El cuento del domingo




Las elecciones
María Luisa Bardelli G

La voz del orador resonaba en la plaza, en esta plaza pequeñita de un pueblo perdido de la sierra como tantos otros, y Jacinto Tumañana se preguntaba ¿Cuándo terminaba con todo este palabreo de igualdad y justicia para todos? ¡igualdad y justicia! palabras que él conocía tan bien, ¿acaso había igualdad entre un campesino de estas tierras olvidadas de Dios, y los señores que desde la capital manejan el país y que ganan en un mes más dinero que el que veía en toda su vida? Y justicia, cómo se puede hablar de justicia, cuando los terrucos se roban tus carneritos y las pocas papas que puedes cultivar en ésta tierra árida y seca, y nadie hace nada por remediarlo.

"La democracia es el poder del pueblo", gritaba el orador, como si la democracia te diera de comer o curara a tu hijo enfermo. Todavía los candidatos no se daban cuenta que la presencia o ausencia de democracia no significaba diferencia alguna en sus vidas.

Ésta gente sólo se acuerda de nosotros cuando hay elecciones, le comentó en voz baja a Telésforo Carhuaz, su compadre y amigo de toda la vida. Elección tras elección veían desfilar a los candidatos por esta plaza, que siempre, fuera el orador del partido que fuera, se encontraba siempre Ilena, porque los mítines formaban parte de las pocas diversiones que la gente de este pueblo se daba el lujo de tener. ¡Ya vienen las elecciones! comentaba alguien, y todo el mundo corría a buscar sus mejores ropas para estar en la plaza, para oír al que viene de Lima. ¿Ves Jacinto cómo se acuerdan de nosotros?. iSe acuerdan de nosotros!, no sean cojudos; para ellos no existimos sino en vísperas de elecciones, sólo les importa saber cuántos somos, para saber cuántos votos van a tener. Pero este año los vamos a joder, los escuchamos con la cabeza baja como siempre, ¡sí taitito!, tienes razón papacito, por ti vamos a votar. Así a todos vamos a decir lo mismo, a todos vamos a engañar y el día de las elecciones no votamos por nadie. Pero ni un voto van a sacar estos condenados; será nuestra muda protesta por el abandono en que vivimos, por los años y años de marginación que hemos pasado.

¿Crees acaso que lo van a apoyar? le decía Telésforo, ¿no ves que son como carneros que obedecen mansamente y votan por el que habla mejor, dice cosas bonitas y ofrece de todo aunque al final no cumpla?. Yo pienso que pierdes el tiempo, pero allá tú, a ver si los convences.

Y Jacinto fue, de chacra en chacra, de choza en choza, hasta la más alejada allá en la puna, hablando y hablando, tratando de convencerlos con sus argumentos: sí taitito, haremos como tú dices papacito, ¡tienes razón carajo!, le decían sus paisanos.

Jacinto se sentía cada vez más contento, engañar a los candidatos se había convertido en una obsesión para él; a solas se reía en la noche mientras comía su cancha y terminaba atorándose de tanto reír, pensando en la cara que pondrían todos al ver que ningún voto habían conseguido, iya van a ver! pensaba, ¡ya ven a ver! , y la esperanza entibiaba sus frías noches.

El día de las elecciones llegó; temprano la campana de la iglesia despertó a todo el mundo. Ha venido la policía de Huancayo para cuidar las elecciones compadre - le comentó Telésforo - , pero los muy jijunas quieren que les demos comida y un lugar para dormir; apenas tenemos para comer nosotros y darles a nuestros hijos y quieren que les demos a ellos también; seguro que después querrán que les prestemos a nuestras mujeres. Recién comienzan las elecciones y nosotros como de costumbre, ya estamos perdiendo.

Que pase el siguiente - gritaba el maestro que hacía las veces de presidente de mesa-, diga su nombre completo, su documento de identidad, ¿sabes leer y escribir ?, no papacito contestaban en voz baja avergonzados, como si no saber leer y escribir fuera un delito. No importa cholo - decía el maestro-, aquí hay unos dibujitos, marca el que más te guste; y se reía fuerte, haciendo sentirse más avergonzado al campesino. iCholo!, como si él no fuera también cholo, pensaba Jacinto; ¿acaso creía que por saber leer y escribir la piel se le blanqueaba?, como si sus rasgos marcados como un huaco no delataran su procedencia ; vergüenza debería tener él por la forma en que nos trata, olvidando que viene de gente como nosotros, olvidando que podemos ser sus padres.

Así fue pasando el día; la gente votaba y se quedaba en la plaza para conversar; tenían tan pocos motivos de distracción en su vida, tan pocos momentos de descanso y de estar reunidos con los amigos, que no podían desaprovechar la oportunidad que las elecciones les brindaban.

A las cuatro de la tarde terminó la votación; habían desfilado por la escuelita convertida en centro electoral ciento sesentaiseis personas, incluido el cura de la parroquia que era hijo del lugar.

Jacinto y su compadre se pusieron a dar vueltas y vueltas por la plaza esperando el resultado ¡cuánto se demoran compadre! decía Jacinto, ya llevan más de dos horas y no sale nadies-. No seas apurado , le contestó Telésforo, deben estar contando despacio para no equivocarse, además el único que sabe escribir es el maestro, y el solo tiene que hacer todo el trabajo.

Al poco rato salió el maestro y pegó un cartel en la pared con los resultados; ya está compadre, vamos a ver, -le dijo a Telésforo-, pero notó a su compadre nervioso retorciendo su chullo; - me tengo que ir dijo Telésforo-; pero compadre ¿no te interesan los resultados? gritó Jacinto; tengo que hacer repitió Telésforo, y se fue corriendo. Creo que mi compadre está medio loco, pensó Jacinto, y se acercó lentamente a la escuelita.

A ver cholos - se oyó la fuerte voz del maestro - , para los que no saben leer les voy a decir los resultados: Partido blanco 60 votos, Partido rojo 22 votos, Partido rosado 83 votos, votos en blanco 1, ¡ha ganado el partido rosado! gritó el maestro. Jacinto se quedó extrañado, no podía creer lo que estaba oyendo, el único que había votado en blanco era él, ni siquiera su compadre lo había apoyado, por eso el muy desgraciado se fue corriendo a su casa, pensó. La bilis se le subió a la garganta, tenía ganas de vomitar de la pura rabia, de gritarle a todo el mundo que eran unos cobardes miserables, en especial a su compadre que lo había engañado; pero pasado el momento de furia e indignación le entró la conformidad y se dijo: "somos un pueblo de tontos, seguimos siendo los carneros que manejan a su antojo, por eso estamos como estamos, nos merecemos lo que tenemos" , y se marchó tranquilamente a su casa, pensando en las próximas elecciones.

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