Arthur C. Clarke 
Crímen en Marte 
 - En Marte hay poca delincuencia - observó el inspector Rawlings con
 tristeza -. En realidad, éste es el motivo principal de que regrese al 
Yard. De quedarme aquí más tiempo, perdería toda mi práctica.
Estábamos
 sentados en el salón del observatorio principal del espaciopuerto de 
Phobos, mirando las grietas resecas por el sol de la diminuta luna de 
Marte. El cohete transbordador que nos había traído desde Marte se había
 marchado diez minutos antes y ahora iniciaba la larga caída hacia el 
globo color ocre que colgaba entre las estrellas. Media hora más tarde, 
subiríamos a la nave espacial en dirección a la Tierra..., planeta en el
 que la mayoría de pasajeros nunca habían puesto los pies, si bien aún 
lo llamaban «su patria»
- Al mismo tiempo - continuó el inspector 
-, de vez en cuando se presenta un caso que presta interés a la vida. 
Usted, señor Maccar, es tratante en arte, y estoy seguro que habrá oído 
hablar de lo ocurrido en la Ciudad del Meridiano hace un par de meses.
- No creo - dijo el individuo regordete y de tez olivácea al que había tomado por otro turista de regreso.
Por
 lo visto, el inspector ya había examinado la lista de pasajeros; me 
pregunté qué sabría de mí y traté de tranquilizar mi conciencia, 
diciéndome que estaba razonablemente limpia. Al fin y al cabo, todo el 
mundo pasaba algo de contrabando por la aduana de Marte...
- La 
cosa se acalló - prosiguió el inspector -, pero hay asuntos que no 
pueden mantenerse en secreto largo tiempo. Bien, un ladrón de joyas de 
la Tierra intentó robar del Museo de Meridiano el mayor de los 
tesoros... la Diosa Sirena.
- ¡Eso es absurdo! - objeté -. 
Naturalmente, no tiene precio... pero no es más que un pedazo de roca 
arenisca. Lo mismo podrían querer robar La Mona Lisa.
- Eso ya ha 
ocurrido también - sonrió sin alegría el inspector -. Y tal vez el 
motivo fuese el mismo. Hay coleccionistas que pagarían una fortuna por 
tal objeto, aunque sólo fuese para contemplarlo en secreto. ¿No está de 
acuerdo, señor Maccar?
- Muy cierto - aseguró el experto en arte -. En mi profesión, hallamos a toda clase de chiflados.
-
 Bien, ese individuo, que se llama Danny Weaver, debía recibir una buena
 suma por el objeto. Y a no ser por una fantástica mala suerte, habría 
llevado a cabo el robo.
El sistema de altavoces del espaciopuerto 
dio toda clase de excusas por un leve retraso debido a la última 
comprobación del combustible, y pidió a varios pasajeros que se 
presentasen en información. Mientras esperábamos que callase la voz, 
recordé lo poco que sabía de la Diosa Sirena. Aunque no había visto el 
original, llevaba una copia, como la mayoría de turistas, en mi 
equipaje. El objeto llevaba el certificado del Departamento de 
Antigüedades de Marte garantizando que «se trata de una reproducción a 
tamaño natural de la llamada Diosa Sirena, descubierta en el mar 
Sirenium por la Tercera Expedición, en 2012 después de Cristo (23 D.M.)»
Era
 raro que un objeto tan pequeño causara tantas discusiones. Medía Poco 
más de veinte centímetros de altura, y nadie miraría el objeto dos veces
 de hallarse en un museo de la Tierra. Se trataba de la cabeza de una 
joven, de rasgos levemente orientales, con el cabello rizado en 
abundancia cerca del cráneo, los labios entreabiertos en una expresión 
de placer o sorpresa... y nada más.
Pero se trataba de un enigma 
tan misterioso que había inspirado un centenar de sectas religiosas, 
haciendo enloquecer a varios arqueólogos. Ya que una cabeza tan 
perfectamente humana no podía ser hallada en Marte, cuyos únicos seres 
inteligentes eran crustáceos... «langostas educadas», como los llamaban 
los periódicos. Los aborígenes marcianos nunca habían inventado el vuelo
 espacial, y su civilización desapareció antes de que el hombre 
apareciera sobre la Tierra.
Sin duda, la Diosa es ahora el 
misterio Número Uno del sistema solar. Supongo que la respuesta no la 
obtendrán durante mi existencia..., si llegan a obtenerla.
- El 
plan de Danny era sumamente simple - prosiguió el inspector -. Ya saben 
ustedes lo muertas que quedan las ciudades marcianas en domingo, cuando 
se cierra todo y los colonos se quedan en casa para ver la televisión de
 la Tierra. Danny confiaba en esto cuando se inscribió en el hotel de 
Meridiano Oeste, la tarde del viernes. Tenía el sábado para recorrer el 
museo, un domingo solitario para robar, y el lunes por la mañana sería 
otro de los turistas que saldrían de la ciudad...
»A primera hora 
del domingo cruzó el parque, pasando al Meridiano Este, donde se alza el
 museo. Por si no lo saben, la ciudad se llama del Meridiano porque está
 exactamente en el grado 180 de longitud; en el parque hay una gran losa
 con el Primer Meridiano grabado en ella, para que los visitantes puedan
 ser fotografiados de pie en los dos hemisferios a la vez. Es asombroso 
cómo estas niñerías divierten a la gente.
»Danny pasó el día 
recorriendo el museo como cualquier turista decidido a aprovecharse del 
valor de la entrada. Pero a la hora de cierre no se marchó, sino que se 
escondió en una de las galerías no abiertas al público, donde estaban 
disponiendo una reconstrucción del período del último canal, que por 
falta de dinero no habían terminado. Danny se quedó allí hasta 
medianoche, por si todavía había en el edificio algún investigador 
entusiasta. Luego abandonó el escondite y puso manos a la obra.
- Un momento - le interrumpí -. ¿Y el vigilante nocturno?
-
 ¡Mi querido amigo! En Marte no existen esos lujos. Ni siquiera hay 
señal de alarma en el museo porque, ¿quién quiere robar trozos de 
piedra? Cierto, la Diosa estaba encerrada en una vitrina de metal y 
cristal, por si algún cazador de recuerdos se entusiasmaba con ella. 
Pero aun en el caso de ser robada, el ladrón no podría ocultarla en 
ninguna parte, y, claro está, todo el tráfico de entrada y salida de 
Marte será registrado.
Esto era exacto. Yo había pensado en 
términos de la Tierra, olvidando que cada ciudad de Marte es un pequeño 
mundo cerrado por debajo del campo de fuerzas que la protege del casi 
vacío congelador. Más allá de las protecciones electrónicas existe sólo 
el vacío altamente hostil del exterior marciano, donde un hombre sin 
protección moriría en pocos segundos. Y esto facilita las leyes de 
seguridad.
- Danny poseía una serie de herramientas excelentes, 
tan especializadas como las de un relojero. La principal era una 
microsierra no mayor que un soldador, con una hoja sumamente delgada, 
impulsada a un millón de ciclos por segundo, gracias a un motor 
ultrasónico. Cortaba el cristal o el metal como mantequilla... y sólo 
dejaba el corte del espesor de un cabello. Lo importante para Danny era 
no dejar rastro de su labor.
»Ya habrán adivinado cómo pensaba 
operar. Cortaría la base de la vitrina y sustituiría el original por una
 de las copias de la Diosa. Tal vez transcurriesen un par de años antes 
de que un experto descubriera la verdad, y entonces el original ya 
estaría en la Tierra, disimulado como una copia, con un certificado de 
autenticidad. Listo, ¿eh?
»Debió ser algo espantoso trabajar en 
aquella galería a oscuras, con todos aquellos pedruscos de millones de 
años de antigüedad, todos aquellos inexplicables artefactos a su 
alrededor. En la Tierra, un museo ya es bastante siniestro de noche, 
pero... es humano. Y la Galería Tres, donde está la Diosa, resulta 
especialmente inquietante. Está llena de bajorrelieves con animales 
increíbles luchando entre sí; parecen avispas gigantes, y la mayoría de 
paleontólogos niegan que hayan existido alguna vez. Pero, imaginarios o 
no, pertenecieron a este mundo, y no trastornaron tanto a Danny como la 
Diosa, que le miraba a través de las edades, desafiándole a que 
explicara la presencia de ella allí. Y esto le daba escalofríos. ¿Cómo 
lo sé? El me lo confesó.
»Danny empezó a trabajar con la vitrina 
con el mismo cuidado con que un diamantista se dispone a cortar una 
gema. Tardó casi toda la noche en rajar la trampilla, y amanecía cuando 
descansó, guardándose la microsierra. Aún faltaba mucho que hacer, pero 
la parte más penosa había terminado. Colocar la copia en la vitrina, 
comprobar su aspecto con las fotos que llevaba consigo y ocultar todas 
las huellas le ocuparía gran parte del domingo, pero esto no lo 
inquietaba en absoluto. Le quedaban otras veinticuatro horas y recibiría
 con agrado la llegada de los primeros visitantes del lunes, momento en 
que podría mezclarse con ellos y salir de allí.
»Fue un tremendo 
golpe para su sistema nervioso, por tanto, cuando a las ocho y media 
abrieron las enormes puertas y el personal del museo, ocho en total, se 
dispusieron a iniciar el día de trabajo. Danny corrió hacia la salida de
 emergencia, abandonándolo todo: herramientas, la Diosa... todo.
»Y
 se llevó otra enorme sorpresa al verse en la calle; a aquella hora 
debía estar completamente desierta, con todo el mundo en casa leyendo 
los periódicos dominicales. Pero he aquí que los habitantes de Meridiano
 Este se encaminaban hacia las fábricas y oficinas, como en cualquier 
día normal de trabajo.
»Cuando el pobre Danny llegó al hotel ya le
 aguardábamos. No hacía falta ser un lince para comprender que sólo un 
visitante de la Tierra, y uno muy reciente había pasado por alto el 
hecho que constituye la fama de la Ciudad del Meridiano. Y supongo que 
ustedes ya lo habrán adivinado.
- Sinceramente, no - objeté -. No es posible visitar todo Marte en seis semanas, y nunca pasé del Syrtis Mayor.
-
 Pues es sumamente sencillo, aunque no podemos censurar excesivamente a 
Danny, puesto que incluso los habitantes del planeta caen ocasionalmente
 en la misma trampa. Es una cosa que no nos preocupa en la Tierra, donde
 hemos solucionado el problema con el océano Pacífico. Pero Marte, claro
 está, carece de mares; y esto significa que alguien se ve obligado a 
vivir en la Línea de Fecha Internacional...
»Danny planeó el robo 
desde Meridiano Oeste... Y allí era domingo, claro... y seguía siendo 
domingo cuando lo atrapamos en el hotel. Pero en el Meridiano Este, a 
menos de un kilómetro de distancia, sólo era sábado. ¡El pequeño cruce 
del parque era toda la diferencia! Repito que fue mala suerte.
Hubo un largo momento de silencio.
- ¿Cuánto le largaron? - inquirí al fin.
- Tres años - repuso el inspector.
- No es mucho.
-
 Años de Marte..., casi seis de los nuestros. Y una multa que, por 
exacta coincidencia, es exactamente el precio del billete de regreso a 
la Tierra. Naturalmente, no está en la cárcel... pues en Marte no pueden
 permitirse tales gastos. Danny tiene que trabajar para vivir, bajo una 
vigilancia discreta. Les dije que el museo no podía pagar a un vigilante
 nocturno, ¿verdad? Bien, ahora tiene uno. ¿Adivinan quién?
- ¡Todos los pasajeros dispónganse a subir a bordo dentro de diez minutos! ¡Por favor, recojan sus maletas! - ordenó el altavoz.
Cuando empezamos a avanzar hacia la puerta, me vi impulsado a formular otra pregunta:
- ¿Y la persona que contrató a Danny? Debía respaldarle mucho dinero. ¿Le atraparon?
-
 Aún no; la persona, o personas, han borrado las huellas completamente, y
 creo que Danny dijo la verdad al declarar que no podía darnos ninguna 
pista. Bien, ya no es mi caso. Como dije, regreso al Yard. Pero un 
policía siempre tiene los ojos bien abiertos... como un experto en arte,
 ¿eh, señor Maccar? Oh, parece haberse puesto un poco verde en torno a 
las branquias. Tómese una de sus tabletas contra el mareo espacial.
- No, gracias - repuso el señor Maccar -, estoy muy bien.
Su
 tono era desabrido; la temperatura social parecía haber descendido por 
debajo de cero en los últimos minutos. Miré al señor Maccar y al 
inspector. Y de pronto comprendí que la travesía sería muy interesante.
Sir Arthur Charles Clarke, CBE (16 de diciembre de 1917, Minehead, Inglaterra - 19 de marzo de 2008, Colombo, Sri Lanka) más conocido como Arthur C. Clarke, fue un escritor y científico británico. Autor de obras de divulgación científica y de ciencia ficción, como la novela 2001: Una odisea del espacio, El centinela o Cita con Rama y co-guionista de la película 2001: Una odisea del espacio.Nació en Minehead, Somerset. Ya de pequeño mostró su fascinación por la astronomía, con un telescopio casero dibujó un mapa de la Luna. Terminados sus estudios secundarios en 1936, se trasladó a Londres. Durante la Segunda Guerra Mundial, sirvió en la Royal Air Force (Real Fuerza Aérea) como especialista en radares,
 involucrándose en el desarrollo de un sistema de defensa por radar, y 
ejerciendo como instructor de la naciente especialidad. Concluida la 
guerra, publica su artículo técnico Extra-terrestrial Relays, en el cual sienta las bases de los satélites artificiales en órbita geoestacionaria (llamada, en su honor, órbita Clarke), una de sus grandes contribuciones a la ciencia del siglo XX. Este trabajo le valdrá numerosos premios, becas y reconocimientos. 
También son conocidas sus famosas leyes de Clarke, publicadas en su libro de divulgación científica Perfiles del Futuro (1962). La más popular (y citada) de ellas es la llamada «Tercera Ley de Clarke»: Toda tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia. 
En 1953 
Clarke conoció y se casó con Marilyn Mayfield, una divorciada de 22 años
 con un niño pequeño. Se separaron a los seis meses, aunque el divorcio 
no se formalizó hasta 1964. Clarke nunca volvió a casarse pero fue un amigo muy íntimo de Leslie Ekanayake, quien falleció en 1977. ).2 3 
Desde 1956 y hasta su fallecimiento vivió en la isla de Sri Lanka, (antigua Ceilán), en parte por su interés por la fotografía y la exploración submarina, en parte debido a su fascinación por la cultura india. 
En 1998 el Sunday Mirror, un tabloide
 londinense sugirió en primera página que el legendario escritor decidió
 vivir en Sri Lanka por algo más que el sol, las playas, las palmeras y 
la pesca subacuática. Se acusaba a Sir Arthur de «pagar por tener 
relaciones sexuales con niños (pederastia)
 varones». Él negó tales acusaciones y amenazó con emprender acciones 
judiciales. La polémica coincidió con la visita oficial del Príncipe de Gales a Sri Lanka para conmemorar el quincuagésimo aniversario de la independencia de la isla. El príncipe Carlos tenía intención de ordenarlo caballero
 pero, ante la divulgación masiva del escándalo, Clarke optó por 
posponer la ceremonia hasta que las investigaciones policiales 
concluyeran. 
Comenzó a escribir ciencia ficción al finalizar la guerra. Su primer cuento publicado fue Partida de Rescate, que apareció en el número de mayo de 1946 de Astounding y que le sirvió como punto de partida de una fructífera carrera. Entre sus primeros relatos destaca El centinela (The Sentinel), que sirvió de base para su novela 2001: Una odisea espacial (1968) y para la película del mismo nombre del director Stanley Kubrick. 
Se pueden diferenciar claramente tres etapas en su producción:
 Muchos de sus relatos iniciales giran alrededor de una trama científica,
 a la que gustaba de adornar con un final sorprendente. Resuelve la 
mayoría de sus obras con un tono generalmente aséptico, sin florituras 
ni artificios, dejando que sean las ideas encerradas las que mantengan 
la atención del lector. Este estilo sólo se rompe para permitir cierto 
grado de fino humor elaborado. 
En cuanto a sus temas, giran en torno a dos ideas fundamentales: optimismo por los beneficios del progreso
 científico (por lo que destacó en una época de cierto desaliento tras 
el lanzamiento de las bombas atómicas), y el encuentro con especies y culturas superiores (siempre en un tono muy paternalista). En el cuarteto de las Odiseas
 llama a la cultura superior «los primogénitos», labradores en el campo 
de las estrellas, que dejaron su huella en nuestro sistema solar en 
forma de monolitos, como el que se observa en la cinta de Stanley Kubrick. Como divulgador científico, ha sido siempre comparado por su claridad y amenidad con otro coetáneo: Isaac Asimov. 
A la vez que empezó a ser reconocido como autor de 
ciencia ficción, desarrolló un considerable interés por la exploración 
submarina en Ceilán (la actual Sri Lanka), y relató sus experiencias en 
este campo en una serie de libros de los que el primero fue La costa de coral (The Coast of Coral, 1956). En 1980 ganó el premio Hugo de novela por Fuentes del paraíso. Poco después, una enfermedad degenerativa del sistema nervioso lo incapacitó para la escritura. Sin embargo, en 1989 publicó Días increíbles: una autobiografía de ciencia-ficción. 
Clarke representa, como Ray Bradbury,
 una corriente trascendentalista de la ciencia-ficción, en la que se 
expresa una visible nostalgia de la presencia divina en el cosmos. Otras
 obras del autor son Odisea tres, Cánticos de la lejana Tierra, 300: odisea final, Cuentos del planeta Tierra, El león de comarre a la caída de la noche y Cita con Rama.  
Semblanza biográfica:Wikipedia. biografiasyvidas.com. Texto: El cuento del día. Foto: internet