El cuento del domingo

León Tolstoi

¿Cuánta tierra necesita un hombre?

Érase una vez un campesino llamado Pahom, que había trabajado dura y honestamente para su familia, pero que no tenía tierras propias, así que siempre permanecía en la pobreza. "Ocupados como estamos desde la niñez trabajando la madre tierra -pensaba a menudo- los campesinos siempre debemos morir como vivimos, sin nada propio. Las cosas serían diferentes si tuviéramos nuestra propia tierra."

Ahora bien, cerca de la aldea de Pahom vivía una dama, una pequeña terrateniente, que poseía una finca de ciento cincuenta hectáreas. Un invierno se difundió la noticia de que esta dama iba a vender sus tierras. Pahom oyó que un vecino suyo compraría veinticinco hectáreas y que la dama había consentido en aceptar la mitad en efectivo y esperar un año por la otra mitad.

"Qué te parece -pensó Pahom- Esa tierra se vende, y yo no obtendré nada."

Así que decidió hablar con su esposa.

-Otras personas están comprando, y nosotros también debemos comprar unas diez hectáreas. La vida se vuelve imposible sin poseer tierras propias.

Se pusieron a pensar y calcularon cuánto podrían comprar. Tenían ahorrados cien rublos. Vendieron un potrillo y la mitad de sus abejas; contrataron a uno de sus hijos como peón y pidieron anticipos sobre la paga. Pidieron prestado el resto a un cuñado, y así juntaron la mitad del dinero de la compra. Después de eso, Pahom escogió una parcela de veinte hectáreas, donde había bosques, fue a ver a la dama e hizo la compra.

Así que ahora Pahom tenía su propia tierra. Pidió semilla prestada, y la sembró, y obtuvo una buena cosecha. Al cabo de un año había logrado saldar sus deudas con la dama y su cuñado. Así se convirtió en terrateniente, y talaba sus propios árboles, y alimentaba su ganado en sus propios pastos. Cuando salía a arar los campos, o a mirar sus mieses o sus prados, el corazón se le llenaba de alegría. La hierba que crecía allí y las flores que florecían allí le parecían diferentes de las de otras partes. Antes, cuando cruzaba esa tierra, le parecía igual a cualquier otra, pero ahora le parecía muy distinta.

Un día Pahom estaba sentado en su casa cuando un viajero se detuvo ante su casa. Pahom le preguntó de dónde venía, y el forastero respondió que venía de allende el Volga, donde había estado trabajando. Una palabra llevó a la otra, y el hombre comentó que había muchas tierras en venta por allá, y que muchos estaban viajando para comprarlas. Las tierras eran tan fértiles, aseguró, que el centeno era alto como un caballo, y tan tupido que cinco cortes de guadaña formaban una avilla. Comentó que un campesino había trabajado sólo con sus manos, y ahora tenía seis caballos y dos vacas.

El corazón de Pahom se colmó de anhelo.

"¿Por qué he de sufrir en este agujero -pensó- si se vive tan bien en otras partes? Venderé mi tierra y mi finca, y con el dinero comenzaré allá de nuevo y tendré todo nuevo".

Pahom vendió su tierra, su casa y su ganado, con buenas ganancias, y se mudó con su familia a su nueva propiedad. Todo lo que había dicho el campesino era cierto, y Pahom estaba en mucha mejor posición que antes. Compró muchas tierras arables y pasturas, y pudo tener las cabezas de ganado que deseaba.

Al principio, en el ajetreo de la mudanza y la construcción, Pahom se sentía complacido, pero cuando se habituó comenzó a pensar que tampoco aquí estaba satisfecho. Quería sembrar más trigo, pero no tenía tierras suficientes para ello, así que arrendó más tierras por tres años. Fueron buenas temporadas y hubo buenas cosechas, así que Pahom ahorró dinero. Podría haber seguido viviendo cómodamente, pero se cansó de arrendar tierras ajenas todos los años, y de sufrir privaciones para ahorrar el dinero.

"Si todas estas tierras fueran mías -pensó-, sería independiente y no sufriría estas incomodidades."

Un día un vendedor de bienes raíces que pasaba le comentó que acababa de regresar de la lejana tierra de los bashkirs, donde había comprado seiscientas hectáreas por sólo mil rublos.

-Sólo debes hacerte amigo de los jefes -dijo- Yo regalé como cien rublos en vestidos y alfombras, además de una caja de té, y di vino a quienes lo bebían, y obtuve la tierra por una bicoca.

"Vaya -pensó Pahom-, allá puedo tener diez veces más tierras de las que poseo. Debo probar suerte."

Pahom encomendó a su familia el cuidado de la finca y emprendió el viaje, llevando consigo a su criado. Pararon en una ciudad y compraron una caja de té, vino y otros regalos, como el vendedor les había aconsejado. Continuaron viaje hasta recorrer más de quinientos kilómetros, y el séptimo día llegaron a un lugar donde los bashkirs habían instalado sus tiendas.

En cuanto vieron a Pahom, salieron de las tiendas y se reunieron en torno al visitante. Le dieron té y kurniss, y sacrificaron una oveja y le dieron de comer. Pahom sacó presentes de su carromato y los distribuyó, y les dijo que venía en busca de tierras. Los bashkirs parecieron muy satisfechos y le dijeron que debía hablar con el jefe. Lo mandaron a buscar y le explicaron a qué había ido Pahom.

El jefe escuchó un rato, pidió silencio con un gesto y le dijo a Pahom:

-De acuerdo. Escoge la tierra que te plazca. Tenemos tierras en abundancia.

-¿Y cuál será el precio? -preguntó Pahom.

-Nuestro precio es siempre el mismo: mil rublos por día.

Pahom no comprendió.

-¿Un día? ¿Qué medida es ésa? ¿Cuántas hectáreas son?

-No sabemos calcularlo -dijo el jefe-. La vendemos por día. Todo lo que puedas recorrer a pie en un día es tuyo, y el precio es mil rublos por día.

Pahom quedó sorprendido.

-Pero en un día se puede recorrer una vasta extensión de tierra -dijo.

El jefe se echó a reír.

-¡Será toda tuya! Pero con una condición. Si no regresas el mismo día al lugar donde comenzaste, pierdes el dinero.

-¿Pero cómo debo señalar el camino que he seguido?

-Iremos a cualquier lugar que gustes, y nos quedaremos allí. Puedes comenzar desde ese sitio y emprender tu viaje, llevando una azada contigo. Donde lo consideres necesario, deja una marca. En cada giro, cava un pozo y apila la tierra; luego iremos con un arado de pozo en pozo. Puedes hacer el recorrido que desees, pero antes que se ponga el sol debes regresar al sitio de donde partiste. Toda la tierra que cubras será tuya.

Pahom estaba alborozado. Decidió comenzar por la mañana. Charlaron, bebieron más kurniss, comieron más oveja y bebieron más té, y así llegó la noche. Le dieron a Pahom una cama de edredón, y los bashkirs se dispersaron, prometiendo reunirse a la mañana siguiente al romper el alba y viajar al punto convenido antes del amanecer.

Pahom se quedó acostado, pero no pudo dormirse. No dejaba de pensar en su tierra.

"¡Qué gran extensión marcaré! -pensó-. Puedo andar fácilmente cincuenta kilómetros por día. Los días ahora son largos, y un recorrido de cincuenta kilómetros representará gran cantidad de tierra. Venderé las tierras más áridas, o las dejaré a los campesinos, pero yo escogeré la mejor y la trabajaré. Compraré dos yuntas de bueyes y contrataré dos peones más. Unas noventa hectáreas destinaré a la siembra y en el resto criaré ganado."

Por la puerta abierta vio que estaba rompiendo el alba.

-Es hora de despertarlos -se dijo-. Debemos ponernos en marcha.

Se levantó, despertó al criado (que dormía en el carromato), le ordenó uncir los caballos y fue a despertar a los bashkirs.

-Es hora de ir a la estepa para medir las tierras -dijo.

Los bashkirs se levantaron y se reunieron, y también acudió el jefe. Se pusieron a beber más kurniss, y ofrecieron a Pahom un poco de té, pero él no quería esperar.

-Si hemos de ir, vayamos de una vez. Ya es hora.

Los bashkirs se prepararon y todos se pusieron en marcha, algunos a caballo, otros en carros. Pahom iba en su carromato con el criado, y llevaba una azada. Cuando llegaron a la estepa, el cielo de la mañana estaba rojo. Subieron una loma y, apeándose de carros y caballos, se reunieron en un sitio. El jefe se acercó a Pahom y extendió el brazo hacia la planicie.

-Todo esto, hasta donde llega la mirada, es nuestro. Puedes tomar lo que gustes.

A Pahom le relucieron los ojos, pues era toda tierra virgen, chata como la palma de la mano y negra como semilla de amapola, y en las hondonadas crecían altos pastizales.

El jefe se quitó la gorra de piel de zorro, la apoyó en el suelo y dijo:

-Ésta será la marca. Empieza aquí y regresa aquí. Toda la tierra que rodees será tuya.

Pahom sacó el dinero y lo puso en la gorra. Luego se quitó el abrigo, quedándose con su chaquetón sin mangas. Se aflojó el cinturón y lo sujetó con fuerza bajo el vientre, se puso un costal de pan en el pecho del jubón y, atando una botella de agua al cinturón, se subió la caña de las botas, empuñó la azada y se dispuso a partir. Tardó un instante en decidir el rumbo. Todas las direcciones eran tentadoras.

-No importa -dijo al fin-. Iré hacia el sol naciente.

Se volvió hacia el este, se desperezó y aguardó a que el sol asomara sobre el horizonte.

"No debo perder tiempo -pensó-, pues es más fácil caminar mientras todavía está fresco."

Los rayos del sol no acababan de chispear sobre el horizonte cuando Pahom, azada al hombro, se internó en la estepa.

Pahom caminaba a paso moderado. Tras avanzar mil metros se detuvo, cavó un pozo y apiló terrones de hierba para hacerlo más visible. Luego continuó, y ahora que había vencido el entumecimiento apuró el paso. Al cabo de un rato cavó otro pozo.

Miró hacia atrás. La loma se veía claramente a la luz del sol, con la gente encima, y las relucientes llantas de las ruedas del carromato. Pahom calculó que había caminado cinco kilómetros. Estaba más cálido; se quitó el chaquetón, se lo echó al hombro y continuó la marcha. Ahora hacía más calor; miró el sol; era hora de pensar en el desayuno.

-He recorrido el primer tramo, pero hay cuatro en un día, y todavía es demasiado pronto para virar. Pero me quitaré las botas -se dijo.

Se sentó, se quitó las botas, se las metió en el cinturón y reanudó la marcha. Ahora caminaba con soltura.

"Seguiré otros cinco kilómetros -pensó-, y luego giraré a la izquierda. Este lugar es tan promisorio que sería una pena perderlo. Cuanto más avanzo, mejor parece la tierra."

Siguió derecho por un tiempo, y cuando miró en torno, la loma era apenas visible y las personas parecían hormigas, y apenas se veía un destello bajo el sol.

"Ah -pensó Pahom-, he avanzado bastante en esta dirección, es hora de girar. Además estoy sudando, y muy sediento."

Se detuvo, cavó un gran pozo y apiló hierba. Bebió un sorbo de agua y giró a la izquierda. Continuó la marcha, y la hierba era alta, y hacía mucho calor.

Pahom comenzó a cansarse. Miró el sol y vio que era mediodía.

"Bien -pensó-, debo descansar."

Se sentó, comió pan y bebió agua, pero no se acostó, temiendo quedarse dormido. Después de estar un rato sentado, siguió andando. Al principio caminaba sin dificultad, y sentía sueño, pero continuó, pensando: "Una hora de sufrimiento, una vida para disfrutarlo".

Avanzó un largo trecho en esa dirección, y ya iba a girar de nuevo a la izquierda cuando vio un fecundo valle. "Sería una pena excluir ese terreno -pensó-. El lino crecería bien aquí.". Así que rodeó el valle y cavó un pozo del otro lado antes de girar. Pahom miró hacia la loma. El aire estaba brumoso y trémulo con el calor, y a través de la bruma apenas se veía a la gente de la loma.

"¡Ah! -pensó Pahom-. Los lados son demasiado largos. Este debe ser más corto." Y siguió a lo largo del tercer lado, apurando el paso. Miró el sol. Estaba a mitad de camino del horizonte, y Pahom aún no había recorrido tres kilómetros del tercer lado del cuadrado. Aún estaba a quince kilómetros de su meta.

"No -pensó-, aunque mis tierras queden irregulares, ahora debo volver en línea recta. Podría alejarme demasiado, y ya tengo gran cantidad de tierra.".

Pahom cavó un pozo de prisa.

Echó a andar hacia la loma, pero con dificultad. Estaba agotado por el calor, tenía cortes y magulladuras en los pies descalzos, le flaqueaban las piernas. Ansiaba descansar, pero era imposible si deseaba llegar antes del poniente. El sol no espera a nadie, y se hundía cada vez más.

"Cielos -pensó-, si no hubiera cometido el error de querer demasiado. ¿Qué pasará si llego tarde?"

Miró hacia la loma y hacia el sol. Aún estaba lejos de su meta, y el sol se aproximaba al horizonte.

Pahom siguió caminando, con mucha dificultad, pero cada vez más rápido. Apuró el paso, pero todavía estaba lejos del lugar. Echó a correr, arrojó la chaqueta, las botas, la botella y la gorra, y conservó sólo la azada que usaba como bastón.

"Ay de mí. He deseado mucho, y lo eché todo a perder. Tengo que llegar antes de que se ponga el sol."

El temor le quitaba el aliento. Pahom siguió corriendo, y la camisa y los pantalones empapados se le pegaban a la piel, y tenía la boca reseca. Su pecho jadeaba como un fuelle, su corazón batía como un martillo, sus piernas cedían como si no le pertenecieran. Pahom estaba abrumado por el terror de morir de agotamiento.

Aunque temía la muerte, no podía detenerse. "Después que he corrido tanto, me considerarán un tonto si me detengo ahora", pensó. Y siguió corriendo, y al acercarse oyó que los bashkirs gritaban y aullaban, y esos gritos le inflamaron aún más el corazón. Juntó sus últimas fuerzas y siguió corriendo.

El hinchado y brumoso sol casi rozaba el horizonte, rojo como la sangre. Estaba muy bajo, pero Pahom estaba muy cerca de su meta. Podía ver a la gente de la loma, agitando los brazos para que se diera prisa. Veía la gorra de piel de zorro en el suelo, y el dinero, y al jefe sentado en el suelo, riendo a carcajadas.

"Hay tierras en abundancia -pensó-, ¿pero me dejará Dios vivir en ellas? ¡He perdido la vida, he perdido la vida! ¡Nunca llegaré a ese lugar!"

Pahom miró el sol, que ya desaparecía, ya era devorado. Con el resto de sus fuerzas apuró el paso, encorvando el cuerpo de tal modo que sus piernas apenas podían sostenerlo. Cuando llegó a la loma, de pronto oscureció. Miró el cielo. ¡El sol se había puesto! Pahom dio un alarido.

"Todo mi esfuerzo ha sido en vano", pensó, y ya iba a detenerse, pero oyó que los bashkirs aún gritaban, y recordó que aunque para él, desde abajo, parecía que el sol se había puesto, desde la loma aún podían verlo. Aspiró una buena bocanada de aire y corrió cuesta arriba. Allí aún había luz. Llegó a la cima y vio la gorra. Delante de ella el jefe se reía a carcajadas. Pahom soltó un grito. Se le aflojaron las piernas, cayó de bruces y tomó la gorra con las manos.

-¡Vaya, qué sujeto tan admirable! -exclamó el jefe-. ¡Ha ganado muchas tierras!

El criado de Pahom se acercó corriendo y trató de levantarlo, pero vio que le salía sangre de la boca. ¡Pahom estaba muerto!

Los pakshirs chasquearon la lengua para demostrar su piedad.

Su criado empuñó la azada y cavó una tumba para Pahom, y allí lo sepultó. Dos metros de la cabeza a los pies era todo lo que necesitaba

Lev Nikoláyevich Tolstói (cirílico ruso Лев Николаевич Толстой), también conocido como León Tolstói (Yásnaya Poliana, 28 de agostojul./ 9 de septiembre de 1828greg. - Astápovo, en la actualidad Lev Tolstói, provincia de Lípetsk, 7 de noviembrejul./ 20 de noviembre de 1910greg.) fue un novelista ruso ampliamente considerado como uno de los más grandes escritores de occidente y de la literatura mundial.1 Sus más famosas obras son Guerra y Paz y Anna Karénina, y son tenidas como la cúspide del realismo. Sus ideas sobre la «no violencia activa», expresadas en libros como El reino de Dios está en vosotros tuvieron un profundo impacto en grandes personajes como Gandhi y Martin Luther King.

Se traslada a Moscú con intención de buscar un empleo o un casamiento conveniente. En aquel período de indecisiones, acosado de deudas contraídas en el juego, se declara la guerra con Turquía y su hermano Nikolái, teniente de artillería, lo insta a ir con él al Cáucaso, en el Valle de Térek. Al llegar a la stanitsa Tolstói se desilusiona y se arrepiente de su viaje. Pocos días después acompaña a su hermano que debía escoltar un convoy de enfermos hasta el fuerte de Stari-Yurt. Cruzan las fuentes termales de Goriachevodsk donde Tolstói, algo reumático, aprovecha para tomar baños termales y donde conoce a la cosaca Márenka, idilio que reaparece en su novela Los cosacos.

Tolstói no pertenecía al ejército, pero en una de las campañas, el comandante, príncipe Bariantinski, repara en él y tras unos exámenes Tolstói ingresa en la brigada de artillería, en la misma batería que su hermano, como suboficial. Tiempo después consigue permiso para una cura reumática en las aguas termales en Piatigorsk, donde aburrido de pasar largas horas encerrado en su habitación se pone a escribir. El 2 de julio de 1852 termina Infancia y fruto de su estancia escribe La tala del bosque y los relatos de Sevastópol.

Poco después de ser testigo de tantos sacrificios y heroísmo en la campaña de Sevastópol se reintegra a la frívola vida de San Petersburgo, sintiendo un gran vacío e inutilidad.

"He adquirido la convicción de que casi todos eran hombres inmorales, malvados, sin carácter, muy inferiores al tipo de personas que yo había conocido en mi vida de bohemia militar. Y estaban felices y contentos, tal y como puede estarlo la gente cuya conciencia no los acusa de nada"
Tolstói


Adscrito a la corriente realista, intentó reflejar fielmente la sociedad en la que vivía.

La novela Los Cosacos (1863) describe la vida de este pueblo.

Anna Karénina (1877) cuenta las historias paralelas de una mujer atrapada en las convenciones sociales y un terrateniente filósofo Lyovin que intenta mejorar las vidas de sus siervos (Lyova es el diminutivo de Lev; así es como llamaba, en privado, a Tolstói su esposa Sofía Behrs).

Guerra y Paz es una monumental obra en la que se describen cientos de distintos personajes durante la invasión napoleónica.

Tolstói tuvo una importante influencia en el desarrollo del movimiento anarquista, concretamente, como filósofo cristiano libertario y anarcopacifista. El teórico anarquista Pedro Kropotkin lo citó en el artículo Anarquismo de la Enciclopedia Británica de 1911.

Entusiasta lector del Ensayo sobre la desobediencia civil del anarquista norteamericano Henry David Thoreau, envió a un periódico hindú un escrito titulado Carta a un hindú que desembocó en una larga correspondencia con Mohandas Gandhi, por entonces en Sudáfrica, influyendo profundamente el pensamiento de este último en el concepto de resistencia no violenta, un punto central de la visión del Cristianismo de Tolstói. En septiembre de 1910, dos meses antes de su muerte, le escribió en el sentido de aplicar la "no resistencia", ya que "la práctica de la violencia no es compatible con el amor como ley fundamental de la vida", principio que fue capital en el desarrollo posterior de la "satyagraha" del hindú. También sostuvo correspondencia con George Bernard Shaw, Rainer Maria Rilke y el zar Nicolás II, entre otros. Su epistolario forma un corpus de unas 10.000 cartas conservadas en el Museo Tolstói de Moscú.

Fue uno de los mayores defensores del esperanto, y en sus últimos años tras varias crisis espirituales se convirtió en una persona profundamente religiosa y altruista, rechazó toda su obra literaria anterior y criticó a las instituciones eclesiásticas en Resurrección, lo que provocó su excomunión. Ni siquiera una epístola celebérrima, la que le envió su amigo Iván Turguéniev en su lecho de muerte para pedirle que regresara a la literatura, hizo que cambiara de opinión.

Junto con Eliseo Reclus fue precursor de lo que poco después se denominaría "naturismo libertario". Tolstói, vegetariano como Reclus, escribe en su postrer libro Últimas palabras (1909) que vivamos según la ley de Cristo: amándonos los unos a los otros, siendo vegetarianos y trabajando la tierra con nuestras propias manos. Prueba de su vegetarianismo son múltiples citas suyas, entre las que destacan:

Alimentarse de carne es un vestigio del primitivismo más grande. El paso al vegetarianismo es la primera consecuencia natural de la ilustración.

y

Un hombre puede vivir y estar sano sin matar animales para comer; por ello, si come carne, toma parte en quitarle la vida a un animal sólo para satisfacer su apetito. Y actuar
así es inmoral.

Tras ver la contradicción de su vivir cotidiano con su ideología, Tolstói decidió dejar los lujos y mezclarse con los campesinos de Yásnaya Poliana, donde él se crio y vivió. No obstante, no obligó a su familia a que lo siguiese y continuó viviendo junto a ellos en una gran parcela, lugar al cual con frecuencia sólo llegaba a dormir, gastando la mayor parte del día en el oficio de zapatero. Funda en la aldea una escuela para los hijos de los campesinos y se hizo su profesor, autor y editor de los libros de texto que estudiaban. Impartía módulos de gimnasia y prefería el jardín para dar clases. Creó para ello una pedagogía libertaria cuyos principios instruían en el respeto a ellos mismos y a sus semejantes.

Tolstói intentó renunciar a sus propiedades en favor de los pobres, aunque su familia, en especial su esposa, Sofía Behrs, lo impidió. Intentando huir de su casa murió en la estación ferroviaria de Astápovo, y entre sus últimas palabras, se oyeron éstas que muestran, como ninguna de las muchas maravillosas que pronunció o escribió, la grandeza de su alma: "Hay sobre la tierra millones de hombres que sufren: ¿por qué estáis al cuidado de mí solo?". Se le enterró en su casa en Nara.

Como anécdota, el 26 de diciembre de 1941, el general alemán del 2° cuerpo panzer de blindados, Heinz Guderian usó su finca en Yásnaya Poliana como cuartel general durante el avance hacia Moscú y, según él mismo, tuvo que desactivar los dispositivos de autodestrucción de la casa y de la propia tumba de Tolstói colocados por órdenes de Stalin, antes de poder ocuparla, salvando los restos de la destrucción[cita requerida].

Sin embargo, otras fuentes, en especial las soviéticas, han publicado material gráfico que muestra que los invasores nazis destruyeron parte de las propiedades y obras de arte de la finca[cita requerida].

Las Obras Completas de Tolstói fueron publicadas entre 1928 y 1958. Se trata de 90 tomos, cuyos últimos 32 volúmenes recogen la correspondencia del conde. Esta edición no es fiable: la censura soviética consideró "políticamente incorrectos" muchos pasajes. Por eso es preciso consultar los manuscritos originales en el Museo Tolstói de Moscú.Infancia (Детство [Détstvo]; 1852).Adolescencia (Отрочество [Ótrochestvo]; 1854).Juventud (Юность [Yúnost']; 1856).Relatos de Sebastópol (1855-56).Dos húsares (1856).Felicidad conyugal (1858).Los cosacos (Казаки [Kazakí]; 1863). Guerra y Paz (Война и мир; [Voyná i mir]; 1865-1869).Anna Karénina (Анна Каренина; 1875-1877). Confesión (1882). La Muerte de Iván Ilich (1886).La Sonata a Kreutzer (Крейцерова соната; 1889). Iglesia y Estado (1891). El Reino de Dios está en Vosotros (1894). El Padre Sergio (1898).Resurrección (Воскресение [Voskresénie]; 1899).Hadzhí Murad (1912) (póstuma). No Puedo Callarme. Cuentos Populares. ¿Qué es el Arte?. Cantando por mi vida. La escuela de Yásnaia Poliana. El Diablo (Novela corta) (1911) (póstuma). De las memorias del príncipe D. Nejliúdov. Lucerna (1857). Albert (1858). Tres muertes (1858) (relato). Nuevo abecedario (1872-1875).El origen del mal



Foto y Semblanza biográfica:Wikipedía.Texto:El cuento del día.

El cuento del domingo

Juan Villoro

Mal fotógrafo


Recuerdo a mi padre alejarse del grupo donde se servía limonada. En las playas o los jardines, siempre tenía algún motivo para apartarse de nosotros, como si los niños causáramos insolación y tuviese que buscar sombra en otra parte.

Puedo ver su cara recortada en el quicio de una puerta, fumando con desgano, con la rutina parda del adicto que hace mucho dejó de disfrutar el vicio. Nunca se quitaba la corbata. Para él las vacaciones eran el momento en que se manchaba la corbata y no le importaba. Sólo se ponía otra al volver al trabajo.

Supongo que nunca se adaptó a nosotros. Nos tomaba en cuenta con la calmosa dedicación con que alguien deja caer gotas azules en un acuario.

También el verdadero sol lo molestaba. Le sacaba pecas en los antebrazos, cubiertos de vellos rojizos. No era un hombre de intemperie. Lo único que disfrutaba de las vacaciones era el trayecto, las muchas horas a bordo del coche. Entonces cantaba una canción sobre un caballo de carreras. Aunque el caballo perdía siempre, su voz sonaba feliz y libre. Una voz hecha para el camino.

Distanciarse estaba en su carácter. Nunca lo vimos tomar una fotografía, pero las fotos que encontramos muchos años después deben ser suyas. Estuvo suficientemente cerca y suficientemente lejos de nosotros para retratarnos. Lo imagino con una de esas cámaras que se colgaban del hombro y tenían estuche de cuero.

Las fotos recogen jardines olvidados y casas donde tal vez dormimos una noche, en camino a otra parte. Entonces éramos más rubios, más blancos, más antiguos. Una época pálida, antes de que la fotografía a color se volviera enfática. A mi padre le iban bien esos tonos indecisos, donde un coche azul parecía más gris de lo que era.

Nadie guardó las fotos en un álbum, tal vez porque eran malas, tal vez porque pertenecían a una época que se volvió complicado recordar.

En las tomas aparecen objetos que sólo a mi padre le hubiera interesado retratar. Las bancas, los postes de luz, los tejados, los coches –sobre todo los coches– sobreviven mejor que nosotros. Ciertas fotos oblicuas o movidas parecen tomadas desde un auto en movimiento.

El dato final y decisivo para asociarlas con mi padre es que después no hubo otras. Una tarde subió a su Studebaker y no volvimos a saber de él.

Las fotografías aparecieron en un desván, dentro de una maleta con correas, estampada con nombres de hoteles a los que no fuimos nosotros. Supongo que las dejó ahí para que lo conociéramos de otro modo, para que supiéramos lo mal fotógrafo que había sido, cuán frágil era su pulso, la falta de concentración que determinaba su mirada. Un detective a sueldo hubiera hecho mejor trabajo.

¿Es posible que el autor de las fotografías sea otro? No lo creo. La torpeza, el desapego, la atención vacilante son una firma clara.

De mi padre sabemos lo peor: huyó; fuimos la molestia que quiso evitarse. Las fotos confirman su dificultad para vernos. Curiosamente, también muestran que lo intentó. Con la obstinación del mediocre, reiteró su fracaso sin que eso llegara a ser dramático. Nunca supimos que sufriera. Ni siquiera supimos que fotografiaba.

Hubo un tiempo en que vivimos con un fotógrafo invisible. Nos espiaba sin que ganáramos color. Que alguien incapaz de enfocar nos mirara así, revela un esfuerzo peculiar, una forma secreta del tesón. Mi padre buscaba algo extraviado o que nunca estuvo ahí. No dio con su objetivo, pero no dejó de recargar la cámara. Sus ojos, que no estaban hechos para vernos, querían vernos.

Las fotos, desastrosas, inservibles, fueron tomadas por un inepto que insistía.

Una tarde subió al Studebaker. Supongo que cantó su canción del caballo, una y otra vez, hasta que en un recodo solitario ganó, al fin, una carrera.

Juan Villoro (Ciudad de México, 24 de septiembre de 1956) es un escritor y periodista mexicano. Si bien es muy reconocido desde hace años entre la intelectualidad mexicana, española y latinoamericana, su presencia pública en México ha crecido tras haber obtenido el Premio Herralde, en 2004, con su novela El testigo.

Juan Villoro, hijo del filósofo Luis Villoro, estudió la licenciatura en sociología en la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa, porque, según sus palabras: «(...) en mis figuraciones de entonces, creía que mataría mi pasión escritural estudiando formalmente algo que era un vicio libre».1 También fue parte del taller de cuento impartido por el escritor guatemalteco Augusto Monterroso. Aficionado al rock, condujo el programa radiofónico "El lado oscuro de la luna" (en referencia muy clara a The Dark Side of the Moon de Pink Floyd) en Radio Educación entre 1977 y 1981. Ese año fue nombrado agregado cultural en la Embajada de México en la República Democrática Alemana y vivió en Berlín Oriental hasta 1984. En esos años solía pasar los fines de semana en Praga, donde vivía Sergio Pitol.

Miembro activo en la vida periodística mexicana, escribe sobre diversos temas, como deportes, rock y cine, además de literatura, y ha colaborado en numerosos medios como Vuelta, Nexos, Proceso, Cambio, Unomásuno y La Jornada. En esta última dirigió el suplemento La Jornada Semanal entre 1995 y 1998. Ha sido cronista de varios Mundiales: Italia 90 para El Nacional, Francia 98 para La Jornada, en Alemania 2006 y, recientemente, en Sudáfrica 2010.

También ha sido profesor de literatura en la Universidad Nacional Autónoma de México y profesor invitado en la Universidad de Yale, la de Boston y la Universidad Pompeu Fabra.

En 1991 publicó su primera novela El disparo de argón. Sin embargo su mayor éxito de público era como escritor para niños, hasta que en 2004 apareció El testigo, con el que obtuvo el Premio Herralde de novela, otorgado por la Editorial Anagrama.

Su primera participación como guionista de cine fue en Vivir mata de Nicolás Echeverría. Actualmente publica todos los viernes una columna en el periódico Reforma; tiene otra en el suplemento dominical Revista de Libros del diario chileno El Mercurio.

Estuvo en el terremoto de Chile en 2010 2 y criticó la lenta actuación del gobierno de México para repatriar a sus connacionales.3

Foto:archivo.Semblanza biográfica:Wikipedia. Texto:El cuento del dia

El cuento del domingo

D.H. Lawrence


El caballito de madera


Era una mujer hermosa. Había reunido todos los atributos que puede deparar la vida, y sin embargo, la suerte no la acompañó. Se casó por amor, y el amor se hizo añicos.

Tuvo hermosos hijos, y siempre creyó que la obligaron a tenerlos. Entonces no pudo amarlos. Ellos la miraban con frialdad, como si la culparan de algo. Y ella pronto sintió que tenía que ocultar alguna falta. Sin embargo, nunca supo cuál fue la culpa que debía encubrir. Y cuando sus hijos estaban presentes, se le endurecía el corazón. Esto la inquietaba, y en su inquietud trataba de mostrarse afectuosa y siempre predispuesta a ellos, como si los amara. Sólo ella sabía que en su corazón conservaba un rincón duro por el que no podía sentir amor, no podía amar a nadie. Todos decían: "Es una buena madre.

Adora a sus hijos". Sólo ella y sus propios hijos sabían que eso no era verdad. En sus miradas se podía cristalizar la verdad.

Tenía un varón y dos niñas. Vivían en una casa confortable, con jardín, con criados discretos, y se sentían superiores a todos los vecinos.

Aunque no sacaban a relucir las apariencias, en el hogar reinaba siempre cierta ansiedad.

El dinero nunca era suficiente. La madre cobraba una pequeña renta, y el padre tenía otra pequeña renta, y eso no alcanzaba para conservar la posición social que debían simular.

El padre trabajaba en una oficina de la ciudad. Tenía expectativas interesantes, pero esas expectativas nunca se concretaban. Y aunque conservaran las apariencias, la temible sensación de la escasez de dinero persistía siempre.

Por fin dijo la madre:

-Veré si yo puedo hacer algo.

Aunque no sabía por dónde empezar. Se devanó los sesos, probó esto y aquello sin encontrar nada satisfactorio. El fracaso grabó en su rostro profundos surcos. Sus hijos crecían y pronto irían a la escuela. Hacía falta dinero, más dinero. Y el padre, siempre muy elegante y generoso para satisfacer sus gustos, nunca podría hacer nada que valiese la pena. Y la madre, con mucha fe en sí misma, no logró mejores resultados; y por otra parte, era tan derrochadora como el padre.

Y así fue como en la casa dominó aquella frase: "¡Hace falta más dinero! ¡Hace falta más dinero!". Los niños la oían en Navidad, cuando los juguetes caros y espléndidos llenaban su cuarto. Detrás del espectacular caballito de madera y detrás de la elegante casa de muñecas, una voz, de pronto, susurraba: "¡Hace falta más dinero! ¡Hace falta más dinero!". Y los niños interrumpían sus juegos para escuchar la voz. Se miraban entre ellos para comprobar si todos la habían oído. Y cada uno veía en los ojos de los otros que también habían oído la frase fatídica: "¡Hace falta más dinero! ¡Hace falta más dinero!".

Las palabras salían, en forma de murmullo, de los resortes del caballito de madera, que aún se mecía, y el caballo también las oía, bajando su cabeza de madera. Y la muñeca grande, tan rosada, hundida en su cochecito nuevo, también la oía con toda claridad. Y al oírla acentuaba una sonrisa de lástima. Y aun el perrito bobo, que ocupaba el lugar que antes era del oso de paño, tenía ahora una expresión estúpida muy peculiar, por el hecho de que acababa de oír el secreto que deambulaba por la casa: "¡Hace falta más dinero!".

Sin embargo, nadie se animaba a decirlo en voz alta. El rumor estaba en todas partes, y por lo tanto, nadie lo expresaba abiertamente, así como nadie dice: "Estamos respirando", a pesar de que lo hacemos diariamente.

-Mamá –dijo un día Paul-, ¿por qué no tenemos automóvil propio? ¿Por qué usamos siempre el de tío o tomamos un taxi?

-Porque somos los parientes pobres -dijo la madre.

-¿Y por qué somos los parientes pobres, mamá?

-Bueno..-dijo la madre tranquila y amargada-, supongo que es porque tu padre no tiene suerte.

El niño estuvo un rato en silencio.

-¿La suerte es dinero, mamá? -preguntó, al rato, con timidez.

-¡No, Paul! No es exactamente lo mismo. La suerte es lo que hace que uno tenga dinero.

-¡Oh! -dijo Paul algo confundido-. Yo pensé que cuando tío Oscar decía "sucio lucro" se refería al dinero.

-Lucro quiere decir dinero -dijo la madre-. Pero es lucro y no suerte.

-¡Oh! -exclamó el niño-. Entonces, ¿qué es la suerte, mamá?

-Es lo que hace que uno tenga dinero -repitió la madre-. Si tienes suerte, tienes dinero.

Es mejor nacer con suerte que nacer rico. Si eres rico, en algún momento puedes perder tu dinero. En cambio, si tienes suerte, siempre ganarás más dinero.

-¡Oh! ¿En serio? ¿Y papá no tiene suerte?

-No, para nada -respondió ella con amargura.

El niño la miró con una expresión vacilante.

-¿Por qué? -preguntó.

-No sé. Nadie sabe por qué algunos tienen suerte y otros no.

-¿No? ¿Nadie pero nadie? ¿No hay nadie que sepa?

-¡Quizá lo sepa Dios! Pero Él nunca lo dice.

-Oh, pero debería decirlo. ¿Tú tampoco tienes suerte, mamá?

-No puedo tenerla, recuerda que estoy casada con un hombre sin suerte.

-Pero tú por sí sola, ¿no tienes suerte?

-Antes de casarme creo que sí. Pero ahora veo que soy una desdichada.

-¿Por qué?

-¡Bueno, basta de preguntas! Quizá no sea desdichada en realidad…

El niño la miró para ver si lo que decía era cierto. Pero advirtió por la expresión de su boca, que algo estaba tratando de ocultar.

-Bueno, de todas maneras -erijo con firmeza-, yo soy una persona de suerte.

-¿Por qué? -preguntó su madre echándose a reír.

Él la miró. Ni siquiera sabía por qué había dicho tal afirmación.

-Dios me lo confesó -repuso, para no retroceder en su afirmación.

-¡Ojalá sea así, querido! -contestó la madre, riendo nuevamente, con algo de resentimiento.

-¡Es cierto, mamá!

-¡Excelente! -dijo la madre, utilizando una exclamación típica de su marido.

El niño se dio cuenta de que ella no le creía, que no le hacía caso a sus afirmaciones.

Esto lo ofuscó. Deseó castigarla para que le prestara atención.

Se marchó, solo, con su andar infantil, buscando la clave de la suerte. Absorto, sin reparar en los demás, iba y venía, con cierta prudencia, buscando interiormente la suerte.

Quería encontrar la suerte, quería encontrarla sí o sí. Cuando las dos niñas jugaban a las muñecas, en el cuarto de juegos, él montaba en su gran caballo de madera y se lanzaba al espacio en una arremetida salvaje, con un impulso que inquietaba y distraía a sus hermanas. El caballo galopaba impetuoso, los cabellos oscuros y ondulados del niño flameaban y en sus ojos había un extraño fulgor. Las chiquillas no se animaban a hablarle.

Cuando su alocado viaje finalizaba, ponía pie a tierra y se plantaba ante el caballo de madera, observando fijamente su cabeza gacha. La boca roja del animal estaba apenas abierta, y sus grandes ojos vidriosos resplandecían.

-¡Vamos! -ordenaba quedamente al impetuoso caballo-. ¡Llévame a donde está la suerte! ¡Anda, llévame!

Con la fusta que le había pedido al tío Oscar, azotaba al caballo en el pescuezo. Sabía que el animal, si él lo obligaba, lo llevaría hasta el lugar de la suerte. Y montaba de nuevo, reanudando su furioso galope, con el deseo y la firmeza de llegar, por fin, a donde estaba la suerte.

-¡Romperás el caballo, Paul! -decía la institutriz.

-¡Siempre cabalga así! -aclaraba Joan, su hermana mayor-. ¿Por qué no se queda tranquilo?

Y él se limitaba a mirarlas con odio y en silencio. La institutriz se resignó a corregirlo. Imposible sacar algo interesante de él. Al fin y al cabo, ya era bastante grande para que ella lo cuidase.

Un día, su madre y su tío Oscar entraron en mitad de uno de sus galopes impetuosos.

El chico no les dirigió la palabra.

-¡Hola, mi pequeño jinete! -dijo el tío-. ¿Corres una carrera?

-¿No eres demasiado grande para un caballito de madera? Ya no eres una criatura – dijo su madre.

Pero Paul tan sólo la miró irritado, con sus ojos azules, grandes, más bien hundidos.

No quería hablar con nadie cuando estaba en plena carrera. Su madre lo observó ansiosa, con cierta preocupación.

Por fin, bruscamente, el niño dejó de espolear el mecánico galope del caballo y bajó a tierra.

-¡Bueno, llegué! -anunció con entusiasmo, con los ojos azules todavía brillosos, bien separadas las piernas largas y robustas.

-¿A dónde llegaste? -preguntó su madre.

-A donde quería llegar -replicó.

-Muy bien, hijo -aprobó el tío Oscar-. Nunca hay que detenerse hasta llegar a la meta. ¿Cómo se llama el caballo?

-No tiene nombre.

-¿Se las arregla sin un nombre? -preguntó el tío.

-Bueno, en verdad tiene varios nombres. La semana pasada se llamaba Sansovino.

-Sansovino, ¿eh? El ganador del Ascot. ¿Cómo sabes su nombre?

-Siempre habla de carreras de caballos con Bassett -aportó Joan.

El tío se quedó maravillado al descubrir que su sobrinito estaba informado de las noticias sobre las carreras. Bassett, el jardinero -herido en un pie durante la guerra y que había conseguido su empleo por recomendación de Oscar Cresswell, su antiguo patronera un verdadero sabio en cosas del turf. Vivía en el ambiente de las carreras. El niño lo acompañaba.

Oscar Cresswell lo supo todo por medio de Bassett:

-El niño viene y me pregunta, y yo no tengo más remedio que contestarle, señor -dijo

Bassett con total solemnidad, como si hablara de temas religiosos.

-¿Y alguna vez apuestas algo al caballo que te ha aconsejado él?

-Bueno… No quisiera delatarlo. Es un jovencito muy discreto, un buen camarada, señor. Preferiría que se lo preguntara usted mismo. En cierto modo, le produce placer nuestro secreto y por lo tanto, perdóneme, pensaría que yo lo he traicionado.

Bassett seguía tan serio que parecía en misa.

El tío fue a buscar al sobrino y lo llevó a dar una vuelta en su automóvil.

-Dime, Paul -le preguntó-, ¿alguna vez apostaste a un caballo?

El niño observó atentamente a su tío.

-¿Por qué? ¿Acaso no debería hacerlo? -replicó, poniéndose a la defensiva.

-¡No, nada de eso! Pero se me ocurrió que tal vez podrías ofrecerme un "dato" para el

Lincoln.

El automóvil ingresaba en la campiña, por el camino a la casa que el tío Oscar tenía en Hampshire.

-¿De veras? -preguntó el sobrino.

-¡De veras, hijo! -replicó el tío.

-Bueno, entonces, juégale a Daffodil.

-¡Daffodil! Difícil que gane. ¿Qué opinas de Mirza?

-Sólo sé cuál será el ganador -dijo el niño-. Y el ganador será Daffodil.

-¿Daffodil, eh?

Hubo una pausa. Daffodil era un caballo bastante mediocre.

-¡Tío! -¿Sí, hijo?

-No lo dirás a nadie, ¿verdad? Se lo he prometido a Bassett.

-¡Al diablo con Bassett, hombre! ¿Qué tiene que ver él con esto?

-¡Somos socios! ¡Desde el primer momento hemos sido socios! Tío, él me prestó los primeros cinco chelines, y los perdí. Y yo entonces le prometí, bajo palabra de honor, que esto quedaría entre nosotros. Entonces tú me diste ese billete de diez chelines, con el que comencé a ganar, y pensé que tal vez tú tenías suerte. Pero no se lo dirás a nadie, ¿verdad?

El niño miró a su tío con sus ojos enormes, ardientes, azules, que parecían demasiado próximos. El tío, incómodo, se encogió de hombros y se echó a reír.

-¡Quédate tranquilo, muchacho! No diré nada a nadie. ¿Daffodil, eh? ¿Cuánto piensas apostarle?

-Todo menos veinte libras -dijo el chico-. Las mantengo en reserva.

El tío pensó que era sólo un' chiste del niño.

-¿Así que reservas veinte libras, joven embustero? ¿Y cuánto apuestas?

-Trescientas -dijo el chico con cierta adultez-. Por favor, tío Oscar, esto queda, entre tú y yo. ¿Palabra de honor?

El tío lanzó una carcajada.

-Pierde cuidado, mi pequeño Nat Gould -contestó sin parar de reír-, guardaré el secreto.

Pero ¿y tus trescientas libras dónde están?

-Las tiene Bassett. Somos socios.

-¡Ah, ya veo! ¿Y Bassett cuánto apostará a Daffodil?

-No creo que le juegue tanto como yo. Ciento cincuenta, quizá.

-¿Ciento cincuenta peniques? -dijo el tío en tono de broma.

-No, ciento cincuenta libras -repuso el chico, mirando a su tío sorprendido-. Bassett tiene un ahorro más grande que yo.

Entre divertido e inquieto, Oscar guardó silencio. No volvió a hablar del tema, pero decidió llevar a su sobrino a las carreras de Lincoln.

-Bueno, muchacho -le dijo-, yo apostaré veinte libras a Mirza, y cinco son para ti, para el caballo que elijas. ¿Cuál te gusta?

-¡Daffodil, tío!

-¡No, no desperdicies esas cinco libras apostando por Daffodil!

-Es lo que yo haría si el dinero fuese mío -dijo el niño.

-¡Bien! ¡Bien! ¡Tienes razón! Diez libras a Daffodil: cinco para ti y cinco para mí.

El niño nunca había presenciado una carrera. Sus ojos eran llamitas azules y su boca estaba tensa. Delante de él había un francés, que había apostado a Lancelot, subía y bajaba los brazos, efusivo, gritando con su acento particular: "¡Lancelot! ¡Lancelot!".

Daffodil llegó primero, Lancelot segundo, Mirza tercero. El niño, a pesar de su sonrojo y sus ojos encendidos, se mantuvo tranquilo. Su tío le trajo cinco billetes de cinco libras. El caballo había pagado a razón de cuatro a uno.

-¿Qué hago con ellos? -preguntó, sacudiéndolos frente a los ojos del muchacho.

-Creo que tendremos que hablar con Bassett aclaró el chico-. Si no hice mal las cuentas, ahora tengo mil quinientas libras; y veinte de reserva; y estas veinte.

Su tío lo observó unos instantes.

-¡Vamos, muchacho! -exclamó-. ¿En serio pretendes que Bassett deba tener tus mil quinientas libras?

-Sí, en serio. ¡Pero no se lo digas a nadie! ¿Palabra de honor?

-¡Palabra de honor, sí, amiguito! Aunque debo hablar con Bassett.

-Si quieres, tío, puedes sumarte a nuestra sociedad. Pero deberás prometer, bajo palabra de honor, que no dirás nada a nadie. Bassett y yo tenemos suerte, y tú también debes tenerla, recuerda que fue con tus diez chelines que yo empecé a ganar…

El tío Oscar se llevó a Bassett y a Paul a pasar la tarde en Richmond Park, y allí conversaron.

-Le diré cómo fue, señor -dijo Bassett-. A Paul le gustaba escucharme hablar de carreras, contarle anécdotas…, en fin, señor, usted sabe lo que son esas cosas. Y siempre quería saber con mucho interés si yo había ganado o perdido. Hará un año, me pidió que le apostara cinco chelines a Blush of Dawn. Y perdimos. Después, con esos diez chelines que usted le regaló, la suerte se puso de nuestro lado y la mayoría de las veces nos ha sido bastante buena. ¿Qué piensa usted, niño?

-Todo va muy bien cuando estamos seguros -dijo Paul-. Pero cuando no estamos del todo seguros, solemos perder.

-Sí, entonces ahí tomamos recaudos -dijo Bassett.

-¿Y cuándo están seguros? -preguntó, sonriendo, el tío Oscar.

-Es Paul, señor -dijo Bassett con voz secreta, religiosa-. Es como si recibiera una señal del cielo. Ya vio usted qué sucedió con Daffodil. Ése era ciento por ciento seguro.

-¿Tú apostaste a Daffodil? -preguntó Oscar Cresswell.

-Sí, señor. Hice mi ganancia.

-¿Y mi sobrino?

Bassett miró a Paul y guardó un silencio prudente.

-Gané mil doscientas libras, ¿verdad Bassett? Le dije a tío que había apostado trescientas a Daffodil.

-Eso es -afirmó Bassett.

-Pero ¿dónde está el dinero? -preguntó el tío.

-Lo tengo yo, señor, bien guardado. El niño puede pedírmelo cuando quiera.

-¿Mil quinientas libras?

-¡Mil quinientas veinte! Es decir, mil quinientas cuarenta, con las veinte que ganó en el hipódromo.

-¡Es increíble! -dijo el tío.

-Si el niño le ofrece entrar en la sociedad, señor, perdóneme, yo en su lugar aceptaría.

Oscar Cresswell reflexionó. -Quiero ver el dinero -dijo.

Los llevó a la casa. Al rato, Bassett regresaba al invernadero donde lo esperaba Oscar

Cresswell, trayendo mil quinientas libras en billetes. Las veinte libras que faltaban las había dejado a Joe Glee, en la reserva de la comisión de carreras.

-Ya ves, tío-{lijo el niño-, todo marcha perfecto cuando yo estoy seguro. Entonces apostamos fuerte, todo lo que tenemos. ¿No es así, Bassett?

-Así es, niño.

-¿Y cuándo estás seguro? -preguntó otra vez el tío, echándose a reír.

-Oh, bueno, a veces estoy completamente seguro, como en el caso de Daffodil -dijo

el niño-. Otras veces tengo una corazonada; otras, ni siquiera eso, ¿no es así, Bassett? Entonces tomamos recaudos, porque en esos casos, la mayoría de las veces perdemos.

-¡Oh, entiendo! Y cuando estás seguro, como en el caso de Daffodil, ¿por qué estás tan seguro, hijo mío?

-Oh, bueno, no lo sé -respondió el niño, confundido-. Estoy seguro, tío, eso es todo.

-Es como si recibiera una señal divina, señor -reiteró Bassett.

-¿Será posible? erijo el tío.

El tío ingresó en la sociedad. Y cuando el premio Leger se acercaba, Paul se sintió "seguro" de que ganaría Lively Spark, caballo de muy pocos antecedentes. Paul insistió en jugarse con mil libras. Bassett le jugó quinientas y Oscar Cresswell otras doscientas.

Lively Spark ganó y pagó a razón de diez a uno. Paul había ganado diez mil libras.

-Ya ves dijo-, yo estaba completamente seguro. Hasta tú mismo has ganado dos mil libras.

-Mira, muchacho -le dijo-, esta clase de cosas me perturban un poco.

-¿Por qué, tío? Quizá no volveré a estar "seguro" durante mucho tiempo.

-Pero ¿qué vas a hacer con el dinero?

-Empecé a jugar luego de escuchar a mamá -repuso el niño-. Ella dijo que no tenía suerte porque papá no la tenía, y pensé que si yo tenía suerte, quizá dejaría de murmurar.

-¿Quién dejaría de murmurar?

-¡Nuestra casa! Odio nuestra casa porque nunca deja de murmurar.

-¿Qué murmura?

-Bueno… pues -vaciló el chico-… en realidad, no estoy seguro, pero tú sabes, tío, que siempre falta dinero.

-Lo sé, hijo, lo sé.

-Y sabes, tío, que mamá siempre tiene algo que pagar, ¿verdad?

-Me temo que sí.

-Y entonces la casa empieza a murmurar, y parece que hubiera alguien que se ríe de nosotros, a nuestras espaldas. ¡Es terrible! Y yo pensé que si tenía suerte…

-Podrías acabar con eso, ¿no es cierto? -concluyó el tío.

El niño lo miró con sus grandes ojos azules; parecía un fuego frío y extraño. Pero observó y no dijo nada.

-¡Bueno! -dijo el tío-. ¿Qué hacemos?

-No quiero que mi madre sepa que tengo suerte -dijo el chico.

-¿Por qué no?

-Porque no me lo permitiría. -Creo que te equivocas.

-¡Oh! -exclamó el chico, agitándose con movimientos raros-. No quiero que ella lo sepa, tío.

-¡Está bien, hijo! Arreglaremos todo para que ella no se entere.

Y así fue como lo arreglaron, sin complicaciones. Paul, por consejo de su tío, le entregó cinco mil libras; se las dio al abogado de la familia, quien debía decir a la madre de Paul que un pariente suyo le había entregado ese dinero, con la idea de pagarle mil libras anuales, el día de su cumpleaños, durante los próximos cinco años.

-De esa manera -dijo el tío Oscar-, durante los cinco años próximos, ella recibirá un regalo de cumpleaños de mil libras. Espero que eso le alivie la vida luego que deje de recibirlas.

La madre de Paul cumplía años en noviembre. En los últimos tiempos, la casa había estado "murmurando" más que nunca. A pesar de su buena suerte, Paul no podía hacerle frente. Estaba ansioso por ver qué resultados causaría, el día del cumpleaños de su madre, la carta con la noticia y con las mil libras.

Cuando no había visitas, Paul comía con sus padres. Ya se había independizado del cuidado de la institutriz. Su madre iba al centro casi todos los días. Había redescubierto su gran capacidad para dibujar telas y pieles, y trabajaba en secreto en el estudio de una amiga, que era una de las "artistas" más prestigiosas de las principales modistas. Dibujaba, para los anuncios periodísticos, figurines de damas cubiertas con pieles y sedas. Aquella joven artista ganaba millares de libras al año. La madre de Paul sólo pudo ganar unos centenares, por lo que volvió a sentirse insatisfecha. Tenía muchas ganas de sobresalir en alguna tarea, y no podía conseguirlo… ni siquiera dibujando anuncios de modas.

La mañana de su cumpleaños bajó a tomar el desayuno. Paul observaba su rostro cuando leía las cartas. Sabía cuál era la carta del abogado. Advirtió que, a medida que su madre la iba leyendo, su rostro se volvía duro e inexpresivo. Después, un gesto frío y firme deformó sus labios. Ubicó la carta debajo de las otras y no dijo nada.

-¿No recibiste nada satisfactorio para tu cumpleaños, mamá? -preguntó Paul.

-Sí, algo bastante agradable -respondió ella con su voz fría y ausente.

Y se fue al centro, sin agregar palabra.

A la tarde llegó el tío Oscar. Y contó que la madre de Paul había tenido una larga entrevista con su abogado, preguntándole si podía adelantarle todo el dinero de una vez, pues debía saldar algunas deudas.

-¿Tú qué piensas, tío? -dijo el chico. -Es cosa tuya, hijo.

-¡Oh, entonces dale el dinero! Con lo que resta, podemos ganar más.

-Mas vale pájaro en mano que ciento volando, amigo mío -dijo el tío Oscar.

-Oh, no hay dudas de que sabré quién ganará el Gran Premio Nacional; o el Lincolnshire, o el Derby. Alguno de ellos tengo que saber.

El tío Oscar firmó los papeles para el dinero y la madre de Paul cobró las cinco mil libras. Entonces ocurrió algo muy extraño. De un momento a otro, las voces de la casa parecieron enloquecer, como un griterío de ranas en una tarde de primavera. Se habían comprado algunos muebles, Paul tenía un preceptor particular, y el próximo otoño iría a Eton, el colegio donde había estudiado su padre. Aun en invierno, había flores en la casa.

El lujo al que había estado acostumbrada la madre de Paul, parecía renacer en toda su casa. A pesar de eso, las voces de la casa, detrás de los ramilletes de mimosas y flores de almendro, y debajo de las pilas de almohadones celestes, parecían aullar y gritar en una especie de éxtasis: "¡Hace falta más dinero! ¡Oh! ¡Hace falta más dinero! ¡Ahora, a-hora!

¡A-ho-ra hace falta más dinero! ¡Más que nunca! ¡Más que nunca!"

Aquello atemorizó y horrorizó a Paul, mientras intentaba estudiar latín y griego con sus preceptores. Pero sus horas más intensas las vivía con Bassett. Ya se había corrido el Nacional. Paul no estuvo "seguro" y perdió cien libras. Llegó el verano. Mientras aguardaba la competencia del Lincoln, la impaciencia lo consumía. En esta ocasión tampoco estuvo "seguro" y perdió cincuenta libras. Entonces se convirtió en un chico extraño, de ojos extraviados. Parecía que algo convulsionaba el interior del niño.

-¡No te preocupes más, hijo mío! -insistía su tío Oscar-. Olvídate de todo eso.

Pero el muchacho no le hizo caso.

-¡Tengo que saber para el Derby! ¡Tengo que saber para el Derby! -repetía, con sus ojos azules encendidos, dominado por la locura.

Su madre advirtió esa obsesión que lo acosaba.

-Será mejor que te llevemos a veranear a la playa. ¿No quieres ir al mar ahora, en vez de esperar? Me parece que te haría bien -dijo mirándolo con ansiedad, con el corazón consternado a causa del niño.

Pero el chico alzó sus nerviosos ojos azules.

-¡No puedo ir antes del Derby, mamá! -respondió-. ¡No puedo!

-¿Por qué no? -preguntó ella, enojada ante el rechazo de la propuesta-. ¿Por qué no?

Nadie te negará ir a ver el Derby con tu tío Oscar, si eso es lo que quieres. No tienes necesidad de esperar aquí. Además, creo que estás muy interesado por esas carreras de caballos. Es un mal síntoma. Toda mi familia ha sido de jugadores. Cuando seas grande, tal vez entiendas los daños que eso nos ha causado. Lo cierto es que nos ha perjudicado.

Tendré que despedir a Bassett y advertirle a tu tío Oscar que no te hable más de carreras, a menos que te conduzcas en forma más coherente. Ve a veranear a la playa y olvídate de todo eso. ¡Eres un cuerpo dominado por los nervios!

-Haré lo que tú quieras, mamá, siempre que no me hagas perder la competencia del

Derby ni salir de esta casa.

-¿No salir de esta casa?

-Sí -dijo Paul, mirándola con firmeza.

-¡Pues estás muy extraño! ¿De dónde sacaste tanto cariño por esta casa? Jamás me imaginé que pudieras quererla.

Él miró a su madre, sin hablar. Ocultaba un secreto dentro de otro secreto, algo que no había confesado ni siquiera a Bassett ni a su tío Oscar.

Su madre, después de un momento, inerte, indecisa e irritada, dijo:

-¡Está bien! No vayas a la playa hasta que se corra el Derby, si eso es lo que quieres.

Pero prométeme dominar tus nervios. ¡Prométeme no preocuparte tanto por las carreras de caballos ni por sus "programas", como tú los llamas!

-¡Claro que no! -dijo el chico, sin prestar atención-. No me interesaré más por eso, mamá. En tu lugar, yo no me preocuparía.

-¡Si tú estuvieras en mi lugar, y yo en el tuyo -dijo la madre-, vaya a saber cómo terminaría esto!

-Tú sabes que no debes preocuparte, mamá, ¿verdad? -repitió el niño.

-Me gustaría saberlo -respondió ella, ya cansada de tanto rogarle.

-Bueno, puedes saberlo, mamá. ¡Quiero decir, debes saber que no tienes nada por qué preocuparte!

-¿De verdad? Bueno, ya veremos.

El máximo secreto de Paul era su caballo de madera, que no tenía nombre. Desde que se independizó de institutrices, llevó el caballito a su dormitorio, en el piso de arriba.

-¡Eres demasiado grande para jugar con un caballito de madera! -le había reprochado su madre.

-Oh, mamá, hasta que pueda tener un caballo verdadero, me conformo con cualquiera -fue la extraña respuesta.

-¿Así te sientes acompañado? -preguntó la madre, echándose a reír.

-¡Oh, sí! Es muy bueno, siempre me acompaña.

Así fue como el caballo, bastante arruinado y maltratado, permaneció en el dormitorio del niño.

Se acercaba el Derby y Paul parecía cada vez más concentrado. Casi no prestaba atención a lo que le decían, tenía un aspecto muy frágil y sus ojos se mostraban muy nerviosos. Su madre experimentaba bruscas reacciones de desasosiego. A veces, por lapsos de media hora o más, sentía por él una ansiedad angustiante. Entonces la atacaba el impulso de correr hacia el chico, para comprobar que estaba sano y salvo.

Dos noches antes del Derby, estando en una gran fiesta en el centro, su corazón fue convulsionado por uno de esos ataques de ansiedad por su hijo, el primogénito, y fue tan intenso que apenas pudo hablar. Luchó con todas sus fuerzas contra ese sentimiento, porque era una mujer coherente. Pero fue inútil. Tuvo que abandonar el baile y bajó para telefonear a su casa. La institutriz de los niños se mostró terriblemente sorprendida y alarmada por aquel llamado a la madrugada.

-¿Los niños están bien, Miss Wilmot?

-Oh, sí, perfectamente.

-¿Y Paul? ¿Está bien?

-Se acostó enseguida. ¿Quiere que suba a echarle un vistazo?

-¡No! -interpuso la madre, a pesar de sus nervios-. No, no se moleste. Está bien. No se quede despierta. Volveremos enseguida.

No quería que la criada interrumpiese la intimidad de su hijo.

Era cerca de la una cuando los padres de Paul regresaron a la casa. Todo estaba en silencio. La madre subió a su cuarto y se quitó su blanco abrigo de pieles. Había ordenado a la criada que no la esperase. Oyó a su esposo en la planta baja, que se preparaba un whisky con soda.

Después, impulsada por la fatal ansiedad que sentía en el corazón, subió, a escondidas, al cuarto de su hijo. Se deslizó en silencio a lo largo del corredor. Creyó oír un ruido pequeño. ¿Qué era?

Permaneció junto a la puerta, escuchando, los músculos tensos. Se oía un ruido pequeño y extraño. Su corazón se paralizó. Era un rumor sordo, y a la vez impetuoso y fuerte. Como si algo enorme se moviera con una violencia secreta. ¿Qué era? ¿Qué era, en nombre de Dios? Ella debía saberlo. Tuvo la corazonada de que reconocía aquel ruido.

Sabía lo que era.

Y sin embargo, no podía ubicarlo, y menos aún nombrarlo. El rumor continuaba a un ritmo delirante.

Suavemente, paralizada de miedo y ansiedad, giró el picaporte.

El cuarto estaba oscuro. Sin embargo, junto a la ventana, oyó y vio que algo se balanceaba de un lado a otro. Se quedó mirándolo, temerosa y extrañada.

De pronto, encendió la luz. Descubrió a su hijo, con su pijama verde, cabalgando alocadamente en su caballito de madera. La luz de pronto lo dejó al descubierto, mientras espoleaba a su corcel. Alumbró también a la mujer rubia inmóvil en la puerta, con su pálido vestido verde y plata.

-¡Paul! -exclamó angustiada-. ¿Qué estás haciendo?

-¡Es Malabar! -gritaba el chico con voz fuerte y extraña-. ¡Es Malabar!

Sus ojos encendidos la observaron por unos segundos, extraño e irracional, mientras dejaba de espolear a su caballo de madera. Después cayó estrepitosamente al piso, y ella, atormentada como toda madre, corrió para socorrerlo. El niño estaba inconsciente. Y así permaneció hasta el día siguiente, atacado de fiebre cerebral. Hablaba y se agitaba.

Su madre aún sentada a su lado, inmóvil, semejaba una piedra.

-¡Es Malabar! ¡Es Malabar! ¡Bassett, Bassett, ya sé: es Malabar! -gritaba el niño, tratando de levantarse para volver a espolear el caballo de madera, su fuente de inspiración.

¿Quién es Malabar? -preguntó la madre, azorada.

-No sé -dijo el padre, hecho una piedra.

-¿Quién es Malabar? -insistió ella, preguntándole a su hermano Oscar.

-Es uno de los caballos que corren el Derby -respondió.

A pesar de sí mismo, Oscar Cresswell habló con Bassett, y él mismo apostó un millar de libras a Malabar. Pagó a razón de catorce a uno. El tercer día de la enfermedad fue crítico. Se esperaba una reacción. El niño, con sus largos y ensortijados cabellos, se agitaba en forma nerviosa sobre la almohada. No dormía ni recobraba el conocimiento.

Sus ojos eran como piedras azules. Y su madre, descorazonada, también acabó por convertirse en piedra. Durante la noche, Oscar no los visitó, pero Bassett mandó preguntar si podía subir un momento, sólo un momento. La intromisión molestó mucho a la madre de Paul; pero, pensándolo otra vez, consintió. El niño seguía igual. Quizá Bassett podría hacerle recobrar el conocimiento. El jardinero, un hombre bajo, de bigotito oscuro y ojos también oscuros, pequeños y penetrantes, entró sigilosamente en el cuarto, se llevó la mano a un imaginario sombrero a modo de saludo y después se encaminó a la cama, mirando fijamente con sus ojos brillosos al niño, agitado y moribundo.

-¡Paul! -susurró-. ¡Paul! Malabar entró primero, ganó de punta a punta. Hice lo que usted me dijo. Ha ganado más de setenta mil libras. Sí, ha ganado más de ochenta mil.

Malabar llegó primero.

-¡Malabar! ¡Malabar! ¿Yo dije Malabar, mamá? ¿Dije Malabar? ¿Crees que tengo suerte? Sabía que Malabar ganaría, ¿verdad? ¡Más de ochenta mil libras! Eso es suerte, ¿no es así, mamá? ¡Más de ochenta mil libras! Yo sabía, ¿acaso no lo sabía? Ganó Malabar. Yo cabalgo en mi caballo hasta sentirme seguro, Bassett, yo sé lo que te digo: puedes apostar todo lo que tengas a mano. ¿Apostaste todo lo que tenías, Bassett?

-Jugué mil libras, Paul.

-¡Nunca te dije, mamá, que si puedo cabalgar en mi caballo, y llegar, entonces estoy seguro… oh, completamente seguro! Mamá, ¿te lo dije alguna vez? ¡Yo tengo suerte!

-No, nunca me lo dijiste -respondió la madre.

Pero el niño murió esa noche. Aún yacía en su cama cuando la madre escuchó la voz de su hermano, que decía:

-Dios mío, Hester, has ganado ochenta mil libras y has perdido a un hijo. Pobrecito, pobrecito, más le vale haberse ido de una vida donde debía montar en su caballito de madera para hallar un ganador.

David Herbert Richards Lawrence (11 de septiembre de 18852 de marzo de 1930) fue un escritor inglés autor de novelas, cuentos, poemas, obras de teatro, ensayos, libros de viaje, pinturas, traducciones y crítica literaria.

Su literatura expone una extensa reflexión acerca de los efectos deshumanizadores de la modernidad y la industrialización,2 y abordó cuestiones relacionadas con la salud emocional, la vitalidad, la espontaneidad, la sexualidad humana y el instinto.3 4 Las opiniones de Lawrence sobre todos estos asuntos le causaron múltiples problemas personales: además de una orden de persecución oficial, su obra fue objeto en varias ocasiones de censura; por otra parte, la interpretación sesgada de aquella a lo largo de la segunda mitad de su vida fue una constante. Como consecuencia de ello, hubo de pasar la mayor parte de su vida en un exilio voluntario, que él mismo llamó "peregrinación salvaje".

Aunque en el momento de su muerte su imagen ante la opinión pública era la de un pornógrafo que había desperdiciado su considerable talento, E. M. Forster, en un obituario, defendió su reputación al describirlo como "el novelista imaginativo más grande de nuestra generación".5 Más adelante, F. R. Leavis, un crítico de Cambridge de notoria influencia, resaltó tanto su integridad artística como su seriedad moral, lo que situó a buena parte de su ficción dentro de la "gran tradición" canónica de la novela en Inglaterra. Con el tiempo, la imagen de Lawrence se ha afianzado en la de un pensador visionario y un gran representante del modernismo en el marco de la literatura inglesa, pese a que algunas críticas feministas deploran su actitud hacia las mujeres, así como la visión de la sexualidad que se percibe en sus obras.6 7

Infancia

Lawrence era el cuarto hijo de Arthur John Lawrence, un minero que casi no sabía leer, y de Lydia Beardsall, que había ejercido la docencia. Pasó buena parte de sus años de formación en el pueblo minero de Eastwood, Nottinghamshire. Su lugar de nacimiento, en Victoria Street 8a, Eastwood, funciona hoy como un museo. Su entorno obrero y las tensiones entre sus padres le aportaron material de primera mano para muchas de sus obras. Lawrence regresaría literariamente en varias ocasiones a su pueblo natal, al que llamó "el campo de mi corazón", al hacer de él el escenario para buena parte de sus obras de ficción.8

El joven Lawrence asistió al Beauvale Board School (llamado en su honor hoy en día Greasley Beauvale D. H. Lawrence Infant School) de 1891 a 1898, convirtiéndose en el primer alumno local en obtener una beca por el consejo condal para estudiar en la Nottingham High School, en las proximidades de Nottingham (hay una sección de la escuela de primaria que recibe su nombre).

Dejó los estudios en 1901 y consiguió un empleo de tres meses como dependiente en una fábrica de aparatos quirúrgicos en Haywood, antes de que un brote de neumonía pusiera fin a este trabajo. Mientras permanecía convaleciente, solía desplazarse a la granja Haggs, el hogar de la familia Chambers, donde entabló amistad con Jessie Chambers. Un aspecto importante de esta relación con Jessie y otros adolescentes fue la pasión que todos ellos sentían por la literatura.

De 1902 a 1906, Lawrence se desempeñó como maestro en la British School de Eastwood. También dedicó la casi totalidad de su tiempo a los estudios y recibió un diploma de docencia por la Universidad de Nottingham en 1908.

Durante estos primeros años, comenzó a trabajar en poemas, algunos relatos breves y el bosquejo de una novela, Laetitia (finalmente titulada The White Peacock -El pavo real blanco).

A finales de 1907 ganó un concurso de relatos breves en el Nottingham Guardian, siendo la primera vez que se le reconoció su capacidad literaria.9 8

Juventud

En otoño de 1908, Lawrence dejó el hogar de su juventud para trasladarse a Londres. Mientras enseñaba en el colegio de Davidson Road en Croydon, continuó escribiendo.10

Algunas muestras de su primera poesía, enviadas por Jessie Chambers, llamaron la atención de Ford Madox Ford, editor del entonces influyente The English Review. El mismo Madox Ford le encargó después el cuento titulado Odour of Chrysanthemums, el cual, una vez publicado en la revista, llevó a Heinemann, un editor londinense, a pedir nuevos trabajos a Lawrence. Su carrera como autor profesional había comenzado ahora en serio, aunque aún siguió trabajando como profesor unos años más.

Su madre, Lydia, murió poco tiempo después de que hiciese las últimas correcciones de su primera novela, El pavo real blanco, que se publicaría en 1910. Su muerte, que marcó profundamente la vida de Lawrence, se debió a un cáncer. El impacto fue tan grande, que el propio autor describió los siguientes meses como su "año enfermo". Es evidente que Lawrence mantenía una relación muy cercana con su madre, por lo que la pena que sintió tras su fallecimiento supuso un giro en su vida, del mismo modo que la muerte de la Sra. Morel provoca un giro crucial en su novela autobiográfica Hijos y amantes, un trabajo que reúne muchos elementos de la vida provinciana del autor.11

En 1911 Lawrence conoció a Edward Garnett, un editor que actuó como su mentor, le incentivó a seguir y se convirtió en un amigo valioso. A lo largo de estos meses, el joven autor revisó Paul Morel, el primer bosquejo de lo que luego sería Hijos y amantes. Asimismo, una profesora colega suya, Helen Corke, le ofreció libre acceso a sus diarios íntimos sobre una triste aventura amorosa, que sirvió de fundamento para El intruso, su segunda novela.

Tras recuperarse de un segundo ataque de neumonía a finales de 1911, Lawrence decidió dejar la enseñanza para dedicarse de lleno a su actividad como escritor. También terminó una relación con Louie Burrows, un viejo amigo de sus días en Nottingham y Eastwood.

En marzo de 1912, el autor conoció a Frieda Weekley, cuyo apellido de soltera era von Richthofen, y con quien compartiría el resto de su vida. Frieda era seis años mayor que él, estaba casada y tenía tres hijos pequeños.12 Entonces era la esposa de un antiguo profesor de lenguas modernas de Lawrence en la Universidad de Nottingham, Ernest Weekley. De este modo, ambos comenzaron una aventura y huyeron a la casa de los padres de Frieda en Metz, que en ese entonces era una fortificación alemana próxima a la frontera disputada con Francia. Su estancia en Metz supuso el primer encuentro de Lawrence con el militarismo, cuando fue arrestado y acusado de ser un espía británico, antes de ser liberado gracias a la intervención de su futuro suegro. Tras esta experiencia, Lawrence se desplazó a una pequeña aldea al sur de Múnich, acompañado de Weekley en la que fue su "luna de miel", más tarde inmortalizada en la serie de poemas titulada ¡Mira! Hemos cruzado hasta aquí (1917).13

Desde Alemania, la pareja partió rumbo al sur, hacia los Alpes, en Italia. Este trayecto fue registrado en el primero de sus libros de viaje, una colección de trabajos interrelacionados llamada Crepúsculo en Italia, y la novela inacabada, Sr. Noon. Durante su estancia en la península itálica, Lawrence completó la versión final de Hijos y amantes que, cuando se publicó en 1913, fue reconocida como un vívido retrato de la realidad de las clases obreras en el ámbito provincial.

Tanto él como su esposa, Frieda, volvieron a Inglaterra en 1913 para una breve visita. Lawrence conoció y afianzó su amistad con John Middleton Murry y la escritora de cuentos cortos neozelandesa Katherine Mansfield. Lawrence y Weekley pronto regresaron a Italia y buscaron asilo en una cabaña en Fiascherino, en el Golfo de Spezia. Aquí comenzó a escribir el primer borrador de una obra de ficción, que luego se convertiría en una de sus dos novelas más reconocidas, El arco iris y Mujeres enamoradas. Finalmente, Weekley obtuvo su divorcio. La pareja optó por regresar a Inglaterra con el comienzo de la Primera Guerra Mundial, y contrajo matrimonio el 13 de julio de 1914.14

La nacionalidad alemana de Weekley, así como el rechazo abierto de Lawrence por el militarismo, levantaron sospechas hacia ellos en una Inglaterra sumida en la guerra, por lo que casi tuvieron que vivir en la indigencia.15

El arco iris (1915) fue censurado, tras una investigación, por su supuesta obscenidad. Más tarde, la pareja fue incluso acusada de espionaje y apoyo a los submarinos alemanes en las proximidades de la costa de Cornualles, donde vivían en Zennor.

Durante este período, Lawrence terminó una secuela de El arco iris, titulada Mujeres enamoradas. En ella, el autor estudia los rasgos destructivos de la civilización contemporánea, a través de las relaciones evolutivas entre cuatro personajes principales, reflejados en el valor de las artes, la política, la economía, la experiencia sexual, la amistad y el matrimonio. Este libro representa una visión dura y contundente de la humanidad, que no resultó apto para su publicación durante el tiempo de la guerra pero que ulteriormente ha sido ampliamente reconocida como una novela inglesa de gran ímpetu dramático y delicadeza intelectual.

A finales de 1917, tras un acoso constante por parte de las autoridades militares, Lawrence se vio obligado a dejar Cornualles al recibir un aviso de que se le daba un plazo de tres días para hacerlo en virtud del Acta de Defensa del Reino (Defence of Realm Act). Esta persecución fue descrita más adelante en un capítulo autobiográfico de su novela australiana Canguro, publicada en 1923.

Pasó algunos meses a comienzos de 1918 en el pequeño pueblo rural de Hermitage, en las proximidades de Newbury. Luego, vivió alrededor de un año (de mediados de 1918 a comienzos de 1919) en Mountain Cottage, Middleton-by-Wirksworth, Derbyshire, donde compuso uno de sus relatos breves más poéticos, The Wintry Peacock. Hasta 1919 la pobreza le obligó a cambiar de domicilio en reiteradas ocasiones, y casi sucumbió a una fuerte gripe.16

Comienzos de la peregrinación salvaje

Después de la experiencia traumática de los años de guerra, Lawrence comenzó lo que él mismo llamó su "peregrinación salvaje", un tiempo de exilio voluntario. Huyó de Inglaterra en cuanto tuvo oportunidad y regresó solamente en dos ocasiones, por un breve período, por lo que pasó el resto de su vida viajando en compañía de su esposa.

Esta peregrinación lo llevó a recorrer Australia, Italia, Sri Lanka (entonces conocida como Ceilán), Estados Unidos, México y el sur de Francia.17

Lawrence abandonó el Reino Unido en 1919 y puso rumbo al sur; primero, a la región de los Abruzos, en la Italia central, y de ahí en adelante a Capri y a la Fontana Vecchia en Taormina, Sicilia. Desde Sicilia, realizó breves excursiones a Cerdeña, Montecassino, Malta, Italia septentrional, Austria y el sur de Alemania.18 Muchos de estos lugares aparecen en sus obras, algunas de ellas escritas durante este intervalo de tiempo, como, por ejemplo, La chica perdida (por la cual fue merecedor del Premio Memorial James Tait Black de ficción), La vara de Aaron y el fragmento titulado Sr. Noon (la primera parte del cual publicó en la antología de Phoenix, y la obra completa en 1984, de forma póstuma). Experimentó con novelas cortas, como La muñeca del Capitán, El zorro, y La mariquita. Asimismo, algunos de sus relatos fueron impresos en la colección Inglaterra, mi Inglaterra y otras historias. Durante estos años, escribió también una serie de poemas sobre la naturaleza que luego aparecerían en Aves, bestias y flores.

Lawrence es reconocido como uno de los escritores de viaje más prolíficos en lengua inglesa. El mar y Cerdeña, un libro que describe un breve viaje desde Taormina en enero de 1921, es una recreación de la vida de los habitantes de esta parte del Mediterráneo. Menos conocido es su recuerdo de Mauricio Magno (Memoirs of the Foreign Legion), en el cual Lawrence cita su visita al monasterio de Monte Cassino.

Otros libros que no pertenecen al género de ficción son dos estudios del psicoanálisis de Freud y Movements in European History, un libro de texto escolar publicado bajo pseudónimo, que reflexiona sobre su malograda reputación en Inglaterra.19

Últimos años

Durante los últimos días de febrero de 1922, Lawrence y su esposa dejaron Europa con la intención de emigrar a los Estados Unidos. Zarparon en dirección este, primero a Ceilán y después a Australia. Una breve residencia en Darlington, en el oeste australiano, que incluyó un encuentro con el escritor local Mollie Skinner, fue seguida por una corta estancia en el pequeño pueblo costero de Thirroul, Nueva Gales del Sur, durante la cual Lawrence completó Canguro, una novela sobre asuntos políticos locales que también reveló mucho sobre sus experiencias en tiempos de guerra en Cornualles.

Los Lawrence llegaron finalmente a los Estados Unidos en septiembre de 1922. Allí conocieron a Mabel Dodge Luhan, una figura pública, y pensaron en establecer una comunidad utópica en lo que, por ese entonces, era Kiowa Ranch, cerca de Taos, Nuevo México. Adquirieron la propiedad, hoy conocida como D. H. Lawrence Ranch, en 1924, como intercambio por el manuscrito de Hijos y amantes. Estuvieron en Nuevo México durante dos años, con visitas que incluyeron el Lago de Chapala y Oaxaca, en México.

Durante su permanencia en los Estados Unidos, Lawrence reescribió y publicó Studies in Classic American Literature (Estudios sobre literatura clásica estadounidense), un grupo de ensayos críticos que comenzó en 1917, y más tarde descrito por Edmund Wilson como "uno de los libros de alta calidad que jamás se han escrito sobre la materia". Estas interpretaciones, con sus perspectivas sobre el simbolismo, el trascendentalismo y la sensibilidad puritana, constituyeron un factor importante para el resurgimiento de la reputación de Herman Melville en la década de 1920.

Asimismo, Lawrence completó varias obras de ficción, entre las que cabe incluir El chico en el arbusto, La serpiente emplumada, St Mawr, La mujer cabalgante, La princesa y un surtido de relatos breves. También tuvo tiempo para escribir algunos libros de viaje, tales como la colección de excursiones relacionadas que dio a conocer como Mañanas en México.

Un breve viaje a Inglaterra a finales de 1923 resultó ser un fracaso y pronto regresó a Taos, convencido de que su vida como autor estaba en América. No obstante, en marzo de 1925 sufrió un grave ataque de malaria y tuberculosis mientras realizaba su tercera visita a México. Pese a que consiguió recuperarse parcialmente, el diagnóstico de su estado le obligó a volver a Europa. El avance de su enfermedad y su frágil salud limitaron su capacidad de desplazamiento durante los últimos años de su vida.

La familia se afincó en una villa al norte de Italia, en las proximidades de Florencia. Durante este tiempo, Lawrence escribió La Virgen y el Gitano y varias versiones de El amante de Lady Chatterley (1928). Esta, su última novela de importancia, se publicó inicialmente en versiones privadas en Florencia y París e incrementó su tamaño. Lawrence respondió con firmeza a aquellos que decían sentirse ofendidos, y publicó una serie de poemas satíricos, con el título de "Pensamientos" y "Ortigas", así como un tratado sobre Pornografía y obscenidad.

La vuelta a Italia le permitió a Lawrence renovar sus viejas amistades; durante estos años se mantuvo cercano a Aldous Huxley, quien publicaría la primera colección de las epístolas de Lawrence tras su muerte, junto con una nota biográfica. Con el artista Earl Brewster, Lawrence visitó un conjunto de sitios arqueológicos locales en abril de 1927. Los ensayos resultantes que describen estas visitas a las antiguas tumbas fueron escritos y agrupados con el nombre de Sketches of Etruscan Places (Bocetos de lugares etruscos), un libro que contrapone el vívido pasado al fascismo de Benito Mussolini.



Tumba de D. H. Lawrence, en una capilla en las proximidades de Taos, Nuevo México.

Lawrence continuó trabajando en ficción, tanto en relatos breves como en una obra como El gallo fugitivo (también publicada como El hombre que murió), un repaso inusual a la historia de la resurrección de Jesucristo.20

A lo largo de estos últimos años, Lawrence revivió un viejo interés por la pintura con acuarela.

El acoso oficial se hizo persistente y una exhibición de algunas de estas pinturas en la Warren Gallery de Londres fue confiscada por la policía británica a mediados de 1929, así como algunos de sus trabajos. Nueve de las pinturas de Lawrence permanecieron en exposición permanente en el hotel La Fonda, en Taos, desde poco antes de su fallecimiento. Fueron colgadas en una pequeña oficina detrás del escritorio frontal del hotel y expuestas al público.

Muerte

Lawrence siguió escribiendo hasta poco antes de su muerte. En sus últimos meses compuso numerosas piezas poéticas, revisiones y ensayos, así como una contundente defensa de su última novela contra aquellos que buscaron su censura. Su último trabajo importante fue una reflexión sobre el libro de la revelación, el Apocalipsis.

Tras haber recibido el alta del sanatorio, falleció en Villa Robermond, en Vence, Francia, debido a complicaciones por la tuberculosis. Frieda Weekley regresó al rancho de Taos y, más tarde, su tercer marido recogió las cenizas de Lawrence y las trasladó a una pequeña capilla en las inmediaciones de las montañas de Nuevo México.21

Sexualidad

Cuando escribió Mujeres enamoradas en Cornualles, entre 1916-17, Lawrence desarrolló una fuerte relación romántica con un granjero local llamado William Henry Hocking.22 Aunque no está del todo claro si su relación fue sexual, Frieda Weekley sí lo sostuvo. La fascinación de Lawrence por la temática de la homosexualidad también puede estar relacionada con su propia orientación sexual.23 Este tema también se manifiesta abiertamente en Mujeres enamoradas. De hecho, en una carta escrita en 1913, el autor expuso: "Me gustaría saber por qué casi todo hombre que se aproxima a la grandeza tiende a la homosexualidad, más allá de que lo admita o no."24 También se le cita diciendo: "Yo creo que lo más cerca que estuve del amor perfecto fue con un joven minero cuando tenía cerca de 16 años."25

Su inclinación homosexual se ve reforzada por la creencia que siempre mantuvo de la eterna guerra entre hombres y mujeres. Para Lawrence, la mujer ejercía una influencia nada positiva sobre el hombre que conseguía destruir su personalidad y acapar su libertad. Este aparente dominio sobre lo viril es lo que, según el autor, ponía en peligro la integridad del hombre y su masculinidad.26

Reputación póstuma

Los obituarios que siguieron a la muerte de Lawrence fueron, con la excepción destacada de E. M. Forster, indiferentes u hostiles.27 Sin embargo, también hubo quien contribuyó a un reconocimiento más favorable de la importancia de la vida del autor y su obra. Por ejemplo, su vieja amiga Catherine Carswell resumió su vida en una carta para el periódico Time and Tide, publicada el 16 de marzo de 1930, en la que respondía a las diversas críticas al escritor:

Frente a las grandes desventajas iniciales y su siempre delicada vida, la pobreza en que se mantuvo durante las tres cuartas partes de su vida y la hostilidad que sobrevive a su muerte, él no hizo nada que realmente no quisiera hacer, y todo lo que más quiso hacer lo hizo. Viajó por todo el mundo, fue dueño de un rancho, vivió en los rincones más hermosos de Europa, y conoció a quien quería conocer y les dijo que estaban equivocados y que él estaba en lo correcto. Pintó e hizo cosas, y cantó, y cabalgó. Escribió alrededor de tres docenas de libros, de los cuales incluso la peor página baila con una vida que podría ser equivocada para cualquier otro hombre, mientras que las mejores son reconocidas, incluso por aquellos que lo odian, como insuperables. Sin vicios, con muchas virtudes humanas, el marido de una mujer, escrupulosamente honesto, este estimable ciudadano aun así consiguió ser libre de los grilletes de la civilización y del no de las camarillas literarias. Se hubiera reído suavemente y maldecido vehemente al pasar por los búhos solemnes - uno tras otro por su propio pie - que ahora lo investigan. Para hacer su trabajo y llevar adelante su vida a pesar de que le supusieron algún esfuerzo, lo hizo, y tiempo después de que sean olvidadas, la gente sensible e inocente - si queda alguna - volverá a las páginas de Lawrence y sabrá a partir de ellas qué tipo de hombre excepcional fue.

Aldous Huxley también defendió a Lawrence en su introducción a una colección de cartas publicada en 1932. Sin embargo, el defensor más influyente de la contribución de Lawrence a la literatura fue el crítico literario de Cambridge F. R. Leavis, que sostuvo que el autor había hecho una importante contribución a la tradición de la ficción inglesa. Leavis puso énfasis en que El arco iris, Mujeres enamoradas, y los relatos e historias breves fueron grandes obras de arte. Más tarde, el juicio por El amante de Lady Chatterley en 1960, y la consiguiente publicación del libro, reafirmó la popularidad y notoriedad de Lawrence por la gran acogida que tuvo, y su trabajo comenzó a ser incluido en muchas cátedras de literatura inglesa, tanto en los institutos como en la universidad.28

Un buen número de críticas feministas, en especial Kate Millett, han cuestionado la política sexual de Lawrence, y este cuestionamiento ha dañado su reputación en algunos aspectos desde entonces. Por otro lado, Lawrence aún atrae a los lectores, y la futura publicación de una nueva edición académica de sus cartas y escritos demuestra el grado de interés por su obra y su persona.

El peso del chovinismo masculino tiende a presentar un cierto desequilibrio en relación a otros temas. El autor mantuvo ideas aparentemente contradictorias referentes al feminismo. La evidencia de su obra escrita muestra una abrumadora tendencia a representar mujeres fuertes, independientes y complejas. Produjo grandes trabajos en los que los personajes femeninos eran centrales. En una carta destinada a Huxley, el escritor declara que:

No me preocupa demasiado lo que la mujer siente - en el uso ordinario del término (...) Sólo me importa lo que la mujer es - lo que ella es - de forma inhumana, psicológica, material.26

Por otro lado, se ha estudiado también la presencia del sadismo en la obra de Lawrence.29

Obra

Su obra refleja su oposición a una época marcada por las consecuencias de la industrialización, y luego por la primera guerra mundial. Lawrence se opone mediante una exaltación del instinto sobre la razón, de la pasión sobre el intelecto, y de la espontaneidad frente al convencionalismo. Este pensamiento lo lleva a un retorno a lo primordial e instintivo, cuyo centro se halla en la vida sexual, concebida como única forma de conocimiento inmediato.30

La descripción de la sexualidad de sus personajes es muy detallada y directa. Es uno de los aspectos más polémicos de su obra, y le ocasionó varios conflictos con la censura. Así, sus novelas El arco iris y El amante de Lady Chatterley, fueron prohibidas bajo la acusación de obscenas.31

Sin embargo, los años 20 en Europa se destacaron por una progresiva liberación de las prácticas sexuales (sobre todo en las mujeres), y con este cambio Lawrence se ganó la venia de algunos intelectuales liberales de la época, como Lady Ottoline Morrell, Aldous Huxley o Bertrand Russell.

Otro aspecto destacable de la obra de Lawrence es la capacidad de dar vida a situaciones y personajes, y la profundidad psicológica con que aborda estos últimos.

Su producción literaria comprende novelas, historias cortas, volúmenes de poemas, libros de viajes y ensayos filosóficos y críticos, además de algunos dramas. También destaca el epistolario publicado por Aldous Huxley en 1932.32

Novelas

Lawrence es quizás más conocido por sus novelas Hijos y amantes (1913), El arco iris (1915), Mujeres enamoradas (1920) y El amante de Lady Chatterley (1928).33 Dentro de este marco, Lawrence explora las posibilidades de la vida y del vivir en un entorno industrial. Su interés se vuelca en la naturaleza de las relaciones que pueden tener lugar en dicho ambiente. Pese a que suele ser considerado como un realista, el sentido de sus personajes se puede comprender en relación a su filosofía. Su uso de la actividad sexual, si bien estaba mal visto en la época, tiene sus orígenes en su forma altamente personal de pensar y de ser.34 Cabe destacar que Lawrence demostraba interés en la conducta del contacto humano y es precisamente por ello que este interés en la intimidad física tiene sus raíces en la necesidad de restaurar un énfasis en nuestro cuerpo, y darle equilibrio y magnitud ante lo que él consideró un proceso lento de la civilización occidental que daba mayor importancia a lo racional.35 4 36

Algunas de sus novelas más destacadas, como es el caso de Hijos y amantes, se consideran dentro del género de bildungsroman, un término alemán que significa "novela de desarrollo". Esta clasificación tiene su origen en que la trama o el tenor del argumento giran en torno a la vida de un personaje principal que va evolucionando conforme transcurre la novela. Un antecesor del género fue, en el caso de la producción literaria inglesa, Daniel Defoe, cuya obra, Moll Flanders, suele ser considerada una de las primeras novelas escritas en inglés.37 La melancolía, lo espiritual y el aprendizaje moral del héroe -o heroína- son temáticas todas ellas presentes en la novela de Lawrence. La contradicción y la situación personal de impotencia ante la vida son características que se pueden encontrar en sus personajes, como, por ejemplo, "Paul" - en Hijos y amantes -, prisionero de su propio sentimiento y de su condición de hombre. El conflicto de la relación hombre/mujer y la representación de lo femenino en contraposición a los valores masculinos, hacen que las novelas del autor planteen una serie de rasgos negativos y sensuales adjudicados a la figura femenina en casi todos sus aspectos: esposa, amante y madre.

Asimismo, los valores religiosos y el tono autobiográfico de muchos de sus trabajos se ven marcados por su experiencia personal en época de guerra y censura. En este aspecto, Lawrence se rebeló contra la sociedad, quiso salir de ella, -de hecho llegó a exiliarse-, y llegó a considerarla como el infierno o el karma del ser humano. De este modo, sus novelas despiertan la curiosidad por lo erótico, lo instintivo y lo sexual, arraigado a la naturaleza innata del hombre como un animal más. Lawrence fue uno de los primeros novelistas de Occidente en adentrarse y abordar cuestiones consideradas tabú hasta entonces; es por ello que el sexo es uno de los giros principales de su narrativa.38

El arco iris, criticada en su época, es la primera parte de una historia que culmina con la publicación de Mujeres enamoradas en 1920.26 En ella se percibe el realismo del siglo XIX, presente en la obra de T. S. Eliot y Thomas Hardy. Ambas introducen un panorama de una sociedad inglesa en transición, donde existe un movimiento abrupto del campo a la ciudad. "Ursula", la protagonista de la novela, es el prototipo de mujer moderna que busca un lugar en el mundo y que es, por tanto, atrevida y desafiante. El argumento, que gira en torno al redescubrimiento de la mujer, con tintes lésbicos, supone su ruptura con los conceptos tradicionales de castidad y matrimonio, motivo por el cual fue retirada del mercado ni bien salió publicada.39

Mujeres enamoradas, que continúa en la misma línea, se enfoca más en la contraposición que existe entre los deseos de las mujeres y las pretensiones de los hombres. La obra está ambientada en los Alpes, y "Ursula", acompañada de su hermana "Gudrun", son ahora mujeres independientes que mantienen relaciones con hombres de diversa condición, generalmente de clases sociales diferentes, lo que le permitió a Lawrence reflejar la situación contemporánea junto con las virtudes y defectos de la organización de aquel momento. El éxito matrimonial de "Ursula" y su esposo, "Rupert Birkin", recaería, pues, en el rechazo a lo moderno y lo civilizado, con todo lo que eso conllevaba. Se ha sugerido que Rupert y Ursula son el retrato de Lawrence y su esposa Frieda, respectivamente.26

Dos de sus otras novelas más reconocidas, Hijos y amantes y El amante de Lady Chatterley, también fueron censuradas en su día. En el caso de esta última, el argumento gira en torno a los defectos y porvenires de la vida moderna. "Constance Chatterley", la protagonista de esta obra en prosa, se enamora del criado de su marido. Sin embargo, su atracción es meramente sexual, ya que su esposo, "Clifford", es impotente y no puede satisfacer sus deseos carnales. En resumen, el sexo, el instinto y el rechazo a la lógica son patentes en esta novela.

Hijos y amantes, que también parte de la experiencia del autor, lleva el plano sexual a nivel familiar. "Paul", el protagonista y alter ego de Lawrence, es prisionero, junto con su hermano "William", de los deseos de una madre posesiva y sobreprotectora, la señora "Morel". De este modo, Paul no consigue el amor verdadero hasta la muerte de su madre y su consiguiente libertad. Aun así, el personaje, que atraviesa un período de transición espiritual, tendrá problemas amorosos y varios desengaños en sus relaciones sexuales con mujeres. Lo poético y el simbolismo que deja entrever la novela se funden en un camino errático, lleno de dolor y sufrimiento.26

Además de las novelas ya mencionadas, Lawrence compuso una serie de obras en prosa de menor relevancia, que se resumen a continuación:

  • El pavo real blanco (1911): su primera novela en ser publicada.
  • El orgullo es una forma de egoísmo (1927): novela surrealista.
  • El muñeco del capitán (1921): novela corta.
  • El zorro (1921): novela corta.
  • The Ladybird (1923) novela corta.
  • La serpiente emplumada (1926): novela que escribe en su admiración de la civilización azteca, durante su estadía en México.
  • La Virgen y el Gitano (1930).
  • St. Mawr.

Poesía

Pese a ser más conocido por sus novelas, Lawrence compuso cerca de ochocientos poemas, la mayoría de los cuales son relativamente cortos. Los primeros fueron escritos en 1904 y dos de ellos, Dreams Old y Dreams Nascent, fueron incluidos entre sus primeras publicaciones en The English Review. Su obra temprana lo posiciona en la escuela de los poetas georgianos, un grupo que se llamó así no sólo en alusión al monarca, sino también debido a su conexión con los poetas románticos del periodo anterior, conocido como la época georgiana.40 En efecto, los poetas georgianos intentaban emular a sus predecesores. Lo que caracterizó al movimiento en su conjunto y a los poemas de Lawrence, fue el decoro con tropos y un lenguaje arcaico. Muchas de estas obras englobaban lo que John Ruskin denominó como "falacia patética", que es la tendencia de adjudicar emociones humanas a animales e incluso a objetos inanimados.41 42

Era el costado de mi esposa
¡Lo toqué con mi mano, lo agarré con mi mano,
erigiéndose, del nuevo despertar desde la tumba!
Era el costado de mi esposa
con la que me casé años atrás
a cuyo lado me he recostado durante cerca de mil noches
y durante todo ese tiempo, ella era yo, ella era yo;
La toqué, fui yo quien tocó y fue tocado.
-- fragmento, Nuevo paraíso y Tierra (New Heaven and Earth)

Así como la Primera Guerra Mundial influyó en el trabajo de muchos de los poetas que presenciaron el servicio en las trincheras, la obra de Lawrence también sufrió un cambio brusco durante sus años en Cornualles. En esta época, escribió en verso libre bajo la influencia del escritor estadounidense Walt Whitman. Estableció su manifiesto, para lo que sería la mayor parte de su futura obra, en la introducción a Nuevos Poemas (New Poems). En palabras de Lawrence:

Podemos deshacernos de los movimientos estereotípicos y de las viejas asociaciones trilladas del sonido y el sentido. Podemos romper con esos conductos y canales artificiales a través de los cuales queremos forzar nuestro enunciado. Podemos romper el cuello tieso del hábito (...). Pero no podemos prescribir de forma positiva ningún movimiento, ningún ritmo.

Muchos de estos últimos trabajos tomaron la idea del verso libre a tal extremo que llegaron a carecer de rima y metro, de modo que en poco se diferenciaban de ideas breves o memorandos, que bien podrían haber sido escritos en prosa. Lawrence reescribió varias veces muchas de sus novelas para perfeccionarlas, del mismo modo que volvió a muchos de sus primeros poemas cuando éstos fueron coleccionados en 1928. Uno de los motivos por los cuales llevó a cabo esta empresa fue para darles un toque de ficción, pero también para quitar algunos de los artífices de sus obras más tempranas. Así dejaría constancia el autor:

Un hombre joven tiene miedo de su demonio y a veces pone su mano sobre la boca del demonio y habla por él.

Sus poemas más conocidos son probablemente aquellos que tratan con la naturaleza, como los de Aves, Bestias y flores, y Tortugas (1923) (Birds, Beasts and Flowers and Tortoises), escritos durante su permanencia en el sudeste de los Estados Unidos. Serpiente (Snake), uno de los que suelen estar incluidos en las antologías, refleja algunas de sus preocupaciones más frecuentes como, por ejemplo, el distanciamiento del hombre moderno respecto a la naturaleza y algunos ápices de temas religiosos.43 44

En la profunda, e inusualmente perfumada sombra del gran algarrobo oscuro
bajé los escalones con mi jarra
y debí esperar, debí detenerme y esperar, porque ahí estaba él en el abrevadero ante mí.
-- fragmento, Serpiente

¡Mira! Hemos cruzado hasta aquí (1917) es otra de las obras que compuso al término de la guerra y revela otro elemento importante, común en muchos de sus trabajos: su inclinación a desnudarse en sus escritos. Si bien Lawrence puede ser considerado como un escritor de poemas amorosos, el aspecto que resalta de este sentimiento es precisamente el menos frecuente, como la frustración o el mismo acto sexual. Ezra Pound, en sus Literary Essays, pone de manifiesto el interés de Lawrence en sus propias "sensaciones desagradables", pero al mismo tiempo lo elogia por su "narrativa de los bajos fondos". Esta es una referencia al dialecto de Lawrence similar al de los poemas escoceses de Robert Burns, en los que el autor reflejó el idioma y las preocupaciones del pueblo de Nottinghamshire desde su juventud.

Pound fue uno de los mayores, sino el mayor, exponente de la poesía modernista y, aunque los poemas de Lawrence posteriores a la era georgiana siguen este modelo, solían diferenciarse bastante respecto a los de otros autores contemporáneos. Las obras modernistas eran, por lo general, austeras, y cada palabra estaba muy trabajada y lograda. Lawrence sentía que todos los poemas debían enseñar los sentimientos personales y que la espontaneidad era de vital importancia para cada obra. Le dio el nombre de Pensamientos (Pansies) a una de sus colecciones de poemas, en parte por la naturaleza efímera del verso pero también como una paranomasia de la palabra francesa panser, que significa "vendar o cubrir una herida". De hecho, "sus heridas" aún necesitarían cerrarse, pues la recepción que normalmente tuvo en Inglaterra con El noble inglés y No me mires, provocó que las retirara de la versión oficial de Pensamientos, ya que se le calificaba de obsceno. Pese a haber vivido sus últimos diez años en el extranjero, sus pensamientos aún estaban en Inglaterra. Su última obra, Ortigas (Nettles), publicada en 1930, once días después de su muerte, representó una crítica y un ataque a la moral inglesa.45

Ah, los perros añejos que fingen proteger
la moral de las masas,
cuán apestoso dejan el patio trasero
orinando a todo el que pasa.
-- fragmento, El joven y sus guardianes morales

Dos manuscritos de versos de Lawrence fueron publicados de forma póstuma con el título de Últimos poemas y Más pensamientos. Otro compendio de obras líricas es el de Poemas de amor y otros poemas, publicado hacia 1913.

Finalmente, Esteban Pujals en su Historia de la literatura inglesa (1984) destaca una serie de poemas del autor, incluidos en los volúmenes de Collected Poems (1932) y Last Poems (1933). Según Pujals, entre las piezas más representativas de la poesía del autor se encuentran Figs (Higos), Grapes (Uvas), Almond Flowers (Almendras en flor), The Hostile Sun (El sol hostil), In a Spanish Tram Car (En un tranvía español) y The Food of the North (Manjares del Norte). El autor también sostiene que la trayectoria de Lawrence como poeta se vio injustamente eclipsada por su reconocimiento como novelista.46

Relatos y libros de viajes

Además de ser un reconocido novelista y poeta, Lawrence también escribió una serie de vivencias personales en prosa, la mayor parte de las cuales tuvieron lugar durante su exilio en el extranjero. Así, por ejemplo, sus relatos, a diferencia de las demás obras, tratan exclusivamente de parajes exóticos y de un acervo cultural que distaba mucho del de la sociedad británica de su tiempo.

Dentro de los más reconocidos, El oficial prusiano y otras historias muestra un panorama de las inquietudes de Lawrence, así como su actitud hacia la Primera Guerra Mundial. Su volumen estadounidense La mujer que se marchó y otras historias desarrolla la temática del liderazgo, idea que también exploran tres de sus obras Canguro, La serpiente emplumada y Fanny y Annie.47 La temática de lo internacional y el gusto por lo inusual caracterizan esta etapa de la creación literaria de Lawrence, donde revive un género en desuso desde la época isabelina. No obstante, esta práctica lo aproxima a su contemporáneo, el autor norteamericano Henry James, quien siguió de cerca el tema del ciudadano del mundo.48

El escritor, como observador pasivo en un mundo muy distinto al suyo, trasladó esas vicisitudes a obras como Canguro (1923), ambientada en su experiencia como viajero en Australia, El mar y Cerdeña (1921), que resume su estancia en Italia antes y durante el estallido de la Guerra Mundial, y La serpiente emplumada, que, aunque es una novela, está basada en sus días en México. Por último, La vara de Aarón (1922) destaca por la presencia de elementos característicos de la filosofía de Friedrich Nietzsche. Otros relatos y libros de viajes incluyen La niña perdida (1920) y El trasgresor (1912), que cuestiona las normas y costumbres de la época.26

Crítica literaria

La crítica que hace Lawrence a otros autores a menudo proporciona una perspectiva de su forma de pensar y de escribir. En este sentido, destaca su Estudio de Thomas Hardy y otros ensayos y Estudios en literatura clásica estadounidense. En esta última, Lawrence responde a Walt Whitman, Herman Melville y Edgar Allan Poe, lo cual deja entrever la naturaleza del propio autor.



Virginia Woolf encabezó la lista de las autoras feministas que arremetieron duramente contra D. H. Lawrence, acusándole, en algunas ocasiones, de misoginia.

Respecto a la crítica que otros autores han hecho de Lawrence, cabría destacar la feminista.26 Virginia Woolf, contemporánea del autor, puso de relieve el aparente ataque de Lawrence a la figura de la mujer en muchas de sus obras. Según Woolf, se saca a relucir una faceta negativa del sexo femenino, de modo que se presenta a una mujer acaparadora, superficial e infiel a sus votos matrimoniales. Un ejemplo es el de El amante de Lady Chatterley, donde la protagonista, como adelanta el título, tiene una relación con un caballero que no es su marido. Esta temática se retoma en Hijos y amantes, donde los niños son prisioneros de su madre, que los oprime, los absorbe y los protege hasta un extremo que resulta poco menos que desagradable, ya que recién a su muerte, uno de sus hijos, el que aún no ha fallecido, consigue rehacer su vida al lado de otra mujer.49 Lo irónico radica en que la ausencia de la figura maternal causa un revés en el argumento, al mismo tiempo que adelanta el comienzo de una nueva etapa de libertad para el protagonista. Sin embargo, el que su madre haya muerto genera en él sentimientos opuestos, pues incluso cuando gana libertad es incapaz de sobrevivir sin el calor de su progenitora.50

Algunos autores han coincidido en señalar que la interpretación de la mujer en las obras de Lawrence gira en torno a la figura de su madre y es, por lo tanto, biográfica.51 Otros incluso han llegado más lejos al asegurar que el aparente desprecio o desapego de Lawrence hacia el sexo opuesto se debería en parte a su presunta homosexualidad, ya que en vida hubo rumores de relaciones sentimentales con ciertos allegados de su misma condición. Lo cierto es que existe un acuerdo general en afirmar que sus obras guardan un profundo y variado entramado personal, donde se reflejan las relaciones de clase, la opresión de las clases obreras, la explotación del proletariado - su propio padre era minero -, la dejadez del ser humano, el vicio, la corrupción, la censura, la opresión y la superficialidad del emergente sistema capitalista.52 Las relaciones familiares también se encuentran en entredicho, pues de pequeño fue testigo directo de los problemas de su padre con el alcohol y de los conflictos de aquel con su madre, de una clase social superior y con un nivel de educación más alto, ya que, como Lawrence afirma en reiteradas ocasiones, "su [mi] padre era analfabeto".53 Como resultado, y por el creciente apego que Lawrence sentía por su madre, a quien tampoco dejó indiferente en cuanto a las críticas, el autor retrató a su padre como una "bestia", carente de razón, como el típico prototipo de hombre machista, inculto, violento y retrógrado que la aristocracia trataba como a poco más que un animal, expuesto a los peligros de un arriesgado trabajo que le aportaba tan solo los medios necesarios para subsistir y mantener a su familia.54 Existe también evidencia de que Lawrence llegó a reconocer, más adelante en su vida, que fue quizás un tanto injusto con la descripción de su padre, a lo que también añadió que hubo cierto sesgo por parte de su madre.55

La última etapa de su carrera como escritor se caracterizó por el exilio en el extranjero, por las reiteradas amenazas por parte de su propio gobierno, que primero sospechó de su lealtad como ciudadano, al ser acusado junto con su esposa, Frieda Weekley, de espía de los alemanes, y luego censuró parte de su producción artística y literaria, viéndose obligado a emprender un peregrinaje por el mundo, en un intento por buscar la libertad, la paz y el conocimiento cultural que su país no supo darle. Es precisamente por ello que algunos de sus libros de viajes hablan de paisajes y entornos exóticos, producto de su experiencia en Italia, Francia, Australia, México, Estados Unidos y otros países alrededor del globo. Esta moda, más propia de la era isabelina, con los viajes de conquista europeos, vuelve a ver la luz con Lawrence, que no sólo describe civilizaciones diferentes, sino que también aprovecha su propia lejanía para criticar al gobierno británico y a su forma de vida.56

Filosofía

Lawrence continuó desarrollando su filosofía a lo largo de casi toda su vida, y muchos de sus supuestos filosóficos se verían reflejados en la contracultura de los años 1960. Su introducción impresa a Hijos y amantes estableció la dualidad común a la mayor parte de su ficción y tomó como referencia la Trinidad cristiana. Según palabras de Lawrence: "Primero que nada soy un hombre religioso...mis novelas deben ser escritas desde la profundidad de mi experiencia religiosa".44 Con el progreso de su filosofía, el autor pasa de analogías cristianas al misticismo, el budismo y la teología pagana. En algunos aspectos, Lawrence fue precursor del creciente interés por el ocultismo que tuvo lugar en el siglo XX, pese a que él mismo se identificó como cristiano.57

La ideología del autor le llevó a confiar en el arte como medio autónomo de expresión y que por sí mismo tenía valor. Fiel opositor del realismo material, Lawrence mostró su rechazo a la escuela realista francesa, pero creía en un realismo con base espiritual, algo que la novela rusa le supo dar:

...no creo que deba menospreciar a los rusos. Han significado mucho para mí; Turgénev, Tolstói, Dostoyesvski - me han influido más que nadie, y a ellos considero como los escritores más grandes de todos los tiempos.26

Lawrence, al igual que Thomas Hardy, concebía al hombre en unidad con la naturaleza, pero su mayor preocupación, a diferencia de la de este último, era la industria y la sociedad urbana y el efecto que ambas ejercían sobre el ser humano. Esta particular concepción del hombre como un elemento más del sistema es lo que precisamente le lleva a cuestionar al racionalismo, en detrimento de una perspectiva hedonista en la que el instinto juega un papel preponderante. En otras palabras, la "consciencia sanguínea" es lo que le llevó a afirmar que "la mente puede equivocarse pero lo que la sangre siente, cree, y dice, siempre es verdadero".26

El inconsciente, lo surrealista y lo efímero también son recurrentes en la obra de Lawrence. Como buen entendedor de la obra de Sigmund Freud que era, retrató la batalla del hombre contra la autoridad y las imposiciones de la civilización. Pese a que el escritor no era defensor del canibalismo ni del estado primitivo, sí sostenía que el hombre tenía un pasado inmaculado que había sido "corrompido" por el pecado y que, por tanto, su degradación ulterior se debía en mayor parte a la tentación que sintió una vez por la mujer, Eva. Esta forma de pensar se traduce en su concepción de la femineidad como un ente negativo y dominante que anula la voluntad de los hombres. De ahí parten muchos de los rasgos de sus personajes femeninos, como la Sra. Morel en Hijos y amantes.26

Pintura

D. H. Lawrence también pintó una serie de obras eróticas.58 Fueron exhibidas en la Galería de Dorothy Warren en el Mayfair de Londres en 1929. Esta exhibición, que fue polémica en su tiempo y causó estupor entre los visitantes, incluyó Una historia de Boccaccio, Primavera y Pelea con una Amazonas. El Daily Express informó que el cuadro Pelea con una Amazonas «presenta a un hombre horrible y barbudo sosteniendo a una mujer rubia en una postura lasciva mientras los lobos babean expectantes, lo que es francamente indecente».59

La censura marcó la mayor parte de la producción artística de Lawrence. Según la crítica posterior, y en concreto, la manifestada en el periódico británico The Guardian, se considera que la represión a comienzos del siglo XX tenía reminiscencias del periodo isabelino, es decir, el que marcó en buena parte la vida y obra del dramaturgo William Shakespeare, entre otros autores contemporáneos de igual renombre. Sabido es que una de sus obras más conocidas, El amante de Lady Chatterley, fue censurada y retirada del mercado en el periodo de entreguerras. No es extraño, pues, que sus trabajos fueran muy influyentes durante los años 1960, cuando diversos sindicatos y grupos revolucionarios velaban por una contracultura en desacuerdo con la escasez en la libertad de prensa en esos días. Uno de estos movimientos fue el que en Estados Unidos se conoció como hippie.60

Como pintor, Lawrence no destacó demasiado, no sólo por la relativa sencillez -y pobreza- de sus obras, sino también porque el repertorio no fue tan amplio, quizás a causa de la censura que en esos días recibían sus pensamientos. Las formas inacabadas, la falta de límites precisos, las figuras amorfas, el mal manejo de los colores y el paisaje hedonista que describía el autor, le valieron numerosos críticos y enemigos. El sexo cobra nuevamente intensidad en el plano plástico, pero esta vez es llevado a un extremo natural, con reminiscencias bíblicas, pero lleno de imágenes paganas y, hasta cierto punto, obscenas y promiscuas, por lo que la censura de la Iglesia y del Estado fue inminente en su tiempo. Por estos y por otros motivos, Lawrence nunca se consideró a sí mismo como un artista de talento, algo de lo que deja constancia en su ensayo Introduction to These Paintings, publicado en 1929.61

Adaptaciones al cine

Décadas despues de la muerte del escritor, sus obras comienzan a ser llevadas a la pantalla. Las primeras en hacerlo son versiones suavizadas tanto moral como eróticamente y por ello, aparte de por su escasa capacidad de trasladar siquiera el espíritu del autor, resultan un fracaso de crítica y público: "El amante de Lady Chatterley", estrenada en los cines franceses en 1955 es un buen ejemplo. La siguiente película importante data de 1960 y es una adaptación más lograda en cuanto que refleja la intención crítica del autor con bastante mas empeño y eficacia dramática: "Hijos y amantes" ("Son and lovers", Jack Cardiff).

A finales de los 60, con la mayor permisividad social y artística que promueven los movimientos sociales frente al capitalismo, la revolución sexual, etc. el cine europeo se suma con diversas tendencias, entre las que sobresale una célebre película de Ken Russell que devuelve la obra del escritor a la actualidad. Se trata de "Mujeres enamoradas" ("Women in love", 1969, donde se plasman algunas de las obsesiones del autor que enlazan con la ética y estética del director de la cinta, considerado uno de los "enfant terrible" del cine británico del momento. El gran éxito critico-comercial del film (Oscar para Glenda Jackson como mejor actriz, consagración para los actores Oliver Reed y Alan Bates), no se traduce sin embargo en ningun aluvión de adaptaciones del escritor. Solo un título sigue a este: "La virgen y el gitano" (1970, Christopher Miles), y pasa totalmente desapercibida en su estreno en todo el mundo pese a las buenas intenciones del director y a las interpretaciones de Franco Nero y Joanna Shimkus, quizá porque no posee ningún morbo o erotismo explícito.

En 1975 se estrena en Gran Bretaña una película casi mítica basada en un relato del escritor: "La zorra" (Mark Rydell), donde se aborda con enorme sutileza una relación entre dos mujeres y la tensión que provoca en la comunidad que las rodea, sin eludir ningun aspecto moral, que fue considerada una de las películas del año.

A falta de ver las últimas versiones filmicas estrenadas en 2008, solo cabe reseñar una versión de "El amante de Lady Chatterley" en 1981, famosa en España pero de flojos resultados artísticos al no saber trasladar ni un ápice del universo de la novela o autor, obra del director y la actriz protagonistas de la famosa cinta erótica de los 70 "Emmanuelle".

Foto:internet. Semblanza Biográfica:Wikipedia. Texto:El cuento del día.