El cuento del domingo


Augusto Monterroso

Míster Taylor


-Menos rara, aunque sin duda más ejemplar -dijo entonces el otro-, es la historia de Mr. Percy Taylor, cazador de cabezas en la selva amazónica.

Se sabe que en 1937 salió de Boston, Massachusetts, en donde había pulido su espíritu hasta el extremo de no tener un centavo. En 1944 aparece por primera vez en América del Sur, en la región del Amazonas, conviviendo con los indígenas de una tribu cuyo nombre no hace falta recordar.

Por sus ojeras y su aspecto famélico pronto llegó a ser conocido allí como "el gringo pobre", y los niños de la escuela hasta lo señalaban con el dedo y le tiraban piedras cuando pasaba con su barba brillante bajo el dorado sol tropical. Pero esto no afligía la humilde condición de Mr. Taylor porque había leído en el primer tomo de las Obras Completas de William G. Knight que si no se siente envidia de los ricos la pobreza no deshonra.

En pocas semanas los naturales se acostumbraron a él y a su ropa extravagante. Además, como tenía los ojos azules y un vago acento extranjero, el Presidente y el Ministro de Relaciones Exteriores lo trataban con singular respeto, temerosos de provocar incidentes internacionales.

Tan pobre y mísero estaba, que cierto día se internó en la selva en busca de hierbas para alimentarse. Había caminado cosa de varios metros sin atreverse a volver el rostro, cuando por pura casualidad vio a través de la maleza dos ojos indígenas que lo observaban decididamente. Un largo estremecimiento recorrió la sensitiva espalda de Mr. Taylor. Pero Mr. Taylor, intrépido, arrostró el peligro y siguió su camino silbando como si nada hubiera pasado.

De un salto (que no hay para qué llamar felino) el nativo se le puso enfrente y exclamó:

-Buy head? Money, money.

A pesar de que el inglés no podía ser peor, Mr. Taylor, algo indispuesto, sacó en claro que el indígena le ofrecía en venta una cabeza de hombre, curiosamente reducida, que traía en la mano.

Es innecesario decir que Mr. Taylor no estaba en capacidad de comprarla; pero como aparentó no comprender, el indio se sintió terriblemente disminuido por no hablar bien el inglés, y se la regaló pidiéndole disculpas.

Grande fue el regocijo con que Mr. Taylor regresó a su choza. Esa noche, acostado boca arriba sobre la precaria estera de palma que le servía de lecho, interrumpido tan solo por el zumbar de las moscas acaloradas que revoloteaban en torno haciéndose obscenamente el amor, Mr. Taylor contempló con deleite durante un buen rato su curiosa adquisición. El mayor goce estético lo extraía de contar, uno por uno, los pelos de la barba y el bigote, y de ver de frente el par de ojillos entre irónicos que parecían sonreírle agradecidos por aquella deferencia.

Hombre de vasta cultura, Mr. Taylor solía entregarse a la contemplación; pero esta vez en seguida se aburrió de sus reflexiones filosóficas y dispuso obsequiar la cabeza a un tío suyo, Mr. Rolston, residente en Nueva York, quien desde la más tierna infancia había revelado una fuerte inclinación por las manifestaciones culturales de los pueblos hispanoamericanos.

Pocos días después el tío de Mr. Taylor le pidió -previa indagación sobre el estado de su importante salud- que por favor lo complaciera con cinco más. Mr. Taylor accedió gustoso al capricho de Mr. Rolston y -no se sabe de qué modo- a vuelta de correo "tenía mucho agrado en satisfacer sus deseos". Muy reconocido, Mr. Rolston le solicitó otras diez. Mr. Taylor se sintió "halagadísimo de poder servirlo". Pero cuando pasado un mes aquél le rogó el envío de veinte, Mr. Taylor, hombre rudo y barbado pero de refinada sensibilidad artística, tuvo el presentimiento de que el hermano de su madre estaba haciendo negocio con ellas.

Bueno, si lo quieren saber, así era. Con toda franqueza, Mr. Rolston se lo dio a entender en una inspirada carta cuyos términos resueltamente comerciales hicieron vibrar como nunca las cuerdas del sensible espíritu de Mr. Taylor.

De inmediato concertaron una sociedad en la que Mr. Taylor se comprometía a obtener y remitir cabezas humanas reducidas en escala industrial, en tanto que Mr. Rolston las vendería lo mejor que pudiera en su país.

Los primeros días hubo algunas molestas dificultades con ciertos tipos del lugar. Pero Mr. Taylor, que en Boston había logrado las mejores notas con un ensayo sobre Joseph Henry Silliman, se reveló como político y obtuvo de las autoridades no sólo el permiso necesario para exportar, sino, además, una concesión exclusiva por noventa y nueve años. Escaso trabajo le costó convencer al guerrero Ejecutivo y a los brujos Legislativos de que aquel paso patriótico enriquecería en corto tiempo a la comunidad, y de que luego luego estarían todos los sedientos aborígenes en posibilidad de beber (cada vez que hicieran una pausa en la recolección de cabezas) de beber un refresco bien frío, cuya fórmula mágica él mismo proporcionaría.

Cuando los miembros de la Cámara, después de un breve pero luminoso esfuerzo intelectual, se dieron cuenta de tales ventajas, sintieron hervir su amor a la patria y en tres días promulgaron un decreto exigiendo al pueblo que acelerara la producción de cabezas reducidas.

Contados meses más tarde, en el país de Mr. Taylor las cabezas alcanzaron aquella popularidad que todos recordamos. Al principio eran privilegio de las familias más pudientes; pero la democracia es la democracia y, nadie lo va a negar, en cuestión de semanas pudieron adquirirlas hasta los mismos maestros de escuela.

Un hogar sin su correspondiente cabeza teníase por un hogar fracasado. Pronto vinieron los coleccionistas y, con ellos, las contradicciones: poseer diecisiete cabezas llegó a ser considerado de mal gusto; pero era distinguido tener once. Se vulgarizaron tanto que los verdaderos elegantes fueron perdiendo interés y ya sólo por excepción adquirían alguna, si presentaba cualquier particularidad que la salvara de lo vulgar. Una, muy rara, con bigotes prusianos, que perteneciera en vida a un general bastante condecorado, fue obsequiada al Instituto Danfeller, el que a su vez donó, como de rayo, tres y medio millones de dólares para impulsar el desenvolvimiento de aquella manifestación cultural, tan excitante, de los pueblos hispanoamericanos.

Mientras tanto, la tribu había progresado en tal forma que ya contaba con una veredita alrededor del Palacio Legislativo. Por esa alegre veredita paseaban los domingos y el Día de la Independencia los miembros del Congreso, carraspeando, luciendo sus plumas, muy serios, riéndose, en las bicicletas que les había obsequiado la Compañía.

Pero, ¿que quieren? No todos los tiempos son buenos. Cuando menos lo esperaban se presentó la primera escasez de cabezas.

Entonces comenzó lo más alegre de la fiesta.

Las meras defunciones resultaron ya insuficientes. El Ministro de Salud Pública se sintió sincero, y una noche caliginosa, con la luz apagada, después de acariciarle un ratito el pecho como por no dejar, le confesó a su mujer que se consideraba incapaz de elevar la mortalidad a un nivel grato a los intereses de la Compañía, a lo que ella le contestó que no se preocupara, que ya vería cómo todo iba a salir bien, y que mejor se durmieran.

Para compensar esa deficiencia administrativa fue indispensable tomar medidas heroicas y se estableció la pena de muerte en forma rigurosa.

Los juristas se consultaron unos a otros y elevaron a la categoría de delito, penado con la horca o el fusilamiento, según su gravedad, hasta la falta más nimia.

Incluso las simples equivocaciones pasaron a ser hechos delictuosos. Ejemplo: si en una conversación banal, alguien, por puro descuido, decía "Hace mucho calor", y posteriormente podía comprobársele, termómetro en mano, que en realidad el calor no era para tanto, se le cobraba un pequeño impuesto y era pasado ahí mismo por las armas, correspondiendo la cabeza a la Compañía y, justo es decirlo, el tronco y las extremidades a los dolientes.

La legislación sobre las enfermedades ganó inmediata resonancia y fue muy comentada por el Cuerpo Diplomático y por las Cancillerías de potencias amigas.

De acuerdo con esa memorable legislación, a los enfermos graves se les concedían veinticuatro horas para poner en orden sus papeles y morirse; pero si en este tiempo tenían suerte y lograban contagiar a la familia, obtenían tantos plazos de un mes como parientes fueran contaminados. Las víctimas de enfermedades leves y los simplemente indispuestos merecían el desprecio de la patria y, en la calle, cualquiera podía escupirle el rostro. Por primera vez en la historia fue reconocida la importancia de los médicos (hubo varios candidatos al premio Nóbel) que no curaban a nadie. Fallecer se convirtió en ejemplo del más exaltado patriotismo, no sólo en el orden nacional, sino en el más glorioso, en el continental.

Con el empuje que alcanzaron otras industrias subsidiarias (la de ataúdes, en primer término, que floreció con la asistencia técnica de la Compañía) el país entró, como se dice, en un periodo de gran auge económico. Este impulso fue particularmente comprobable en una nueva veredita florida, por la que paseaban, envueltas en la melancolía de las doradas tardes de otoño, las señoras de los diputados, cuyas lindas cabecitas decían que sí, que sí, que todo estaba bien, cuando algún periodista solícito, desde el otro lado, las saludaba sonriente sacándose el sombrero.

Al margen recordaré que uno de estos periodistas, quien en cierta ocasión emitió un lluvioso estornudo que no pudo justificar, fue acusado de extremista y llevado al paredón de fusilamiento. Sólo después de su abnegado fin los académicos de la lengua reconocieron que ese periodista era una de las más grandes cabezas del país; pero una vez reducida quedó tan bien que ni siquiera se notaba la diferencia.

¿Y Mr. Taylor? Para ese tiempo ya había sido designado consejero particular del Presidente Constitucional. Ahora, y como ejemplo de lo que puede el esfuerzo individual, contaba los miles por miles; mas esto no le quitaba el sueño porque había leído en el último tomo de las Obras completas de William G. Knight que ser millonario no deshonra si no se desprecia a los pobres.

Creo que con ésta será la segunda vez que diga que no todos los tiempos son buenos. Dada la prosperidad del negocio llegó un momento en que del vecindario sólo iban quedando ya las autoridades y sus señoras y los periodistas y sus señoras. Sin mucho esfuerzo, el cerebro de Mr. Taylor discurrió que el único remedio posible era fomentar la guerra con las tribus vecinas. ¿Por qué no? El progreso.

Con la ayuda de unos cañoncitos, la primera tribu fue limpiamente descabezada en escasos tres meses. Mr. Taylor saboreó la gloria de extender sus dominios. Luego vino la segunda; después la tercera y la cuarta y la quinta. El progreso se extendió con tanta rapidez que llegó la hora en que, por más esfuerzos que realizaron los técnicos, no fue posible encontrar tribus vecinas a quienes hacer la guerra.

Fue el principio del fin.

Las vereditas empezaron a languidecer. Sólo de vez en cuando se veía transitar por ellas a alguna señora, a algún poeta laureado con su libro bajo el brazo. La maleza, de nuevo, se apoderó de las dos, haciendo difícil y espinoso el delicado paso de las damas. Con las cabezas, escasearon las bicicletas y casi desaparecieron del todo los alegres saludos optimistas.

El fabricante de ataúdes estaba más triste y fúnebre que nunca. Y todos sentían como si acabaran de recordar de un grato sueño, de ese sueño formidable en que tú te encuentras una bolsa repleta de monedas de oro y la pones debajo de la almohada y sigues durmiendo y al día siguiente muy temprano, al despertar, la buscas y te hallas con el vacío.

Sin embargo, penosamente, el negocio seguía sosteniéndose. Pero ya se dormía con dificultad, por el temor a amanecer exportado.

En la patria de Mr. Taylor, por supuesto, la demanda era cada vez mayor. Diariamente aparecían nuevos inventos, pero en el fondo nadie creía en ellos y todos exigían las cabecitas hispanoamericanas.


Fue para la última crisis. Mr. Rolston, desesperado, pedía y pedía más cabezas. A pesar de que las acciones de la Compañía sufrieron un brusco descenso, Mr. Rolston estaba convencido de que su sobrino haría algo que lo sacara de aquella situación.

Los embarques, antes diarios, disminuyeron a uno por mes, ya con cualquier cosa, con cabezas de niño, de señoras, de diputados.

De repente cesaron del todo.

Un viernes áspero y gris, de vuelta de la Bolsa, aturdido aún por la gritería y por el lamentable espectáculo de pánico que daban sus amigos, Mr. Rolston se decidió a saltar por la ventana (en vez de usar el revólver, cuyo ruido lo hubiera llenado de terror) cuando al abrir un paquete del correo se encontró con la cabecita de Mr. Taylor, que le sonreía desde lejos, desde el fiero Amazonas, con una sonrisa falsa de niño que parecía decir: "Perdón, perdón, no lo vuelvo a hacer."

Augusto Monterroso nació el 21 de diciembre de 1921 en Tegucigalpa, capital de Honduras. Sin embargo, a los 15 años su familia se estableció en Guatemala y desde 1944 fijó su residencia en México, al que se trasladó por motivos políticos.

Narrador y ensayista, empezó a publicar sus textos a partir de 1959, año en que se publica la primera edición de Obras completas (y otros cuentos), conjunto de incisivas narraciones donde comienzan a notarse los rasgos fundamentales de su narrativa: una prosa concisa, breve, aparentemente sencilla que sin embargo está llena de referencias cultas, así como un magistral manejo de la parodia, la caricatura y el humor negro. Tito, como lo llamaban sus allegados, el gran hacedor de cuentos y fábulas breves, falleció el 6 de febrero de 2003.

Es considerado como uno de los maestros de la mini-ficción y, de forma breve, aborda temáticas complejas y fascinantes, con una provocadora visión del mundo en el universo y una narrativa que deleita a los lectores más exigentes, haciendo habitual la sustitución del nombre por el apócope.[cita requerida] Entre sus libros destacan además: La oveja negra y demás fábulas (1969), Movimiento perpetuo (1972), la novela Lo demás es silencio (1978); Viaje al centro de la fábula (conversaciones, 1981); La palabra mágica (1983) y La letra e: fragmentos de un diario (1987). En 1998 publicó su colección de ensayos La vaca.

Su composición Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí, está considerada como el correveidile más breve de la literatura universal. En 1970 ganó el premio Magda Donato, en 1975 el Premio Xavier Villaurrutia por Antología personal,1 y en 1988 le fue entregada la condecoración del Águila Azteca, por su aporte a la cultura de México. En 1997 el Ministerio de Cultura y Deportes de Guatemala le otorgó el Premio Nacional de Literatura "Miguel Ángel Asturias". En 2000 le fue concedido el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en reconocimiento a toda su carrera.2

Obras

Ver también:
foto:internet.Semblanza biográfica:Wikipedia.Texto:ciudadseva.com

El cuento del domingo


Saki

Los fabuladores

Era otoño en Londres, esa bendita estación entre la aspereza del invierno y las insinceridades del verano; una estación confiable cuando se compran bulbos y cada uno procede a registrar su voto, creyendo perpetuamente en la primavera y en un cambio de gobierno.

Morton Crosby estaba sentado en un banco en un apartado rincón de Hyde Park, disfrutando indolentemente de un cigarrillo y observando el paseo de un par de gansos árticos que pastaban lentamente; el macho parecía una edición albina de la rojiza hembra. Con el rabillo del ojo Crosby también advertía con cierto interés los vacilantes giros de una figura humana, que había pasado y vuelto a pasar por su asiento dos o tres veces a intervalos cada vez más cortos, como un cuervo cauteloso a punto de posarse cerca de un bocado posiblemente comestible. Inevitablemente, la figura vino a ubicarse en el banco a una distancia adecuada como para conversar con su ocupante original. La vestimenta desaliñada, la agresiva barba grisácea y la mirada furtiva, evasiva, del recién llegado, delataban al vendedor ambulante profesional, el hombre que soportaría horas humillantes de hilvanar historias y soportar desaires antes que aventurarse en un trabajo decente de media jornada.

Durante un rato, el recién llegado mantuvo la mirada fija hacia el frente con una mirada enérgica aunque sin ver nada; luego su voz resonó con la inflexión de alguien que tiene una historia para contar digna del tiempo requerido por cualquier persona inactiva para escucharla.

-Es un mundo extraño -dijo.

Como la declaración no recibió repuesta, le dio la forma de una pregunta.

-Me atrevo a decir que usted ha descubierto que éste es un mundo extraño, señor.

-En lo que me concierne -dijo Crosby-, la extrañeza se ha agotado en el curso de treinta y seis años.

-¡Ah! -dijo el de la barba gris-, podría contarle cosas que le costaría creer. Cosas maravillosas que me han sucedido realmente a mí.

-Hoy en día no hay demanda de cosas maravillosas que han sucedido realmente -dijo Crosby con tono desalentador-, los escritores profesionales de ficción elaboran tanto mejor esas cosas. Por ejemplo, mis vecinos me cuentan cosas maravillosas, increíbles, que han hecho sus Aberdeen y chows y perros-lobos rusos, pero nunca los escucho. En cambio, he leído El sabueso de los Baskerville tres veces.

El de la barba gris se movió incómodamente en su asiento; luego se aventuró en otro terreno.

-Deduzco que usted es un cristiano profeso -observó.

-Soy un miembro prominente y creo poder decir influyente de la comunidad musulmana de Persia Oriental -dijo Crosby, incursionando a su vez en el reino de la ficción.

El de la barba gris se sintió obviamente desconcertado por este nuevo impedimento para una conversación introductoria, pero la derrota fue sólo momentánea.

-Persia. Nunca lo hubiera tomado por un persa -señaló, con un aire algo apenado.

-No lo soy -dijo Crosby-, mi padre era afgano.

-¡Un afgano! -dijo el otro, sumido por un momento en un perplejo silencio. Luego se recuperó y renovó su ataque.

-Afganistán. ¡Ah! Hemos tenido algunas guerras con ese país, pero me atrevo a decir que en lugar de luchar podríamos haber aprendido algo de él. Un país muy rico, según creo. No hay verdadera pobreza allí.

Levantó la voz en la palabra "pobreza" sugiriendo un vivo sentimiento. Crosby captó la apertura y la evitó.

-Posee, sin embargo, una cantidad de mendigos ingeniosos y de gran talento -dijo-; si yo no hubiera hablado tan despreciativamente de las cosas maravillosas que han sucedido realmente, le contaría la historia de Ibrahim y los once camellos cargados con papel secante. Además me he olvidado de cómo terminaba exactamente.

-La historia de mi propia vida es curiosa -dijo el forastero, aparentemente ahogando todo deseo de oír la historia de Ibrahim- no siempre fui como usted me ve ahora.

-Se supone que sufrimos un cambio completo cada siete años -dijo Crosby, como explicación del anuncio anterior.

-Quiero decir que no siempre estuve en las circunstancias penosas en que me encuentro actualmente -prosiguió el forastero tercamente.

-Eso suena algo ofensivo -dijo Crosby rígidamente-, considerando que usted está hablando en este momento con alguien considerado como uno de los hombres más dotados para la conversación de la frontera de Afganistán.

-No lo dije en ese sentido -dijo apresuradamente el de la barba gris-, he estado muy interesado en su conversación. Aludía a mi infortunada situación financiera. Le costará creerlo, pero en este momento estoy sin un céntimo. Tampoco tengo la perspectiva de obtener ningún dinero durante los próximos días. No supongo que usted se haya encontrado nunca en esta posición -añadió.

-En la ciudad de Yom -dijo Crosby-, situada al sur de Afganistán, que es también mi lugar de nacimiento, había un filósofo chino que decía que una de las tres bendiciones humanas era no poseer absolutamente ningún dinero. He olvidado cuáles eran las otras dos.

-¡Ah! -dijo el forastero en un tono que no delataba ningún entusiasmo por la memoria del filósofo- ¿y él practicaba lo que predicaba? Ésa es la prueba.

-Vivía muy feliz con muy poco dinero o recursos -dijo Crosby.

-Entonces espero que tuviese amigos que lo ayudaran liberalmente cuando estaba en dificultades, como sucede conmigo actualmente.

-En Yom -dijo Crosby- no es necesario tener amigos para obtener ayuda. Es algo natural que cualquier ciudadano de Yom ayude a un forastero.

El de la barba gris se sintió ahora genuinamente interesado. La conversación había por fin tomado un giro favorable.

-Si alguien como yo, por ejemplo, que se encontrara en dificultades no merecidas, pidiera a un ciudadano de esa ciudad de que usted habla un pequeño préstamo para ayudarlo durante algunos días de indigencia, digamos cinco chelines o quizás una suma mayor, ¿le sería otorgado como algo natural?

-Habría ciertos preliminares -dijo Crosby-, lo llevarían a una vinería y le obsequiarían una medida de vino, y luego, después de una altisonante conversación, pondrían la suma deseada en su mano y le desearían un buen día. Es una manera indirecta de realizar una transacción simple, pero en Oriente todos los caminos son indirectos.

Los ojos del que escuchaba relucían.

-¡Ah! -exclamó, con una ligera mueca de desdén remarcando significativamente sus palabras- supongo que usted ha abandonado todas esas costumbres generosas desde que dejó su ciudad. Supongo que ahora no las practica.

-Nadie que haya vivido en Yom -dijo Crosby con fervor- y recuerda sus verdes colinas cubiertas con árboles de albaricoques y almendras, y la fría agua que se precipita como una caricia desde las nieves de la altura y corre bajo los pequeños puentes de madera, nadie que recuerde esas cosas y atesore su memoria jamás abandonaría una sola de sus leyes y costumbres no escritas. Para mí son tan obligatorias como si todavía viviera en ese sagrado hogar de mi juventud.

-Entonces, si yo le pidiera un pequeño préstamo... -empezó el barba-gris aduladoramente, acercándose en el asiento y rápidamente preguntándose qué cantidad podría pedir sin riesgo- si le pidiera, digamos...

-En cualquier otro momento, con seguridad -dijo Crosby-, no obstante, en los meses de noviembre y diciembre está absolutamente prohibido para cualquiera de nuestra raza dar o recibir préstamos o donaciones; de hecho, no se habla voluntariamente de ello. Se considera que atrae la mala fortuna. Por tanto, cerraremos esta discusión.

-¡Pero todavía es octubre! -exclamó el aventurero con un quejido ansioso y resentido, mientras Crosby se levantaba de su asiento-; ¡faltan ocho días para fin de mes!

-El noviembre afgano comenzó ayer -dijo Crosby severamente y al momento siguiente caminaba a través del parque, dejando a su reciente compañero ceñudo y murmurando en el banco.

-No creo una palabra de su historia -se decía a sí mismo- todas mentiras desagradables de principio a fin. Quisiera habérselo dicho en la cara. ¡Llamarse a sí mismo afgano!

Los bufidos y gruñidos que emitió durante el siguiente cuarto de hora eran un fuerte apoyo a la verdad de aquel antiguo dicho: "Dos del mismo oficio nunca están de acuerdo".

Hector Hugh Munro quien usaba el seudónimo literario de Saki (18 de diciembre de 1870 - 14 de noviembre de 1916), fue cuentista, novelista y dramaturgo británico. Sus agudos y, en ocasiones, macabros cuentos recrearon irónicamente la sociedad y la cultura victorianas en que vivió.

El nombre "Saki" se ha relacionado a menudo con el del copero que aparece en el "Rubáiyát" de Omar Khayyam. Pero puede también referirse a un primate sudamericano de larga cola con el mismo nombre, personaje central de su relato "The Remoulding of Groby Lington", el cual, como el mismo escritor, oculta un trasfondo equívoco bajo una apariencia decente. Este relato es el único de Saki que se abre con una cita: "Se conoce a un hombre por las compañías que frecuenta", y juega con la idea de que el hombre llega a parecerse a sus propias mascotas.

H. H. Munro nació en Akyab, Birmania. Era hijo de Charles Augustus Munro, inspector general de la policía birmana, cuando este país pertenecía aún al Imperio Británico. Su madre, de soltera Mary Frances Mercer, murió en 1872, corneada por una vaca. Este incidente pudo tener influencia en sus relatos. Su niñez se trastocaría al ser después trasladado a Inglaterra con unos parientes puritanos de personalidad severa e intransigente, la convivencia con los cuales amargaría para siempre su carácter. Algún indicio de esto se observa en su famoso relato "Sredni Vashtar". Munro fue educado en el Pencarwick School de Exmouth, y en el Bedford Grammar School. En 1893, siguiendo el ejemplo de su padre, ingresó en la policía birmana. Tres años más tarde, su mala salud le obligó a regresar a Inglaterra. Su primer libro fue una obra histórica sobre el imperio de Rusia. Trabajó como periodista en diversos periódicos de Londres, oficio que le permitió vivir mientras escribía cuentos y novelas. Sus últimas palabras, de acuerdo con distintas fuentes, fueron: "Put that damned cigarette out!" ("¡Apagad ese maldito cigarrillo!"). Frase que se le escuchó decir desde una trinchera durante la Primera Guerra Mundial, dado que Munro se alistó en el ejército al comenzar la misma, a pesar de no tener edad que lo obligara a ello. Fue a Francia como sargento de los Fusileros Reales, y las ya citadas últimas palabras acontecieron en la mañana del 13 de noviembre de 1916, durante la batalla de Beaumont Hamel.

Después de su muerte, su hermana Ethel destruyó la mayor parte de sus papeles, redactando seguidamente su versión particular de la historia familiar. H. H. Munro nunca contrajo matrimonio.

Saki es considerado un maestro del relato corto, a menudo comparado con O. Henry y con Dorothy Parker. Sus personajes están finamente dibujados y sus elegantes tramas han recibido muy buenas críticas. Quizá sea La ventana abierta ("The Open Window") su cuento más famoso; su última frase: «Las fabulaciones improvisadas eran su especialidad» se ha hecho célebre. Saki escribió también tres obras teatrales, las novelas El insoportable Bassington ("The Unbearable Bassington", 1912) y Al llegar Guillermo ("When William Came", 1914), además de una parodia de Alicia en el país de las maravillas (The Westminster Alice, 1902).

Saki describió incomparablemente a sus contemporáneos de la clase media victoriana, tan estrictos en sus maneras y amantes de absurdas fórmulas y rutinas. Su sentido del humor, cáustico e irónico, era muy apreciado por Jorge Luis Borges, quien lo situaba al lado de Kipling y Thackeray, como uno de los ingleses ilustres nacidos en Oriente. En el prólogo a la edición de los relatos de Saki perteneciente a la colección borgiana "La Biblioteca de Babel", escribió sobre él: «Con una suerte de pudor, Saki da un tono de trivialidad a relatos cuya íntima trama es amarga y cruel. Esa delicadeza, esa levedad, esa ausencia de énfasis puede recordar las deliciosas comedias de Wilde».

Ediciones en español

  • El insoportable Bassington. Valdemar. 2010.
  • El contador de cuentos. ilustado por Alba Marina Rivera. Ekaré. 2008.
  • Cuentos de humor y de horror. Anagrama. 2007.
  • Cuentos completos. Alpha Decay. 2005.
  • Animales y más que animales. Valdemar. 2003.
  • Clovis en familia. La Primitiva Casa Baroja. 1987.
  • Crónicas de Clovis. Valdemar. 1999.
  • Animales y más que animales. Claridad. 2006.
  • Crónicas de Clovis. Claridad. 2006.
  • Juguetes de paz/El huevo cuadrado. Claridad. 2006.
  • Las Aventuras de Reginald. Claridad. 2006.
El tigre de la señora Packletide y otros cuentos. estudio preliminar, traducción y selección de Eduardo Paz Leston. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina. 1989.

foto y semblanza biográfica:Wikipedia.Texto:ciudadseva.com

El cuento del domingo

Italo Calvino

El bosque-raíz-laberinto

En un bosque tan frondoso que aún de día estaba oscuro, el rey Clodoveo cabalgaba a la cabeza de su ejército, de retorno de la guerra. El rey estaba preocupado: sabía que a un cierto punto el bosque debía terminar y entonces él habría llegado a la vista de la capital de su reino, Arbolburgo. A cada vuelta del sendero esperaba descubrir las torres de la ciudad. Nada, todo lo contrario. Hacía mucho tiempo que avanzaban en el bosque y éste, sin embargo, no daba señales de terminar.

-No se ve -dice el rey a su viejo escudero Amalberto-, no se ve todavía...

Y el escudero:

-A la vista sólo tenemos troncos, ramas retorcidas, frondas, matas y zarzales. Majestad, ¿cómo podemos esperar ver la ciudad a través de un bosque tan denso?

-No recordaba que el bosque fuera así de extenso e intrincado -refunfuñaba el rey. Se hubiera dicho que mientras él estaba lejos la vegetación hubiese crecido desmesuradamente, enroscándose e invadiendo los senderos.

El escudero Amalberto tuvo un sobresalto.

-¡Allá está la ciudad!

-¿Dónde?

-He visto aparecer a través de las ramas la cúpula del palacio real. Pero no logro divisarla ahora.

Y el rey:

-Estás soñando. No se ve más que palos.

Pero en la vuelta siguiente fue el rey quien exclamara:

-¡Eh! ¡Es allí! ¡La he visto! ¡Las verjas del jardín real! Las garitas de los centinelas!

Y el escudero:

-¿Dónde, dónde, Majestad? No veo nada...

Ya la mirada del rey Clodoveo giraba desorientada alrededor.

-Allí... No... Sin embargo, la había visto... ¿Dónde ha ido a parar?

La sombra se adensaba entre los árboles. El aire se volvía siempre más oscuro. Y entre las ramas más altas se oyó un batir de alas, acompañado de un extraño canto:

-Coac... Coac... -Un pájaro de colores y formas jamás vistos revoloteaba en el bosque. Tenía plumas tornasoladas como un faisán, grandes alas que se agitaban en el aire como las de un cuervo, un pico largo como el de un pájaro carpintero y una cresta de plumaje blanco y negro como el de una abubilla.

-¡Eh, atrápenlo! -gritó el rey-. ¡Eh, se nos escapa! ¡Sigámoslo!

El ejército, en filas compactas, dirigió su marcha de modo de seguir el vuelo del pájaro, giró a la izquierda, giró a la derecha, retrocedió. Pero el pájaro ya había desaparecido. Se oyó todavía el "Coac... Coac...", alejándose después el silencio.

El camino se les hacía penoso. Dijo el rey:

-Las ramas nos obstaculizan la marcha. No nos queda más que descabalgar o rasguñarnos con ellas.

Y el escudero:

-¿Ramas? Estas son raíces, Majestad.

-Si estas son raíces -replicó el rey- entonces nos estamos adentrando en la tierra.

-Y si éstas fueran ramas, -insistió el viejo Amalberto-, entonces hubiéramos perdido de vista el suelo y estaríamos suspendidos en el aire.

Reapareció el pájaro. O mejor dicho, se vio volar su sombra y se sintió una "Coac...Coac..."

-Este extraño pájaro nos guía -dijo el rey-. ¿Pero adónde?

-Tanto vale seguirlo, señor -dijo el escudero-. Desde hace rato hemos perdido el camino. Todo está oscuro.

-¡Enciendan las linternas! -ordenó el rey, y la fila de soldados se desanudó por el bosque como una bandada de luciérnagas.

Todo aquel día la princesa Verbena había mirado con catalejo el horizonte desde el balcón del palacio real de Arbolburgo, esperando el retorno de la guerra del rey Clodoveo, su padre. Pero fuera de los muros de la ciudad el bosque era tan espeso como para esconder a un ejército en marcha. En ese momento a Verbena le había parecido ver una fila de alabardas y de lanzas despuntando entre las ramas, pero debía estar equivocada. Allí, ahora le parecía que algunos yelmos se asomaban entre las hojas.... No, era un engaño de sus ojos.

Durante la ausencia del rey Clodoveo, el bosque allí abajo se había vuelto cada vez más espeso y amenazador, como si el reino vegetal quisiera asediar los muros de Arbolburgo. Y al mismo tiempo, en el interior de la ciudad, todas las plantas se habían marchitado, habían perdido las hojas y se habían muerto. La ciudad no era la misma desde que la reina Ferdibunda, segunda mujer del rey Clodoveo y madrastra de Verbena, en ausencia del marido, había tomado el mandó asistida por su primer ministro Curvaldo.

Verbena pensaba: "Querría fugarme de aquí, salir al encuentro de mi padre". Pero, ¿cómo hacerlo en ese bosque impenetrable?

La reina Ferdibunda, que espiaba a Verbena detrás de una cortina, murmuró al primer ministro:

-Comienza a perder las esperanzas nuestra princesita. Los días pasan, los súbditos están cansados de esperar a un rey que no vuelve. Y yo también estoy cansada, Curvaldo. Es tiempo de dar vía libre a nuestra conjura.

Curvaldo sonrió maliciosamente.

-Los conjurados están prestos a reunirse en los lugares convenidos, reina mía, para después marchar sobre el palacio real y...

-...y proclamarte rey, Curvaldo -terminó Ferdibunda la frase.

-Si así lo quiere mi reina... -y Curvaldo, siempre sonriendo maliciosamente, inclinó la cabeza.

-Entonces -dijo la reina- arma tu trampa, Curvaldo, y advierte a tus hombres, es la hora.

Pero Curvaldo prefería proceder con cautela. En Arbolburgo loa fieles del rey eran todavía numerosos, y vigilaban. Las calles de la ciudad eran rectas y estaban expuestas a las miradas de todos: las idas y venidas de los conjurados serían rápidamente vistas por mucha gente.

La reina estaba impaciente.

-¿Qué piensas hacer, Curvaldo?

El primer ministro tenía un plan.

-Nuestros movimientos deben desenvolverse fuera de los muros de la ciudad -decidió-. Nos desplazaremos de una puerta a la otra por los caminos exteriores que pasan por el bosque. Sin ser vistos, los conjurados circundarán la ciudad.

Saliendo de la puerta norte, Ferdibunda y Curvaldo dieron órdenes a sus secuaces:

-Divídanse en dos grupos: uno rodeará la ciudad por el este y el otro por el oeste. A las nueve y cuarto precisamente penetrarán en Arbolburgo por las puertas laterales. Nosotros dos, entretanto, con un rodeo más largo, iremos hasta la puerta sur y desde allí haremos nuestra entrada triunfal a la ciudad, a las nueve y media en punto.

Habiendo dicho esto, la reina y el ministro se alejaron por un sendero trazado en forma de anillo en torno a Arbolburgo, apenas afuera de los muros. A decir verdad, mientras más avanzaban ellos, más parecía el sendero desprenderse de la ciudad. La reina comenzó a preguntarse si acaso no habían equivocado el sendero.

-No temas, -dijo Curvaldo- más allá de aquella vuelta, doblada la colina, estaremos cerca de los muros.

Y continuaron por el sendero.

-Eso, hay todavía un desvío, pero seguramente más allá volveremos al camino principal.

El sendero ya subía, ya bajaba.

-Apenas superados estos desniveles, nos encontraremos en la dirección correcta -decía Curvaldo, pero entretanto oscuros presentimientos invadían el ánimo de la reina. Veía la maraña de la vegetación adentrándose como la trama de su traición, como si sus pensamientos fueran a embrollar la ciudad en un enredo inextricable.

Mientras tanto un pájaro de una especie jamás vista voló entre las ramas emitiendo un reclamo estridente:

-"Coac... Coac..."

-Qué extraño pájaro -dijo Ferdibunda-. Parece que nos esperara, que deseara hacerse atrapar.

No, el pájaro volaba de rama en mata, se escondía, volvía a aparecer. Siguiéndolo la reina y Curvaldo se encontraron en un sendero más espacioso, aunque más oscuro y todo curvas.

-Está cayendo la noche... ¿Dónde estamos?

El pájaro se dejó oír aún:

-"Coac... Coac..."

-Sigamos el canto del pájaro -dijo Curvaldo-, por aquí, ven.

Mientras tanto, en otra parte del bosque, también al rey Clodoveo le parecía oír el canto del pájaro. En aquella noche sin estrellas, en aquel laberinto de áspera corteza nudosa, el "Coac... Coac..." era el único signo hacia el cual dirigir los propios pasos. El aceite de las linternas se había acabado, pero los ojos de los soldados se habían vuelto luminosos como los de los búhos y su resplandor constelaba la oscuridad. El ejército en marcha no emitía más un sonido metálico sino un frufrú como si entre las armas y las corazas y los escudos hubiese crecido follaje. El viejo escudero Amalberto ya sentía crecer el musgo sobre su espalda.

-¿Dónde estará mi ciudad? -se preguntaba el rey Clodoveo-. ¿Y mi trono? ¿Y mi hija Verbena?

Verbena estaba en aquel momento bajo la morera de su patio. Esta vieja morera era el único árbol que había quedado con vida en toda la ciudad. Los pájaros, desde tanto desaparecidos de los árboles de Arbolburgo, venían todavía a visitar las ramas de la morera en la estación de las moras. He aquí que entonces un pájaro de formas y colores jamás vistos viene agitando las alas, a posarse cerca de Verbena. Graznó:

-"Coac... Coac..."

-Pájaro, si pudiera volar contigo fuera de esta jaula... -suspiraba Verbena-. Si pudiera seguirte en tu vuelo... Pero, ¿dónde estás ahora? ¿Te has escondido? ¡Espérame! ¡No me dejes aquí!

El tronco de la vieja morera estaba todo retorcido, lleno de sinuosidades, excavado por los siglos. Girar en torno a su tronco parecía cuestión de un instante, pero en cambio Verbena tuvo que salvar raíces que sobresalían, inclinarse bajo ramas bajas. Parecía que el árbol quisiera tomarla bajo su protección, atraerla hacía el río de savia que a través de corrientes subterráneas se ligaba con el bosque.

-"Coac... Coac.."

-Ah, has volado hasta allá abajo -dijo Verbena-. Pero, ¿en dónde estoy? Quería sencillamente rodear el tronco y me he perdido entre sus raíces. Hay un bosque subterráneo que levanta los fundamentos de la ciudad... ¿Adónde he ido a parar?

Verbena no lograba comprender si había quedado prisionera dentro del tronco de la morera o entre las raíces enterradas o bien si había salido completamente afuera de la ciudad, al bosque amenazador que tanto la atemorizaba... al bosque libre que tanto la atraía.

Un joven llamado Arándano se acercaba a los muros de Arbolburgo y gritaba un llamado:

-¡Eh, los de la ciudad! ¡Centinelas de guardia en los muros! ¿Me oyen?

Pero ninguno asomaba la cara.

Arándano estaba acostumbrado a llegar a la ciudad desde el bosque y a ver aparecer en lo alto y sobre los árboles las torres, los balcones, las pérgolas, los miradores, las verandas. Pero esta vez se encontraba el bosque tan crecido que sobre su cabeza no veía más que ramas retorcidas que parecían raíces.

-¡Respóndanme! -gritaba Arándano-. ¡Digan algo! ¡Hagan una señal! ¿Cómo puedo llevarles nuevamente los cestos de frutillas silvestres, de rodellones, de bayas? ¡Eh, los de la ciudad! ¿Cómo haré para volver a ver a la bella muchacha que un día se asomó a un balcón y aceptó en regalo un ramo de madreselvas?

Buscando ver más lejos, Arándano subió sobre ramas más altas pero la maraña parecía espesarse más bien que dejar espacio a la luz.

-¡Oh! ¡Qué extraño pájaro! -exclamó de repente Arándano.

Y el pájaro:

-"Coac... Coac..."

El bosque era aquella mañana un serpentear de senderos y de pensamientos de personas perdidas. El rey Clodoveo pensaba: "¡Oh, ciudad inalcanzable! Me enseñaste a caminar por tus caminos rectos y luminosos y, ¿de qué me sirve eso? Ahora debo abrirme paso por senderos serpenteantes y enmarañados y me he perdido..."

Y los pensamientos de Curvaldo eran éstos: "Más tortuoso el camino, más conviene a nuestros planes. Todo consiste en encontrar el punto en el cual las curvas, a fuerza de curvarse, coinciden con los caminos rectos. Entre todo el nudo de senderos que se enredan en el bosque, éste es el nudo del cual no encuentro el cabo".

En cambio Verbena pensaba: "¡Huir, huir! ¿Pero, por qué mientras más me interno en el bosque más me parece estar prisionera? La ciudad de piedra escuadrada y el bosque enmarañado siempre me parecieron enemigos y separados, sin comunicación posible. Pero ahora que he encontrado el pasaje me parece que se transforman en una sola cosa. Querría que la savia del bosque atravesase la ciudad y llevase la vida entre sus piedras, querría que en el medio del bosque se pudiese ir y venir y encontrarse y estar juntos como en una ciudad..."

Los pensamientos de Arándano eran como en un sueño: "Querría llevar a la ciudad las frutillas del bosque, pero no en un cesto: querría que las mismas frutillas se movieran, como un ejército bajo mi mando, que marchasen sobre sus propias raíces hasta las puertas de la ciudad. Querría que los ramos cargados de moras se encaramaran por los muros, querría que el romero y la salvia y la albahaca y la menta invadiesen las calles y las plazas. Aquí en el bosque la vegetación sofoca de tan densa, mientras que la ciudad permanece cerrada e inalcanzable como una árida urna de piedra".

Curvaldo aguzó el oído.

-Oigo pasos como de un ejército en marcha.

Ferdibunda aguzó la vista.

-¡Cielos! ¡Es mi marido, el rey, a la cabeza de sus tropas! ¡Escondámonos!

El escudero Amalberto había percibido algo raro.

-Majestad, siento que alguien se esconde entre los árboles y espía nuestros pasos.

Y el rey Clodoveo:

-Estamos en guardia.

Súbitamente Arándano fue interrumpido en sus ensoñaciones.

-¡Oh! ¡Qué veo! -se le había aparecido la muchacha que había visto una vez en el balcón. La llamó:

-¡Eh, muchacha!

Verbena se volvió.

-¿Quién me llama?

-Yo, Arándamo. Llevaba los frutos del bosque a la ciudad, pero me he perdido siguiendo a un pájaro que hace coac.

-Yo soy Verbena. Vengo de la ciudad, o más bien me escapo de ella y también me he perdido siguiendo a un pájaro que hace coac... Ah, pero tú eres aquel joven que un día me regaló un ramo de madreselvas y me parecía que era el bosque mismo que llegaba hasta mí para darme un mensaje... Escucha, ¿sabes decirme dónde estamos? Había descendido por las raíces y ahora me encuentro como suspendida.

-No lo sé. Me había trepado por las ramas y ahora me encuentro como engullido en un laberinto...

Quería decirle, además: "Pero estando tú aquí, Verbena, lo mejor de la ciudad y del bosque están finalmente reunidos" pero le parecía un poco atrevido y no lo dijo.

Verbena quería decirle: "Tu sonrisa, Arándano, me hace pensar que donde tú estás el bosque pierde su aspecto selvático y la ciudad es más árida y despiadada". Pero no sabía si la habría entendido y dijo solamente:

-Pero, ¿cómo haces para estar abajo, si dices que estás sobre las ramas?

En efecto, Verbena veía a Arándano como hundido en un pozo... pero en el fondo de aquel pozo estaba el cielo.

-Y tú, ¿cómo haces para haber llegado tan alto, siempre descendiendo, mientras que yo no he hecho otra cosa que subir?

Arándano se puso a reflexionar, y agregó después:

-Pensándolo bien la solución no puede ser más que una.

-¿Cuál?

-Este bosque tiene las raíces arriba y las ramas abajo.

Y Verbena y Arándano comenzaron juntos a dar vueltas y contra-vueltas entre las ramas.

-Este es el arriba y aquél es el abajo... No, éste es el abajo y aquél es el arriba...

-Tienes razón -admitió Verbena-. Pero yo he descubierto otro secreto.

-Dímelo.

-¿Ves este árbol todo retorcido? Si giras alrededor de él en este sentido verás el bosque al revés, si giras en sentido contrario, el arriba y el abajo se trastornarán de nuevo.

Los dos jóvenes hablaban, hablaban, comunicándose sus descubrimientos, y no se daban cuenta de ser espiados por los ojos gélidos de la reina madrastra.

Ferdibunda fue rápidamente a advertirle a Curvaldo.

-La princesita ha escapado de la ciudad. Hay que impedirle que descubra nuestra conjura y que vaya al encuentro de su padre para advertirlo. Aquel joven guardabosque debe ser su cómplice. Debemos capturarlos.

Curvaldo mostró los dientes en una sonrisa que no prometía nada bueno.

-A ella la sepultaremos bajo las raíces. A él lo colgaremos de la rama más alta.

La reina estuvo inmediatamente de acuerdo.

-Mientras tanto yo me presentaré al rey para intentar detenerlo un poco.

Súbitamente Ferdibunda corrió al encuentro de Clodoveo.

-¡Mi real consorte, bienvenido!

-¿A quién veo? -exclamó el rey-. ¿Mi mujer, la reina Ferdibunda? ¿Qué haces aquí?

-¿Y adónde querrías que estuviese sino aquí, esperándote? ¿No es éste quizás nuestro palacio?

-¿Nuestro palacio? No veo más que un bosque todo espinas de las que no logro desenredarme... ¿Acaso tengo alucinaciones?

Y se dirigió al escudero para confirmar sus impresiones. El viejo Amalberto extendió los brazos y dobló hacia afuera el labio inferior, como alguien que no comprende nada.

-¿Cómo? -insistía Ferdibunda-. ¿No ves los pórticos, los escalones, los salones, los lampadarios, los cortinajes, los tapices, los terciopelos, los damasquinados, tu trono con almohadón de plumas sobre el que reposarás de las fatigas de la guerra?

El rey meneaba la cabeza.

-Yo no toco más que corteza húmeda, matas, musgo, palos... ¿Habré perdido la razón? Pero si este es el palacio, ¿dónde está mi hija Verbena?

-Ay de mí -dijo la reina- debo darte una noticia muy triste... Verbena...

-¿Qué dices? ¿Verbena...?

-Al pie de uno de estos árboles encontrarás su tumba. Busca entre las raíces.

- ¡No! ¡No puede ser! ¡Verbena! ¿Dónde estás? -y el rey se puso a buscarla, desesperado.

-¡Padre mío... estoy aquí! -gritó Verbena apareciendo en el extremo de una rama alta-. ¡Finalmente te he encontrado!

-¡Hija mía! ¡Entonces no estás muerta!... ¿Dónde estoy, dónde estamos?

-No hay tiempo que perder -le explicó Verbena- hay un pasaje secreto a través del cual las ramas más altas del bosque comunican con las raíces de la morera que crece en nuestro patio, bien al centro de la ciudad. ¡Sube! ¡Rápido! ¡Te salvarás de la conjura de la madrastra traidora y recuperarás el trono!

Y el rey, siguiendo a su hija, después de algunas vueltas hacia arriba y hacia abajo, desapareció detrás de ella en lo alto de las ramas, seguido de sus soldados.

Curvaldo, cuando vio al rey y su ejército treparse sobre los árboles, se quedó sorprendido; después se refregó las manos de alegría.

-¡Bien, se metieron en la trampa ellos mismos! Ahora no tienen más vía de escape! -y súbitamente se puso a dar órdenes a sus secuaces-. ¡Rodeen los árboles! ¡Los atraparemos como gatos! ¡O abatiremos los árboles para hacerlos caer! Pero ¿qué sucede?

Sobre las ramas no había ninguno. El rey y los soldados habían desaparecido todos, como si hubieran volado.

Curvaldo sintió que le tiraban de la manga. Era Arándano.

-¡Señor ministro, puedo enseñarle un pasaje secreto para llegar a la ciudad!

Para Curvaldo fue como si hubiese visto un fantasma.

-¿Qué haces tú aquí? ¿No te había colgado de la rama más alta?

-La rama más alta era en realidad la raíz más baja. Y un pájaro me liberó de las cuerdas a golpes de pico.

-No entiendo más nada. ¿Dónde está ese pasaje secreto? ¡Debo ocupar la ciudad lo más rápidamente posible, antes que el rey...! ¡Fieles míos, síganme! ¡Y tú también, reina!

Y Arándano:

-Sigan las raíces hasta el final, donde más se adelgazan...

Creyendo seguir una raíz hasta sus extremos, Curvaldo y Ferdibunda se encontraron sobre la punta de una rama.

-Pero esto no es un pasaje subterráneo... Estamos en el vacío... ¡La rama cede, me caigo, ayúdenme!

Cayéndose, tuvieron tiempo de ver el pájaro que revoloteaba en torno.

-Coac... Coac...

Mientras tanto, en la sala del palacio, el rey Clodoveo festejaba su propio retorno al trono.

-Hija mía, tú y este bravo joven me han salvado.

Pero Arándano tenía un semblante triste.

-No sabía que eras la hija del rey. ¡Ahora deberé dejarte!

-Padre mío -dijo Verbena al rey- ¿quieres que el encantamiento que aprisiona la ciudad y el bosque termine?

-Claro: estoy viejo y he sufrido mucho.

-Arándano y yo queremos casarnos y unir ciudad y bosque en un solo reino.

-La corona me pesa -dijo el rey- y estaba pensando precisamente en abdicar.

Verbena dio un salto de alegría.

-¡De ahora en adelante la ciudad y el bosque no serán más enemigos!

Arándano saltó todavía mas alto.

-¡Pongamos banderas y festones por la gran fiesta sobre todas las ramas!

-¡Pero si ésta es una raíz!

-¡Es una rama!

-¡Es una raíz!

-¡Es una rama...!


Italo Calvino (Santiago de Las Vegas, Provincia de La Habana, Cuba, 15 de octubre de 1923 - Siena, Italia, 19 de septiembre de 1985) ha sido uno de los escritores italianos más importantes del siglo XX.

Italo Calvino nació en Santiago de las Vegas cerca de La Habana en Cuba,1 donde trabajaba su padre Mario, agrónomo, quien dirigía una estación experimental de agronomía. Su madre, Evelina Mameli, oriunda de Cerdeña, se había licenciado en ciencias naturales.

En 1925, sin embargo, volvieron a San Remo donde los padres dirigen una estación experimental de floricultura, dos años después, en 1927, nació su hermano, Floriano, quien más tarde llegaría a ser un geólogo de fama internacional, además de docente universitario.

Durante su infancia, Calvino recibió una educación laica y antifascista, de acuerdo con la actitud de sus padres que se proclamaban librepensadores. Fue a la escuela infantil St. George College. Después, durante la elemental, a la Scuole Valdesi, e hizo la secundaria en el regio Ginnasio-Liceo G.D. Cassini. Tras ello, en 1941, se matriculó en la facultad de agronomía de la Universidad de Turín, donde su padre enseñaba agricultura tropical.

Sin embargo, al poco tiempo estalla la Segunda Guerra Mundial y Calvino interrumpe sus estudios. En 1943, fue llamado al servicio militar por la República Social Italiana. Calvino desertó y se unió a las Brigadas Partisanas Garibaldi junto con su hermano. Mientras sus padres quedaban como rehenes de los alemanes.

Una vez acabada la guerra, se mudó a Turín, donde colaboró en unos cuantos periódicos, se matriculó en Letras (se graduaría con una tesis sobre Joseph Conrad) y se afilió al Partido Comunista Italiano (PCI). Fue durante este período de su vida que entró en contacto con Cesare Pavese, quien hizo que fuese contratado por la editorial Einaudi, donde ya trabajaba Elio Vittorini.

El ambiente de la editorial fue fundamental en la formación cultural de Calvino. Ya en 1947 publicó su primera novela: Il sentiero dei nidi di ragno, basada en sus experiencias como partisano. Y en 1949, un volumen de cuentos: Ultimo viene il corvo. Las dos obras fueron escritas dentro de la estética del neorrealismo, a pesar de que, especialmente la primera, tiene un tono de fábula. De esta misma época, y también de temática neorrealista y obrera, con influencias visibles de Pavese, es una novela inconclusa que se tendría que haber titulado I giovani del Po. Calvino buscaba entonces una escritura objetiva e intentaba definir la condición del hombre de nuestra época.

En 1952, siguiendo el consejo de Vittorini, abandonó la literatura realistico-social y picaresca para dedicarse a una especie de narración aparentemente fantástica pero que podía ser leída en diferentes niveles interpretativos. Se trata de la trilogía llamada I nostri antenati, una representación alegórica del hombre contemporáneo. Forman parte de ella tres novelas: El vizconde demediado, El barón rampante y El caballero inexistente. La segunda, quizás la más famosa, es fruto de la decepción ideológica del autor que, tras la Invasión de Hungría por la URSS (1956), había abandonado el PCI y apartado el compromiso político.

Aparte de esto, durante los primeros años sesenta, Calvino publicó dos artículos (Il mare dell'oggetività y La sfida al labirinto) en los que enunciaba una poética ético-cognoscitiva que intentaba definir la situación del hombre contemporáneo dentro de un mundo cada vez más complejo y difícil de descifrar. Entraba así en contacto con una corriente naciente de neo-vanguardia, en cuya poética Calvino veía una profundización en las razones de la tecnología y la industria.

En 1963 publicó La giornata d'uno scrutatore, un libro que, de alguna manera, apareció fuera de lugar y a destiempo. Mientras el llamado Gruppo 63 proponía textos rupturistas, Calvino publicó un texto que era todo lo contrario a los ideales neo-vanguardistas del citado grupo: una novela sociológica, psicológica e ideológica.

Aquel mismo año publicó Marcovaldo, ovvero le stagioni in città una recopilación de fábulas modernas en las cuales se evidencia el contraste entre naturaleza y progreso.

En 1964 hizo un viaje a Cuba que le permitió visitar la casa donde había vivido con sus padres y realizar diversos encuentros, uno de los cuales fue con Ernesto Che Guevara. El 19 de febrero, en La Habana, se casaba con la argentina Esther Judit Singer, Chichita. Juntos se fueron a vivir a Roma, donde un año después nacerá su hija Giovanna. La atmósfera cultural italiana había cambiado mucho. La neo-vanguardia había consolidado sus posiciones de prestigio y el estructuralismo y la semiología se habían convertido en las ciencias sociales a las que todos se referían. De estos años son Le Cosmicomiche (1965), una recopilación de cuentos aparentemente de ciencia-ficción pero que en realidad se basan en una corriente fantástica y surreal. Y Ti con zero (Tiempo cero) de 1967 que comparte muchas de estas características.

En 1967 se trasladó a París, incrementó su interés por las ciencias naturales y la sociología y entró en contacto con el grupo Oulipo. Il castello dei destini incrociati (1969), La taverna dei destini incrociati (1973), Le città invisibili (1972) y Se una notte d'inverno un viaggiatore (1979), las obras que pertenecen a su llamada época combinatoria, son una muestra de como influyeron en Italo Calvino estos contactos. El método de construcción de estas obras se basa en la utilización de las diferentes combinaciones de un cierto número de elementos (como las figuras del tarot en Il castello...), que dan origen potencialmente a innumerables acontecimientos.

En 1980 volvió a Roma junto con su familia. En 1983 publicó Palomar, en el cual la anécdota se reduce al máximo, en favor de las reflexiones metafísicas y las descripciones.

Italo Calvino padeció un ataque de ictus cerebral en 1985, en Castiglione della Pescaia donde pasaba las vacaciones. Estaba trabajando en una serie de conferencias que tenía que impartir en la Universidad Harvard (y que serían publicadas póstumamente con el título de Lezioni americane, o en español Seis propuestas para el próximo milenio). Fue llevado al hospital de Santa Maria della Scala, pero no pudo superar la noche del 18 al 19 de septiembre y murió.

Póstumamente se publicaron, entre otros libros: Sotto il sole giaguaro, La strada di San Giovanni y Prima che tu dica pronto.

La experiencia del neorrealismo

El neorrealismo más que una escuela fue una manera de sentir común a los jóvenes escritores que después de la Primera Guerra Mundial se sentían depositarios de una realidad social nueva. Fue en este clima intelectual que Italo Calvino concibió una breve novela Il sentiero dei nidi di ragno y un cierto número de cuentos que aparecerían agrupados bajo el título de Ultimo viene il corvo. Los dos libros revelan un escritor con una singular capacidad para representar la realidad, conjugando el compromiso político y la literatura de una manera espontánea y ligera. Según contaba el propio escritor, después de la guerra había intentado contar su experiencia partisana en primera persona, pero sin obtener resultados satisfactorios. Cuando, en cambio, empezó a escribir las historias que no le afectaban personalmente y adoptó un punto de vista objetivo consiguió un trabajo a la altura de sus propósitos. Sus recuerdos de adolescente y las luchas partisanas se convirtieron en oportunidades para el conocimiento del mundo: cada gesto intenta desvelar su significado.

En Il sentiero dei nidi di ragno, la adopción del punto de vista de Pin —el adolescente protagonista de la narración— hace posible el carácter fabuloso y fantástico del libro. Mediante esta técnica el escritor puede describir la realidad como si se tratase de un sueño pero sin hacerle perder consistencia. Le permite, además, escribir una novela sobre la resistencia sin caer en una retórica excesiva.

Con este libro, Calvino inicia un modo de trabajar que se convertirá en una de sus características intrínsecas: la simplificación de la forma narrativa de manera que toda la obra se convierte en algo legible por diferentes tipos de lector, incluso por lectores no demasiado atentos.

El periodo fantástico

Calvino siempre se había sentido atraído por la literatura popular, especialmente por el mundo de las fábulas.

I nostri antenati: Con Il visconte dimezzato va un poco más allá en su camino de la invención fantástica. Ahora se instala completamente dentro del campo de la fábula y de la fabulación. Si eso permite una primera lectura en cierta manera superficial, pero agradable, la novela tiene, además, otra lectura más alegórica y simbólica, ésta, cargada de significados históricos y políticos, públicos y privados (demediamiento como división entre ética e ideología, entre bloques políticos y como división entre ilusión y realidad). La conclusión de la novela sería, pues, una invitación a la moderación y al equilibrio, ya que nadie es depositario de la verdad absoluta.

Muchas de estas características se encuentran también en las otras dos novelas que completan la trilogía. El protagonista de Il barone rampante (El barón rampante) es el alter ego del autor que acaba de abandonar el Partido Comunista y la idea de la literatura como mensaje político. El hombre, a su entender, se ha de desvincular de los condicionamientos ideológicos y políticos, de las ideas preconcebidas y de las imposiciones intelectuales. La novela, ambientada en la Italia del siglo XVIII es al mismo tiempo una reivindicación ilustrada de la realidad.

En Il cavaliere inesistente (El caballero inexistente) esta fe en la realidad, sin embargo, ha entrado en crisis. La realidad parece algo irracional. Y el pesimismo de Calvino se hace más profundo.

Aparte de la producción alegórica y simbólica, Calvino también produce una narrativa que tiene como objeto, a pesar de mantener la contaminación proveniente del mundo de lo fabuloso y a menudo del absurdo, la realidad contemporánea al autor. Reexamina la sociedad y el lugar que el intelectual (a quien niega unas posibilidades reales de intervención) ocupa en ella. Este dualismo narrativa-literatura ideológica no sólo se encuentra en Calvino. Es igualmente presente en otros autores italianos de la época. Un ejemplo de ello es Elio Vittorini. Sin embargo, Calvino resuelve el dilema aceptando una literatura en la cual sólo un lector atento sea capaz de percibir más de un nivel de lectura. Vittorini, en cambio, no conseguirá resolver esta contradicción y acabará por no aceptar una literatura no-ideológica y renunciará a la escritura (1956).

Aparte de la trilogía también pertenecen a este periodo dos libros más: Marcovaldo y La giornata d'uno scrutatore

Marcovaldo ovvero Le stagioni in città se articula en dos series publicadas en dos fechas diferentes (1958 y 1963), lo que permite apreciar la evolución del autor. La primera serie se acerca más al terreno de la fábula, mientras que la segunda trata los mismos temas —los temas de la sociedad urbana— pero llevándolos, en cambio, de manera irónica hacia el absurdo. En cierta manera, además, se puede decir que el personaje central de Marcovaldo prefigura el de Palomar y su peculiar mirada sobre la realidad.

En 1963 Calvino acaba con una fase de su producción literaria que coincide, aunque sea de manera aproximada, con la década de los cincuenta. La despedida de esta década la hace el autor con La giornata d'uno scrutatore. Un militante comunista actúa como interventor electoral (scrutatore) del PCI en un manicomio. Este hecho le hará entrar en crisis cuando se enfrente con la irracionalidad. Según dijo el propio autor, los temas tratados en el libro, la infelicidad, el dolor o la responsabilidad de la procreación nunca se había atrevido a tocarlos hasta entonces. La giornata supondrá, además, una suerte de relación de su propio recorrido ideológico.

Después vendrá Sfida al labirinto (dell'esistenza) donde Calvino toma posición el debate sobre el lugar a ocupar por el intelectual que, según él, ha de individuar los modelos teóricos éticos i cognoscitivos que nos pudean permitir entender, aunque sea de manera parcial, el caos de la realidad y dar así un sentido a nuestra existencia.

Sin embargo, dos libros, en los que se aprecia el influjo de diferentes ciencias, Le cosmicomiche y Ti con zero (Tiempo cero) abrirán una nueva fase de ciencia-ficción. En verdad, no obstante, no nos encontramos delante de libros de ciencia-ficción. Lo que Calvino hace es reflejar una peculiar proyección de su análisis humano y social. De hecho, en los últimos cuentos de Ti con zero, los protagonistas ya no son los mismos que en el resto del libro o en Le cosmicomiche, por decirlo de alguna manera, ya no son tan de ciencia-ficción, sino que son personas normales que buscan una solución científica a sus problemas. Calvino se pregunta hasta qué punto la razón y la ciencia pueden modificar la relación concreta del hombre con el mundo. La búsqueda existencial, aunque frustrada, no se interrumpirá nunca.

El periodo combinatorio

En los años sesenta, Calvino se apunta a una nueva manera de hacer literatura, entendida ya como artificio, ya como un juego combinatorio. A su entender, hay que hacer visible la estructura de la narración para el lector y así aumentar su complicidad. Es en esta época cuando Calvino se acerca a una clase de escritura que podría ser definida como combinatoria porque el mismo mecanismo que permite escribir asume un papel central en el interior de la obra. Calvino, de hecho, se ha convencido de que el universo lingüístico ha suplantado a la realidad y concibe la novela como un mecanismo que juega con las posibles combinaciones de las palabras. A pesar de que este aspecto puede ser considerado como el más cercano a la neo-vanguardia, Calvino se distancia de ella tanto por su estilo como por su lenguaje, extremadamente compresibles ambos.

Esta nueva concepción de Calvino es fruto de numerosas influencias: el estructuralismo y la semiología, las lecciones impartidas por Roland Barthes sobre el ars combinatoria, el acercamiento al Oulipo de Raymond Queneau, la escritura laberíntica de Jorge Luis Borges, además de la relectura del Tristram Shandy de Laurence Sterne a quien definirá como el padre de todas la novelas de vanguardia de nuestro siglo.

Cristalización de esta nueva concepción de la literatura será Il Castello dei destini incrociati (1969) al que se añadirá en 1973 La Taverna dei destini incrociati y donde el recorrido narrativo es confiado a la combinación de las cartas del tarot. Un grupo de viajeros se encuentran en un castillo. Cada uno de ellos tendrá una aventura que contar pero no pueden porque han perdido la voz. Para comunicarse, por tanto, utilizan las cartas del tarot y así reconstruyen, gracias a las cartas, los sucesos que les han ocurrido. En este libro, Calvino utiliza las cartas del tarot como un sistema de señales, como un auténtico lenguaje propio. Cada figura impresa depende del contexto en el que es pronunciada. El intento de Calvino consiste en quitar la máscara de los mecanismos que están en la base de todas las narraciones. La novela, pues, va más allá de sí misma, ya que es una reflexión sobre su propia naturaleza y configuración.

Este juego combinatorio también ocupa un lugar central en su siguiente libro, Le città invisibili (1972) (Las ciudades invisibles), una especie de reescritura del Libro de las maravillas de Marco Polo, en el que es el veneciano quien describe a Kublai Khan las ciudades de su imperio. Estas ciudades, sin embargo, no existen en otro lugar que en la imaginación de Marco Polo, viven nada más que dentro de sus palabras. Por tanto, para Calvino, la narración puede crear mundos, pero no pude destruir «el infierno de los vivos» que está a nuestro alrededor y para combatirlo, como se sugiere en la conclusión de la novela, no se puede hacer otra cosa que no sea dar valor a aquello que no es infierno.

En Las ciudades invisibles la exhibición de los mecanismos combinatorios de la narración todavía es más explicita que el El Castillo..., lo es incluso en la estructura misma de la novela, segmentada en textos breves que se suceden dentro de un estructura de marco.

Las ciudades..., de hecho, está compuesta por nueve capítulos, cada uno dentro de un marco en cursiva en el cual sucede el diálogo entre el emperador de los tártaros, Kublai Khan, y Marco Polo. Dentro de los capítulos se narra la descripción de cincuenta ciudades, según unos núcleos temáticos. Esta construcción arquitectónica compleja está indudablemente dirigida a la reflexión del lector sobre las modalidades compositivas de la obra. En este sentido, Las ciudades invisibles es una novela fuertemente metatextual, ya que induce a la producción de reflexiones sobre sí mismo y sobre el funcionamiento de la narrativa en general.

Sin embargo, la obra más metanarrativa de Calvino es seguramente Se una notte d'inverno un viaggiatore (1979). En esta novela, más que en ninguna otra, Calvino desnuda los mecanismos de la narración, desencadenando una reflexión sobre la práctica de la escritura y sobre las relaciones entre el escritor y el lector. El libro lo forman diez capítulos insertos en un marco: en verdad los capítulos son diez incipit de otras tantas novelas. En el marco, sin embargo, se narra la historia entre el Lector y la Ludmilla, la Lectora, una aventura tradicional a la que no le falta el final feliz. La narración empieza con el Lector que va a comprar un ejemplar de la novela de Calvino Se una notte d'inverno... pero que después de unas cuantas páginas descubre que el libro está defectuoso, está compuesto por cuentos todos iguales. Vuelve entonces a la librería y allí encuentra a Ludmilla (a quien le ha ocurrido lo mismo). Así empieza una historia compuesta sólo con principios de novelas. Cada vez que Ludmilla y el Lector se sumergen en una novela por la que se apasionan, la narración se interrumpe por los más diversos motivos. Al final el Lector no conseguirá completar la lectura de las novelas, pero se casará con la Lectora a quien, en la cama, antes de apagar la luz, dirá que está acabando de leer Se una notte d'inverno un viaggiatore de Italo Calvino. Los diez principios de que se compone el libro corresponden cada uno a un tipo diferente de narración. Con este ejercicio de estilo a la manera de Queneau, Calvino ejemplifica cuales son los modelos y los estilos de la novela moderna (desde el de neo-vanguardia hasta en neo-realista, desde el existencial al fantástico y surreal). En la base de la narración está encajado el esquema de las Mil y una noches, dentro del que Calvino coloca las sugerencias y las solicitudes provenientes de la novela contemporánea.

Se una notte d'inverno... es substancialmente un juego en el que Calvino, casi de manera provocativa, hace gala de sus trucos de narrador. Pero es un juego serio, casi dramático, porque quiere mostrar la imposibilidad de conseguir el conocimiento de la realidad. La novela tuvo un éxito considerable, tanto en Italia, como en otros países, especialmente en los Estados Unidos, donde fue leído de manera inmediata como un ejemplo de literatura posmoderna.

Obra

Cuentos

  • Por último, el cuervo (Ultimo viene il corvo, 1949)
  • La hormiga argentina (La formica argentina, 1952), publicada en la revista romana de literatura, Botteghe Oscure, dirigida por Giorgio Bassani.
  • Los vanguardistas en Menton (Gli avanguardisti a Mentone, 1953-55), publicado en la revista Nuovi Argomenti, fundada en 1953 por Alberto Moravia y Alberto Carocci
  • Cuentos populares italianos (Fiabe italiane, editor, 1956)
  • Cuentos (Racconti, 1958, antología), en 1959 recibe, por esta obra, el premio Bagutta. En este volumen aparecen por primera vea algunos de los cuentos que posteriormente formarán parte de "Los amores difíciles", como el mismo lo informa en la Nota introductoria de ese mismo volumen.
  • El camino de San Giovanni (La strada di San Giovanni, 1962), en este cuento traza la semblanza de su padre, fallecido en 1951.
  • Marcovaldo (Marcovaldo, ovvero le stagioni in città, 1963)
  • Cosmicómicas (Le Cosmicomiche, 1965)
  • Tiempo cero (Ti con zero, 1967)
  • Los amores difíciles (Gli amori difficili, 1970), traducción de Aurira Bemárdez, 1989. Turquets Editores S.A. Colombia. ISBN 84-7223-109-7 e ISBN 958-9159-41-9 contirne:
    • Nota introductoria de Italo Calvino2
    • Primera parte: Los Amores difíciles, conteniendo los siguientes cuentos cortos:
      • La aventura del soldado (1949)
      • La aventura del bandido (1949)
      • La aventura de una bañista (1951)
      • La aventura de un empleado (1953)
      • La aventura de un fotógrafo (1953)
      • La aventura de un viajero (1957)
      • La aventura de un lector (1958)
      • La aventura de un miope (1958)
      • La aventura de una mujer casada (1958)
      • La aventura de un matrimonio (1958)
      • La aventura de un poeta (1958)
      • La aventura de esquiador (1959)
      • La aventura de un automovilista (1967)
    • Segunda parte: La vida difícil
      • La hormiga argentina (1952)
      • La nube de smog (1958)
  • Las ciudades invisibles (Le città invisibili, 1972)
  • La gran bonanza de las Antillas (Prima che tu dica «Pronto», 1981, una treintena de cuentos, apólogos y diálogos)
  • Bajo el sol jaguar (Sotto il sole giaguaro, 1988, póstuma)

Novela

  • El sendero de los nidos de araña (Il sentiero dei nidi di ragno, 1946). Premio Riccione.
  • Los jóvenes del Po (I giovani del Po, escrito en 1951 y publicado en 1957-1958 en la revista Officina. Se trata de una novela de corte realista.)
  • La especulación inmobiliaria (La speculazione edilizia, 1957)
  • La nube de smog (La nuvola de smog, 1958)
  • La gallina de reparto (La gallina di reparto), publicada en la revista genovesa "Nuova Corrente", fragmento de la novela inédita El collar de la reina (La collana della regina, 1958)
  • Trilogía Nuestros antepasados (I nostri antenati, 1960), traducción de Esther Benítez. Ediciones Siruela ISBN 84-7844-807-1 La primera edición (Einaudi, Turín 1960) apareció con un dibujo de Pablo Picasso en la sobrecubierta.
    • El vizconde demediado (I visconte dimezzato, 1952), novela que obtiene inmediatamente un enorme éxito.
    • El barón rampante (Il barone rampante, 1957) Premio Viareggio
    • El caballero inexistente (Il cavaliere inesistente, 1959)
  • La jornada de un interventor electoral (La giornata d'uno scrutatore, 1963)
  • El castillo de los destinos cruzados (Il castello dei destini incrociati, 1969). Completado en 1973 con La taberna de los destinos cruzados (La taverna dei destini incrociati).
  • Si una noche de invierno un viajero (Se una notte d'inverno un viaggiatore, 1979)
  • Palomar (1983)

Ensayo

  • La antítesis obrera - L'antitesi operaia. 1964. Aparece en el num. 7 de la revista "Il Menabó".
  • Vittorini: planificación y literatura - Vittorini: progettazione e letteratura, Aparece en la revista "Il Menabó",3 en un número dedicado al al escritor siciliano. 1966. (La muerte de Elio Vittorini marcará un nuevo rumbo en la vida de Calvino).
  • De fábula (Sulla fiaba, 1980)
  • Punto y aparte: ensayos sobre literatura y sociedad (Una pietra sopra. Discorsi di letteratyra e società, 1980. Ensayo iniciado en 1960, diez años después de la muerte del poeta Cesare Pavese, con el título "Pavese: ser y hacer" - Pavese: essere e fare).
  • Seis propuestas para un nuevo milenio (1985)
  • Literatura fantástica (1985)
  • Ermitaño en París. Páginas autobiográficas (Eremita a Parigi. Pagine autobiografiche, 1990). Recopilación póstuma.
  • Por qué leer los clásicos (una de sus obras póstumas)

Otros

  • Prologa la obra de Cesare Pavese, La literatura americana y otros ensayos - La letteratura americana e altri saggi, en 1951.
  • El meollo del león. 1955. Publicado en Paragone VI, n°66
  • El banco (la panchina, 1956). Con música de Sergio Liberovici, para quien escribió también la letra de cuatro canciones en 1958, "Canzone triste"; "Dove vola l'avvoltoio"; "Il padrone del mondo"; y, "Oltre il ponte".
  • Allez-hop (1959) Cuento mímico, con música de Luciano Berio, representado en el Teatro La Fenice de Venecia.
  • En 1959, junto a Elio Vittorini, saca la revista literarai «Il Menabó», de la que es co-director conjuntamente con Italo Calvino. En esta revista publicó vários ensayos, entre los cuales:
    • Il mare dell'oggetivitá - El mar de la objetividad, 1959. Num. 2 de la revista.
    • La sfida al laberinto - El desafío del laberinto, 1962. Num. 5 de la revista.
    • L'antitesi operaia - La antítesis obrera, 1964. Num. 7 de la revista.
    • Proyección y literatura - Progettazione e letteratura, 1967. Num. 10 y último de la revista, dedicada enteramente a la vida de Elio Vittorini, desaparecido un año antes.
  • Anota una edición de "Poesie edite e inedite" , en 1962; y en 1966 anota la edición de Lettere 1945-1959, de Cesare Pavese, publicadas por Einaudi .
  • Montezuma y L`huomo di Neanderthal (1974) Diálogos para el programa radiofónico Le interviste impossibili
  • La vera storia (1982) Ópera en dos actos, en colaboración con Luciano Berio.
  • Collezione di sabbia - Colección de arena (1984). Traducción de Aurora Bernárdez. ISBN 84 7844 545 5. Recopilación de escritos breves aparecidos en la prensa italiana, se divide en 4 secciones:
    • I. Exposiciones - exploraciones
    • II. El rayo de la mirada
    • III. Exploración de lo fantástico
    • IV. La forma del tiempo
  • Traduce la novela "Les fleurs blues", de Raymond Queneau al italiano, como forma de homenaje a este escritor enciclopédico.


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