El cuento del domingo

Mohamed Toufali

Llámame cuando puedas

Masin sale de su habitación rascándose los ojos por la luz radiante que entraba por la ventana del salón. Abriendo apenas un ojo mira al suelo para tratar de evitar un cuerpo que parece yacer sin vida, intentando cubrir su cuerpo con una sucia gabardina. En aquel viejo sofá de ese pequeño salón del piso que alquiló hace años junto con Haddú y Hassan, parecía moverse otro cuerpo de un joven con barba que intentaba encontrar la postura confortable para seguir durmiendo, o tal vez seguir soñando. Al dar un paso más, Masin pisa un plato de papel que alguien había dejado atrás la noche anterior en ese «guateque» —como todos llamaban a esos encuentros caóticos para beber, fumar y disfrutar de un casual sexo con una interesada joven invitada a la fiesta—. Éstas solían celebrarse a menudo de acuerdo con la nueva ola de influencias hippies, y para romper la rutina del trabajo y vivir otras experiencias.
Cuando al fin creyó haber sobrepasado todos los obstáculos, Masin se dio cuenta que otro más le esperaba en el pasillo: unos seis u ocho abrigos se amontonaban en el suelo, por no poder la percha sostenerlos más. Poco a poco, por fin, se acercaba con cautela a la cocina de la que se desprendía un olor a café refrescante. Haddú se había despertado antes que Masin y pensaba que una taza de café no le vendría mal, y así recobrar su estado sano del que parecía haberse desprendido la noche anterior.
¡Eran las tres y media de la tarde!
—¡Qué dolor de cabeza…! —le dijo Masin a Haddú.
Y dirigiéndose a la cafetera exprés, llenó una taza con café negro para tomar sin azúcar ni leche. Él también pensaba que el café era la solución para recobrar sus fuerzas y enfrentarse a otro día más vendiendo chucherías.
—¿Vas al trabajo hoy, Masin? —le preguntó Haddú.
—¿Qué otra alternativa me queda? —contestó Masin.
Masin se ganaba la vida con un puesto ambulante. Le hubiera gustado ganarse la vida componiendo música, pero la competencia era muy feroz, y canciones como las suyas eran poco rentables para esas casas discográficas. Haddú, mientras tanto, había acabado sus estudios en la escuela de magisterio, y esperaba los resultados de la oposición a la que se había presentado. Pero, en secreto, Haddú mimaba con fervor desde su infancia su interés por la escritura. Y el diario que empezó a escribir hace varios años nunca se había separado de su lado.
Haddú y Masin eran dos viejos amigos de la infancia, que hicieron juntos los estudios primarios en su pueblo, que habían dejado atrás. Los dos eran muy inquietos y tenían un deseo muy profundo de triunfar en las artes de la música y la literatura. Así es como decidieron luchar juntos para tener un papel en el campo rocoso de la música y la literatura. Cada día que se despertaban, consideraban como una suerte el seguir viviendo y luchando por ver su deseo hecho realidad.
—¿Sabes si Habiba se ha quedado a dormir? —preguntó Masin.
—Sí… Está durmiendo con Hassan en su habitación —contestó Haddú.
Masin respiró hondo y bajó su mirada para alzar su taza de café y tomar un sorbo con la mirada fija en el negro café… Un silencio profundo parecía súbitamente inundar la cocina. Haddú sabía lo que sentía Masin por Habiba.
Masin y Habiba se conocieron tiempo atrás, en la pequeña playa de su pueblo natal. Salieron juntos algún tiempo y luego se separaron hasta que se encontraron otra vez en la gran capital. Ella trabajaba en una peluquería, y Masin vio en esto una gran oportunidad para revivir otra vez su relación con ella, invitándola a salir al cine y a pasar unas tardes juntos. Masin sentía verdaderamente un gran afecto por Habiba. Sí, parecía solamente un amor joven de verano, pero después de todos esos años pudo comprobar que Habiba tenía algo que le atraía, pero que no podía explicar. ¡Era tal vez su simplicidad y sus amplias ansias de vivir la vida! Masin sólo sabía que se encontraba a gusto con ella. Intentaba compartir con Habiba su vida, y explicarle que su afán por ser músico correspondía al afán de realizarse como ser humano. Le contaba sus sueños de escribir un día una ópera-rock y conseguir el reconocimiento del público por su especial composición. Habiba, por otro lado, le hablaba de pisos y niños que cuidar… Y un día, el amigo Hassan apareció en la escena conquistando fácilmente el amor y los sueños de Habiba.
Hassan era agresivo, atractivo y «enterado» en las cosas del amor, según él. Habiba cayó fácilmente en sus brazos, mientras que Masin le hablaba de Abdelwahab, Gershwin y de sueños inalcanzables y canciones de amor nunca oídas.
Haddú trató de explicar a Masin los errores que cometió en su relación con Habiba.
—Masin, tú sólo le ofrecías sueños y poesías. Evidentemente, a ella eso no le satisfacía… Tú has estado cerrado en tu afán de componer y triunfar mientras que ella, creo, sólo necesitaba a alguien que la pudiera amar. Las relaciones con una mujer deben ser un mutuo dar y recibir. Pienso que tu relación con ella había sido más de recibir que de dar…
Las palabras de Haddú parecían no tener ningún efecto en Masin, pues él continuaba saboreando su café y manteniendo su mirada fija en una lejanía que ni él entendía. Inmediatamente, Haddú se dio cuenta que Masin no quería hablar sobre su relación con Habiba. Entonces intentó cambiar de tema para hablar de los problemas del mutuo amigo Radi, que dormía en el sofá.
—¿Te acuerdas si has invitado a Radi al guateque? —preguntó Haddú.
—No, no lo invité… Lo que pasó es que apareció ayer noche por la puerta preguntando si podía pedir prestado un libro de Hassan… Llamé a Hassan, que como sabes estudian juntos, y él lo invitó a entrar para tomar una copa…
—Ya, y luego dos, tres, cuatro copas y ahora nos va a costar persuadirlo para que se vuelva a su pensión… —le cortó Haddú.
—No sé si sabes que Radi se pasa la vida de bar en bar… —continuó Haddú—. Está bien que Hassan le ayude, pero para que esa ayuda sea efectiva debería dirigirse a cortar ese círculo vicioso de ir de la pensión al bar y del bar a la pensión…
—Mira Haddú, no tengo tiempo para discutir esto ahora. ¿Por qué no se lo dices a Hassan cuando se despierte de ese sueño con su amada Habiba? —dijo Masin con un tono sarcástico y obviamente dolorido, aunque no quiera reconocerlo, al saber que la relación de Hassan y Habiba había llegado a otros niveles.
—Sí, por supuesto, se lo voy a decir… —le dijo Haddú.
Y sin ambos dirigirse otra palabra más, Masin salió de la cocina tan deprisa que sin querer le pisó la mano al compañero Teib, que todavía dormía sobre un colchón en el suelo del salón, dándole un susto tremendo.
—¿Pero qué pasa aquí? —dijo Teib perplejo y poniéndose de pie.
—Lo siento, Teib, no es nada… Puedes volver a tu sueño… —le contestó Masin dirigiéndose al cuarto de baño.
Sin embargo, con toda esa conmoción, ya nadie podía volverse a dormir. Todos estaban despiertos mirándose unos a los otros, en el salón, sin saber lo que ocurría y sin querer preguntar lo que ocurrió. Las miradas, sin embargo, lo decían todo… Parecían reflejar la angustia de sentirse culpable de algo que se cree no haber cometido…
—¿A quién he molestado tomando unas copas? —diría Radi.
—¿Qué pecado hemos cometido por estar Habiba y yo enamorados? —pensaría Hassan.
—¿Es malo dormir en el suelo? —murmuraría Teib.
Todos se dirigieron luego a la cocina para «bañarse» en café. Habiba era la única que pidió un té en esa tarde de excitado desayuno.
Masin levantó la mesa plegable que tenía en el salón, y al dirigirse a la puerta se cruzó con la mirada de Habiba por unos instantes, y luego continuó para desaparecer por la puerta que se cerraba con ruido detrás de él.
En el autobús, Masin no dejó de pensar en lo que le estaba ocurriendo. Las cosas no marchaban bien, y la relación de dos años con Habiba se había esfumado como una pompa de jabón en el cielo. Masin no entendía cómo las personas pueden cambiar de la noche a la mañana, y cómo las cosas pueden ir de mal en peor sin que uno así lo deseara…
En la plaza central, Masin desplegó su mesa para exponer su mercancía y esperar que la noche fría atrajera a algún viandante para ofrecerle comprar algún cacharro envuelto en mil deseos y sueños de poder un día conseguir un contrato con una casa discográfica.
Sí, eran sueños de un artista decepcionado por los giros que había tomado su camino. Las cosas para él no iban bien, pensaba una y otra vez. Pero por otro lado, pensaba Masin, la mayoría de esos creadores artísticos no han empezado fácilmente su carrera. Sabía que para crear, se ha de pasar por malos momentos… Y las creaciones no nacen fácilmente… Pero aún sabiendo esto, y en muchas ocasiones, se le escapaba la esperanza y la fe en luchar… Esto le dejaba en sus labios algún quejido y ganas de tirar la toalla.
—¡No sé lo que estoy haciendo aquí! —continuaba murmurando Masin en silencio y frotándose las manos para repeler aquel frío de la tarde.
Hacía más de dos años que Masin había grabado unas cintas para mandarlas como muestra a unas cien casas discográficas. Sólo dos le contestaron para decirle que era una música agradable, pero no muy pegadiza. Y Masin continuaba haciéndose preguntas que no sabía responder.
—¿Es mucho el pedir una oportunidad para que se escuchase mi música? ¡Qué sabe de música ese idiota que dirige Discofón!
Dos horas lentas habían pasado sin que ningún cliente se atreviese a gastar una moneda. Y en medio de muchas preguntas más, Masin se acerca al vecino que tenía otra mesa ambulante a su lado y le pide que cuidase la suya hasta que volviese de tomar otro vaso de café en el bar de enfrente.
Con su café medio consumido, Masin se extrañó al ver a Haddú a su lado.
—¿Qué haces aquí, Haddú? —le preguntó Masin.
—Tu «colega» me dijo que estabas en el bar, y vine a verte —contestó Haddú—. No, en serio, cuando saliste de casa noté que estabas algo disgustado, y al no tener oportunidad de hablar en privado contigo, esperé hasta que todos se hubieran marchado, y venir a hablar un rato contigo.
—Agradezco tu gesto, Haddú —le contestó Masin—. ¿Sabes Haddú?, a veces me pregunto si vale la pena dejar la vida en un papel. Siento que la vida me pide más y más… Y el papel, nunca podrá cubrirla.
—Te entiendo perfectamente, Masin, pues bien sabes que estamos en el mismo carro. Acuérdate que yo llevo también un año intentando publicar estos relatos que he escrito hace tiempo, y sólo he conseguido que me digan constantemente: «tus escritos son interesantes pero sentimos que no los podamos publicar por no tratarse de temas populares». En otras palabras, ¡no es comercial! ¿Qué es lo que se supone que uno tiene hacer en estas situaciones?
—Descampar y marcharse a otro lugar —le cortó Masin—. T. S. Eliot tuvo que emigrar a Londres para que se le reconociese; el irlandés James Joyce vivió en Italia y Francia para que al fin su país de origen le reconociese como el mejor escritor del siglo; y Bob Dylan tuvo que escaparse de Minnesota para triunfar después en Nueva York con el movimiento folk song de los sesenta… Y Jacques Brel tuvo que abandonar Bélgica para triunfar en París… ¿No lo entiendes Haddú? Nadie es profeta en su propia tierra. Tal vez debemos pensar nosotros también en emigrar a París o a Londres.
—No lo sé, Masin —dijo Haddú un poco confuso—. Yo creo más bien que necesitamos tiempo.
—Pero, ¿qué más tiempo necesitas? ¿Vas a esperar hasta que un día veas desaparecer los giros que tus padres te mandan? ¿Crees que van a mantenerte para toda la vida? —le dijo Masin a Haddú.
—Sí, sí. Lo sé, lo sé. Por eso quiero por lo menos conseguir aprobar una oposición para independizarme totalmente de mi familia —contestó Haddú.
—¿Y dónde encontrarás tiempo para la escritura, una vez trabajando en la enseñanza? —preguntó Masin un poco perplejo—. Ya te imagino ahora con arrugas y canas siendo un pobre maestro frustrado con los estudiantes por no poder dedicarte a lo que más te interesa. Haddú, se trata de nuestra vida, ¿no sabes que uno se hace más humano cuando practica lo mejor de sus deseos? No se trata aquí de robar a nadie su identidad… Sólo tratamos de ser humanos, de realizarnos con nuestras creaciones y poder vivir sin preocupaciones de que nos echasen del apartamento por no pagar el alquiler.
—Masin, yo sólo creo que debemos tener más paciencia. Las cosas a veces necesitan más tiempo de lo necesario, y si no comprendemos esto, podríamos cometer grandes errores… —le dijo Haddú.
—Cada día que pasa, es otra cana que ganamos, Haddú… Estamos envejeciendo, y si no consigo implantarme ahora y decir «aquí estoy», si no tomo ese tren ahora, tal vez sea demasiado tarde luego… Y es eso lo que voy a hacer mañana…
Y con esas palabras, Masin y Haddú cerraron esa discusión. Haddú volvió al apartamento y Masin a su mesa ambulante.


Eran casi las diez de la noche. Otro día más se acaba para Masin, contando sus ingresos de comerciante ambulante. Y mientras, su violín se quedaba solo en el apartamento, en su maletín. De vuelta a la casa, pasó por el Bar del Barrio para cenar algún bocadillo. Al entrar se dio cuenta que en la barra, sentado en un taburete, estaba Radi tomando otra copa de vino.
—Hola Radi, ¿cuánto hace que estás por aquí?
—Pues no lo sé. Una, dos, tal vez tres horas, qué más da… Sólo quiero tomarme una copa más y luego me marcharé —contestó Radi.
—¿No crees que has tomado bastante ya? —le preguntó Masin.
—No, el alcohol se elimina de las venas con las horas, y según mis cálculos, sólo he consumido dos copas.
—¡Radi, venga ya con ese cuento…! Estás otra vez borracho y te vas a quedar en la calle otra vez. Mira, si te vienes conmigo ahora, puedes quedarte en nuestro apartamento otra noche más…
—Gracias, Masin, pero francamente, ¡ya no me importa un pito! —contestó Radi—. Había una vez en que amanecía soñando con ser médico. La universidad para mí era un gran choque porque no me había preparado para ella. Lo único que hice era estudiar y estudiar, y luego, al llegar a casa, cuidar de mi madre enferma de Alzheimer. Todos mis amigos se lo pasaban bien el fin de semana, y yo sólo sabía trabajar y estudiar. ¿Sabes cómo me sentía cuando Hassan pasaba por mi casa para ver si podía salir a jugar o a pasear? Muy mal… Y cuando le decía que no, me llenaba de rencor y luego me detestaba a mí mismo viendo a Hassan doblar la esquina solo, mientras que yo cuidaba de mi madre y mi padre dormía la siesta… Por fin pude escapar de esa situación al venir a la capital. Sin embargo, la imagen de mi madre no me podía dejar ningún momento… Mi padre me escribía para decirme que necesitaba que le mandara la mitad de mi beca para ayudar a mi madre, pues ella necesitaba a alguien que la pudiera cuidar. Pude continuar así dos años de mi carrera de medicina, hasta no poder más. El año pasado mi padre me escribió diciendo que mi madre por fin dejó de respirar… Y en un suspiro vi mi vida agonizar. Mi padre se volvió a casar y ya tiene un pequeño bebé… Mi beca los mantenía a todos… Ya no puedo más, Masin, quiero olvidar y lo único que puedo hacer es beber…
Masin no tenía nada que añadir… Ya no pensaba que su problema era el más grande… ¡La vida de un ser humano parecía tener más importancia que el sueño de ser músico!
—Tengo que hacer algo por Radi —pensaba Masin en silencio—. Mira Radi, ¿por qué no vamos al apartamento esta noche? Estoy seguro de que habrá una botella de vino que podríamos compartir y hablar de estas cosas.
Masin trataba de convencerle para que abandonase el bar y descansase otra noche más en su apartamento. Era difícil ver cómo una persona tan fuerte como Radi había caído tan bajo, sin poder razonar… Masin veía en Radi un ejemplo que no quería seguir… «Las cosas pueden ir de mal en peor, pero la vida debe continuar…» Masin intentaba ser fuerte y recordar algunos dichos que había aprendido por allá…
Por fin, Radi consintió y los dos tomaron el autobús para llegar al desastroso apartamento que aún olía a café, vino y abrigos que no habían sido lavados en una eternidad. Hassan y Haddú no habían llegado aún. Masin condujo a Radi a su habitación y le pidió que durmiese en su cama, porque él ya no la iba a utilizar por mucho tiempo.
—Me marcho a París mañana, Radi, puedes utilizar mi habitación por ahora, pues mi parte del alquiler ya está pagado hasta finales de este mes.
Radi se tumbó en la cama sin decir otra palabra más, mientras que Masin trataba de recoger lo que le podía ser útil para el viaje, empaquetándolo en su vieja maleta. Por supuesto, no podía dejar su viejo violín… Levantó el maletín y lo llevó al salón para dejarlo frente a la puerta, donde su vieja maleta esperaba ya el día para tomar el tren a París.
Masin se puso a escribir un anota a Haddú, en caso de no verle por la mañana temprano al despertar:


Amigo Haddú, los dos sabemos que la vida a veces puede ser cruel o fatal… Bien sabes que no soy persona que abandona fácilmente su lucha… Sin embargo, siento que necesito cambiar de paisaje y ver si en París hay alguna suerte para mí.
En cuanto a Radi, esta vez fui yo quien le invitó a quedarse en mi habitación. Si necesita algún dinero para su comida, entrégale el bolso que he dejado de mercancías para que las venda. Yo sé que algún día me lo pagará.
En cuanto a ti, te deseo mucha suerte en los resultados de las oposiciones, y que tus relatos se publiquen pronto…
Un abrazo,
Masin.

Aquella noche, Haddú tardó en llegar a casa. Por cualquier razón había quedado ir para ver la última función de una obra teatral con Hassan. Al llegar los dos a casa no notaron nada cambiado… El apartamento continuaba siendo un desastre y la maleta de Masin parecía completar el desorden en que se encontraba. La nota de Masin, que le había dejado cerca de su mesita de noche, cayó al suelo sin que la pudiera leer.
Por la mañana, Masin salió lentamente del apartamento para dirigirse a la estación de trenes… París era cosa de una noche de insomnio. Ya no podía volver atrás. Todo pasaba velozmente para él… Y no temía el cambio… Atrás quedaban más sueños y amores perdidos. Enfrente, le esperaba lo desconocido. Era como una canción que empieza y que tiene que terminar…


Pasaron unos días y Haddú cogió el teléfono, que no paraba de sonar…
—¿Diga…?
—¡Hola, Haddú! —se oyó una voz conocida desde el otro lado de la línea; era la de Masin…
—¡Vaya, qué sorpresa! ¿Qué tal estás, Masin? —dijo Haddú.
—Pues muy bien, he conseguido trabajo en un bar tocando el violín y me hospedo en una pensión de una señora que se porta muy bien conmigo —dijo Masin.
—¿Y qué tal vosotros por ahí…?
—Pues tirando… ¿Sabes que Habiba preguntó por ti?, y parecía triste al saber que te marchaste. Me dijo que te saludase cuando oyera alguna noticia tuya…
Masin dudó un poco en hablar y luego contestó:
—¿Y las oposiciones, cómo te salieron?
—Bah… Un desastre… Tendré que presentarme a otras más… —contestó Haddú—. No te lo creerás, pero tu nota no la pude leer hasta ayer mismo, cuando por fin decidí limpiar mi habitación y la encontré debajo de mi cama.
—No te preocupes por eso… En fin, quisiera darte mi número de teléfono… Me gustaría mucho que continuáramos en contacto…
Haddú escribió el número de teléfono en una servilleta que tenía a su lado, y luego, sin más, oyó decir a Masin:
—Llámeme cuando puedas.
Y un silencio amargo llenó el apartamento que compartieron juntos en la gran capital. Y unas palabras se quedaron en el aire… Las había traído la charla y la discusión. ¡Uno no sabe si esos amores perdidos e ilusiones frustradas podrían volver otra vez!

 Mohamed Toufali. Melilla. 1951. Escritor español. Poeta y cantautor. Desarrolla su proudcción literaria tanto en castellano como en rifereño. Estudio música y se licenció en Sociología en la Universidad Complutense de Madrid. Posteriormente emigró a Estados Unidos, donde actualmente reside, y es profesor del centro de ordenadores de la Biblioteca de  Mihuson.

Información tomada de poetassigloveintiuno.blogspot.com.Texto:El cuento del día. Foto:Internet.

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