés verlo?
—Sí, si está.
Nick siguió a la mujer hasta un descanso de la escalera y luego al final de un pasillo. Ella llamó a la puerta.
—¿Quién es?
—Alguien que viene a verlo, Sr. Andreson —respondió la mujer.
—Soy Nick Adams.
—Pasá.
Nick abrió la puerta e ingresó al cuarto. Ole Andreson yacía en la cama con la ropa puesta. Había sido un boxeador peso pesado y la cama le quedaba chica. Estaba acostado con la cabeza sobre dos almohadas. No miró a Nick.
—¿Qué pasó? —preguntó.
—Estaba en lo de Henry —comenzó Nick—, cuando dos tipos entraron y nos ataron a mí y al cocinero, y dijeron que iban a matarlo.
Sonó tonto decirlo. Ole Andreson no dijo nada.
—Nos metieron en la cocina —continuó Nick—. Iban a dispararle apenas entrara a cenar.
Ole Andreson miró a la pared y siguió sin decir palabra.
—George creyó que lo mejor era que yo viniera y le contase.
—No hay nada que yo pueda hacer —Ole Andreson dijo finalmente.
—Le voy a decir cómo eran.
—No quiero saber cómo eran —dijo Ole Andreson. Volvió a mirar hacia la pared: —Gracias por venir a avisarme.
—No es nada.
Nick miró al grandote que yacía en la cama.
—¿No quiere que vaya a la policía?
—No —dijo Ole Andreson—. No sería buena idea.
—¿No hay nada que yo pudiera hacer?
—No. No hay nada que hacer.
—Tal vez no lo dijeron en serio.
—No. Lo decían en serio.
Ole Andreson volteó hacia la pared.
—Lo que pasa —dijo hablándole a la pared— es que no me decido a salir. Me quedé todo el día acá.
—¿No podría escapar de la ciudad?
—No —dijo Ole Andreson—. Estoy harto de escapar.
Seguía mirando a la pared.
—Ya no hay nada que hacer.
—¿No tiene ninguna manera de solucionarlo?
—No. Me equivoqué —seguía hablando monótonamente—. No hay nada que hacer. Dentro de un rato me voy a decidir a salir.
—Mejor vuelvo a lo de George —dijo Nick.
—Chau —dijo Ole Andreson sin mirar hacia Nick—. Gracias por venir.
Nick se retiró. Mientras cerraba la puerta vio a Ole Andreson totalmente vestido, tirado en la cama y mirando a la pared.
—Estuvo todo el día en su cuarto —le dijo la encargada cuando él bajó las escaleras—. No debe sentirse bien. Yo le dije: “Señor Andreson, debería salir a caminar en un día otoñal tan lindo como este”, pero no tenía ganas.
—No quiere salir.
—Qué pena que se sienta mal —dijo la mujer—. Es un hombre buenísimo. Fue boxeador, ¿sabías?
—Sí, ya sabía.
—Uno no se daría cuenta salvo por su cara —dijo la mujer. Estaban junto a la puerta principal—. Es tan amable.
—Bueno, buenas noches, Señora Hirsch —saludó Nick.
—Yo no soy la Señora Hirsch —dijo la mujer—. Ella es la dueña. Yo me encargo del lugar. Yo soy la Señora Bell.
—Bueno, buenas noches, Señora Bell —dijo Nick.
—Buenas noches —dijo la mujer.
Nick caminó por la vereda a oscuras hasta la luz de la esquina, y luego por la calle hasta el restaurante. George estaba adentro, detrás del mostrador.
—¿Viste a Ole?
—Sí —respondió Nick—. Está en su cuarto y no va a salir.
El cocinero, al oír la voz de Nick, abrió la puerta desde la cocina.
—No pienso escuchar nada —dijo y volvió a cerrar la puerta de la cocina.
—¿Le contaste lo que pasó? —preguntó George.
—Sí. Le conté pero él ya sabe de qué se trata.
—¿Qué va a hacer?
—Nada.
—Lo van a matar.
—Supongo que sí.
—Debe haberse metido en algún lío en Chicago.
—Supongo —dijo Nick.
—Es terrible.
—Horrible —dijo Nick.
Se quedaron callados. George se agachó a buscar un repasador y limpió el mostrador.
—Me pregunto qué habrá hecho —dijo Nick.
—Habrá traicionado a alguien. Por eso los matan.
—Me voy a ir de este pueblo —dijo Nick.
—Sí —dijo George—. Es lo mejor que podés hacer.
—No soporto pensar en él esperando en su cuarto sabiendo lo que le va a pasar. Es realmente horrible.
—Bueno —dijo George—. Mejor dejá de pensar en eso.
Ernest Miller Hemingway (Oak Park, Illinois, 21 de julio de 1899Ketchum, Idaho, 2 de julio de 1961). Escritor y periodista estadounidense, y uno de los principales novelistas y cuentistas del siglo xx. Su estilo sobrio y minimalista tuvo una gran influencia sobre la ficción del siglo xx, mientras que su vida de aventuras y su imagen pública influenció generaciones posteriores. Hemingway escribió la mayor parte de su obra entre mediados de 1920 y mediados de 1950. Ganó el Premio Pulitzer en 1953 por El viejo y el mar y al año siguiente el Premio Nobel de Literatura por su obra completa. Publicó siete novelas, seis recopilaciones de cuentos y dos ensayos. Póstumamente se publicaron tres novelas, cuatro libros de cuentos y tres ensayos. Muchos de estos son considerados clásicos de la literatura de Estados Unidos.
Hemingway se crio en Oak Park (Illinois). Después de la escuela secundaria, trabajó durante unos meses como periodista del Kansas City Star, antes de irse al frente italiano donde se registró como conductor de ambulancia durante la Primera Guerra Mundial. En 1918, fue gravemente herido y regresó a su casa. Sus experiencias de la guerra sirvieron de base para su novela Adiós a las armas. En 1921 se casó con Hadley Richardson, la primera de sus cuatro esposas. La pareja se mudó a París, donde trabajó como corresponsal extranjero, y cayó bajo la influencia de los escritores y artistas modernistas de la comunidad de expatriados, la «Generación perdida» de la década de 1920. La primera novela de Hemingway, Fiesta, fue publicada en 1926.
Después de su divorcio de Hadley Richardson en 1927, Hemingway se casó con Pauline Pfeiffer. La pareja se divorció después de que Hemingway regresara de la Guerra Civil Española, donde había sido periodista, y después de que escribiera Por quién doblan las campanas. Martha Gellhorn fue su tercera esposa y se casó con ella en 1940. Se separaron cuando conoció a María Welsh en Londres, durante la Segunda Guerra Mundial. Estuvo presente durante el desembarco de Normandía y la liberación de París.
Poco después de la publicación de El viejo y el mar en 1952, Hemingway se fue de safari a África, donde estuvo a punto de morir en dos accidentes aéreos sucesivos que lo dejaron con dolor y problemas de salud por gran parte del resto de su vida. Hemingway tenía residencia permanente en Cayo Hueso, Florida (durante la década de 1930) y Cuba (durante la década de 1940 y 1950). En 1959 compró una casa en Ketchum (Idaho), donde se suicidó el 2 de julio de 1961. 
Ernest Miller Hemingway nació el 21 de julio de 1899, en Oak Park, Illinois, un suburbio de Chicago.1 Su padre, Clarence Edmonds Hemingway, era médico y su madre, Grace Hall Hemingway, era músico. Ambos eran educados y muy respetados en la comunidad conservadora de Oak Park,2 una comunidad de la que Frank Lloyd Wright, uno de sus residentes, dijo: «Tantas iglesias para tanta buena gente».3 Durante un corto período después de su matrimonio,4 Clarence y Grace Hemingway vivieron con el padre de Grace, Ernest Hall, que eventualmente se convirtió en el homónimo de su primer hijo.nota 1 Más tarde Ernest Hemingway diría que le desagradaba su nombre, que «asoció con el héroe ingenuo, incluso absurdo, en La importancia de llamarse Ernesto, la obra de teatro de Oscar Wilde».5 La familia se mudó finalmente a una casa de siete habitaciones en un barrio respetable con un estudio de música para Grace y un consultorio médico para Clarence.2
La madre de Hemingway participó frecuentemente en conciertos en el pueblo. Como adulto, Hemingway profesaba odiar a su madre, bien que el biógrafo Michael S. Reynolds señala que Hemingway era un reflejo de su energía y entusiasmo.6 Su insistencia en que aprendió a tocar el violonchelo se convirtió en una «fuente de conflictos», pero más tarde admitió que las clases de música fueron útiles para su obra, como se evidencia por la estructura de contrapunto en la novela Por quién doblan las campanas.7 La familia tenía una casa de verano llamada Windemere en Walloon Lake, cerca de Petoskey, Míchigan, donde su padre le enseñó, siendo un niño de cuatro años, a cazar, pescar y acampar en los bosques y los lagos del norte de Míchigan. Sus primeras experiencias en la naturaleza inculcaron la pasión por la aventura al aire libre y la vida en zonas remotas o aisladas.8
Desde 1913 hasta 1917, Hemingway asistió a la escuela secundaria, Oak Park and River Forest High School, donde participó en varios deportes tales como boxeo, atletismo, waterpolo y fútbol americano. Se destacó en las clases de inglés,9 y durante dos años actuó en la orquesta de la escuela con su hermana Marcelline.6 En su penúltimo año, tomó una asignatura de periodismo, impartida por Fannie Biggs, que fue estructurada «como si el aula fuera una oficina de periódico». Los mejores escritores de la clase presentaron artículos al periódico de la escuela, The Trapeze. Tanto Hemingway como Marcelline presentaron textos al Trapeze; El primer artículo de Hemingway era sobre una actuación local de la Orquesta Sinfónica de Chicago y fue publicado en enero de 1916.10 Continuó como contribuidor y editor del Trapeze y de Tabula (el periódico y el anuario de la escuela), por el cual imitaba el lenguaje de los periodistas deportivos, y utilizó el seudónimo de Ring Lardner, Jr. —un guiño a Ring Lardner del Chicago Tribune. Al igual que Mark Twain, Stephen Crane, Theodore Dreiser y Sinclair Lewis, Hemingway fue periodista antes de convertirse en novelista; después de salir de la escuela secundaria se fue a trabajar como reportero novato para el periódico Kansas City Star.11 A pesar de que sólo se quedó allí durante seis meses, el libro de estilo del «Star» formó la base para su escritura: «Utilice frases cortas. Utilice primeros párrafos cortos. Use un lenguaje vigoroso. Sea positivo, no negativo».12
A principios de 1918 Hemingway respondió a una campaña de reclutamiento de la Cruz Roja en Kansas City, y firmó contrato para convertirse en un conductor de ambulancias en Italia.13 Salió de Nueva York en mayo y llegó a París mientras la ciudad estaba bajo el bombardeo de la artillería alemana.14 En junio estaba en el Frente Italiano. Probablemente fue en esta época que conoció a John Dos Passos, con quien tuvo una relación difícil durante décadas.15 En su primer día en Milán fue enviado a la escena de la explosión de una fábrica de municiones donde los rescatistas recuperaron los restos triturados de las obreras. Describió el incidente en su libro Muerte en la tarde: «Me acuerdo que, después de haber buscado los cuerpos completos, se recogieron los pedazos».16 Unos días más tarde fue estacionado en Fossalta di Piave.
El 8 de julio fue gravemente herido por fuego de mortero, cuando acababa de regresar de la cantina para traer chocolate y cigarrillos para los hombres en el frente.16 A pesar de sus heridas, Hemingway logró rescatar un soldado italiano, lo que le valió la Medalla de Plata al Valor Militar del gobierno italiano.14 Con sólo dieciocho años, Hemingway comentó sobre los hechos: «Cuando uno se va a la guerra como joven, tiene una gran ilusión de inmortalidad. Son las otras personas que mueren, no te ocurre a ti. ... Entonces, al estar gravemente herido por primera vez, uno pierde ésta ilusión y sabe que puede pasar a uno mismo».17 Sufrió graves heridas de metralla en ambas piernas, fue sometido a una operación inmediata en un centro de distribución y pasó cinco días en un hospital de campaña antes de ser trasladado al hospital de la Cruz Roja en Milán para su recuperación.18 Pasó seis meses en el hospital, donde conoció a "Chink" Dorman-Smith con quien formó una fuerte amistad que se prolongó durante décadas, y compartió un cuarto con el futuro embajador estadounidense y escritor Henry Serrano Villard.19
Mientras se recuperaba, se enamoró por primera vez, de Agnes von Kurowsky, una enfermera de la Cruz Roja, siete años mayor que él. Para cuando fue dado de alta del hospital y regresó a los Estados Unidos, en enero de 1919, Agnes y Hemingway ya habían decidido casarse en los Estados Unidos dentro de unos meses. Sin embargo, en marzo Agnes le escribió que se había comprometido con un oficial italiano. El biógrafo Jeffrey Meyers sostiene que Hemingway fue devastado por el rechazo de Agnes, y que en relaciones futuras siguió un patrón de abandonar a una esposa antes de que ella pudiera hacerlo.20
Hemingway volvió a casa a principios de 1919 y pasó por un periodo de adaptación. Con apenas veinte años de edad, la guerra había creado en él una madurez que no acordaba bien con una vida en casa sin trabajo y la necesidad de recuperación.21 Como explica Reynolds, «Hemingway no podía realmente decir a sus padres lo que pensó cuando vio a su rodilla sangrienta. No podía contar lo asustado que estaba en otro país con cirujanos que no podían explicarle en inglés si perdería su pierna o no».22 En septiembre participó en un viaje de campamento y de pesca con amigos de la secundaria, en la península superior de Míchigan.17 Esta experiencia se convirtió en una fuente de inspiración para su cuento «El río de dos corazones», en la que el personaje semi-autobiográfico Nick Adams viaja en la naturaleza para encontrar la soledad tras regresar de la guerra.23 Un amigo de la familia le ofreció un puesto en Toronto, y sin nada más que hacer, aceptó. A finales de ese año comenzó a trabajar como escritor profesional independiente y corresponsal extranjero del Toronto Star Weekly. Regresó a Míchigan el mes de junio siguiente,21 y luego se trasladó a Chicago en septiembre de 1920 a vivir con amigos, sin dejar de presentar sus artículos al Toronto Star.24
En Chicago, trabajó como editor asociado de la revista mensual Cooperative Commonwealth, donde conoció al novelista Sherwood Anderson.24 Cuando Hadley Richardson, originaria de St. Louis, llegó a Chicago para visitar a la hermana del compañero de habitación de Hemingway, se enamoró y más tarde afirmó, «sabía que ella era la chica con quién iba a casarme».25 Hadley tenía el cabello rojo, con un «instinto cariñoso», y era ocho años mayor que Hemingway.25 A pesar de la diferencia de edad, Hadley, que había crecido con una madre sobreprotectora, parecía menos madura de lo normal para una joven de su edad.26 Bernice Kert, autora de The Hemingway Women (Las mujeres de Hemingway), afirma que Hadley fue «evocadora» de Agnes, a pesar de tener un infantilismo que era ausente en Agnes. Los dos se escribieron durante algunos meses, y decidieron casarse y viajar a Europa.25 Quisieron visitar a Roma, pero Sherwood Anderson les convenció de visitar París, y escribió cartas de recomendación para la pareja joven.27 Se casaron el 3 de septiembre de 1921; dos meses después, Hemingway fue contratado como corresponsal en el extranjero del Toronto Star y la pareja se marchó a París. Sobre el matrimonio de Hemingway y Hadley, Meyers comenta: «Con Hadley, Hemingway logra todo lo que había esperado con Agnes: el amor de una hermosa mujer, una renta cómoda, una vida en Europa».28
 Carlos Baker, el primer biógrafo de Hemingway, cree que, si bien Anderson sugirió París porque «la tasa de cambio monetario» convirtió la ciudad en un lugar barato para vivir, de mayor importancia fue que era el lugar donde vivieron «las personas más interesantes del mundo». En París Hemingway conoció a escritores como Gertrude Stein, James Joyce y Ezra Pound que «podrían ayudar a un joven escritor por los peldaños de una carrera».27 El Hemingway de los primeros años de París era un joven «alto, guapo, musculoso, de hombros anchos, de ojos marrones, de rosadas mejillas, de mandíbula cuadrada, de voz suave».29 Él y Hadley vivían en un pequeño edificio sin ascensor en el 74 rue du Cardinal Lemoine en el Barrio Latino, y trabajó en una habitación alquilada en un edificio cercano.27 Stein, quién era el bastión del modernismo anglosajón en París,30 se convirtió en la mentora de Hemingway; lo presentó a los artistas y escritores expatriados del barrio Montparnasse, a quienes se refirió como la «Generación Perdida», un término popularizado por Hemingway con la publicación de Fiesta.31 Como un habitual del salón de Stein, Hemingway conoció a pintores influyentes como Pablo Picasso, Joan Miró, y Juan Gris.32 Con el tiempo se retiró de la influencia de Stein y su relación se deterioró en una disputa literaria que se extendió por décadas.33 El poeta estadounidense Ezra Pound conoció a Hemingway por casualidad en 1922, en Shakespeare and Company, la librería de Sylvia Beach. Los dos recorrieron Italia en 1923 y vivían en la misma calle en 1924.29 Forjaron una gran amistad, y en Hemingway, Pound reconoció y fomentó un talento joven.32 Pound presentó a Hemingway al escritor irlandés James Joyce, con quien Hemingway se embarcó con frecuencia en «juergas alcohólicas».34
Durante sus primeros veinte meses en París, Hemingway presentó ochenta y ocho artículos al periódico Toronto Star.35 Cubrió la guerra greco-turca, donde fue testigo de la quema de Smyrna y escribió artículos de viaje, tales como «Tuna Fishing in Spain» («La pesca de atún en España») y «Trout Fishing All Across Europe: Spain Has the Best, Then Germany» («Pesca de la trucha en toda Europa: España tiene lo mejor, después Alemania»).36 Hemingway quedó devastado al enterarse de que Hadley había perdida una maleta con sus manuscritos en la estación de París-Lyon mientras viajaba a Ginebra para reunirse con él en diciembre de 1922.37 El siguiente mes de septiembre, la pareja regresó a Toronto, donde su hijo John Hadley Nicanor nació el 10 de octubre 1923. El primer libro de Hemingway, Tres relatos y diez poemas, se publicó durante su ausencia. Dos de los relatos que contenía eran todo lo que quedaba tras la pérdida de la maleta, y el tercero había sido escrita durante la primavera en Italia. En cuestión de meses se publicó un segundo volumen, En nuestro tiempo. El pequeño volumen incluía seis viñetas y una docena de relatos que Hemingway había escrito el verano pasado durante su primera visita a España, donde descubrió la emoción de la corrida. Echaba de menos a París, consideró Toronto aburrido, y quería volver a la vida de un escritor, en lugar de vivir la vida de un periodista.38 
Hemingway, Hadley y su hijo (apodado Bumby) regresaron a París en enero de 1924 y se instalaron en un nuevo apartamento en la rue Notre-Dame-des-Champs.38 Hemingway ayudó a Ford Madox Ford a editar la revista literaria The Transatlantic Review, en la cual se publicaron las obras de Ezra Pound, John Dos Passos, baronesa Elsa von Freytag-Loringhoven, y Gertrude Stein, así como algunos de los primeros relatos de Hemingway, como «Campamento indio» («Indian Camp»).39 Cuando en nuestro tiempo se publicó en 1925, la sobrecubierta llevaba comentarios de Ford.40 41 «Campamento indio» recibió grandes elogios; Ford lo consideró como una importante primera obra de un escritor joven,42 y los críticos en los Estados Unidos elogiaron Hemingway por revitalizar el género del cuento con su estilo fresco y el uso de oraciones declarativas.43 Seis meses antes, Hemingway conoció a F. Scott Fitzgerald, y ambos desarrollaron una amistad de «admiración y hostilidad» mutua.44 Fitzgerald había publicado El gran Gatsby el mismo año: Hemingway lo leyó, le gustó y decidió que su siguiente trabajo tenía que ser una novela.45 
En 1923, junto con su esposa Hadley, Hemingway visitó por primera vez las fiestas de San Fermín en Pamplona, España, donde quedó fascinado por la corrida de toros.46 Los Hemingway regresaron a Pamplona en 1924 y una tercera vez en junio de 1925; ese año trajeron un grupo de expatriados estadounidenses y británicos: el amigo de infancia de Hemingway Bill Smith, Stewart, Lady Duff Twysden (recientemente divorciado) y su amante Pat Guthrie, y Harold Loeb.47 Pocos días después de que terminara el festival, en sus cumpleaños (21 de julio), comenzó a escribir el borrador de Fiesta, terminando ocho semanas después.48 Unos meses más tarde, en diciembre de 1925, los Hemingway pasaron el invierno en Schruns, Austria, donde Hemingway comenzó una extensa revisión del manuscrito. Pauline Pfeiffer se unió a ellos en enero y, en contra del consejo de Hadley, le instó a firmar un contrato con el editorial Scribner. Salió de Austria para un corto viaje a Nueva York para reunirse con los editores, y a su regreso, durante una parada en París, comenzó un romance con Pauline, antes de regresar a Schruns para terminar las revisiones en marzo.49 El manuscrito llegó a Nueva York en abril, corrigió la prueba final en París en agosto de 1926, y Scribner publicó la novela en octubre.48 50 51
Fiesta personificó la generación de expatriados de la posguerra,52 recibió buenas críticas, y fue «reconocida como la mayor obra de Hemingway».53 Más tarde Hemingway escribió a su editor Max Perkins que el «punto del libro» no trataba tanto de una generación que se pierda, sino de que «la tierra permanece para siempre»; creía que los personajes de Fiesta pueden haber sido «golpeados», pero no perdidos.54
El matrimonio de Hemingway y Hadley se deterioró cuando estaba trabajando en Fiesta.51 En la primavera de 1926 Hadley se dio cuenta de su relación con Pauline Pfeiffer, que vino con ellos a Pamplona en julio.5556 A su regreso a París, Hadley pidió una separación, y en noviembre solicitó formalmente el divorcio. Dividieron sus posesiones, y Hadley aceptó la oferta de Hemingway de quedarse con las ganancias de Fiesta.57 La pareja se divorció en enero de 1927, y Hemingway se casó con Pauline Pfeiffer en mayo del mismo año.58
 Pauline, quien era de una rica familia católica de Arkansas, se trasladó a París para trabajar para la revista Vogue. Hemingway se convirtió al catolicismo antes de su matrimonio.59 Tuvieron su luna de miel en Le Grau-du-Roi, donde Hemingway contrajo carbunco y donde planificó su siguiente recopilación de cuentos titulado Hombres sin mujeres,60 que fue publicada en octubre de 1927.61 A finales del año Pauline, que estaba embarazada, quería regresar a los Estados Unidos. John Dos Passos recomendó Cayo Hueso en Florida, y salieron de París en 1928. Esa primavera Hemingway sufrió una lesión grave en su cuarto de baño en París, cuando tiró un tragaluz encima de su cabeza pensando que estaba tirando de la cadena de baño. Esto lo dejó con una prominente cicatriz en la frente que llevaría para el resto de su vida. Al ser preguntado sobre la cicatriz, se mostró reacio a contestar.62 Después de su salida de París, Hemingway «nunca volvió a vivir en una gran ciudad».63
A finales de la primavera Hemingway y Pauline viajaron a Kansas City, donde nació su hijo Patrick el 28 de junio 1928. Pauline tuvo un parto difícil, que Hemingway incorporó como ficción en Adiós a las armas. Después del nacimiento de Patrick, Pauline y Hemingway viajaron a Wyoming, Massachusetts y Nueva York.64 En el invierno estaba en Nueva York con Bumby, a punto de abordar un tren a Florida, cuando recibió un telegrama que le decía que su padre se había suicidado.nota 2 65 Hemingway se quedó devastado; poco antes había enviado una carta a su padre diciéndole que no se preocupara por las dificultades financieras; la carta llegó minutos después del suicidio. Se dio cuenta de cómo Hadley debe haberse sentida después del suicidio de su propio padre en 1903, y comentó: «Probablemente voy a ir de la misma manera».66
A su regreso a Cayo Hueso en diciembre, Hemingway trabajó en su novela Adiós a las armas antes de viajar a Francia en enero. Había terminado en agosto, pero retrasó la revisión. La serialización en Scribner's Magazine estaba programada para comenzar en mayo, pero en abril Hemingway todavía estaba trabajando en la parte final que podría haber vuelto a escribir hasta diecisiete veces. Finalmente la novela se publicó el 27 de septiembre.67 El biógrafo James Mellow cree que Adiós a las armas estableció a Hemingway como un importante escritor norteamericano y que mostró un nivel de complejidad que no era aparente en Fiesta.68 En España, durante el verano de 1929, Hemingway preparó su siguiente trabajo, Muerte en la tarde. Quería escribir un ensayo integral sobre la corrida de toros, y los toreros, completo con glosarios y apéndices, porque creía que la corrida era «de gran interés trágico, por tratarse literalmente de vida o muerte».69
Durante la década de 1930 Hemingway pasó los inviernos en Cayo Hueso y los veranos en Wyoming, donde encontró «el país más hermoso que había visto en el oeste de Estados Unidos» donde cazaba venados, alces y osos grizzly.70 Fue acompañado allí por Dos Passos y en noviembre 1930, después de llevar a Dos Passos a la estación de ferrocarril en Billings, Hemingway se rompió el brazo en un accidente de coche. El cirujano trató la fractura espiral compuesta, uniendo el hueso con tendón de canguro. Fue hospitalizado durante siete semanas, y los nervios de su mano de escribir requerían un año para curar, periodo durante el cual sufrió un intenso dolor.71
Su tercer hijo, Gregory Hancock Hemingway, nació el siguiente año, el 12 de noviembre de 1931 en Kansas City.72 nota 3 El tío de Pauline compró una casa con cochera en Cayo Hueso para la pareja, y el segundo piso de la cochera fue convertido en un estudio de escritura.73 Su ubicación frente a la calle del faro facilitó encontrar el camino a su casa tras una larga noche de copas. Mientras en Cayo Hueso, Hemingway frecuentaba el bar local Sloppy Joe.74 Invitó a amigos —incluyendo Waldo Peirce, Dos Passos, y Max Perkins75 — a acompañarle en viajes de pesca y en una expedición a las islas Dry Tortugas. Mientras tanto, continuó viajando a Europa y a Cuba, y aunque escribió acerca de Cayo Hueso en 1933: «Tenemos una muy buena casa aquí, y todos los niños se encuentran bien», Mellow cree que «era claramente inquieto».76 
En 1933, Hemingway y Pauline fueron de safari a África del Este. El viaje de diez semanas proporcionó material para Las verdes colinas de África, así como los cuentos «Las nieves del Kilimanjaro» y «La corta vida feliz de Francis Macomber».77 La pareja visitó Mombasa, Nairobi, y Machakos en Kenia, y luego viajaron a Tanganica, donde cazaron en el Serengeti en torno al lago Manyara, y al oeste y al sureste del actual Parque nacional de Tarangire. Su guía fue el notable «cazador blanco» Philip Hope Percival, quien había guiado Theodore Roosevelt en su safari en 1909. Durante estos viajes Hemingway contrajo disentería amebiana que causó un intestino prolapsado, y fue evacuado en avión a Nairobi, una experiencia reflejada en «Las nieves del Kilimanjaro». Al regreso de Hemingway en Cayo Hueso a principios de 1934, comenzó a trabajar en Las verdes colinas de África, que se publicó en 1935 recibiendo críticas mixtas.78 
En 1937 Hemingway acordó trabajar como corresponsal de la Guerra Civil Española para la North American Newspaper Alliance (NANA),81 y llegó a España en marzo, junto con el cineasta holandés Joris Ivens.82 Ivens, que estaba filmando Tierra de España, quiso que Hemingway reemplazara a John Dos Passos como guionista, ya que Dos Passos había abandonado el proyecto cuando su amigo José Robles fue detenido y posteriormente ejecutado.83 El incidente cambió la opinión de Dos Passos sobre los republicanos de izquierda, creando una brecha entre él y Hemingway, que más tarde difundió el rumor de que Dos Passos habría dejado España por cobardía.84
La periodista y escritora Martha Gellhorn, a quien Hemingway conoció en Cayo Hueso la Navidad anterior (1936), se unió a él en España. Como Hadley, Martha era originaria de St. Louis, y al igual que Pauline había trabajado para la revista Vogue en París. Sobre Martha, Kert afirma que «nunca se ocupó de él como lo hicieron otras mujeres».85 A finales de 1937, cuando estaba en Madrid con Martha, Hemingway escribió su única obra de teatro, La quinta columna, mientras que la ciudad estaba siendo bombardeada.86 Volvió a Cayo Hueso durante unos meses, luego regresó a España en dos ocasiones en 1938, donde estuvo presente en la Batalla del Ebro, el último reducto republicano, y se encontraba entre los últimos periodistas británicos y estadounidenses en cruzar el río para salir de la batalla.8788
En la primavera de 1939, Hemingway navegó a Cuba en su barco, para vivir en el Hotel Ambos Mundos en La Habana. Fue la primera fase de una separación lenta y dolorosa de Pauline, que había comenzado cuando Hemingway conoció a Martha.89 Martha pronto se unió a él en Cuba, y alquilaron Finca Vigía, una finca de 61.000 m² a veinticuatro kilómetros de La Habana. En el verano, Pauline y los niños dejaron a Hemingway después de que la familia se había reunida durante una visita a Wyoming. Después de finalizar el divorcio con Pauline, se casó con Martha el 20 de noviembre de 1940 en Cheyenne, Wyoming.90 Como lo había hecho después de su divorcio de Hadley, cambió de residencias, moviendo su principal residencia de verano hacia Ketchum (Idaho), en las afueras de la nueva localidad de Sun Valley, y su residencia de invierno a Cuba.91 Hemingway, que había disgustado cuando un amigo de París permitió a sus gatos de comer de la mesa, se enamoró de los gatos en Cuba, manteniendo decenas de ellos en la finca.92
Gellhorn lo inspiró a escribir su novela más famosa, Por quién doblan las campanas, que inició en marzo de 1939 y terminó en julio de 1940. Fue publicada en octubre de 1940.93 En acuerdo con su rutina de cambiar de residencias mientras trabajaba en un manuscrito, escribió Por quién doblan las campanas en Cuba, Wyoming, y Sun Valley.89Por quién doblan las campanas, seleccionado por el Book-of-the-Month Club, vendió medio millón de copias en cuestión de meses, recibió una nominación para el Premio Pulitzer y, como lo explica Meyers, «reestableció triunfalmente la reputación literaria de Hemingway».94
En enero de 1941 Martha fue enviada a China en una misión para la revista Collier's Weekly. Hemingway la acompañó y envió sus despachos al diario PM, pero en general no le gustaba China.95 Regresaron a Cuba antes de la declaración de guerra de los Estados Unidos en diciembre, sobre lo cual convenció al gobierno cubano que le ayudara a reequipar su barco, el Pilar, con la intención de utilizarlo para emboscar a los submarinos alemanes en las costas de Cuba17
De mayo 1944 a marzo 1945 Hemingway estaba en Londres y Europa. Cuando Hemingway llegó por primera vez en Londres conoció a la corresponsal de la revista Time Mary Welsh, de quien se enamoró. Martha, que había sido obligada a cruzar el Atlántico en un barco cargado de explosivos porque él se había negado de ayudarla a conseguir un pase de prensa en un avión, llegó a Londres para encontrar Hemingway hospitalizado con una contusión por un accidente de coche. Indiferente a su estado físico, lo acusó de ser un matón, y le dijo que estaba «terminado, absolutamente terminado».96 La última vez que vio a Martha fue en marzo de 1945 cuando se disponía a regresar a Cuba.97 Mientras tanto, en su tercer encuentro con Mary Welsh la pidió que se casara con él.96
Hemingway, llevando una venda grande en la cabeza, estuvo presente durante el desembarco de Normandía, aunque se mantuvo en una lancha de desembarco porque los militares lo consideraron una «carga preciosa»,98 bien que el biógrafo Kenneth Lynn sostiene que fabricó cuentas de que bajó a tierra durante el desembarco.99 A finales de julio, se unió al «22.º Regimiento de Infantería al mando del Coronel Charles Buck Lanham, que se dirigía hacia París», y Hemingway se convirtió en el líder de facto de un pequeño grupo de milicianos de las aldeas en Rambouillet, en las afueras de París.98 Sobre las hazañas de Hemingway, el historiador Paul Fussell comentó: «Hemingway se metió en problemas considerables jugando capitán de infantería a un grupo de la resistencia que reunió, porque se supone que un corresponsal no debe conducir a las tropas, incluso si lo hace bien».17 Esto fue, de hecho, una contravención de la Convención de Ginebra, y Hemingway fue formalmente detenido; Dijo que resolvió la cuestión alegando que solo ofreció asesoramiento.100
El 25 de agosto, estuvo presente durante la liberación de París, aunque a diferencia de la leyenda, Hemingway no era el primero a entrar en la ciudad, ni tampoco liberó el Ritz.101 No obstante, asistió a una reunión organizada por Sylvia Beach, donde «hizo la paz» con Gertrude Stein.102 Ese mismo año, estuvo presente durante los intensos combates de la Batalla del Bosque de Hürtgen.101 El 17 de diciembre 1944, febril y mal, había conducido a Luxemburgo para cubrir lo que posteriormente se llamaría la Batalla de las Ardenas. Sin embargo, tan pronto como llegó, Lanham lo entregó a los médicos, que lo hospitalizaron con neumonía; al recuperarse, una semana más tarde, la mayor parte del combate había terminado.100
En 1947 Hemingway fue galardonado con una Estrella de Bronce por su valentía durante la Segunda Guerra Mundial. Fue reconocido por su valor, tras encontrarse «bajo fuego en las zonas de combate con el fin de obtener una imagen precisa de las condiciones» con la mención de que «a través de su talento de expresión, el señor Hemingway permitió a los lectores obtener una imagen vívida de las dificultades y los triunfos del soldado de frente y su organización en el combate».17
Hemingway dijo que de 1942 a 1945 «estaba fuera del negocio como escritor».103 En 1946 se casó con Mary, que tuvo un embarazo ectópico cinco meses más tarde. La familia Hemingway sufrió una serie de accidentes y problemas de salud en los años posteriores a la guerra: en un accidente de tráfico en 1945 «rompió la rodilla» y sostuvo otra «herida profunda en la frente»; Mary rompió primero su tobillo derecho y luego el de izquierda en accidentes de esquí sucesivos. Un accidente de tráfico en 1947 dejó Patrick con una herida en la cabeza y gravemente enfermo.104 Hemingway se hundió en una depresión, cuando sus amigos literarios comenzaron a fallecer: en 1939 Yeats y Ford Madox Ford; en 1940 Scott Fitzgerald; en 1941 Sherwood Anderson y James Joyce; en 1946 Gertrude Stein; y al año siguiente, en 1947, Max Perkins, durante mucho tiempo el editor y amigo de Hemingway del editorial Scribner.105 Durante este período, sufría de fuertes dolores de cabeza, alta presión arterial, problemas de peso, y finalmente de diabetes —gran parte del cual fue el resultado de accidentes anteriores y de muchos años de consumo excesivo de alcohol—.106 
En 1948, Hemingway y Mary viajaron a Europa y permanecieron en Venecia durante varios meses. Allí, Hemingway se enamoró de Adriana Ivancich una joven de 19 años de edad. La historia de amor platónico inspiró la novela Al otro lado del río y entre los árboles, que escribió en Cuba en una época de conflictos con Mary; fue publicada en 1950, recibiendo críticas negativas.109 Al año siguiente, furioso por la recepción crítica de Al otro lado del río y entre los árboles, escribió el borrador de El viejo y el mar en ocho semanas, diciendo que era «lo mejor que puedo escribir durante toda mi vida».106 El viejo y el mar se convirtió en una selección del libro-del-mes, hizo de Hemingway una celebridad internacional, y recibió el Premio Pulitzer en mayo de 1952, un mes antes de salir para su segundo viaje a África.110 111 
En 1954, cuando estaba en África, Hemingway casi muere en dos accidentes aéreos sucesivos que lo dejaron gravemente herido. Como regalo de Navidad a Mary había contratado un vuelo turístico sobre Congo belga. En camino a fotografiar las cascadas Murchison desde el aire, el avión chocó contra un poste de electricidad abandonado y tuvo que realizar un «aterrizaje de emergencia en la densa maleza». Las lesiones de Hemingway incluyeron una herida en la cabeza, mientras que María se rompió dos costillas.112 Al día siguiente, en un intento de llegar a la asistencia médica en Entebbe, abordaron un segundo avión que explotó durante el despegue; Hemingway sufrió quemaduras y otra conmoción cerebral, esta vez lo suficientemente grave como para provocar fugas del fluido cerebral.113 Finalmente llegaron en Entebbe donde se dieron cuenta de que los periodistas estaban cubriendo la historia de la muerte de Hemingway. Informó a los reporteros y pasó las siguientes semanas recuperando y leyendo sus obituarios erróneos.114 A pesar de sus heridas, Hemingway acompañó Patrick y su esposa en una expedición de pesca prevista en febrero, pero el dolor le llevó a ser colérico y difícil de tratar.115 En un incendio forestal fue nuevamente herido, sosteniendo quemaduras de segundo grado en las piernas, el torso frontal, labios, mano izquierda y el antebrazo derecho.116 Meses después, en Venecia, Mary relató sobre la gravedad de las lesiones de Hemingway: dos discos intervertebrales agrietados, una ruptura hepática y renal, una dislocación del hombro y una fractura del cráneo.115 Los accidentes pueden haber precipitado el deterioro físico que iba a seguir. Después de los accidentes de avión, Hemingway, que había sido «un alcohólico apenas controlado durante gran parte de su vida, bebió más de lo habitual para combatir el dolor de sus heridas».117 
En octubre de 1954 Hemingway recibió el Premio Nobel de Literatura. Modestamente dijo a la prensa que Carl Sandburg, Isak Dinesen y Bernard Berenson merecieron el premio,118 pero que el dinero del premio sería bienvenido.119 Mellow afirma que Hemingway «había codiciado el Premio Nobel», pero cuando lo ganó, meses después de su accidente de avión y tras la cobertura de la prensa mundial que siguió, «debía de haber una sospecha persistente en la mente de Hemingway que sus obituarios habían desempeñado un papel en la decisión de la academia».120 Como aún estaba sufriendo el dolor de los accidentes en África, decidió no viajar a Estocolmo.121 En su lugar envió un discurso para ser leído, en el cual definió la vida del escritor: «Escribir, en su mejor momento, es una vida solitaria. Organizaciones para escritores palían la soledad del escritor, pero dudo si mejoran su escritura. Crece en estatura pública como vierte su soledad y a menudo su trabajo se deteriora. Porque hace su trabajo solo, y si es un escritor lo suficientemente bueno, debe enfrentar la eternidad, o la falta de ella, cada día».122 nota 6 
Desde finales de 1955 hasta principios de 1956 Hemingway estaba postrado en cama.123 Se le dijo que dejara de beber para mitigar los daños en el hígado, consejo que siguió inicialmente pero luego ignoró.124 En octubre de 1956 regresó a Europa y conoció al escritor vasco Pío Baroja, quien estaba gravemente enfermo y falleció semanas después. Durante el viaje Hemingway cayó enfermo de nuevo y fue tratado por «alta presión arterial, enfermedades del hígado, y arteriosclerosis».123 
En noviembre, mientras en París, se acordó de los baúles que había almacenado en el Hotel Ritz en 1928 y que nunca había recuperado. Los baúles estaban llenos de cuadernos y escrituras de sus años en París. Cuando regresó a Cuba en 1957, entusiasmado con el descubrimiento, comenzó a dar forma a la obra recuperada en su autobiografía París era una fiesta.125 En 1959 finalizó un período de intensa actividad: terminó París era una fiesta (programado para ser lanzado el año siguiente); llevó Al romper el alba a 200.000 palabras; añadió capítulos a El Jardín del Eden; y trabajó en Islas en el golfo. Las tres últimas fueron almacenadas en una caja de depósito en La Habana, mientras se concentraba en los toques finales de París era una fiesta. Reynolds afirma que fue durante este período que Hemingway hundió en la depresión, de la que no pudo recuperarse.126 
Finca Vigía se volvió cada vez más llena de invitados y turistas, y Hemingway, que empezaba a sentirse infeliz con la vida allí estaba considerando trasladarse permanentemente a Idaho. En 1959 se compró una casa con vistas al río Big Wood, fuera de Ketchum, y salió de Cuba, a pesar de que aparentemente mantuvo buenas relaciones con el gobierno de Fidel Castro, comentando al New York Times que estaba «encantado» con el derrocamiento de Batista por Castro.127 128 Estuvo en Cuba en noviembre de 1959, entre su regreso de Pamplona y su viaje hacia Idaho, y también para sus cumpleaños el año siguiente; sin embargo, ese mismo año Mary y él decidieron abandonar Cuba, después de enterarse de la noticia de que Castro quería nacionalizar las propiedades de los estadounidenses y otros extranjeros en la isla.129 En julio de 1960 los Hemingway salieron de Cuba por última vez, dejando obras de arte y manuscritos en la bóveda de un banco en La Habana. Después de la Invasión de Playa Girón en 1961, la Finca Vigía, incluyendo la colección de unos «cuatro a seis mil libros» de Hemingway, fue expropiada por el gobierno cubano.130 
Hasta finales de la década de 1950 Hemingway siguió revisando el material que se publicaría como París era una fiesta.125 En el verano de 1959 visitó España para preparar una serie de artículos sobre corridas de toros encargado por Life Magazine,131 regresando a Cuba en enero de 1960 para trabajar en el manuscrito. Life sólo quería 10.000 palabras, pero el manuscrito creció fuera de control. Por primera vez en su vida era incapaz de organizar sus textos y pidió a A. E. Hotchner de viajar a Cuba para ayudarle. Hotchner le ayudó a recortar el texto para Life a 40.000 palabras, y el editorial Scribner acordó la versión del libro completo (El verano peligroso) de casi 130.000 palabras.132 A Hotchner, Hemingway le pareció «extraordinariamente indeciso, desorganizado y confuso»,133 y sufrió enormemente de una visión deficiente.134 
El 25 de julio de 1960, Hemingway y Mary salieron de Cuba por última vez. Luego Hemingway viajó solo a España para ser fotografiado para el árticulo de Life Magazine. Unos días más tarde salieron noticias de prensa diciendo que se encontraba gravemente enfermo y a punto de morir, lo que causó pánico a Mary hasta que recibió un telegrama de Hemingway diciendo «Informes falsos. En camino Madrid. Amor Papa».135 Sin embargo, estaba gravemente enfermo y creía estar al borde de un colapso.132 Se sintió solo y se quedó en su cama durante días, retirándose en el silencio, pese a la publicación de las primeras entregas de El verano peligroso en Life en septiembre de 1960 y las buenas críticas.136 En octubre viajó de España a Nueva York, donde se negó a abandonar el apartamento de Mary con el pretexto de que estaba siendo vigilado. Ella lo llevó rápidamente a Idaho, donde George Saviers (un médico de Sun Valley) los encontró en el ferrocarril.132 
En este tiempo Hemingway estaba preocupado por sus finanzas y por su seguridad.134 Estaba preocupado por sus impuestos, y que nunca volvería a Cuba para recuperar los manuscritos que había dejado en la bóveda de un banco. Se volvió paranoico y pensaba que el FBI estaba activamente monitoreando sus movimientos en Ketchum.137 138 nota 7 A finales de noviembre Mary estaba desesperada y Saviers sugirió que Hemingway fuera trasladado a la clínica Mayo en Minnesota, donde pudo haber creído que iba a ser tratado por hipertensión.137 En un intento de anonimato, fue registrado bajo el apellido de su médico, Saviers.136 Meyers escribe que «un aura de secretismo rodea el tratamiento de Hemingway en la Mayo», pero confirma que fue tratado con terapia electroconvulsiva hasta 15 veces en diciembre de 1960, para luego ser «liberado en ruinas» en enero de 1961.139 Reynolds obtuvo acceso a los registros de Hemingway en la Clínica Mayo, los cuales indican que fue tratado por un estado depresivo que puede haber sido causado por una combinación de medicamentos.140 
De nuevo en Ketchum tres meses después, en abril de 1961, una mañana en la cocina, Mary «encontró a Hemingway sosteniendo una escopeta». Llamó a Saviers quien le dio un sedativo y lo ingresó en el hospital de Sun Valley; desde allí fue devuelto a la Clínica Mayo para recibir más terapia por electrochoque.141 Fue liberado a finales de junio y llegó a su casa en Ketchum el 30 de junio. Dos días después, en la madrugada del 2 de julio de 1961, Hemingway se disparó «deliberadamente» con su escopeta favorita.142 Abrió la bodega del sótano donde guardaba sus armas, subió las escaleras hacia el vestíbulo de la entrada principal de su casa, y «empujó dos balas en la escopeta Boss calibre doce, colocó el extremo del cañón en su boca, apretó el gatillo y estalló su cerebro». Mary llamó al hospital de Sun Valley, y el Dr. Scott Earle llegó a la casa «quince minutos» después. A pesar de su afirmación de que Hemingway «había muerto de una herida autoinfligida en la cabeza», la historia que se contó a la prensa fue que la muerte había sido «accidental».143 Sin embargo, en una entrevista de prensa cinco años después, Mary Hemingway admitió que su marido se había suicidado.144 
Durante sus últimos años, el comportamiento de Hemingway fue similar al de su padre antes de que se suicidara;145 su padre puede haber sufrido de una enfermedad genética, hemocromatosis, en el que la incapacidad de metabolizar el hierro culmina en un deterioro mental y físico.146 Los registros médicos disponibles en 1991 confirman que se había diagnosticado la hemocromatosis de Hemingway a principios de 1961.147 Su hermana Ursula y su hermano Leicester también se suicidaron.148 A las dolencias físicas de Hemingway se sumó el problema de que había sido un gran bebedor la mayor parte de su vida.106 
Durante sus últimos años, el comportamiento de Hemingway fue similar al de su padre antes de que se suicidara;145 su padre puede haber sufrido de una enfermedad genética, hemocromatosis, en el que la incapacidad de metabolizar el hierro culmina en un deterioro mental y físico.146 Los registros médicos disponibles en 1991 confirman que se había diagnosticado la hemocromatosis de Hemingway a principios de 1961.147 Su hermana Ursula y su hermano Leicester también se suicidaron.148 A las dolencias físicas de Hemingway se sumó el problema de que había sido un gran bebedor la mayor parte de su vida.106
Familiares y amigos de Hemingway viajaron a Ketchum para el funeral que fue oficiado por el sacerdote católico local, que creía que su muerte había sido accidental.143 Su hermano Leicester escribió sobre el funeral (durante el cual un monaguillo se desmayó a la cabeza del ataúd): «Me parecía que Ernest hubiera aprobado todo».149
El New York Times escribió en 1926 sobre la primera novela de Hemingway que «Ninguna cantidad de análisis puede transmitir la calidad de Fiesta. Es una narración verdaderamente apasionante, relatada en una prosa narrativa atlética, dura, magra, que pone en vergüenza al inglés más literario».150 Fiesta está escrito en una prosa escasa, precisa, que hizo la fama de Hemingway, e influyó el estilo de innumerables novelas baratas de crimen y de ficción.151 En 1954, cuando Hemingway fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura, lo fue por «su maestría del arte de la narración, que demostró recientemente en El viejo y el mar, y por la influencia que ha ejercido sobre el estilo contemporáneo».152 Paul Smith escribe que Hemingway, en sus primeros relatos publicados en en nuestro tiempo, todavía estaba experimentando con su estilo de escritura;153 trató de evitar sintaxis complicada y alrededor del 70% de las sentencias son oraciones simples —una sintaxis sencilla sin subordinación—.154 
Henry Louis Gates cree que el estilo de Hemingway se formó fundamentalmente «en reacción a [su] experiencia en la guerra mundial». Después de la Primera Guerra Mundial, él y otros modernistas «perdieron la fe en las instituciones centrales de la civilización occidental», reaccionaron contra el estilo elaborado de los escritores del siglo xix y crearon un estilo «en el cual el significado se establece a través del diálogo, a través de la acción, y los silencios, una ficción en la que nada importante, o al menos muy poco, se dice de manera explícita».17 
Desarrollando esta conexión entre Hemingway y otros escritores modernistas, Irene Gammel cree que su estilo fue cuidadosamente cultivado y perfeccionado con la mirada puesta en la vanguardia de la era. Hambriento por «experimentación de vanguardia» y por la rebelión contra el «modernismo sobrio» de Ford Madox Ford, Hemingway publicó la obra de Gertrude Stein y Elsa von Freytag-Loringhoven en la revista the transatlantic review. Como lo señala Gammel, Hemingway fue «introducido al estilo experimental de la baronesa en un momento en que estaba podando activamente la 'grasa' verbal de su propio estilo, así como flexionando sus músculos de escritor para confrontar el gusto convencional».156 
Porque comenzó como escritor de cuento, Baker cree que Hemingway aprendió a «obtener el máximo del mínimo, cómo podar el lenguaje, cómo multiplicar la intensidad, y cómo decir nada más que la verdad de una manera que permitió contar más que la verdad».157 Hemingway denominó su estilo la teoría del iceberg: los hechos flotan sobre el agua; la estructura de soporte y el simbolismo operan fuera de vista.157 El concepto de la teoría del iceberg, también se conoce como la «teoría de la omisión». Hemingway creía que el escritor puede describir una cosa (como Nick Adams, pescando en «El río de dos corazones») mientras que una cosa totalmente diferente esté ocurriendo por debajo de la superficie (Nick Adams concentrándose en la pesca en la medida en que no tiene que pensar en otra cosa).158 
Jackson Benson cree que Hemingway utilizó detalles autobiográficos como dispositivos para enmarcar la vida en general, no sólo su propia vida. Por ejemplo, Benson postula que Hemingway utilizó sus experiencias y las extrajo con escenarios de «qué pasaría si»: «¿Qué pasaría si estuviera herido de tal manera que no podía dormir por la noche? ¿Qué pasaría si estuviera herido y enloquecido, qué pasaría si me mandaron de vuelta al frente?»159 
La sencillez de la prosa es engañosa. Zoe Trodd cree que Hemingway elaboró frases esqueléticas en respuesta a la observación de Henry James de que la Primera Guerra Mundial había «agotado las palabras». Hemingway ofrece una realidad fotográfica «multi-focal». Su teoría del iceberg, de la omisión, es la base sobre la que construye. La sintaxis, que carece de conjunciones subordinantes, crea sentencias estáticas. El estilo de la «instantánea fotográfica» crea un collage de imágenes. Muchos tipos de puntuación interna (dos puntos, comas, guiones, paréntesis) se omiten en favor de oraciones declarativas cortas. Las oraciones se construyen las unas sobre las otras, como los acontecimientos que se acumulan para crear un sentido de la totalidad. Existen múltiples filamentos en una historia; un «texto incorporado» hace puente a un ángulo diferente. También utiliza otras técnicas cinematográficas como la de «cortar» rápidamente de una escena a la siguiente; o de «empalmar» de una escena a otra. Omisiones intencionales permiten al lector a llenar el vacío, como si fuera respondiendo a las instrucciones del autor, y crean una prosa tridimensional.161 
Tanto en su literatura como en sus escritos personales, Hemingway utilizó habitualmente la palabra «y» en lugar de comas. Este uso de polisíndeton puede servir para transmitir la inmediatez. La oración polisindetónica de Hemingway —o, en obras posteriores, su uso de oraciones subordinadas— utiliza conjunciones para yuxtaponer visiones e imágenes sorprendentes. Benson las compara con haikus.162 163 Muchos de los seguidores de Hemingway malinterpretaron su ejemplo y reprobaron toda expresión de emoción; Saul Bellow satirizó este estilo comentando «¿Tienes emociones? estrangulalas».164 Sin embargo, la intención de Hemingway no era de eliminar la emoción, sino de retratarla en una forma más científica. Hemingway creó que sería fácil, e inútil, de describir emociones; esculpió collages de imágenes con el fin de captar «la realidad desnuda, la sucesión de movimientos y sucesos que produce la emoción, la realidad que pueda ser valedera dentro de un año o de diez o, con un poco de suerte y la suficiente pureza de expresión, durante mucho tiempo».165 Este uso de la imagen como un correlato objetivo es característico de Ezra Pound, TS Eliot, James Joyce y Proust.166 Las cartas de Hemingway se refieren a En busca del tiempo perdido de Proust en varias ocasiones a lo largo de los años, e indican que leyó el libro al menos dos veces.167 
La popularidad de la obra de Hemingway se basa en gran medida en los temas, que según el académico Frederic Svoboda son el amor, la guerra, la naturaleza, y la pérdida, todos muy presentes en su obra.168 Estos son temas recurrentes de la literatura estadounidense, y son evidentes en la obra de Hemingway. El crítico literario Leslie Fiedler observa que en la obra de Hemingway el tema que define como «tierra sagrada» —el Viejo Oeste— se extiende hasta incluir las montañas en España, Suiza y África, así como los ríos de Míchigan. El Viejo Oeste recibe un guiño simbólico con la inclusión del «Hotel Montana» en Fiesta y Por quién doblan las campanas.169 Según Stoltzfus y Fiedler, para Hemingway la naturaleza es un lugar terapéutico, para renacer, y el cazador o pescador tiene un momento de trascendencia cuando mata a la presa.170 La naturaleza es donde están los hombres sin mujeres: los hombres pescan, cazan, y encuentran la redención en la naturaleza.169 Aunque Hemingway escribe también sobre deportes, Carlos Baker cree que el énfasis está más en el atleta que el deporte,171 mientras que Beegel ve la esencia de Hemingway como un naturalista americano, tal como se refleja en las descripciones detalladas que se puede encontrar en «El río de dos corazones».8 
Fiedler cree que Hemingway invierta el tema de la literatura estadounidense de la «mujer oscura» y mala, frente a la «mujer clara» y buena. Brett Ashley, la mujer oscura de Fiesta, es una diosa; Margot Macomber, la mujer clara de «La corta vida feliz de Francis Macomber», es una asesina.169 Robert Scholes reconoce que los primeros relatos de Hemingway, como «Un cuento muy corto», presentan «favorablemente a un personaje masculino y desfavorablemente a una mujer».172 Según Rena Sanderson, los primeros críticos de Hemingway alabaron su mundo machocéntrico de actividades masculinas, y su ficción que dividió las mujeres en «castradoras o esclavas de amor». Las críticas feministas atacaron a Hemingway como «enemigo público número uno», aunque re-evaluaciones más recientes de su obra «han dado nueva visibilidad a los personajes femeninos de Hemingway (y sus puntos fuertes) y han puesto de manifiesto su sensibilidad a las cuestiones de género, así poniendo en duda la antigua presunción de que sus escritos fueron unilateralmente masculinos».173 Nina Baym cree que Brett Ashley y Margot Macomber «son dos ejemplos destacados de las "mujeres perras" de Hemingway».174 
El tema de la mujer y la muerte es evidente en las primeras narrativas como «Campamento indio». El tema de la muerte impregna la obra de Hemingway. Young cree que el énfasis en «Campamento indio» no era tanto sobre la mujer que da a luz, o el padre que se suicida, sino sobre Nick Adams que es testigo de estos eventos como niño, y se convierte en un «joven gravemente herido y nervioso». En «Campamento indio» Hemingway establece los eventos que forman al personaje de Adams. Young cree que «Campamento indio» tiene la «llave maestra» a «los propósitos de su autor durante los treinta y cinco años de su carrera como escritor».175 Stoltzfus considera que la obra de Hemingway es más compleja, con una representación de la verdad inherente en el existencialismo: si se abraza el «nada», entonces la redención se realiza en el momento de la muerte. Aquellos que enfrentan la muerte con dignidad y coraje viven una vida auténtica. Francis Macomber muere feliz porque las últimas horas de su vida son auténticas; el torero en la corrida representa el pináculo de una vida vivida con autenticidad.170 En su ensayo The Uses of Authenticity: Hemingway and the Literary Field («Los usos de autenticidad: Hemingway y el campo literario»), Timo Müller escribe que el éxito de la ficción de Hemingway se debe al hecho de que sus personajes viven una «vida auténtica», y los «soldados, pescadores, boxeadores y leñadores se encuentran entre los arquetipos de autenticidad en la literatura moderna».176 
El tema de la emasculación es frecuente en la obra de Hemingway, sobre todo en Fiesta. Según Fiedler, la emasculación es el resultado de una generación de soldados heridos; y de una generación en la que las mujeres, como Brett, ganaron la emancipación. Esto también se aplica al personaje secundario, Frances Clyne, la novia de Cohn al principio del libro. Su personaje apoya el tema no sólo porque la idea fue presentada al principio de la novela, sino también por el impacto que tenía sobre Cohn en el comienzo del libro, a pesar de que sólo aparece unas pocas veces.169 Baker cree que la obra de Hemingway hace hincapié en lo «natural» frente al «no natural». En «Alpine Idyll» («Idilio alpino»), la «no naturalidad» del esquí en la nieve de alta montaña a finales de la primavera se yuxtapone a la «no naturalidad» del campesino que permitió que el cadáver de su esposa se quedara demasiado tiempo en el cobertizo durante el invierno. Los esquiadores y el campesino se retiran a la fuente «natural» en el valle para su redención.171 
Algunos críticos han caracterizado la obra de Hemingway como misógina y homofóbica. Susan Beegel analizó cuatro décadas de críticas sobre Hemingway en su ensayo «Critical Reception» («Recepción crítica»). Descubrió que «los críticos interesados en la multiculturalidad», sobre todo en la década de 1980, simplemente ignoraron a Hemingway, aunque se escribieron algunos «apologéticas». El siguiente análisis de Fiesta es típico de éstas críticas: «Hemingway nunca permite que el lector se olvide que Cohn es un judío, no un personaje poco atractivo que resulta ser un judío, sino un personaje que no es atractivo porque es un judío». Durante la misma década, según Beegel, también se publicaron críticas que investigaron el «horror de la homosexualidad» y el racismo en la ficción de Hemingway.177 
El legado de Hemingway a la literatura norteamericana es su estilo: los escritores que vinieron después lo emularon o lo evitaron.178 Después de que se estableció su reputación con la publicación de Fiesta, se convirtió en el portavoz de la generación de la primera post-guerra, habiendo establecido un estilo a seguir.151 En 1933 sus libros fueron quemados por los nazi en Berlín, por «ser un monumento de la decadencia moderna». Sus padres desaprobaron su literatura calificándola de «suciedad».179 Reynolds afirma que su legado consiste en que «dejó cuentos y novelas tan conmovedores que algunos han pasado a formar parte de nuestro patrimonio cultural».180 En un discurso de 2004 en la Biblioteca John F. Kennedy, Russell Banks declaró que, como muchos escritores masculinos de su generación, fue influenciado por la filosofía literaria, el estilo y la imagen pública de Hemingway.181 Müller informa que para el público, Hemingway «tiene el mayor grado de reconocimiento de los escritores en el mundo entero». En cambio, en 2012 el novelista John Irving rechazó la mayor parte de la obra de Hemingway «a excepción de algunos cuentos», diciendo que «el dictamen de escribir-lo-que-uno-sabe no tiene lugar en la literatura de imaginación». Irving también se opuso a la «postura de hombre duro-ofensivo—todos esos hombres recalcitrantes del tipo dice-poco» y contrastó el enfoque de Hemingway con el de Herman Melville, citando el consejo de este último: "ten cuidado a quien busca agradar más que atemorizar"».182 183 
Benson cree que los detalles de la vida de Hemingway se convirtieron en un «medio de explotación importante», el cual resultó en una industria Hemingway.184 Hallengren cree que el «estilo duro» y machismo deben separarse del mismo autor.179 Benson concuerda describiéndolo como tan introvertido y reservado como J. D. Salinger, aunque Hemingway enmascaró su naturaleza con jactancia.185 Efectivamente, Salinger –que conoció a Hemingway durante la Segunda Guerra Mundial y mantuvo una correspondencia con él– reconoció la influencia de Hemingway. En una carta a Hemingway, Salinger afirma que sus conversaciones «le habían dado sus únicos minutos de esperanza durante toda la guerra», y en broma «se autodenominó el presidente nacional de los Clubes de Fans de Hemingway».186 
La Competición Internacional de Imitaciones de Hemingway fue creada en 1977 como reconocimiento público de su influencia y para destacar los cómicos esfuerzos extraviados de las imitaciones de su estilo por autores menores. Los participantes son invitados a presentar una «muy buena página de muy malo estilo Hemingway» y los ganadores son premiados con un viaje a «Harry's Bar» en Italia.187
Un planeta menor descubierto en 1978 por el astrónomo Nikolai Stepanovich Chernykh de la Unión Soviética, fue denominado 3656 Hemingway para honrar al escritor.188
La influencia es evidente en los numerosos restaurantes denominados «Hemingway»; y la proliferación de bares llamados «Harry's» (un guiño al bar en Al otro lado del río y entre los árboles).189 Una línea de muebles Hemingway, promovida por su hijo de Jack Hemingway (Bumby) cuenta con piezas tales como una mesita de noche «Kilimanjaro» y un sofá con cubierta «Catherine». Montblanc ofrece una pluma estilográfica Hemingway, y se creó una línea de ropa de safari Hemingway.190
Mary Hemingway creó la Fundación Hemingway en 1965, y donó los papeles de su marido a la Biblioteca John F. Kennedy en 1970. En 1980 un grupo de académicos especializados en Hemingway se reunieron para evaluar los documentos donados, formando posteriormente la Sociedad Hemingway que se «compromete a apoyar y fomentar la beca Hemingway».191
Ray Bradbury escribió The Kilimanjaro Device, en el que se transporta Hemingway a la parte superior del Monte Kilimanjaro.72 La película Wrestling Ernest Hemingway (1993), sobre la amistad de dos hombres jubilados en una ciudad costera de Florida, lleva ese título por uno de los personajes (interpretado por Richard Harris) quien dice haber luchado con Hemingway en 1930.192
 Dos de las nietas de Hemingway, las hermanas Mariel y Margaux Hemingway (hijas de Jack Hemingway), alcanzaron la fama como actrices en los años 1970 y 1980; Margaux fue también una modelo de moda. El 1 de julio de 1996, casi treinta y cinco años después de la muerte de Ernest Hemingway, Margaux Hemingway se suicidó en Santa Mónica (California).193 Se convirtió en «la quinta persona en suicidarse en cuatro generaciones de su familia».194
Novelas. Aguas primaverales (The Torrents of Spring, 1926). Fiesta (The Sun Also Rises, 1926). Adiós a las armas (A Farewell to Arms, 1929). Tener y no tener (To Have and Have Not, 1937). Por quién doblan las campanas (For Whom the Bell Tolls, 1940). Al otro lado del río y entre los árboles (Across the River and into the Trees, 1950). El viejo y el mar (The Old Man and the Sea, 1952). Islas en el golfo [o Islas a la deriva] (Islands in the Stream, 1970). El jardín del Edén (The Garden of Eden, 1986)Al romper el alba .(True at First Light, 1999). Relatos. Tres relatos y diez poemas (Three Stories and Ten Poems, 1923). En nuestro tiempo (In Our Time, 1925). Hombres sin mujeres (Men Without Women, 1927). El ganador no se lleva nada (Winner take Nothing, 1933). La quinta columna y los primeros cuarenta y nueve relatos (The Fifth Column and the First Forty-Nine Stories, 1938).Nick Adams (The Nick Adams Stories, 1972). Otras. Muerte en la tarde (Death in the Afternoon, (1932). París era una fiesta (A Moveable Feast, 1964). El verano peligroso (The Dangerous Summer, 1985).
Semblanza biográfica: Wikipedia. Texto: cuentosinfin.com. Foto:Archivo