El cuento del domingo

Alberto Moravia

Un horrible bloqueo de la memoria

¿Ha sucedido o no ha sucedido? En mi cabeza se ha formado un vacío ambiguo, que podría deberse igualmente al trauma de lo que ha ocurrido o al cambio que significa lo que está por ocurrir; y no acierto a llenar ese vacío. Sin embargo, la cosa en cuestión me concierne directa e inmediatamente: si no sucedió hace quince minutos, debe suceder dentro de quince minutos. Pero las dos posibilidades tienen en común un mismo sentimiento de impaciencia casi frenética, que me impide esperar que los hechos me proporcionen la explicación definitiva que necesito. No puedo esperar ni siquiera un minuto no sólo porque debo prepararme para enfrentar dos situaciones muy distintas, o sea, aquella de lo ya ocurrido y aquella de lo no ocurrido todavía, sino también y sobre todo porque debo indispensablemente superar lo antes posible esta especie de bloqueo que me impide hacer algo para mí fundamental: tomar conciencia. En efecto, precisamente de eso se trata, y no hay quien no vea la enorme diferencia que hay entre tomar conciencia antes de la acción y tomar conciencia después de la acción. Pero, ¿cómo se hace para tomar conciencia cuando la acción está, por así decirlo, en la punta de la lengua y no se decide a adoptar el aspecto sea de lo ya visto, ya hecho, ya padecido, sea el de lo todavía no visto, todavía no hecho, todavía no padecido?
      Con una mano sola me llevo el cigarrillo a la boca; lo tomé del paquete que está sobre el tablero y lo prendo con el encendedor del automóvil. Entretanto, sigo apretando con el brazo izquierdo, doblado, el cierre relámpago de la chaqueta, que, no sé cómo, se ha trabado y quedó abierta, de modo que la empuñadura de la pistola se asoma visiblemente. Se me ocurre que para saber si la cosa ha sucedido o aún debe suceder yo podría, en vista de que la memoria está bloqueada, interrogar la realidad, buscar indicios de lo ya ocurrido o lo no ocurrido todavía. Por ejemplo, el cierre relámpago trabado. Ayer funcionaba, por lo tanto se trabó esta mañana. Pero, ¿se trabó después de algo hecho, o antes de algo que todavía falta hacer, debido a un tirón demasiado brusco, causado por el shock de lo ya ocurrido, o por la nerviosidad de lo que todavía no ocurrió?
      Abandono de pronto el tema porque reconozco allí la misma ambigüedad indescifrable que hay en el principio de la amnesia; y me digo que hay una sola manera de comprobar inmediatamente si el hecho se ha consumado ya o no: examinar la pistola, verificar si ha disparado. El alivio con que recibo este proyecto me dice que he pensado con exactitud. ¿Cómo no se me había pasado ya por la cabeza una solución tan lógica y tan simple?
      Pero el alivio dura poco. Sí, la pistola puede proporcionarme la prueba que tan afanosamente estoy buscando; pero es una prueba "exterior". Es como si le pidiera a las ropas que llevo puestas, a los zapatos que calzo, la prueba de mi existencia. Prueba que debe ahora, en cambio, residir en la certeza de que existo sin necesidad alguna de pruebas: en el hecho mismo de que nadie busca pruebas. Por otra parte, la prueba de la pistola me espanta, porque confirmaría esta disociación mía, funesta e insoportable. Después de la prueba, sabré con certeza que la cosa ha sucedido o no ha sucedido; pero tendré al mismo tiempo otra certeza, desconcertante, la de que la cosa ya ha sucedido o no "a otro", puesto que yo, "dentro" de mí, seguiré ignorando si el hecho se ha verificado o no.
      Sin embargo, debo saber, no puedo esperar. Es como si me hubiera sumergido hasta el fondo del mar, mi escafandra de buzo se hubiera averiado, y yo me sofocara y supiese que sólo tengo pocos segundos para salir a flote. Mi urgencia de saber, por lo demás, es justificada por un embotellamiento de tránsito donde mi automóvil se ha encastrado, según todas las apariencias, irremediablemente y como para siempre. Estamos en un gran camino periférico que no conozco. Los automóviles están quietos, en cuatro filas de ambos lados, adelante y detrás. Exactamente frente a mí, la visión es interrumpida por el rectángulo negro y amarillo de un colosal camión de transporte. A la derecha del camión, allá lejos, la luz del semáforo ya se tornó tres veces alternativamente verde y roja, sin que los vehículos se hayan movido. Debe de tratarse de un accidente; o bien de uno de esos bloqueos inextricables que pueden durar varias horas. Y yo, antes de que el embotellamiento se resuelva, tengo absoluta necesidad de llegar a saber sólo por mis propios medios, es decir, exclusivamente con ayuda de la memoria, y no gracias a indicios proporcionados por objetos, si la cosa ya sucedió o todavía debe suceder.
      Recuerdo en este momento (mi memoria funciona tanto mejor cuanto más lejos están los hechos que intento recordar) que hace algunos años atravesé el Sahara, de Túnez a Agadesh, y que varias veces me extravié por perder el camino. ¿Qué hacía entonces para encontrar el camino correcto? De acuerdo con una regla dictada por la experiencia, volvía atrás hasta el punto de donde había partido. De allí partía de nuevo y, en efecto, al cabo de un recorrido más o menos largo, descubría el lugar preciso donde me había desviado. Una vez debí recorrer tres o cuatro veces el mismo camino equivocado antes de descubrir el error. Me perdía siempre de la misma manera, siempre en el mismo lugar. Al fin, sin embargo, cuando estaba ya por desesperar, con el sol cerca del poniente y la perspectiva de quedar sin nafta, de pronto encontraba el camino. Estaba tras un matorral no más alto que un niño, y borrado por un tramo no mayor (te tres o cuatro metros. Es fácil perderse en el desierto.
      Ahora haré lo mismo. Volveré atrás hasta el punto en que mi memoria dejó de funcionar; hasta el punto en que empieza el vacío (estuve por decirme "el desierto"). Pero debo apresurarme a emprender esta operación mnemónica, porque de un momento a otro el embotellamiento de la ruta puede resolverse; y en ese caso, es muy probable que minutos después llegue a saber con certeza si la cosa ya sucedió o todavía debe suceder. Pero no llegaré a saberlo por mérito propio, sólo gracias a mis fuerzas, sino por obra del choque con la realidad: eso jamás podré perdonármelo, y por otra parte no resolvería nada, porque mi problema ya no consiste en saber sino en recordar.
      Veamos, entonces, en qué momento de la mañana (ahora son cerca de las doce) mi memoria dejó de funcionar. Entonces, con súbito sentimiento de estupor, descubro que no recuerdo nada hasta... hasta el momento del despertar. Esto quiere decir que sólo recuerdo el despertar, y nada más, porque antes del despertar está el vacío de la noche, que pasé durmiendo; y después del despertar está el vacío del bloqueo mental. Pero el despertar, esos pocos o muchos minutos que pasé en la oscuridad esta mañana, antes de levantarme, ese instante lo recuerdo muy bien y puedo describirlo con todos sus particulares. De modo que, ahora, lo describiré, y mediante esa descripción, estoy seguro, recobraré la punta de la madeja de la memoria; descubriré, como en el desierto, el pequeño matorral tras el cual se esconde el camino.
      Por lo tanto, coraje. Me desperté más o menos a la hora fijada, pero por mí mismo, antes de que sonara el despertador, Encendí la luz, miré el reloj de pulsera y vi que faltaban cinco minutos; mi primer impulso fue apagar la luz, acurrucarme y dormirme de nuevo. Pero no era posible; no se puede dormir nada más que cinco minutos; de modo que apagué la luz, pero me quedé sentado en la cama, con los ojos perdidos en la oscuridad. No pensaba en nada; o, más bien, pensaba en el color de la oscuridad. ¿Qué color tenía la oscuridad? ¿Color café muy tostado? ¿Color negro de humo? ¿Color ébano? ¿Color tinta? ¿Y qué consistencia tenía, de qué estaba hecha? ¿Era un hormigueo de, moléculas negras sobre un fondo imperceptiblemente luminoso, o en un hormigueo de partículas luminosas sobre un fondo uniformemente negro?
      Recuerdo que descarté una tras otra esas definiciones porque no me satisfacían; pero sentí, en compensación, que la oscuridad me "apetecía", que tenía hambre de ella, como se tiene hambre de comida después de un largo ayuno. Recuerdo también que de vez en cuando encendía la lámpara, miraba el reloj, veía que habían pasado dos minutos, después tres, después cuatro, y cada vez apagaba de nuevo la lámpara, para gozar, aunque fuera durante un minuto, durante treinta segundos, de esa oscuridad deliciosa.
      Por fin encendí la lámpara sabiendo que era la última vez que lo hacía y que ya era hora de que me levantara. Fue justamente en ese instante, precisamente en esa diminuta fracción de tiempo en que encendí la luz, cuando dejé de registrar lo que hacía, porque a partir de entonces no recuerdo nada más de lo sucedido.
      Observo el rectángulo amarillo y negro de la parte trasera del camión de transporte; veo que no se ha movido; por otra parte, la luz del semáforo, allá lejos, pasado el camión, está roja; tal vez me quede todavía un minuto; tal vez, si al prenderse la luz verde los vehículos no avanzan, haya todavía dos minutos. Entonces reanudo con encarnizamiento la reconstrucción del despertar. La memoria, pues, se apagó en el preciso instante en que se encendió la lámpara. ¿Qué significa esto?,¿Cómo puede haber ocurrido semejante cosa? ¿Y por que precisamente a mí?
      Me digo que no es difícil imaginar lo que hice. Soy una persona más bien rutinaria: he de haberme levantado, he de haberme duchado, he de haberme afeitado, etcétera, etcétera, etcétera. Pero todo esto, como lo advierto de pronto, no lo recuerdo; me limito a reconstruirlo sobre la base del recuerdo de mis otros despertares anteriores. Y en cambio debo recordar precisamente el momento de asearme esta mañana, no el de alguna otra. Sólo si lo recuerdo podré recordar lo que aconteció después; es como encontrar de nuevo el matorral tras el cual se esconde el camino.
      Hago un gran esfuerzo; me repito: "Entonces encendí la lámpara... entonces encendí la lámpara... entonces encendí la lámpara..."
      Ya demasiado tarde. La luz del semáforo ahora es verde; y, casi instantáneamente, toda la calle se pone en marcha. Se mueven los automóviles que están delante, detrás y a ambos lados del mío; se mueve el rectángulo amarillo y negro del camión de transporte. Así pues, muy pronto sabré si la cosa ya ocurrió o aún debe ocurrir. Pero comprendo con angustia que no seré yo, con mi memoria, quien lo descubrirá; en cambio, me lo revelarán los objetos y las circunstancias.
Alberto Moravia, pseudónimo de Alberto Pincherle, (nació en Roma el 28 de noviembre de 1907 - murió en Roma el 26 de septiembre de 1990). Escritor y periodista italiano.
Alberto Pincherle (Moravia es el nombre de la abuela paterna) nace en 1907, en el seno de una familia burguesa acaudalada. Su padre Carlo, judío no practicante, era arquitecto y pintor, de origen veneciano. La madre, Teresa Iginia (Gina) De Marsanich, católica, era de Ancona. Alberto fue el segundo de cuatro hijos, tras Adriana (1905-1996), pintora; le sigue Elena (1909-?]), mujer del embajador Carlo Cimino; el menor fue (1914-1941), muerto en combate. Alberto lleva una vida normal, aunque seria y solitaria.
Moravia no hace estudios regulares porque en 1916, padece una tuberculosis ósea, que le obliga a guardar cama por cinco años (dos de ellos en un sanatorio). Sólo un año está en el Liceo Torquato Tasso, y consigue la secundaria con esfuerzo. Ese será su título. Pero se instruirá personalmente con numerosas lecturas, hasta formarse profundamente. Entre sus autores favoritos, destacan: Shakespeare, Molière, Goldoni, Stéphane Mallarmé, Dostoyevski o James Joyce. Aprendió francés y alemán, y empezó a escribir.
En 1925, deja el sanatorio, y comienza a escribir Gli indifferenti. Conoce a Corrado Alvaro y Massimo Bontempelli. Prominente en la actividad literaria italiana desde en 1927, cuando empezó a escribir para la revista 900, donde aparecen sus primeros cuentos, acerca de las dificultades morales de las personas socialmente alienadas y atrapadas por las circunstancias.
En 1929, con dificultad, publica la novela Gli indifferenti, muy aceptada, como relato en bloques teatrales y como retrato de los italianos de ese tiempo. Al romanzo italiano. La decadencia de la burguesía italiana, durante el régimen fascista, viene representada sin una intención crítica obvia, pues es una novela existencialista que narra la historia de una familia con comportamientos corruptos, que acaban vencidos por su apatía y falta de dignidad. La segunda novela Le ambizioni sbagliate, es una mezcla de novela negra y de relato introspectivo a lo Dostoyevski, sin gran fortuna.
En 1930 empieza su colaboración en La Stampa, dirigida por Curzio Malaparte, y en 1933 fundó, con Mario Pannunzio, las revistas Caratteri, y luego Oggi. En este año escribe para la Gazzetta del Popolo, pero el régimen fascista le censura recensiones de la novela La mascherata (sátira sobre las dictaduras, situadas en Suramérica), y prohibe Agostino. En 1935 va a EE.UU. y da conferencias sobre la novela en la Casa Italiana de la Columbia University de Nueva York. A su regreso escribe unos cuentos: L'imbroglio 1937. Para evitar la censura, Moravia escribe cuentos alegóricos y surrealistas.
En 1941 se casó con la también escritora Elsa Morante. Ambos vivieron en Capri, donde Moravia escribió Agostino. Tras el Armisticio del 8 de septiembre de 1943, Moravia y Morante se refugiaron en Fondi, en los límites de Ciociaria; esta experiencia le sirvió de inspiración para una de sus novelas más famosas, titulada precisamente La ciociara, esto es, "la mujer de Ciociaria" (1958). Las primeras páginas sobre la retórica política de entonces las redactó en 1944, pero el cuerpo de la obra lo desarrolló trece años después, en un momento de crisis como narrador. Describe la difícil y desesperada realidad italiana en la Segunda guerra Mundial.
Con el anuncio de la Resistencia italiana vuelve a Roma; escribe para la prensa, colabora con Corrado Alvaro en Il Popolo di Roma, Il Mondo, Europeo y sobre todo en el Corriere della Sera donde seguirá con sus reportajes, críticas y relatos hasta su muerte.
Tras la guerra, su fortuna literaria no hizo sino crecer. Escribió novelas tan famosas como La romana (1947), La desobediencia (1948), El amor conyugal (1949) y El conformista (1951).
En 1952 ganó el Premio Strega por I Racconti, y sus novelas comenzaron a traducirse a otros idiomas. Ese mismo año Mario Soldati adaptó al cine La provinciale. En 1954, Luigi Zampa dirigió La romana y en 1955 Gianni Franciolini llevó al cine I racconti romani (con los que Moravia había ganado el Premio Marzotto). En 1960, con la publicación de El tedio, logró el premio Viareggio.
En 1953, Moravia fundó la importante revista literaria Nuovi Argomenti (uno de los editores en los que confió la revista fue su amigo Pier Paolo Pasolini). En los años 50, escribió prólogos para distintas obras, como los 100 sonetos de Belli, la novela Paolo il Caldo de Vitaliano Brancati o los Paseos por Roma de Stendhal. A partir de 1957, hizo críticas cinematográficas para la revista mensual L'Espresso: estas críticas fueron recogidas en Al Cinema (1975).
Se separó de Morante en 1962. Y se fue a vivir con la joven escritora Dacia Maraini. En 1962 se realiza el film, de Mauro Bolognini, Agostino e la perdita dell'innocenza, y en 1963 El desprecio por Jean-Luc Godard, La noia por Damiano Damiani, y en 1964 Gli indifferenti por Francesco Maselli.
Viajó a la URSS en los ochenta, en apoyo de la apertura. Y fue a Hiroshima en 1982, escribió sus experiencias ante sus efectos. Representó a Italia ante el Parlamento Europeo desde 1984 hasta su muerte.
Se casó en 1986 con Carmen Llera. Se le encontró muerto en su domicilio en 1990. En ese año salió la autobiografía, escrita con Alain Elkann, Vita di Moravia, editada por Bompiani.
Su obra literaria se caracteriza por una crítica frontal a la sociedad europea del siglo XX: hipócrita, hedonista y acomodaticia. Se caracteriza por un estilo austero y realista, presente ya en su primera novela, Los indiferentes (1929), que le hizo saltar a la fama en Italia. En sus escritos son recurrentes el impulso sexual, la alienación del individuo y el existencialismo.
Obras.Gli indifferenti, 1929, Los indiferentes, Nuevas Ediciones de Bolsillo, 2005, ISBN 978-84-9793-550-0.Le ambizioni sbagliate, 1935. Tr. Las ambiciones defraudadas.La bella vita, 1935.L'imbroglio, 1937. I sogni del pigro, 1940. Cosma e i briganti, relato aparecido en "Oggi" entre el 26-X y 6-XII 1940, Palermo, Sellerio, 2002..La mascherata, 1941. Tr.: La mascarada, Plaza, 1971..La cetonia, 1943.L'amante infelice, 1943.La speranza ovvero Cristianesimo e Comunismo, 1941.Agostino, 1944. Tr.: Agostino, Mondadori, 2001, ISBN 978-84-397-0769-1.L'epidemia, 1944.Due cortigiane e serata di Don Giovanni, 1944.La romana, 1947. Tr.: La romana, Nuevas Ediciones de Bolsillo, 2010, ISBN 978-84-9793-551-7.La disubbidienza, 1947. Tr.: La desobediencia, Alianza, 1991..L'amore coniugale, 1947. Tr.: El amor conyugal, Orbis, 1997, ISBN 978-84-402-2127-8.Il conformista, 1951. Tr.: El conformista, Nuevas Ediciones de Bolsillo, 2010, ISBN 13: 978-84-9793-703-0.I racconti, 1952.Racconti romani, 1954. Tr.: Cuentos romanos, Alianza, 1993, ISBN 978-84-206-1269-0.Il disprezzo, 1954. Tr.: El desprecio, Nuevas Ediciones de Bolsillo, 2010, ISBN 978-84-9793-793-1.La ciociara, 1957, Tr.: La campesina, Nuevas Ediciones de Bolsillo, 2010, ISBN 978-84-9793-702-3.Teatro, 1958.Un mese in URSS, 1958.Nuovi racconti romani, 1959.La noia, 1960. Tr. El tedio, Planeta, 2008, ISBN 978-84-08-08341-2.L'automa, 1962.Un'idea dell'India, 1962. Tr.: Una idea de la India, Península, 2007..L'uomo come fine, 1963. Tr.: El hombre como fin y otros ensayos.L'attenzione, 1965. Tr.: La atención, Planeta, 2009, ISBN 978-84-08-08728-1..Cortigiana stanca, 1965.Le luci di Roma, 1965.Il mondo è quello che è, 1966.Una cosa è una cosa, 1967.Il dio Kurt, 1968.La rivoluzione culturale in Cina, 1968.La vita è gioco, 1969.Il paradiso, 1970. Tr.: El paraíso, Áltera, 1996, ISBN 978-84-920659-4-3.Io e lui, 1971. Tr.: Yo y él, Planeta, 1999, ISBN 978-84-08-46396-2. A quale tribù appartieni, 1972.Un'altra vita, 1973. Tr.: Otra vida, Plaza & Janés, 1991 ISBN 978-84-01-81155-5. Al cinema, 1975. Boh, 1976,, Tr. Boh.La vita interiore, 1978. Un miliardo di anni fa, 1979. Impegno controvoglia, 1980. Lettere dal Sahara, 1981. 1934, 1982. Storie della preistoria, 1982. Tr.: Historias de la prehistoria, Anaya, 1995 ISBN 978-84-207-3381-4.La cosa e altri racconti, 1983. Tr.: La cosa y otros cuentos. La Tempesta, Catania, Pellicanolibri, 1984. L'uomo che guarda, 1985. Tr.: El hombre de que mira, Nuevas Ediciones de Bolsillo, 2006 ISBN 978-84-9793-935-5.L'angelo dell'informazione e altri testi teatrali, 1986. L'inverno nucleare, 1986.Passeggiate africane, 1987. Tr.: Paseos por África, Mondadori, 1988 ISBN 13: 978-84-397-1329-6.Il viaggio a Roma, 1988. Tr.: El viaje a Roma, Grijalbo 1989 ISBN 978-84-253-2093-4 Il vassoio davanti alla porta, Reverdito, 1989.La villa del venerdì e altri racconti, 1990. Tr.: La villa del Venerdí, 1990). La donna leopardo, 1991 (póstumo). I due amici, Bompiani, Milano, 2007 (póstumo).Il picnic.
Semblanza biográfica:Wikipedia. Texto y foto:El cuento del día.

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