Genaro Estrada
Le Grand Homme avancait régulièrement,
la tête haute, l´air vague. Ses adsmirateurs
s´arrêtaient pour le regarder…
J. Renard
“Le Vigneron dans su vigne”
Cuando el
oidor llegó a las puertas del cielo, echó una mirada a su ropilla negra y,
componiéndose la capa como cuando entraba a la Audiencia por la puerta
principal del Palacio, llamó con visible autoridad, con el aldabón de bronce.
No se abrieron
las puertas, sino una rejilla en la cual apareció, indiferente, la cabeza de
San Pedro.
—¿Qué deseáis,
hermano? —preguntó el apóstol un poco fatigado, como quien acostumbra repetir
muchas veces la misma pregunta.
—Soy un oidor
de la Real Audiencia.
—Detallad.
¿Qué cosa es la Real Audiencia? ¿De qué país venís? ¿Qué queréis exponer?
El oidor
estaba asombrado. Acababa de morir con gran pompa; el virrey y su corte habían
asistido a sus exequias; el Arzobispo habíale dado la absolución; las campanas
de todos los templos habían doblado por su alma; los alabarderos rindiéronle
honores militares; la Universidad ideó epitafios en latín que se colocaron en
el imponente Túmulo, y en los cuales ocupose la crítica, poniéndoles reparos de
sintaxis. Dio explicaciones: dijo que era un alto personaje de la Nueva España.
—Esperad un
momento —dijo San Pedro, mientras hojeaba las grandes páginas de un atlas
Portulano—. A ver: Sicilia… las columnas de Hércules… la Española… el Mar
Caribe… la Pimeria… ¡he aquí la Nueva España!
El oidor
adivinaba que ya era esperado en el cielo; suponía que dos golpes de alabarda
saludarían su llegada; que un paje lo conduciría a través de espléndidos
aposentos hasta llegar al que se le había preparado, mientras que era
introducido al trono de Dios, en donde se desarrollaría un magnífico
recibimiento, con arcos triunfales, sacabuches, atabales y fuegos de artificio.
Sin añadir
palabra, San Pedro metió la llave en el cerrojo y abrió la puerta. El oidor
penetró, erguida la cabeza, con paso solemne. Fuera del portero, ningún ser
humano había allí; nadie lo esperaba; no resonó el golpe de alabarda; el paje
no se presentaba, ni distinguíanse por todo aquello escaleras, galerías ni
aposentos. Algo sospechó de pronto. Y para no hacer un mal papel que hubiera
deslucido la alcurnia de su persona, acomodóse lo mejor que pudo, y requiriendo
recado de escribir, púsose gravemente a redactar sus memorias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario