Minicuentos.1.

Regreso del dolor
Gonzalo Arango

Aunque no la conozco ni la había visto nunca en mi vida, pienso que estará turbada por otras razones ajenas a la muerte del tipo, muerte que sólo a mi me concierne.
La gente se dispersa asqueada por los despojos triturados del muerto, y ese sol que pronto lo pudrirá. La mujer y yo quedamos junto al cadáver abandonado.
-Haga algo por él, usted que puede –dice con una voz trémula.
Esa voz me conmueve por la cantidad de amor y de dolor, como de nostalgias y de esperanzas rotas.
-Soy el único que puede hacer algo por él –digo. Y agrego-: Yo traté de ayudarlo, pero fracasé.
La mujer se aleja. En sus pasos descubro el cansancio y el peso de una desesperación superior a sus fuerzas, pero no puedo ayudarla.
Sin más esperanzas recojo mi cadáver y me marcho con él.

El sueño de la Virgen
Tomas Aráuz

Cuando dijo "sí", tendida en el pasto, descubrió que soñaba; pero era demasiado tarde.


Precocidad
Marcelo Del Castillo

Lindo bebé de mamá que desde el vientre supo lo inútil de la vida, que al nacer lloró tanto que terminó ahogado entre las incontenibles lágrimas de su propio llanto.


Punto de apoyo
Kjell Askildsen*

Hace unos meses vino a verme mi casero. Llamó tres veces a la puerta antes de que me diera tiempo a abrir, y eso que fui lo más rápidamente que pude. No podía saber que era él. Por aquí viene muy poca gente, casi todos los miembros de sectas religiosas que me preguntan si estoy en paz con Dios. Me produce cierto placer, pero nunca les dejo pasar de la puerta, pues la gente que cree en la vida eterna no es racional, no se sabe lo que puede llegar a hacer. Pero esta vez era, como ya he dicho, el casero. Le había escrito hacía casi un año para informarle de que la barandilla de la escalera estaba rota, y pensé que venía por eso, así que le dejé entrar. Miró a su alrededor. "Vive usted bien aquí" dijo. Era una afirmación bastante tendenciosa, que me hizo ponerme a la defensiva. "La barandilla de la escalera está rota" dije. "Sí, ya lo he visto ¿La rompió usted?" "No ¿por qué yo?" "Supongo que es el único que la usa, porque, aparte de usted, solo vive gente joven en este portal, y no creo que se haya roto sola, ¿no?" Era obviamente una persona intratable y no quise entrar en ninguna discusión con él sobre cómo y por qué se estropean las cosas, de modo que dije escuetamente: "Como usted diga, pero yo necesito esa barandilla, estoy en mi derecho". No contestó nada a eso, a cambio, dijo que subiría el alquiler un veinte por ciento a partir del mes siguiente. "¿Otra vez? –dije- y un veinte por ciento nada menos" "Debería ser más –contestó- esta finca no produce más que pérdidas, pierdo dinero en ella" Hace mucho que dejé de discutir de economía con personas que dicen perder dinero con algo de lo que podrían haberse desprendido hace treinta años, de modo que no dije nada. Pero no le hizo falta argumento alguno para seguir con el tema, es de ese tipo de personas que funcionan solas. Se puso a disertar sobre todas las demás fincas que también daban pérdidas, resultaba lamentable escucharle, debía ser un capitalista muy pobre. Pero no dije nada, y por fin cesaron las lamentaciones, ya iba siendo hora. En cambio me preguntó, sin ninguna razón aparente, si creía en Dios. Estuve a punto de preguntarle a qué dios se refería, pero me limité a negarlo con la cabeza. "Pues tiene que hacerlo" dijo, así que después de todo había dejado colarse a uno de ellos en mi casa. En realidad no me sorprendió, pues es bastante corriente que la gente con muchas propiedades crea en Dios. Ahora bien, no quise darle pie para que pasara a otro tema, pues había tomado la firme determinación de no dejar pasar a los evangelistas de la puerta, de modo que no lo dejé seguir. "Así que sube el alquiler un veinte por ciento –dije-, presumo que ese es el motivo de su visita". Al parecer, mi resistencia le pilló de sorpresa, pues abrió y cerró la boca un par de veces sin que saliera de ella sonido alguno, algo, me imagino, poco corriente en él. "Y espero que se ocupe de arreglar la barandilla", proseguí. Se puso rojo. "La barandilla, la barandilla – dijo impaciente-, vaya lata que está dando con la barandilla" Me pareció muy mal que dijera eso y me irrité: "Pero ¿no entiende usted –dije-, que en algunas ocasiones esa barandilla es mi punto de apoyo en la vida?" Me arrepentí nada más haberlo dicho, pues las formulaciones precisas deben reservarse para personas reflexivas, si no, pueden surgir complicaciones. No tengo fuerzas para repetir lo que me dijo, pero en su mayor parte trataba del más allá. Al final añadió algo sobre estar con un pie en la tumba, se estaba refiriendo a mí, y entonces me enfadé: "Deje ya de molestarme con su economía" le dije, porque en realidad era de lo que se trataba. Como no se disponía a marcharse, me permití dar un golpe en el suelo con mi bastón. Entonces se marchó. Fue un alivio, me sentí contento y libre durante unos cuantos minutos, y recuerdo que me dije a mí mismo, para mis adentros, claro: "No te rindas, Thomas, no te rindas" *Escritor sueco.

Sueño de la mariposa
Chuang Tzu

Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu.

La sentencia
Wu Ch'eng-en

Aquella noche, en la hora de la rata, el emperador soñó que había salido de su palacio y que en la oscuridad caminaba por el jardín, bajo los árboles en flor. Algo se arrodilló a sus pies y le pidió amparo. El emperador accedió; el suplicante dijo que era un dragón y que los astros le habían revelado que al día siguiente, antes de la caída de la noche, Wei Cheng, ministro del emperador, le cortaría la cabeza. En el sueño, el emperador juró protegerlo. Al despertarse, el emperador preguntó por Wei Cheng. Le dijeron que no estaba en el palacio; el emperador lo mandó buscar y lo tuvo atareado el día entero, para que no matara al dragón y hacía el atardecer le propuso que jugaran al ajedrez. La partida era larga, el ministro estaba cansado y se quedó dormido. Un estruendo, conmovió la tierra. Poco después irrumpieron dos capitanes, que traían una inmensa cabeza de dragón empapada en sangre. La arrojaron a los pies del emperador y gritaron: Cayó del cielo. Wei Cheng que había despertado, la miró con perplejidad y observó: Qué raro, yo soñé que mataba a un dragón así.

El dinosaurio
Augusto Monterroso

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

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