 D.H. Lawrence
D.H. Lawrence
El caballito de madera 
Era  una mujer hermosa. Había reunido todos los atributos que puede    deparar la vida, y sin embargo, la suerte no la acompañó. Se casó por    amor, y el amor se hizo añicos.
Tuvo  hermosos hijos, y siempre  creyó que la obligaron a tenerlos.  Entonces  no pudo amarlos. Ellos la  miraban con frialdad, como si la  culparan  de algo. Y ella pronto sintió  que tenía que ocultar alguna  falta. Sin  embargo, nunca supo cuál fue  la culpa que debía encubrir. Y  cuando sus  hijos estaban presentes, se  le endurecía el corazón. Esto la   inquietaba, y en su inquietud trataba  de mostrarse afectuosa y siempre   predispuesta a ellos, como si los  amara. Sólo ella sabía que en su   corazón conservaba un rincón duro por  el que no podía sentir amor, no   podía amar a nadie. Todos decían: "Es  una buena madre.
Adora a sus hijos". Sólo ella y sus propios hijos sabían que eso no era verdad. En sus miradas se podía cristalizar la verdad.
Tenía   un varón y dos niñas. Vivían en una casa confortable, con  jardín, con   criados discretos, y se sentían superiores a todos los  vecinos.
Aunque no sacaban a relucir las apariencias, en el hogar reinaba siempre cierta ansiedad.
El   dinero nunca era suficiente. La madre cobraba una pequeña renta, y  el   padre tenía otra pequeña renta, y eso no alcanzaba para conservar la    posición social que debían simular.
El  padre trabajaba en una  oficina de la ciudad. Tenía expectativas   interesantes, pero esas  expectativas nunca se concretaban. Y aunque   conservaran las  apariencias, la temible sensación de la escasez de   dinero persistía  siempre.
Por fin dijo la madre:
-Veré si yo puedo hacer algo.
Aunque   no sabía por dónde empezar. Se devanó los sesos, probó esto y  aquello   sin encontrar nada satisfactorio. El fracaso grabó en su rostro    profundos surcos. Sus hijos crecían y pronto irían a la escuela. Hacía    falta dinero, más dinero. Y el padre, siempre muy elegante y generoso    para satisfacer sus gustos, nunca podría hacer nada que valiese la  pena.   Y la madre, con mucha fe en sí misma, no logró mejores  resultados; y   por otra parte, era tan derrochadora como el padre.
Y  así fue como  en la casa dominó aquella frase: "¡Hace falta más   dinero! ¡Hace falta  más dinero!". Los niños la oían en Navidad, cuando   los juguetes caros y  espléndidos llenaban su cuarto. Detrás del   espectacular caballito de  madera y detrás de la elegante casa de   muñecas, una voz, de pronto,  susurraba: "¡Hace falta más dinero! ¡Hace   falta más dinero!". Y los  niños interrumpían sus juegos para escuchar  la  voz. Se miraban entre  ellos para comprobar si todos la habían oído.  Y  cada uno veía en los  ojos de los otros que también habían oído la  frase  fatídica: "¡Hace  falta más dinero! ¡Hace falta más dinero!".
Las  palabras salían,  en forma de murmullo, de los resortes del  caballito  de madera, que aún  se mecía, y el caballo también las oía,  bajando su  cabeza de madera. Y  la muñeca grande, tan rosada, hundida en  su  cochecito nuevo, también la  oía con toda claridad. Y al oírla   acentuaba una sonrisa de lástima. Y  aun el perrito bobo, que ocupaba el   lugar que antes era del oso de  paño, tenía ahora una expresión  estúpida  muy peculiar, por el hecho de  que acababa de oír el secreto  que  deambulaba por la casa: "¡Hace falta  más dinero!".
Sin  embargo, nadie se animaba a decirlo en voz alta.  El rumor estaba  en  todas partes, y por lo tanto, nadie lo expresaba  abiertamente, así   como nadie dice: "Estamos respirando", a pesar de que  lo hacemos   diariamente.
-Mamá –dijo un día Paul-, ¿por qué no tenemos automóvil propio? ¿Por qué usamos siempre el de tío o tomamos un taxi?
-Porque somos los parientes pobres -dijo la madre.
-¿Y por qué somos los parientes pobres, mamá?
  
-Bueno..-dijo la madre tranquila y amargada-, supongo que es porque tu padre no tiene suerte.
El niño estuvo un rato en silencio.
-¿La suerte es dinero, mamá? -preguntó, al rato, con timidez.
-¡No, Paul! No es exactamente lo mismo. La suerte es lo que hace que uno tenga dinero.
  
-¡Oh! -dijo Paul algo confundido-. Yo pensé que cuando tío Oscar decía "sucio lucro" se refería al dinero.
-Lucro quiere decir dinero -dijo la madre-. Pero es lucro y no suerte.
-¡Oh! -exclamó el niño-. Entonces, ¿qué es la suerte, mamá?
  
-Es lo que hace que uno tenga dinero -repitió la madre-. Si tienes suerte, tienes dinero.
Es   mejor nacer con suerte que nacer rico. Si eres rico, en algún  momento   puedes perder tu dinero. En cambio, si tienes suerte, siempre  ganarás   más dinero.
-¡Oh! ¿En serio? ¿Y papá no tiene suerte?
-No, para nada -respondió ella con amargura.
El niño la miró con una expresión vacilante.
-¿Por qué? -preguntó.
-No sé. Nadie sabe por qué algunos tienen suerte y otros no.
  
-¿No? ¿Nadie pero nadie? ¿No hay nadie que sepa?
-¡Quizá lo sepa Dios! Pero Él nunca lo dice.
-Oh, pero debería decirlo. ¿Tú tampoco tienes suerte, mamá?
-No puedo tenerla, recuerda que estoy casada con un hombre sin suerte.
  
-Pero tú por sí sola, ¿no tienes suerte?
-Antes de casarme creo que sí. Pero ahora veo que soy una desdichada.
-¿Por qué?
-¡Bueno, basta de preguntas! Quizá no sea desdichada en realidad…
El   niño la miró para ver si lo que decía era cierto. Pero advirtió  por  la  expresión de su boca, que algo estaba tratando de ocultar.
-Bueno, de todas maneras -erijo con firmeza-, yo soy una persona de suerte.
-¿Por qué? -preguntó su madre echándose a reír.
Él la miró. Ni siquiera sabía por qué había dicho tal afirmación.
  
-Dios me lo confesó -repuso, para no retroceder en su afirmación.
-¡Ojalá sea así, querido! -contestó la madre, riendo nuevamente, con algo de resentimiento.
-¡Es cierto, mamá!
-¡Excelente! -dijo la madre, utilizando una exclamación típica de su marido.
  
El niño se dio cuenta de que ella no le creía, que no le hacía caso a sus afirmaciones.
Esto lo ofuscó. Deseó castigarla para que le prestara atención.
Se   marchó, solo, con su andar infantil, buscando la clave de la  suerte.   Absorto, sin reparar en los demás, iba y venía, con cierta  prudencia,   buscando interiormente la suerte.
Quería  encontrar la suerte,  quería encontrarla sí o sí. Cuando las  dos niñas  jugaban a las muñecas,  en el cuarto de juegos, él montaba en  su gran  caballo de madera y se  lanzaba al espacio en una arremetida  salvaje,  con un impulso que  inquietaba y distraía a sus hermanas. El  caballo  galopaba impetuoso,  los cabellos oscuros y ondulados del niño   flameaban y en sus ojos había  un extraño fulgor. Las chiquillas no se   animaban a hablarle.
Cuando   su alocado viaje finalizaba, ponía pie a tierra y se plantaba  ante el   caballo de madera, observando fijamente su cabeza gacha. La boca  roja   del animal estaba apenas abierta, y sus grandes ojos vidriosos    resplandecían.
-¡Vamos! -ordenaba quedamente al impetuoso caballo-. ¡Llévame a donde está la suerte! ¡Anda, llévame!
Con   la fusta que le había pedido al tío Oscar, azotaba al caballo en  el   pescuezo. Sabía que el animal, si él lo obligaba, lo llevaría hasta  el   lugar de la suerte. Y montaba de nuevo, reanudando su furioso galope,    con el deseo y la firmeza de llegar, por fin, a donde estaba la    suerte.
-¡Romperás el caballo, Paul! -decía la institutriz.
-¡Siempre cabalga así! -aclaraba Joan, su hermana mayor-. ¿Por qué no se queda tranquilo?
Y   él se limitaba a mirarlas con odio y en silencio. La institutriz se    resignó a corregirlo. Imposible sacar algo interesante de él. Al fin y    al cabo, ya era bastante grande para que ella lo cuidase.
Un día, su madre y su tío Oscar entraron en mitad de uno de sus galopes impetuosos.
El chico no les dirigió la palabra.
-¡Hola, mi pequeño jinete! -dijo el tío-. ¿Corres una carrera?
  
-¿No eres demasiado grande para un caballito de madera? Ya no eres una criatura – dijo su madre.
Pero Paul tan sólo la miró irritado, con sus ojos azules, grandes, más bien hundidos.
No quería hablar con nadie cuando estaba en plena carrera. Su madre lo observó ansiosa, con cierta preocupación.
  
Por fin, bruscamente, el niño dejó de espolear el mecánico galope del caballo y bajó a tierra.
-¡Bueno, llegué! -anunció con entusiasmo, con los ojos azules todavía brillosos, bien separadas las piernas largas y robustas.
  
-¿A dónde llegaste? -preguntó su madre.
-A donde quería llegar -replicó.
-Muy bien, hijo -aprobó el tío Oscar-. Nunca hay que detenerse hasta llegar a la meta. ¿Cómo se llama el caballo?
-No tiene nombre.
  
-¿Se las arregla sin un nombre? -preguntó el tío.
-Bueno, en verdad tiene varios nombres. La semana pasada se llamaba Sansovino.
-Sansovino, ¿eh? El ganador del Ascot. ¿Cómo sabes su nombre?
-Siempre habla de carreras de caballos con Bassett -aportó Joan.
  
El   tío se quedó maravillado al descubrir que su sobrinito estaba    informado de las noticias sobre las carreras. Bassett, el jardinero    -herido en un pie durante la guerra y que había conseguido su empleo por    recomendación de Oscar Cresswell, su antiguo patronera un verdadero    sabio en cosas del turf. Vivía en el ambiente de las carreras. El niño    lo acompañaba.
Oscar Cresswell lo supo todo por medio de Bassett:
-El niño viene y me pregunta, y yo no tengo más remedio que contestarle, señor -dijo
Bassett con total solemnidad, como si hablara de temas religiosos.
  
-¿Y alguna vez apuestas algo al caballo que te ha aconsejado él?
-Bueno…   No quisiera delatarlo. Es un jovencito muy discreto, un buen   camarada,  señor. Preferiría que se lo preguntara usted mismo. En cierto   modo, le  produce placer nuestro secreto y por lo tanto, perdóneme,   pensaría que  yo lo he traicionado.
Bassett seguía tan serio que parecía en misa.
El tío fue a buscar al sobrino y lo llevó a dar una vuelta en su automóvil.
-Dime, Paul -le preguntó-, ¿alguna vez apostaste a un caballo?
  
El niño observó atentamente a su tío.
-¿Por qué? ¿Acaso no debería hacerlo? -replicó, poniéndose a la defensiva.
-¡No, nada de eso! Pero se me ocurrió que tal vez podrías ofrecerme un "dato" para el
 Lincoln.
 
El automóvil ingresaba en la campiña, por el camino a la casa que el tío Oscar tenía en Hampshire.
-¿De veras? -preguntó el sobrino.
-¡De veras, hijo! -replicó el tío.
-Bueno, entonces, juégale a Daffodil.
  
-¡Daffodil! Difícil que gane. ¿Qué opinas de Mirza?
-Sólo sé cuál será el ganador -dijo el niño-. Y el ganador será Daffodil.
-¿Daffodil, eh?
Hubo una pausa. Daffodil era un caballo bastante mediocre.
  
-¡Tío! -¿Sí, hijo?
-No lo dirás a nadie, ¿verdad? Se lo he prometido a Bassett.
-¡Al diablo con Bassett, hombre! ¿Qué tiene que ver él con esto?
-¡Somos   socios! ¡Desde el primer momento hemos sido socios! Tío, él  me prestó   los primeros cinco chelines, y los perdí. Y yo entonces le  prometí,   bajo palabra de honor, que esto quedaría entre nosotros.  Entonces tú me   diste ese billete de diez chelines, con el que comencé a  ganar, y   pensé que tal vez tú tenías suerte. Pero no se lo dirás a  nadie,   ¿verdad?
El niño  miró a su tío con sus ojos enormes, ardientes,  azules, que  parecían  demasiado próximos. El tío, incómodo, se encogió  de hombros y  se echó a  reír.
-¡Quédate tranquilo, muchacho! No diré nada a nadie. ¿Daffodil, eh? ¿Cuánto piensas apostarle?
-Todo menos veinte libras -dijo el chico-. Las mantengo en reserva.
El tío pensó que era sólo un' chiste del niño.
  
-¿Así que reservas veinte libras, joven embustero? ¿Y cuánto apuestas?
-Trescientas -dijo el chico con cierta adultez-. Por favor, tío Oscar, esto queda, entre tú y yo. ¿Palabra de honor?
El tío lanzó una carcajada.
  
-Pierde cuidado, mi pequeño Nat Gould -contestó sin parar de reír-, guardaré el secreto.
Pero ¿y tus trescientas libras dónde están?
-Las tiene Bassett. Somos socios.
-¡Ah, ya veo! ¿Y Bassett cuánto apostará a Daffodil?
  
-No creo que le juegue tanto como yo. Ciento cincuenta, quizá.
-¿Ciento cincuenta peniques? -dijo el tío en tono de broma.
-No, ciento cincuenta libras -repuso el chico, mirando a su tío sorprendido-. Bassett tiene un ahorro más grande que yo.
  
Entre   divertido e inquieto, Oscar guardó silencio. No volvió a hablar  del   tema, pero decidió llevar a su sobrino a las carreras de Lincoln.
-Bueno, muchacho -le dijo-, yo apostaré veinte libras a Mirza, y cinco son para ti, para el caballo que elijas. ¿Cuál te gusta?
-¡Daffodil, tío!
  
-¡No, no desperdicies esas cinco libras apostando por Daffodil!
-Es lo que yo haría si el dinero fuese mío -dijo el niño.
-¡Bien! ¡Bien! ¡Tienes razón! Diez libras a Daffodil: cinco para ti y cinco para mí.
  
El   niño nunca había presenciado una carrera. Sus ojos eran llamitas    azules y su boca estaba tensa. Delante de él había un francés, que había    apostado a Lancelot, subía y bajaba los brazos, efusivo, gritando con    su acento particular: "¡Lancelot! ¡Lancelot!".
Daffodil  llegó  primero, Lancelot segundo, Mirza tercero. El niño, a  pesar de  su  sonrojo y sus ojos encendidos, se mantuvo tranquilo. Su tío  le  trajo  cinco billetes de cinco libras. El caballo había pagado a razón   de  cuatro a uno.
-¿Qué hago con ellos? -preguntó, sacudiéndolos frente a los ojos del muchacho.
-Creo   que tendremos que hablar con Bassett aclaró el chico-. Si no  hice mal   las cuentas, ahora tengo mil quinientas libras; y veinte de  reserva; y   estas veinte.
Su tío lo observó unos instantes.
-¡Vamos, muchacho! -exclamó-. ¿En serio pretendes que Bassett deba tener tus mil quinientas libras?
-Sí, en serio. ¡Pero no se lo digas a nadie! ¿Palabra de honor?
  
-¡Palabra de honor, sí, amiguito! Aunque debo hablar con Bassett.
-Si   quieres, tío, puedes sumarte a nuestra sociedad. Pero deberás    prometer, bajo palabra de honor, que no dirás nada a nadie. Bassett y yo    tenemos suerte, y tú también debes tenerla, recuerda que fue con tus    diez chelines que yo empecé a ganar…
El tío Oscar se llevó a Bassett y a Paul a pasar la tarde en Richmond Park, y allí conversaron.
-Le   diré cómo fue, señor -dijo Bassett-. A Paul le gustaba escucharme    hablar de carreras, contarle anécdotas…, en fin, señor, usted sabe lo    que son esas cosas. Y siempre quería saber con mucho interés si yo había    ganado o perdido. Hará un año, me pidió que le apostara cinco  chelines  a  Blush of Dawn. Y perdimos. Después, con esos diez chelines  que usted  le  regaló, la suerte se puso de nuestro lado y la mayoría de  las veces  nos  ha sido bastante buena. ¿Qué piensa usted, niño?
-Todo va muy bien cuando estamos seguros -dijo Paul-. Pero cuando no estamos del todo seguros, solemos perder.
-Sí, entonces ahí tomamos recaudos -dijo Bassett.
  
-¿Y cuándo están seguros? -preguntó, sonriendo, el tío Oscar.
-Es   Paul, señor -dijo Bassett con voz secreta, religiosa-. Es como si    recibiera una señal del cielo. Ya vio usted qué sucedió con Daffodil.    Ése era ciento por ciento seguro.
-¿Tú apostaste a Daffodil? -preguntó Oscar Cresswell.
-Sí, señor. Hice mi ganancia.
-¿Y mi sobrino?
Bassett miró a Paul y guardó un silencio prudente.
-Gané mil doscientas libras, ¿verdad Bassett? Le dije a tío que había apostado trescientas a Daffodil.
  
-Eso es -afirmó Bassett.
-Pero ¿dónde está el dinero? -preguntó el tío.
-Lo tengo yo, señor, bien guardado. El niño puede pedírmelo cuando quiera.
-¿Mil quinientas libras?
-¡Mil quinientas veinte! Es decir, mil quinientas cuarenta, con las veinte que ganó en el hipódromo.
  
-¡Es increíble! -dijo el tío.
-Si el niño le ofrece entrar en la sociedad, señor, perdóneme, yo en su lugar aceptaría.
Oscar Cresswell reflexionó. -Quiero ver el dinero -dijo.
Los llevó a la casa. Al rato, Bassett regresaba al invernadero donde lo esperaba Oscar
  
Cresswell,   trayendo mil quinientas libras en billetes. Las veinte  libras que   faltaban las había dejado a Joe Glee, en la reserva de la  comisión de   carreras.
-Ya ves,  tío-{lijo el niño-, todo marcha perfecto cuando  yo estoy  seguro.  Entonces apostamos fuerte, todo lo que tenemos. ¿No  es así,  Bassett?
-Así es, niño.
-¿Y cuándo estás seguro? -preguntó otra vez el tío, echándose a reír.
-Oh, bueno, a veces estoy completamente seguro, como en el caso de Daffodil -dijo
el   niño-. Otras veces tengo una corazonada; otras, ni siquiera eso,  ¿no   es así, Bassett? Entonces tomamos recaudos, porque en esos casos, la    mayoría de las veces perdemos.
-¡Oh, entiendo! Y cuando estás seguro, como en el caso de Daffodil, ¿por qué estás tan seguro, hijo mío?
-Oh, bueno, no lo sé -respondió el niño, confundido-. Estoy seguro, tío, eso es todo.
  
-Es como si recibiera una señal divina, señor -reiteró Bassett.
-¿Será posible? erijo el tío.
El   tío ingresó en la sociedad. Y cuando el premio Leger se acercaba,   Paul  se sintió "seguro" de que ganaría Lively Spark, caballo de muy   pocos  antecedentes. Paul insistió en jugarse con mil libras. Bassett le   jugó  quinientas y Oscar Cresswell otras doscientas.
Lively Spark ganó y pagó a razón de diez a uno. Paul había ganado diez mil libras.
-Ya ves dijo-, yo estaba completamente seguro. Hasta tú mismo has ganado dos mil libras.
  
-Mira, muchacho -le dijo-, esta clase de cosas me perturban un poco.
-¿Por qué, tío? Quizá no volveré a estar "seguro" durante mucho tiempo.
-Pero ¿qué vas a hacer con el dinero?
-Empecé   a jugar luego de escuchar a mamá -repuso el niño-. Ella dijo  que no   tenía suerte porque papá no la tenía, y pensé que si yo tenía  suerte,   quizá dejaría de murmurar.
-¿Quién dejaría de murmurar?
-¡Nuestra casa! Odio nuestra casa porque nunca deja de murmurar.
-¿Qué murmura?
-Bueno… pues -vaciló el chico-… en realidad, no estoy seguro, pero tú sabes, tío, que siempre falta dinero.
  
-Lo sé, hijo, lo sé.
-Y sabes, tío, que mamá siempre tiene algo que pagar, ¿verdad?
-Me temo que sí.
-Y   entonces la casa empieza a murmurar, y parece que hubiera alguien  que   se ríe de nosotros, a nuestras espaldas. ¡Es terrible! Y yo pensé  que   si tenía suerte…
-Podrías acabar con eso, ¿no es cierto? -concluyó el tío.
El niño lo miró con sus grandes ojos azules; parecía un fuego frío y extraño. Pero observó y no dijo nada.
-¡Bueno! -dijo el tío-. ¿Qué hacemos?
  
-No quiero que mi madre sepa que tengo suerte -dijo el chico.
-¿Por qué no?
-Porque no me lo permitiría. -Creo que te equivocas.
-¡Oh! -exclamó el chico, agitándose con movimientos raros-. No quiero que ella lo sepa, tío.
  
-¡Está bien, hijo! Arreglaremos todo para que ella no se entere.
Y   así fue como lo arreglaron, sin complicaciones. Paul, por consejo  de   su tío, le entregó cinco mil libras; se las dio al abogado de la    familia, quien debía decir a la madre de Paul que un pariente suyo le    había entregado ese dinero, con la idea de pagarle mil libras anuales,    el día de su cumpleaños, durante los próximos cinco años.
-De  esa  manera -dijo el tío Oscar-, durante los cinco años próximos,  ella   recibirá un regalo de cumpleaños de mil libras. Espero que eso le    alivie la vida luego que deje de recibirlas.
La  madre de Paul  cumplía años en noviembre. En los últimos tiempos,  la  casa había estado  "murmurando" más que nunca. A pesar de su buena   suerte, Paul no podía  hacerle frente. Estaba ansioso por ver qué   resultados causaría, el día  del cumpleaños de su madre, la carta con la   noticia y con las mil  libras.
Cuando  no había visitas, Paul comía con sus padres. Ya se  había   independizado del cuidado de la institutriz. Su madre iba al  centro  casi  todos los días. Había redescubierto su gran capacidad para   dibujar  telas y pieles, y trabajaba en secreto en el estudio de una   amiga, que  era una de las "artistas" más prestigiosas de las   principales modistas.  Dibujaba, para los anuncios periodísticos,   figurines de damas cubiertas  con pieles y sedas. Aquella joven artista   ganaba millares de libras al  año. La madre de Paul sólo pudo ganar  unos  centenares, por lo que volvió  a sentirse insatisfecha. Tenía  muchas  ganas de sobresalir en alguna  tarea, y no podía conseguirlo… ni   siquiera dibujando anuncios de modas.
La  mañana de su cumpleaños  bajó a tomar el desayuno. Paul observaba  su  rostro cuando leía las  cartas. Sabía cuál era la carta del abogado.   Advirtió que, a medida que  su madre la iba leyendo, su rostro se volvía   duro e inexpresivo.  Después, un gesto frío y firme deformó sus  labios.  Ubicó la carta  debajo de las otras y no dijo nada.
-¿No recibiste nada satisfactorio para tu cumpleaños, mamá? -preguntó Paul.
-Sí, algo bastante agradable -respondió ella con su voz fría y ausente.
Y se fue al centro, sin agregar palabra.
  
A   la tarde llegó el tío Oscar. Y contó que la madre de Paul había   tenido  una larga entrevista con su abogado, preguntándole si podía    adelantarle todo el dinero de una vez, pues debía saldar algunas deudas.
-¿Tú qué piensas, tío? -dijo el chico. -Es cosa tuya, hijo.
-¡Oh, entonces dale el dinero! Con lo que resta, podemos ganar más.
-Mas vale pájaro en mano que ciento volando, amigo mío -dijo el tío Oscar.
  
-Oh,   no hay dudas de que sabré quién ganará el Gran Premio Nacional; o  el   Lincolnshire, o el Derby. Alguno de ellos tengo que saber.
El  tío  Oscar firmó los papeles para el dinero y la madre de Paul  cobró  las  cinco mil libras. Entonces ocurrió algo muy extraño. De un  momento  a  otro, las voces de la casa parecieron enloquecer, como un  griterío  de  ranas en una tarde de primavera. Se habían comprado algunos   muebles,  Paul tenía un preceptor particular, y el próximo otoño iría a   Eton, el  colegio donde había estudiado su padre. Aun en invierno,  había  flores  en la casa.
El  lujo al que había estado acostumbrada la madre de  Paul, parecía   renacer en toda su casa. A pesar de eso, las voces de la  casa, detrás  de  los ramilletes de mimosas y flores de almendro, y  debajo de las  pilas  de almohadones celestes, parecían aullar y gritar  en una especie  de  éxtasis: "¡Hace falta más dinero! ¡Oh! ¡Hace falta  más dinero!  ¡Ahora,  a-hora!
¡A-ho-ra hace falta más dinero! ¡Más que nunca! ¡Más que nunca!"
Aquello   atemorizó y horrorizó a Paul, mientras intentaba estudiar  latín y   griego con sus preceptores. Pero sus horas más intensas las  vivía con   Bassett. Ya se había corrido el Nacional. Paul no estuvo  "seguro" y   perdió cien libras. Llegó el verano. Mientras aguardaba la  competencia   del Lincoln, la impaciencia lo consumía. En esta ocasión  tampoco  estuvo  "seguro" y perdió cincuenta libras. Entonces se convirtió  en un  chico  extraño, de ojos extraviados. Parecía que algo  convulsionaba el   interior del niño.
-¡No te preocupes más, hijo mío! -insistía su tío Oscar-. Olvídate de todo eso.
Pero el muchacho no le hizo caso.
-¡Tengo   que saber para el Derby! ¡Tengo que saber para el Derby!  -repetía,  con  sus ojos azules encendidos, dominado por la locura.
Su madre advirtió esa obsesión que lo acosaba.
-Será   mejor que te llevemos a veranear a la playa. ¿No quieres ir al  mar   ahora, en vez de esperar? Me parece que te haría bien -dijo  mirándolo   con ansiedad, con el corazón consternado a causa del niño.
Pero el chico alzó sus nerviosos ojos azules.
-¡No puedo ir antes del Derby, mamá! -respondió-. ¡No puedo!
-¿Por qué no? -preguntó ella, enojada ante el rechazo de la propuesta-. ¿Por qué no?
  
Nadie   te negará ir a ver el Derby con tu tío Oscar, si eso es lo que    quieres. No tienes necesidad de esperar aquí. Además, creo que estás muy    interesado por esas carreras de caballos. Es un mal síntoma. Toda mi    familia ha sido de jugadores. Cuando seas grande, tal vez entiendas  los   daños que eso nos ha causado. Lo cierto es que nos ha perjudicado.
Tendré   que despedir a Bassett y advertirle a tu tío Oscar que no te  hable  más  de carreras, a menos que te conduzcas en forma más coherente.  Ve a   veranear a la playa y olvídate de todo eso. ¡Eres un cuerpo  dominado   por los nervios!
-Haré lo que tú quieras, mamá, siempre que no me hagas perder la competencia del
Derby ni salir de esta casa.
-¿No salir de esta casa?
-Sí -dijo Paul, mirándola con firmeza.
  -¡Pues estás muy extraño! ¿De dónde sacaste tanto cariño por esta casa? Jamás me imaginé que pudieras quererla.
Él   miró a su madre, sin hablar. Ocultaba un secreto dentro de otro    secreto, algo que no había confesado ni siquiera a Bassett ni a su tío    Oscar.
Su madre, después de un momento, inerte, indecisa e irritada, dijo:
-¡Está bien! No vayas a la playa hasta que se corra el Derby, si eso es lo que quieres.
Pero   prométeme dominar tus nervios. ¡Prométeme no preocuparte tanto  por  las  carreras de caballos ni por sus "programas", como tú los llamas!
-¡Claro que no! -dijo el chico, sin prestar atención-. No me interesaré más por eso, mamá. En tu lugar, yo no me preocuparía.
-¡Si tú estuvieras en mi lugar, y yo en el tuyo -dijo la madre-, vaya a saber cómo terminaría esto!
  
-Tú sabes que no debes preocuparte, mamá, ¿verdad? -repitió el niño.
-Me gustaría saberlo -respondió ella, ya cansada de tanto rogarle.
-Bueno, puedes saberlo, mamá. ¡Quiero decir, debes saber que no tienes nada por qué preocuparte!
  
-¿De verdad? Bueno, ya veremos.
El   máximo secreto de Paul era su caballo de madera, que no tenía  nombre.   Desde que se independizó de institutrices, llevó el caballito a  su   dormitorio, en el piso de arriba.
-¡Eres demasiado grande para jugar con un caballito de madera! -le había reprochado su madre.
-Oh, mamá, hasta que pueda tener un caballo verdadero, me conformo con cualquiera -fue la extraña respuesta.
  
-¿Así te sientes acompañado? -preguntó la madre, echándose a reír.
-¡Oh, sí! Es muy bueno, siempre me acompaña.
Así fue como el caballo, bastante arruinado y maltratado, permaneció en el dormitorio del niño.
  
Se   acercaba el Derby y Paul parecía cada vez más concentrado. Casi no    prestaba atención a lo que le decían, tenía un aspecto muy frágil y sus    ojos se mostraban muy nerviosos. Su madre experimentaba bruscas    reacciones de desasosiego. A veces, por lapsos de media hora o más,    sentía por él una ansiedad angustiante. Entonces la atacaba el impulso    de correr hacia el chico, para comprobar que estaba sano y salvo.
Dos   noches antes del Derby, estando en una gran fiesta en el centro,  su   corazón fue convulsionado por uno de esos ataques de ansiedad por su    hijo, el primogénito, y fue tan intenso que apenas pudo hablar. Luchó    con todas sus fuerzas contra ese sentimiento, porque era una mujer    coherente. Pero fue inútil. Tuvo que abandonar el baile y bajó para    telefonear a su casa. La institutriz de los niños se mostró    terriblemente sorprendida y alarmada por aquel llamado a la madrugada.
-¿Los niños están bien, Miss Wilmot?
-Oh, sí, perfectamente.
-¿Y Paul? ¿Está bien?
-Se acostó enseguida. ¿Quiere que suba a echarle un vistazo?
  
-¡No! -interpuso la madre, a pesar de sus nervios-. No, no se moleste. Está bien. No se quede despierta. Volveremos enseguida.
No quería que la criada interrumpiese la intimidad de su hijo.
Era   cerca de la una cuando los padres de Paul regresaron a la casa.  Todo   estaba en silencio. La madre subió a su cuarto y se quitó su blanco    abrigo de pieles. Había ordenado a la criada que no la esperase. Oyó a    su esposo en la planta baja, que se preparaba un whisky con soda.
Después,   impulsada por la fatal ansiedad que sentía en el corazón,  subió, a   escondidas, al cuarto de su hijo. Se deslizó en silencio a lo  largo del   corredor. Creyó oír un ruido pequeño. ¿Qué era?
Permaneció  junto a  la puerta, escuchando, los músculos tensos. Se oía  un ruido  pequeño y  extraño. Su corazón se paralizó. Era un rumor sordo,  y a la  vez  impetuoso y fuerte. Como si algo enorme se moviera con una   violencia  secreta. ¿Qué era? ¿Qué era, en nombre de Dios? Ella debía   saberlo.  Tuvo la corazonada de que reconocía aquel ruido.
Sabía lo que era.
Y sin embargo, no podía ubicarlo, y menos aún nombrarlo. El rumor continuaba a un ritmo delirante.
Suavemente, paralizada de miedo y ansiedad, giró el picaporte.
  
El   cuarto estaba oscuro. Sin embargo, junto a la ventana, oyó y vio  que   algo se balanceaba de un lado a otro. Se quedó mirándolo, temerosa y    extrañada.
De  pronto, encendió la luz. Descubrió a su hijo, con su  pijama verde,   cabalgando alocadamente en su caballito de madera. La  luz de pronto lo   dejó al descubierto, mientras espoleaba a su corcel.  Alumbró también a   la mujer rubia inmóvil en la puerta, con su pálido  vestido verde y   plata.
-¡Paul! -exclamó angustiada-. ¿Qué estás haciendo?
-¡Es Malabar! -gritaba el chico con voz fuerte y extraña-. ¡Es Malabar!
Sus   ojos encendidos la observaron por unos segundos, extraño e   irracional,  mientras dejaba de espolear a su caballo de madera. Después   cayó  estrepitosamente al piso, y ella, atormentada como toda madre,   corrió  para socorrerlo. El niño estaba inconsciente. Y así permaneció   hasta el  día siguiente, atacado de fiebre cerebral. Hablaba y se   agitaba.
Su madre aún sentada a su lado, inmóvil, semejaba una piedra.
-¡Es   Malabar! ¡Es Malabar! ¡Bassett, Bassett, ya sé: es Malabar!  -gritaba   el niño, tratando de levantarse para volver a espolear el  caballo de   madera, su fuente de inspiración.
¿Quién es Malabar? -preguntó la madre, azorada.
-No sé -dijo el padre, hecho una piedra.
-¿Quién es Malabar? -insistió ella, preguntándole a su hermano Oscar.
-Es uno de los caballos que corren el Derby -respondió.
  
A   pesar de sí mismo, Oscar Cresswell habló con Bassett, y él mismo    apostó un millar de libras a Malabar. Pagó a razón de catorce a uno. El    tercer día de la enfermedad fue crítico. Se esperaba una reacción. El    niño, con sus largos y ensortijados cabellos, se agitaba en forma    nerviosa sobre la almohada. No dormía ni recobraba el conocimiento.
Sus   ojos eran como piedras azules. Y su madre, descorazonada, también    acabó por convertirse en piedra. Durante la noche, Oscar no los visitó,    pero Bassett mandó preguntar si podía subir un momento, sólo un    momento. La intromisión molestó mucho a la madre de Paul; pero,    pensándolo otra vez, consintió. El niño seguía igual. Quizá Bassett    podría hacerle recobrar el conocimiento. El jardinero, un hombre bajo,    de bigotito oscuro y ojos también oscuros, pequeños y penetrantes,  entró   sigilosamente en el cuarto, se llevó la mano a un imaginario  sombrero a   modo de saludo y después se encaminó a la cama, mirando  fijamente con   sus ojos brillosos al niño, agitado y moribundo.
-¡Paul!   -susurró-. ¡Paul! Malabar entró primero, ganó de punta a  punta. Hice  lo  que usted me dijo. Ha ganado más de setenta mil libras.  Sí, ha  ganado  más de ochenta mil.
Malabar llegó primero.
-¡Malabar!   ¡Malabar! ¿Yo dije Malabar, mamá? ¿Dije Malabar? ¿Crees  que tengo   suerte? Sabía que Malabar ganaría, ¿verdad? ¡Más de ochenta  mil libras!   Eso es suerte, ¿no es así, mamá? ¡Más de ochenta mil libras!  Yo  sabía,  ¿acaso no lo sabía? Ganó Malabar. Yo cabalgo en mi caballo   hasta  sentirme seguro, Bassett, yo sé lo que te digo: puedes apostar   todo lo  que tengas a mano. ¿Apostaste todo lo que tenías, Bassett?
-Jugué mil libras, Paul.
-¡Nunca   te dije, mamá, que si puedo cabalgar en mi caballo, y llegar,   entonces  estoy seguro… oh, completamente seguro! Mamá, ¿te lo dije   alguna vez?  ¡Yo tengo suerte!
-No, nunca me lo dijiste -respondió la madre.
Pero el niño murió esa noche. Aún yacía en su cama cuando la madre escuchó la voz de su hermano, que decía:
-Dios   mío, Hester, has ganado ochenta mil libras y has perdido a un  hijo.   Pobrecito, pobrecito, más le vale haberse ido de una vida donde  debía   montar en su caballito de madera para hallar un ganador.
Su literatura expone una extensa reflexión acerca de los efectos deshumanizadores de la modernidad y la industrialización,2 y abordó cuestiones relacionadas con la salud emocional, la vitalidad, la espontaneidad, la sexualidad humana y el instinto.3 4   Las opiniones de Lawrence sobre todos estos asuntos le causaron   múltiples problemas personales: además de una orden de persecución   oficial, su obra fue objeto en varias ocasiones de censura; por otra   parte, la interpretación sesgada de aquella a lo largo de la segunda   mitad de su vida fue una constante. Como consecuencia de ello, hubo de   pasar la mayor parte de su vida en un exilio voluntario, que él mismo   llamó "peregrinación salvaje".
 
Aunque en el momento de su muerte su imagen ante la opinión pública era la de un pornógrafo que había desperdiciado su considerable talento, E. M. Forster, en un obituario, defendió su reputación al describirlo como "el novelista imaginativo más grande de nuestra generación".5 Más adelante, F. R. Leavis, un crítico de Cambridge   de notoria influencia, resaltó tanto su integridad artística como su   seriedad moral, lo que situó a buena parte de su ficción dentro de la   "gran tradición" canónica de la novela en Inglaterra. Con el tiempo, la imagen de Lawrence se ha afianzado en la de un pensador visionario y un gran representante del modernismo en el marco de la literatura inglesa, pese a que algunas críticas feministas deploran su actitud hacia las mujeres, así como la visión de la sexualidad que se percibe en sus obras.6 7
  
Infancia
 
Lawrence  era el cuarto hijo de Arthur John Lawrence, un minero que  casi no  sabía leer, y de Lydia Beardsall, que había ejercido la  docencia. Pasó  buena parte de sus años de formación en el pueblo minero  de Eastwood, Nottinghamshire.   Su lugar de nacimiento, en Victoria Street 8a, Eastwood, funciona hoy   como un museo. Su entorno obrero y las tensiones entre sus padres le   aportaron material de primera mano para muchas de sus obras. Lawrence   regresaría literariamente en varias ocasiones a su pueblo natal, al que   llamó "el campo de mi corazón", al hacer de él el escenario para buena   parte de sus obras de ficción.8
 
El joven Lawrence asistió al Beauvale Board School (llamado en su honor hoy en día Greasley Beauvale D. H. Lawrence Infant School) de 1891 a 1898, convirtiéndose en el primer alumno local en obtener una beca por el consejo condal para estudiar en la Nottingham High School, en las proximidades de Nottingham (hay una sección de la escuela de primaria que recibe su nombre).
   
Dejó los estudios en 1901 y consiguió un empleo de tres meses como dependiente en una fábrica de aparatos quirúrgicos en Haywood, antes de que un brote de neumonía   pusiera fin a este trabajo. Mientras permanecía convaleciente, solía   desplazarse a la granja Haggs, el hogar de la familia Chambers, donde   entabló amistad con Jessie Chambers. Un aspecto importante de esta   relación con Jessie y otros adolescentes fue la pasión que todos ellos   sentían por la literatura.
 
De 1902 a 1906, Lawrence se desempeñó como maestro en la British School de Eastwood. También dedicó la casi totalidad de su tiempo a los estudios y recibió un diploma de docencia por la Universidad de Nottingham en 1908.
   
Durante estos primeros años, comenzó a trabajar en poemas, algunos relatos breves y el bosquejo de una novela, Laetitia (finalmente titulada The White Peacock -El pavo real blanco).
 
A finales de 1907 ganó un concurso de relatos breves en el Nottingham Guardian, siendo la primera vez que se le reconoció su capacidad literaria.9 8
   
 Juventud
 
En otoño de 1908, Lawrence dejó el hogar de su juventud para trasladarse a Londres. Mientras enseñaba en el colegio de Davidson Road en Croydon, continuó escribiendo.10
   
Algunas muestras de su primera poesía, enviadas por Jessie Chambers, llamaron la atención de Ford Madox Ford, editor del entonces influyente The English Review. El mismo Madox Ford le encargó después el cuento titulado Odour of Chrysanthemums,   el cual, una vez publicado en la revista, llevó a Heinemann, un editor   londinense, a pedir nuevos trabajos a Lawrence. Su carrera como autor   profesional había comenzado ahora en serio, aunque aún siguió  trabajando  como profesor unos años más.
 
Su madre, Lydia, murió poco tiempo después de que hiciese las últimas correcciones de su primera novela, El pavo real blanco, que se publicaría en 1910. Su muerte, que marcó profundamente la vida de Lawrence, se debió a un cáncer.   El impacto fue tan grande, que el propio autor describió los  siguientes  meses como su "año enfermo". Es evidente que Lawrence  mantenía una  relación muy cercana con su madre, por lo que la pena que  sintió tras su  fallecimiento supuso un giro en su vida, del mismo modo  que la muerte  de la Sra. Morel provoca un giro crucial en su novela  autobiográfica Hijos y amantes, un trabajo que reúne muchos elementos de la vida provinciana del autor.11
   
En 1911 Lawrence conoció a Edward Garnett,   un editor que actuó como su mentor, le incentivó a seguir y se   convirtió en un amigo valioso. A lo largo de estos meses, el joven autor   revisó Paul Morel, el primer bosquejo de lo que luego sería Hijos y amantes.   Asimismo, una profesora colega suya, Helen Corke, le ofreció libre   acceso a sus diarios íntimos sobre una triste aventura amorosa, que   sirvió de fundamento para El intruso, su segunda novela.
 
Tras  recuperarse de un segundo ataque de neumonía a finales de 1911,   Lawrence decidió dejar la enseñanza para dedicarse de lleno a su   actividad como escritor. También terminó una relación con Louie Burrows,   un viejo amigo de sus días en Nottingham y Eastwood.
 
En marzo de 1912, el autor conoció a Frieda Weekley,   cuyo apellido de soltera era von Richthofen, y con quien compartiría  el  resto de su vida. Frieda era seis años mayor que él, estaba casada y   tenía tres hijos pequeños.12 Entonces era la esposa de un antiguo profesor de lenguas modernas de Lawrence en la Universidad de Nottingham, Ernest Weekley. De este modo, ambos comenzaron una aventura y huyeron a la casa de los padres de Frieda en Metz, que en ese entonces era una fortificación alemana próxima a la frontera disputada con Francia. Su estancia en Metz supuso el primer encuentro de Lawrence con el militarismo,   cuando fue arrestado y acusado de ser un espía británico, antes de ser   liberado gracias a la intervención de su futuro suegro. Tras esta   experiencia, Lawrence se desplazó a una pequeña aldea al sur de Múnich, acompañado de Weekley en la que fue su "luna de miel", más tarde inmortalizada en la serie de poemas titulada ¡Mira! Hemos cruzado hasta aquí (1917).13
   
Desde Alemania, la pareja partió rumbo al sur, hacia los Alpes, en Italia. Este trayecto fue registrado en el primero de sus libros de viaje, una colección de trabajos interrelacionados llamada Crepúsculo en Italia, y la novela inacabada, Sr. Noon. Durante su estancia en la península itálica, Lawrence completó la versión final de Hijos y amantes que, cuando se publicó en 1913, fue reconocida como un vívido retrato de la realidad de las clases obreras en el ámbito provincial.
   
Tanto  él como su esposa, Frieda, volvieron a Inglaterra en 1913 para  una  breve visita. Lawrence conoció y afianzó su amistad con John Middleton Murry y la escritora de cuentos cortos neozelandesa Katherine Mansfield. Lawrence y Weekley pronto regresaron a Italia y buscaron asilo en una cabaña en Fiascherino, en el Golfo de Spezia.   Aquí comenzó a escribir el primer borrador de una obra de ficción, que   luego se convertiría en una de sus dos novelas más reconocidas, El arco iris y Mujeres enamoradas. Finalmente, Weekley obtuvo su divorcio. La pareja optó por regresar a Inglaterra con el comienzo de la Primera Guerra Mundial, y contrajo matrimonio el 13 de julio de 1914.14
   
La  nacionalidad alemana de Weekley, así como el rechazo abierto de   Lawrence por el militarismo, levantaron sospechas hacia ellos en una   Inglaterra sumida en la guerra, por lo que casi tuvieron que vivir en la   indigencia.15
 
El arco iris (1915) fue censurado, tras una investigación, por su supuesta obscenidad. Más tarde, la pareja fue incluso acusada de espionaje y apoyo a los submarinos alemanes en las proximidades de la costa de Cornualles, donde vivían en Zennor.
   
Durante este período, Lawrence terminó una secuela de El arco iris, titulada Mujeres enamoradas.   En ella, el autor estudia los rasgos destructivos de la civilización   contemporánea, a través de las relaciones evolutivas entre cuatro   personajes principales, reflejados en el valor de las artes, la política, la economía, la experiencia sexual, la amistad y el matrimonio.   Este libro representa una visión dura y contundente de la humanidad,   que no resultó apto para su publicación durante el tiempo de la guerra   pero que ulteriormente ha sido ampliamente reconocida como una novela   inglesa de gran ímpetu dramático y delicadeza intelectual.
 
A finales de 1917,   tras un acoso constante por parte de las autoridades militares,   Lawrence se vio obligado a dejar Cornualles al recibir un aviso de que   se le daba un plazo de tres días para hacerlo en virtud del Acta de Defensa del Reino (Defence of Realm Act). Esta persecución fue descrita más adelante en un capítulo autobiográfico de su novela australiana Canguro, publicada en 1923.
   
Pasó algunos meses a comienzos de 1918 en el pequeño pueblo rural de Hermitage, en las proximidades de Newbury. Luego, vivió alrededor de un año (de mediados de 1918 a comienzos de 1919) en Mountain Cottage, Middleton-by-Wirksworth, Derbyshire, donde compuso uno de sus relatos breves más poéticos, The Wintry Peacock. Hasta 1919 la pobreza le obligó a cambiar de domicilio en reiteradas ocasiones, y casi sucumbió a una fuerte gripe.16
   
Comienzos de la peregrinación salvaje
 
Después  de la experiencia traumática de los años de guerra, Lawrence  comenzó  lo que él mismo llamó su "peregrinación salvaje", un tiempo de  exilio  voluntario. Huyó de Inglaterra en cuanto tuvo oportunidad y  regresó  solamente en dos ocasiones, por un breve período, por lo que  pasó el  resto de su vida viajando en compañía de su esposa.
 
Esta peregrinación lo llevó a recorrer Australia, Italia, Sri Lanka (entonces conocida como Ceilán), Estados Unidos, México y el sur de Francia.17
   
Lawrence abandonó el Reino Unido en 1919 y puso rumbo al sur; primero, a la región de los Abruzos, en la Italia central, y de ahí en adelante a Capri y a la Fontana Vecchia en Taormina, Sicilia. Desde Sicilia, realizó breves excursiones a Cerdeña, Montecassino, Malta, Italia septentrional, Austria y el sur de Alemania.18 Muchos de estos lugares aparecen en sus obras, algunas de ellas escritas durante este intervalo de tiempo, como, por ejemplo, La chica perdida (por la cual fue merecedor del Premio Memorial James Tait Black de ficción), La vara de Aaron y el fragmento titulado Sr. Noon (la primera parte del cual publicó en la antología de Phoenix, y la obra completa en 1984, de forma póstuma). Experimentó con novelas cortas, como La muñeca del Capitán, El zorro, y La mariquita. Asimismo, algunos de sus relatos fueron impresos en la colección Inglaterra, mi Inglaterra y otras historias. Durante estos años, escribió también una serie de poemas sobre la naturaleza que luego aparecerían en Aves, bestias y flores.
   
Lawrence es reconocido como uno de los escritores de viaje más prolíficos en lengua inglesa. El mar y Cerdeña, un libro que describe un breve viaje desde Taormina en enero de 1921, es una recreación de la vida de los habitantes de esta parte del Mediterráneo. Menos conocido es su recuerdo de Mauricio Magno (Memoirs of the Foreign Legion), en el cual Lawrence cita su visita al monasterio de Monte Cassino.
   
Otros libros que no pertenecen al género de ficción son dos estudios del psicoanálisis de Freud y Movements in European History, un libro de texto escolar publicado bajo pseudónimo, que reflexiona sobre su malograda reputación en Inglaterra.19
   
 Últimos años
 
Durante los últimos días de febrero de 1922, Lawrence y su esposa dejaron Europa con la intención de emigrar a los Estados Unidos. Zarparon en dirección este, primero a Ceilán y después a Australia. Una breve residencia en Darlington, en el oeste australiano, que incluyó un encuentro con el escritor local Mollie Skinner, fue seguida por una corta estancia en el pequeño pueblo costero de Thirroul, Nueva Gales del Sur, durante la cual Lawrence completó Canguro, una novela sobre asuntos políticos locales que también reveló mucho sobre sus experiencias en tiempos de guerra en Cornualles.
   
Los Lawrence llegaron finalmente a los Estados Unidos en septiembre de 1922. Allí conocieron a Mabel Dodge Luhan, una figura pública, y pensaron en establecer una comunidad utópica en lo que, por ese entonces, era Kiowa Ranch, cerca de Taos, Nuevo México. Adquirieron la propiedad, hoy conocida como D. H. Lawrence Ranch, en 1924, como intercambio por el manuscrito de Hijos y amantes. Estuvieron en Nuevo México durante dos años, con visitas que incluyeron el Lago de Chapala y Oaxaca, en México.
   
Durante su permanencia en los Estados Unidos, Lawrence reescribió y publicó Studies in Classic American Literature (Estudios sobre literatura clásica estadounidense), un grupo de ensayos críticos que comenzó en 1917, y más tarde descrito por Edmund Wilson   como "uno de los libros de alta calidad que jamás se han escrito sobre   la materia". Estas interpretaciones, con sus perspectivas sobre el simbolismo, el trascendentalismo y la sensibilidad puritana, constituyeron un factor importante para el resurgimiento de la reputación de Herman Melville en la década de 1920.
   
Asimismo, Lawrence completó varias obras de ficción, entre las que cabe incluir El chico en el arbusto, La serpiente emplumada, St Mawr, La mujer cabalgante, La princesa   y un surtido de relatos breves. También tuvo tiempo para escribir   algunos libros de viaje, tales como la colección de excursiones   relacionadas que dio a conocer como Mañanas en México.
 
Un breve viaje a Inglaterra a finales de 1923 resultó ser un fracaso y pronto regresó a Taos, convencido de que su vida como autor estaba en América. No obstante, en marzo de 1925 sufrió un grave ataque de malaria y tuberculosis   mientras realizaba su tercera visita a México. Pese a que consiguió   recuperarse parcialmente, el diagnóstico de su estado le obligó a volver   a Europa. El avance de su enfermedad y su frágil salud limitaron su   capacidad de desplazamiento durante los últimos años de su vida.
 
La familia se afincó en una villa al norte de Italia, en las proximidades de Florencia. Durante este tiempo, Lawrence escribió La Virgen y el Gitano y varias versiones de El amante de Lady Chatterley (1928). Esta, su última novela de importancia, se publicó inicialmente en versiones privadas en Florencia y París   e incrementó su tamaño. Lawrence respondió con firmeza a aquellos que   decían sentirse ofendidos, y publicó una serie de poemas satíricos, con   el título de "Pensamientos" y "Ortigas", así como un tratado sobre Pornografía y obscenidad.
 
La vuelta a Italia le permitió a Lawrence renovar sus viejas amistades; durante estos años se mantuvo cercano a Aldous Huxley,   quien publicaría la primera colección de las epístolas de Lawrence  tras  su muerte, junto con una nota biográfica. Con el artista Earl  Brewster,  Lawrence visitó un conjunto de sitios arqueológicos   locales en abril de 1927. Los ensayos resultantes que describen estas   visitas a las antiguas tumbas fueron escritos y agrupados con el nombre   de Sketches of Etruscan Places (Bocetos de lugares etruscos), un libro que contrapone el vívido pasado al fascismo de Benito Mussolini.
   
 
Tumba de D. H. Lawrence, en una capilla en las proximidades de Taos, Nuevo México. 
 
Lawrence continuó trabajando en ficción, tanto en relatos breves como en una obra como El gallo fugitivo (también publicada como El hombre que murió), un repaso inusual a la historia de la resurrección de Jesucristo.20
   
A lo largo de estos últimos años, Lawrence revivió un viejo interés por la pintura con acuarela.
 
El acoso oficial se hizo persistente y una exhibición de algunas de estas pinturas en la Warren Gallery de Londres fue confiscada por la policía británica a mediados de 1929, así como algunos de sus trabajos. Nueve de las pinturas de Lawrence permanecieron en exposición permanente en el hotel La Fonda,   en Taos, desde poco antes de su fallecimiento. Fueron colgadas en una   pequeña oficina detrás del escritorio frontal del hotel y expuestas al   público.
 
Muerte
 
Lawrence  siguió escribiendo hasta poco antes de su muerte. En sus  últimos meses  compuso numerosas piezas poéticas, revisiones y ensayos,  así como una  contundente defensa de su última novela contra aquellos que  buscaron su  censura. Su último trabajo importante fue una reflexión  sobre el libro de la revelación, el Apocalipsis.
 
Tras haber recibido el alta del sanatorio, falleció en Villa Robermond, en Vence, Francia, debido a complicaciones por la tuberculosis.   Frieda Weekley regresó al rancho de Taos y, más tarde, su tercer  marido  recogió las cenizas de Lawrence y las trasladó a una pequeña  capilla en  las inmediaciones de las montañas de Nuevo México.21
 
Sexualidad
 
Cuando escribió Mujeres enamoradas  en Cornualles, entre  1916-17, Lawrence desarrolló una fuerte relación  romántica con un  granjero local llamado William Henry Hocking.22   Aunque no está del todo claro si su relación fue sexual, Frieda  Weekley  sí lo sostuvo. La fascinación de Lawrence por la temática de la  homosexualidad también puede estar relacionada con su propia orientación sexual.23 Este tema también se manifiesta abiertamente en Mujeres enamoradas.   De hecho, en una carta escrita en 1913, el autor expuso: "Me gustaría   saber por qué casi todo hombre que se aproxima a la grandeza tiende a  la  homosexualidad, más allá de que lo admita o no."24   También se le cita diciendo: "Yo creo que lo más cerca que estuve del   amor perfecto fue con un joven minero cuando tenía cerca de 16 años."25
 
Su  inclinación homosexual se ve reforzada por la creencia que siempre   mantuvo de la eterna guerra entre hombres y mujeres. Para Lawrence, la   mujer ejercía una influencia nada positiva sobre el hombre que conseguía   destruir su personalidad y acapar su libertad. Este aparente dominio   sobre lo viril es lo que, según el autor, ponía en peligro la integridad   del hombre y su masculinidad.26
   
Reputación póstuma
 
Los obituarios que siguieron a la muerte de Lawrence fueron, con la excepción destacada de E. M. Forster, indiferentes u hostiles.27   Sin embargo, también hubo quien contribuyó a un reconocimiento más   favorable de la importancia de la vida del autor y su obra. Por ejemplo,   su vieja amiga Catherine Carswell resumió su vida en una carta para el periódico Time and Tide, publicada el 16 de marzo de 1930, en la que respondía a las diversas críticas al escritor:
   
Frente  a las grandes  desventajas iniciales y su siempre delicada vida, la  pobreza en que se  mantuvo durante las tres cuartas partes de su vida y  la hostilidad que  sobrevive a su muerte, él no hizo nada que realmente  no quisiera hacer, y  todo lo que más quiso hacer lo hizo. Viajó por  todo el mundo, fue dueño  de un rancho, vivió en los rincones más  hermosos de Europa, y conoció a  quien quería conocer y les dijo que  estaban equivocados y que él estaba  en lo correcto. Pintó e hizo cosas,  y cantó, y cabalgó. Escribió  alrededor de tres docenas de libros, de  los cuales incluso la peor  página baila con una vida que podría ser  equivocada para cualquier otro  hombre, mientras que las mejores son  reconocidas, incluso por aquellos  que lo odian, como insuperables. Sin  vicios, con muchas virtudes  humanas, el marido de una mujer,  escrupulosamente honesto, este  estimable ciudadano aun así consiguió  ser libre de los grilletes de la  civilización y del no de las  camarillas literarias. Se hubiera reído  suavemente y maldecido  vehemente al pasar por los búhos solemnes - uno  tras otro por su propio  pie - que ahora lo investigan. Para hacer su  trabajo y llevar adelante  su vida a pesar de que le supusieron algún  esfuerzo, lo hizo, y tiempo  después de que sean olvidadas, la gente  sensible e inocente - si queda  alguna - volverá a las páginas de  Lawrence y sabrá a partir de ellas  qué tipo de hombre excepcional fue.
 
Aldous Huxley también defendió a Lawrence en su introducción a una colección de cartas publicada en 1932. Sin embargo, el defensor más influyente de la contribución de Lawrence a la literatura fue el crítico literario de Cambridge F. R. Leavis,   que sostuvo que el autor había hecho una importante contribución a la   tradición de la ficción inglesa. Leavis puso énfasis en que El arco iris, Mujeres enamoradas, y los relatos e historias breves fueron grandes obras de arte. Más tarde, el juicio por El amante de Lady Chatterley en 1960,   y la consiguiente publicación del libro, reafirmó la popularidad y   notoriedad de Lawrence por la gran acogida que tuvo, y su trabajo   comenzó a ser incluido en muchas cátedras de literatura inglesa, tanto   en los institutos como en la universidad.28
 
Un buen número de críticas feministas, en especial Kate Millett,   han cuestionado la política sexual de Lawrence, y este cuestionamiento   ha dañado su reputación en algunos aspectos desde entonces. Por otro   lado, Lawrence aún atrae a los lectores, y la futura publicación de una   nueva edición académica de sus cartas y escritos demuestra el grado de   interés por su obra y su persona.
 
El peso del chovinismo   masculino tiende a presentar un cierto desequilibrio en relación a   otros temas. El autor mantuvo ideas aparentemente contradictorias   referentes al feminismo. La evidencia de su obra escrita muestra una   abrumadora tendencia a representar mujeres fuertes, independientes y   complejas. Produjo grandes trabajos en los que los personajes femeninos   eran centrales. En una carta destinada a Huxley, el escritor declara   que:
 
No me preocupa demasiado lo que la mujer 
siente - en el uso ordinario del término (...) Sólo me importa lo que la mujer 
es - lo que ella 
es - de forma inhumana, psicológica, material.
26   
Por otro lado, se ha estudiado también la presencia del sadismo en la obra de Lawrence.29
   
Obra
 
Su obra refleja su oposición a una época marcada por las consecuencias de la industrialización, y luego por la primera guerra mundial.   Lawrence se opone mediante una exaltación del instinto sobre la razón,   de la pasión sobre el intelecto, y de la espontaneidad frente al   convencionalismo. Este pensamiento lo lleva a un retorno a lo primordial   e instintivo, cuyo centro se halla en la vida sexual, concebida como   única forma de conocimiento inmediato.30
 
La  descripción de la sexualidad de sus personajes es muy detallada y   directa. Es uno de los aspectos más polémicos de su obra, y le ocasionó   varios conflictos con la censura. Así, sus novelas El arco iris y El amante de Lady Chatterley, fueron prohibidas bajo la acusación de obscenas.31
   
Sin embargo, los años 20 en Europa   se destacaron por una progresiva liberación de las prácticas sexuales   (sobre todo en las mujeres), y con este cambio Lawrence se ganó la  venia  de algunos intelectuales liberales de la época, como Lady Ottoline Morrell, Aldous Huxley o Bertrand Russell.
   
Otro  aspecto destacable de la obra de Lawrence es la capacidad de dar  vida a  situaciones y personajes, y la profundidad psicológica con que  aborda  estos últimos.
 
Su  producción literaria comprende novelas, historias cortas,  volúmenes de  poemas, libros de viajes y ensayos filosóficos y críticos,  además de  algunos dramas. También destaca el epistolario publicado por Aldous Huxley en 1932.32
   
Novelas
 
Lawrence es quizás más conocido por sus novelas Hijos y amantes (1913), El arco iris (1915), Mujeres enamoradas (1920) y El amante de Lady Chatterley (1928).33   Dentro de este marco, Lawrence explora las posibilidades de la vida y   del vivir en un entorno industrial. Su interés se vuelca en la   naturaleza de las relaciones que pueden tener lugar en dicho ambiente.   Pese a que suele ser considerado como un realista,   el sentido de sus personajes se puede comprender en relación a su   filosofía. Su uso de la actividad sexual, si bien estaba mal visto en la   época, tiene sus orígenes en su forma altamente personal de pensar y  de  ser.34   Cabe destacar que Lawrence demostraba interés en la conducta del   contacto humano y es precisamente por ello que este interés en la   intimidad física tiene sus raíces en la necesidad de restaurar un   énfasis en nuestro cuerpo, y darle equilibrio y magnitud ante lo que él   consideró un proceso lento de la civilización occidental que daba mayor   importancia a lo racional.35 4 36
   
Algunas de sus novelas más destacadas, como es el caso de Hijos y amantes, se consideran dentro del género de bildungsroman, un término alemán   que significa "novela de desarrollo". Esta clasificación tiene su   origen en que la trama o el tenor del argumento giran en torno a la vida   de un personaje principal que va evolucionando conforme transcurre la   novela. Un antecesor del género fue, en el caso de la producción   literaria inglesa, Daniel Defoe, cuya obra, Moll Flanders, suele ser considerada una de las primeras novelas escritas en inglés.37   La melancolía, lo espiritual y el aprendizaje moral del héroe -o   heroína- son temáticas todas ellas presentes en la novela de Lawrence.   La contradicción y la situación personal de impotencia ante la vida son   características que se pueden encontrar en sus personajes, como, por   ejemplo, "Paul" - en Hijos y amantes -, prisionero de su propio   sentimiento y de su condición de hombre. El conflicto de la relación   hombre/mujer y la representación de lo femenino en contraposición a los   valores masculinos, hacen que las novelas del autor planteen una serie   de rasgos negativos y sensuales adjudicados a la figura femenina en  casi  todos sus aspectos: esposa, amante y madre.
 
Asimismo, los valores religiosos   y el tono autobiográfico de muchos de sus trabajos se ven marcados por   su experiencia personal en época de guerra y censura. En este aspecto,   Lawrence se rebeló contra la sociedad, quiso salir de ella, -de hecho   llegó a exiliarse-, y llegó a considerarla como el infierno o el karma   del ser humano. De este modo, sus novelas despiertan la curiosidad por   lo erótico, lo instintivo y lo sexual, arraigado a la naturaleza innata del hombre como un animal más. Lawrence fue uno de los primeros novelistas de Occidente en adentrarse y abordar cuestiones consideradas tabú hasta entonces; es por ello que el sexo es uno de los giros principales de su narrativa.38
   
El arco iris, criticada en su época, es la primera parte de una historia que culmina con la publicación de Mujeres enamoradas en 1920.26 En ella se percibe el realismo del siglo XIX, presente en la obra de T. S. Eliot   y Thomas Hardy. Ambas introducen un panorama de una sociedad inglesa  en  transición, donde existe un movimiento abrupto del campo a la  ciudad.  "Ursula", la protagonista de la novela, es el prototipo de  mujer moderna  que busca un lugar en el mundo y que es, por tanto,  atrevida y  desafiante. El argumento, que gira en torno al  redescubrimiento de la  mujer, con tintes lésbicos,   supone su ruptura con los conceptos tradicionales de castidad y   matrimonio, motivo por el cual fue retirada del mercado ni bien salió   publicada.39
 
Mujeres enamoradas,  que continúa en la misma línea, se enfoca  más en la contraposición que  existe entre los deseos de las mujeres y  las pretensiones de los  hombres. La obra está ambientada en los Alpes,   y "Ursula", acompañada de su hermana "Gudrun", son ahora mujeres   independientes que mantienen relaciones con hombres de diversa   condición, generalmente de clases sociales diferentes, lo que le   permitió a Lawrence reflejar la situación contemporánea junto con las   virtudes y defectos de la organización de aquel momento. El éxito   matrimonial de "Ursula" y su esposo, "Rupert Birkin", recaería, pues, en   el rechazo a lo moderno y lo civilizado, con todo lo que eso   conllevaba. Se ha sugerido que Rupert y Ursula son el retrato de   Lawrence y su esposa Frieda, respectivamente.26
 
Dos de sus otras novelas más reconocidas, Hijos y amantes y El amante de Lady Chatterley,   también fueron censuradas en su día. En el caso de esta última, el   argumento gira en torno a los defectos y porvenires de la vida moderna.   "Constance Chatterley", la protagonista de esta obra en prosa,   se enamora del criado de su marido. Sin embargo, su atracción es   meramente sexual, ya que su esposo, "Clifford", es impotente y no puede   satisfacer sus deseos carnales. En resumen, el sexo, el instinto y el   rechazo a la lógica son patentes en esta novela.
 
Hijos y amantes,  que también parte de la experiencia del  autor, lleva el plano sexual a  nivel familiar. "Paul", el protagonista y  alter ego de Lawrence, es  prisionero, junto con su hermano "William",  de los deseos de una madre  posesiva y sobreprotectora, la señora  "Morel". De este modo, Paul no  consigue el amor verdadero hasta la  muerte de su madre y su  consiguiente libertad. Aun así, el personaje,  que atraviesa un período  de transición espiritual, tendrá problemas  amorosos y varios desengaños  en sus relaciones sexuales con mujeres. Lo  poético y el simbolismo que deja entrever la novela se funden en un camino errático, lleno de dolor y sufrimiento.26
   
Además  de las novelas ya mencionadas, Lawrence compuso una serie de  obras en  prosa de menor relevancia, que se resumen a continuación:
 
- El pavo real blanco (1911): su primera novela en ser publicada.
- El orgullo es una forma de egoísmo (1927): novela surrealista.
- El muñeco del capitán (1921): novela corta.
- El zorro (1921): novela corta.
- The Ladybird (1923) novela corta.
- La serpiente emplumada (1926): novela que escribe en su admiración de la civilización azteca, durante su estadía en México.
- La Virgen y el Gitano (1930).
- St. Mawr.
 
Poesía
 
Pese  a ser más conocido por sus novelas, Lawrence compuso cerca de   ochocientos poemas, la mayoría de los cuales son relativamente cortos.   Los primeros fueron escritos en 1904 y dos de ellos, Dreams Old y Dreams Nascent, fueron incluidos entre sus primeras publicaciones en The English Review. Su obra temprana lo posiciona en la escuela de los poetas georgianos, un grupo que se llamó así no sólo en alusión al monarca, sino también debido a su conexión con los poetas románticos del periodo anterior, conocido como la época georgiana.40   En efecto, los poetas georgianos intentaban emular a sus predecesores.   Lo que caracterizó al movimiento en su conjunto y a los poemas de   Lawrence, fue el decoro con tropos y un lenguaje arcaico. Muchas de estas obras englobaban lo que John Ruskin denominó como "falacia patética", que es la tendencia de adjudicar emociones humanas a animales e incluso a objetos inanimados.41 42
   
- Era el costado de mi esposa
- ¡Lo toqué con mi mano, lo agarré con mi mano,
- erigiéndose, del nuevo despertar desde la tumba!
- Era el costado de mi esposa
- con la que me casé años atrás
- a cuyo lado me he recostado durante cerca de mil noches
- y durante todo ese tiempo, ella era yo, ella era yo;
- La toqué, fui yo quien tocó y fue tocado. - -- fragmento, Nuevo paraíso y Tierra (New Heaven and Earth)
 
 
Así  como la Primera Guerra Mundial influyó en el trabajo de muchos de  los  poetas que presenciaron el servicio en las trincheras, la obra de   Lawrence también sufrió un cambio brusco durante sus años en Cornualles.   En esta época, escribió en verso libre bajo la influencia del escritor   estadounidense Walt Whitman. Estableció su manifiesto, para lo que sería la mayor parte de su futura obra, en la introducción a Nuevos Poemas (New Poems). En palabras de Lawrence:
   
Podemos  deshacernos de  los movimientos estereotípicos y de las viejas  asociaciones trilladas  del sonido y el sentido. Podemos romper con esos  conductos y canales  artificiales a través de los cuales queremos  forzar nuestro enunciado.  Podemos romper el cuello tieso del hábito  (...). Pero no podemos  prescribir de forma positiva ningún movimiento,  ningún ritmo.
 
Muchos  de estos últimos trabajos tomaron la idea del verso libre a  tal  extremo que llegaron a carecer de rima y metro, de modo que en poco  se  diferenciaban de ideas breves o memorandos, que bien podrían haber  sido  escritos en prosa. Lawrence reescribió varias veces muchas de sus   novelas para perfeccionarlas, del mismo modo que volvió a muchos de sus   primeros poemas cuando éstos fueron coleccionados en 1928. Uno de los   motivos por los cuales llevó a cabo esta empresa fue para darles un   toque de ficción, pero también para quitar algunos de los artífices de   sus obras más tempranas. Así dejaría constancia el autor:
 
Un hombre joven tiene miedo de su demonio y a veces pone su mano sobre la boca del demonio y habla por él.
 
Sus poemas más conocidos son probablemente aquellos que tratan con la naturaleza, como los de Aves, Bestias y flores, y Tortugas (1923) (Birds, Beasts and Flowers and Tortoises), escritos durante su permanencia en el sudeste de los Estados Unidos. Serpiente (Snake),   uno de los que suelen estar incluidos en las antologías, refleja   algunas de sus preocupaciones más frecuentes como, por ejemplo, el   distanciamiento del hombre moderno respecto a la naturaleza y algunos   ápices de temas religiosos.43 44
   
- En la profunda, e inusualmente perfumada sombra del gran algarrobo oscuro
- bajé los escalones con mi jarra
- y debí esperar, debí detenerme y esperar, porque ahí estaba él en el abrevadero ante mí. - -- fragmento, Serpiente
 
 
¡Mira! Hemos cruzado hasta aquí  (1917) es otra de las obras  que compuso al término de la guerra y  revela otro elemento importante,  común en muchos de sus trabajos: su  inclinación a desnudarse en sus  escritos. Si bien Lawrence puede ser  considerado como un escritor de  poemas amorosos, el aspecto que resalta  de este sentimiento es  precisamente el menos frecuente, como la  frustración o el mismo acto  sexual. Ezra Pound, en sus Literary Essays,   pone de manifiesto el interés de Lawrence en sus propias "sensaciones   desagradables", pero al mismo tiempo lo elogia por su "narrativa de los   bajos fondos". Esta es una referencia al dialecto de Lawrence similar al de los poemas escoceses de Robert Burns, en los que el autor reflejó el idioma y las preocupaciones del pueblo de Nottinghamshire desde su juventud.
   
Pound fue uno de los mayores, sino el mayor, exponente de la poesía modernista   y, aunque los poemas de Lawrence posteriores a la era georgiana siguen   este modelo, solían diferenciarse bastante respecto a los de otros   autores contemporáneos. Las obras modernistas eran, por lo general,   austeras, y cada palabra estaba muy trabajada y lograda. Lawrence sentía   que todos los poemas debían enseñar los sentimientos personales y que   la espontaneidad era de vital importancia para cada obra. Le dio el   nombre de Pensamientos (Pansies) a una de sus colecciones de poemas, en parte por la naturaleza efímera del verso pero también como una paranomasia de la palabra francesa panser,   que significa "vendar o cubrir una herida". De hecho, "sus heridas"  aún  necesitarían cerrarse, pues la recepción que normalmente tuvo en   Inglaterra con El noble inglés y No me mires, provocó que las retirara de la versión oficial de Pensamientos,   ya que se le calificaba de obsceno. Pese a haber vivido sus últimos   diez años en el extranjero, sus pensamientos aún estaban en Inglaterra.   Su última obra, Ortigas (Nettles), publicada en 1930, once días después de su muerte, representó una crítica y un ataque a la moral inglesa.45
   
- Ah, los perros añejos que fingen proteger
- la moral de las masas,
- cuán apestoso dejan el patio trasero
- orinando a todo el que pasa. - -- fragmento, El joven y sus guardianes morales
 
 
Dos manuscritos de versos de Lawrence fueron publicados de forma póstuma con el título de Últimos poemas y Más pensamientos. Otro compendio de obras líricas es el de Poemas de amor y otros poemas, publicado hacia 1913.
   
Finalmente, Esteban Pujals en su Historia de la literatura inglesa (1984) destaca una serie de poemas del autor, incluidos en los volúmenes de Collected Poems (1932) y Last Poems (1933). Según Pujals, entre las piezas más representativas de la poesía del autor se encuentran Figs (Higos), Grapes (Uvas), Almond Flowers (Almendras en flor), The Hostile Sun (El sol hostil), In a Spanish Tram Car (En un tranvía español) y The Food of the North (Manjares del Norte).   El autor también sostiene que la trayectoria de Lawrence como poeta se   vio injustamente eclipsada por su reconocimiento como novelista.46
 
 Relatos y libros de viajes
 
Además  de ser un reconocido novelista y poeta, Lawrence también  escribió una  serie de vivencias personales en prosa, la mayor parte de  las cuales  tuvieron lugar durante su exilio en el extranjero. Así, por  ejemplo,  sus relatos, a diferencia de las demás obras, tratan  exclusivamente de  parajes exóticos y de un acervo cultural que distaba  mucho del de la  sociedad británica de su tiempo.
 
Dentro de los más reconocidos, El oficial prusiano y otras historias muestra un panorama de las inquietudes de Lawrence, así como su actitud hacia la Primera Guerra Mundial. Su volumen estadounidense La mujer que se marchó y otras historias desarrolla la temática del liderazgo, idea que también exploran tres de sus obras Canguro, La serpiente emplumada y Fanny y Annie.47   La temática de lo internacional y el gusto por lo inusual caracterizan   esta etapa de la creación literaria de Lawrence, donde revive un  género  en desuso desde la época isabelina. No obstante, esta práctica  lo  aproxima a su contemporáneo, el autor norteamericano Henry James, quien siguió de cerca el tema del ciudadano del mundo.48
   
El escritor, como observador pasivo en un mundo muy distinto al suyo, trasladó esas vicisitudes a obras como Canguro (1923), ambientada en su experiencia como viajero en Australia, El mar y Cerdeña (1921), que resume su estancia en Italia antes y durante el estallido de la Guerra Mundial, y La serpiente emplumada, que, aunque es una novela, está basada en sus días en México. Por último, La vara de Aarón (1922) destaca por la presencia de elementos característicos de la filosofía de Friedrich Nietzsche. Otros relatos y libros de viajes incluyen La niña perdida (1920) y El trasgresor (1912), que cuestiona las normas y costumbres de la época.26
   
 Crítica literaria
 
La  crítica que hace Lawrence a otros autores a menudo proporciona una   perspectiva de su forma de pensar y de escribir. En este sentido,   destaca su Estudio de Thomas Hardy y otros ensayos y Estudios en literatura clásica estadounidense. En esta última, Lawrence responde a Walt Whitman, Herman Melville y Edgar Allan Poe, lo cual deja entrever la naturaleza del propio autor.
   
 
Virginia  Woolf encabezó la lista de las autoras feministas que  arremetieron  duramente contra D. H. Lawrence, acusándole, en algunas  ocasiones, de 
misoginia. 
 
Respecto a la crítica que otros autores han hecho de Lawrence, cabría destacar la feminista.26 Virginia Woolf,   contemporánea del autor, puso de relieve el aparente ataque de  Lawrence  a la figura de la mujer en muchas de sus obras. Según Woolf,  se saca a  relucir una faceta negativa del sexo femenino, de modo que se  presenta a  una mujer acaparadora, superficial e infiel a sus votos  matrimoniales.  Un ejemplo es el de El amante de Lady Chatterley,  donde la  protagonista, como adelanta el título, tiene una relación con  un  caballero que no es su marido. Esta temática se retoma en Hijos y amantes,   donde los niños son prisioneros de su madre, que los oprime, los   absorbe y los protege hasta un extremo que resulta poco menos que   desagradable, ya que recién a su muerte, uno de sus hijos, el que aún no   ha fallecido, consigue rehacer su vida al lado de otra mujer.49   Lo irónico radica en que la ausencia de la figura maternal causa un   revés en el argumento, al mismo tiempo que adelanta el comienzo de una   nueva etapa de libertad para el protagonista. Sin embargo, el que su   madre haya muerto genera en él sentimientos opuestos, pues incluso   cuando gana libertad es incapaz de sobrevivir sin el calor de su   progenitora.50
 
Algunos  autores han coincidido en señalar que la interpretación de la  mujer en  las obras de Lawrence gira en torno a la figura de su madre y  es, por  lo tanto, biográfica.51   Otros incluso han llegado más lejos al asegurar que el aparente   desprecio o desapego de Lawrence hacia el sexo opuesto se debería en   parte a su presunta homosexualidad,   ya que en vida hubo rumores de relaciones sentimentales con ciertos   allegados de su misma condición. Lo cierto es que existe un acuerdo   general en afirmar que sus obras guardan un profundo y variado entramado   personal, donde se reflejan las relaciones de clase, la opresión de  las  clases obreras, la explotación del proletariado - su propio padre  era  minero -, la dejadez del ser humano, el vicio, la corrupción, la censura, la opresión y la superficialidad del emergente sistema capitalista.52   Las relaciones familiares también se encuentran en entredicho, pues de   pequeño fue testigo directo de los problemas de su padre con el  alcohol y  de los conflictos de aquel con su madre, de una clase social  superior y  con un nivel de educación más alto, ya que, como Lawrence  afirma en  reiteradas ocasiones, "su [mi] padre era analfabeto".53   Como resultado, y por el creciente apego que Lawrence sentía por su   madre, a quien tampoco dejó indiferente en cuanto a las críticas, el   autor retrató a su padre como una "bestia", carente de razón, como el   típico prototipo de hombre machista,   inculto, violento y retrógrado que la aristocracia trataba como a poco   más que un animal, expuesto a los peligros de un arriesgado trabajo  que  le aportaba tan solo los medios necesarios para subsistir y  mantener a  su familia.54   Existe también evidencia de que Lawrence llegó a reconocer, más   adelante en su vida, que fue quizás un tanto injusto con la descripción   de su padre, a lo que también añadió que hubo cierto sesgo por parte de   su madre.55
 
La última etapa de su carrera como escritor se caracterizó por el exilio   en el extranjero, por las reiteradas amenazas por parte de su propio   gobierno, que primero sospechó de su lealtad como ciudadano, al ser   acusado junto con su esposa, Frieda Weekley,   de espía de los alemanes, y luego censuró parte de su producción   artística y literaria, viéndose obligado a emprender un peregrinaje por   el mundo, en un intento por buscar la libertad, la paz y el  conocimiento  cultural que su país no supo darle. Es precisamente por  ello que  algunos de sus libros de viajes hablan de paisajes y entornos  exóticos,  producto de su experiencia en Italia, Francia, Australia,  México,  Estados Unidos y otros países alrededor del globo. Esta moda,  más propia  de la era isabelina, con los viajes de conquista europeos,  vuelve a ver  la luz con Lawrence, que no sólo describe civilizaciones  diferentes,  sino que también aprovecha su propia lejanía para criticar  al gobierno  británico y a su forma de vida.56
 
Filosofía
 
Lawrence continuó desarrollando su filosofía a lo largo de casi toda su vida, y muchos de sus supuestos filosóficos se verían reflejados en la contracultura de los años 1960. Su introducción impresa a Hijos y amantes estableció la dualidad común a la mayor parte de su ficción y tomó como referencia la Trinidad cristiana.   Según palabras de Lawrence: "Primero que nada soy un hombre   religioso...mis novelas deben ser escritas desde la profundidad de mi   experiencia religiosa".44 Con el progreso de su filosofía, el autor pasa de analogías cristianas al misticismo, el budismo y la teología pagana. En algunos aspectos, Lawrence fue precursor del creciente interés por el ocultismo que tuvo lugar en el siglo XX, pese a que él mismo se identificó como cristiano.57
   
La ideología del autor le llevó a confiar en el arte como medio autónomo de expresión y que por sí mismo tenía valor. Fiel opositor del realismo material, Lawrence mostró su rechazo a la escuela realista francesa, pero creía en un realismo con base espiritual, algo que la novela rusa le supo dar:
   
...no  creo que deba  menospreciar a los rusos. Han significado mucho para mí;  Turgénev,  Tolstói, Dostoyesvski - me han influido más que nadie, y a  ellos  considero como los escritores más grandes de todos los tiempos.
26 
Lawrence, al igual que Thomas Hardy, concebía al hombre en unidad con la naturaleza, pero su mayor preocupación, a diferencia de la de este último, era la industria   y la sociedad urbana y el efecto que ambas ejercían sobre el ser   humano. Esta particular concepción del hombre como un elemento más del   sistema es lo que precisamente le lleva a cuestionar al racionalismo, en detrimento de una perspectiva hedonista   en la que el instinto juega un papel preponderante. En otras palabras,   la "consciencia sanguínea" es lo que le llevó a afirmar que "la mente   puede equivocarse pero lo que la sangre siente, cree, y dice, siempre  es  verdadero".26
 
El inconsciente, lo surrealista y lo efímero también son recurrentes en la obra de Lawrence. Como buen entendedor de la obra de Sigmund Freud   que era, retrató la batalla del hombre contra la autoridad y las   imposiciones de la civilización. Pese a que el escritor no era defensor   del canibalismo ni del estado primitivo, sí sostenía que el hombre  tenía  un pasado inmaculado que había sido "corrompido" por el pecado y  que,  por tanto, su degradación ulterior se debía en mayor parte a la   tentación que sintió una vez por la mujer, Eva. Esta forma de pensar se traduce en su concepción de la femineidad   como un ente negativo y dominante que anula la voluntad de los  hombres.  De ahí parten muchos de los rasgos de sus personajes  femeninos, como la  Sra. Morel en Hijos y amantes.26
 
 Pintura
 
D. H. Lawrence también pintó una serie de obras eróticas.58 Fueron exhibidas en la Galería de Dorothy Warren en el Mayfair de Londres en 1929. Esta exhibición, que fue polémica en su tiempo y causó estupor entre los visitantes, incluyó Una historia de Boccaccio, Primavera y Pelea con una Amazonas. El Daily Express informó que el cuadro Pelea con una Amazonas   «presenta a un hombre horrible y barbudo sosteniendo a una mujer rubia   en una postura lasciva mientras los lobos babean expectantes, lo que  es  francamente indecente».59
 
La  censura marcó la mayor parte de la producción artística de  Lawrence.  Según la crítica posterior, y en concreto, la manifestada en  el  periódico británico The Guardian, se considera que la represión a comienzos del siglo XX tenía reminiscencias del periodo isabelino, es decir, el que marcó en buena parte la vida y obra del dramaturgo William Shakespeare, entre otros autores contemporáneos de igual renombre. Sabido es que una de sus obras más conocidas, El amante de Lady Chatterley,   fue censurada y retirada del mercado en el periodo de entreguerras. No   es extraño, pues, que sus trabajos fueran muy influyentes durante los   años 1960, cuando diversos sindicatos y grupos revolucionarios velaban   por una contracultura en desacuerdo con la escasez en la libertad de   prensa en esos días. Uno de estos movimientos fue el que en Estados   Unidos se conoció como hippie.60
 
Como  pintor, Lawrence no destacó demasiado, no sólo por la relativa   sencillez -y pobreza- de sus obras, sino también porque el repertorio no   fue tan amplio, quizás a causa de la censura que en esos días recibían   sus pensamientos. Las formas inacabadas, la falta de límites precisos,   las figuras amorfas, el mal manejo de los colores y el paisaje  hedonista  que describía el autor, le valieron numerosos críticos y  enemigos. El  sexo cobra nuevamente intensidad en el plano plástico,  pero esta vez es  llevado a un extremo natural, con reminiscencias  bíblicas, pero lleno de  imágenes paganas y, hasta cierto punto,  obscenas y promiscuas, por lo  que la censura de la Iglesia y del Estado   fue inminente en su tiempo. Por estos y por otros motivos, Lawrence   nunca se consideró a sí mismo como un artista de talento, algo de lo que   deja constancia en su ensayo Introduction to These Paintings, publicado en 1929.61
   
Adaptaciones al cine
 
Décadas  despues de la muerte del escritor, sus obras comienzan a ser  llevadas a  la pantalla. Las primeras en hacerlo son versiones suavizadas  tanto  moral como eróticamente y por ello, aparte de por su escasa  capacidad  de trasladar siquiera el espíritu del autor, resultan un  fracaso de  crítica y público: "El amante de Lady Chatterley", estrenada  en los  cines franceses en 1955 es un buen ejemplo. La siguiente película   importante data de 1960 y es una adaptación más lograda en cuanto que   refleja la intención crítica del autor con bastante mas empeño y   eficacia dramática: "Hijos y amantes" ("Son and lovers", Jack Cardiff).
   
A  finales de los 60, con la mayor permisividad social y artística que   promueven los movimientos sociales frente al capitalismo, la revolución   sexual, etc. el cine europeo se suma con diversas tendencias, entre las   que sobresale una célebre película de Ken Russell que devuelve la obra del escritor a la actualidad. Se trata de "Mujeres enamoradas" ("Women in love", 1969,   donde se plasman algunas de las obsesiones del autor que enlazan con  la  ética y estética del director de la cinta, considerado uno de los "enfant terrible" del cine británico del momento. El gran éxito critico-comercial del film (Oscar para Glenda Jackson como mejor actriz, consagración para los actores Oliver Reed y Alan Bates),   no se traduce sin embargo en ningun aluvión de adaptaciones del   escritor. Solo un título sigue a este: "La virgen y el gitano" (1970,   Christopher Miles), y pasa totalmente desapercibida en su estreno en   todo el mundo pese a las buenas intenciones del director y a las   interpretaciones de Franco Nero y Joanna Shimkus, quizá porque no posee ningún morbo o erotismo explícito.
   
En 1975 se estrena en Gran Bretaña una película casi mítica basada en un relato del escritor: "La zorra" (Mark Rydell),   donde se aborda con enorme sutileza una relación entre dos mujeres y  la  tensión que provoca en la comunidad que las rodea, sin eludir ningun   aspecto moral, que fue considerada una de las películas del año.
 
A  falta de ver las últimas versiones filmicas estrenadas en 2008,  solo  cabe reseñar una versión de "El amante de Lady Chatterley" en 1981,   famosa en España pero de flojos resultados artísticos al no saber   trasladar ni un ápice del universo de la novela o autor, obra del   director y la actriz protagonistas de la famosa cinta erótica de los 70   "Emmanuelle".
Foto:internet. Semblanza Biográfica:Wikipedia. Texto:El cuento del día.